miércoles, 27 de abril de 2011

LEYES DE MENDEL





Entre los personajes literarios y de los otros, es decir, los de carne y hueso, existe una variable similar a las de las leyes de Mendel: Amarillo liso, amarillo rugoso, verde liso, y verde rugoso. No es que no puedan existir matices, pero los elementos básicos son: Bueno listo, bueno tonto, malo listo y malo tonto. Las variaciones a dicha nomenclatura están en el grado. Eso nos lleva a valorar las diferentes posibilidades.
Encontraremos al bueno listo que es el héroe. Personaje emblemático que lucha por una idea noble, y que su inteligencia le ayuda a lograr.
El bueno tonto, es, a fin de cuentas, un personaje tierno. Nadie le haría daño, y si alguien con la suficiente ruindad lo intentase, siempre encontraría a otros dispuestos a sacarle del atolladero. Ése ser nunca sabrá de la que se ha librado, y vivirá una vida de feliz inconsciencia pensando que todo el mundo es bueno y la vida, bella. Es de los que hubieran ido al limbo si la iglesia no les hubiera quitado su ubicación.
El malo listo es el antihéroe. El ser perverso del que hay que cuidarse si no quieres sucumbir. Ese ser que solo el héroe es capaz de doblegar. Da miedo y respeto. Si lo buscásemos en la literatura infantil más reciente nos encontraríamos por ejemplo con Voldemort de las novelas de “Harry Potter”. Un ser peligroso.
Y por último el malo tonto. El personaje patético que suele estar caracterizado como el matón del colegio, el repetidor que pega a todos porque se ha hecho grande y se le ha pasado la edad. Le salen pelos en las piernas pero todavía está con los pequeños. Suele capitanear una banda de seres más tontos que él pero menos manipuladores. Es el continuo perdedor. En “Harry Potter” sería el pobre Malfoy, hijo o padre. Cada vez que intenta hacer el mal, le sale el tiro por la culata. Pero lo más triste es que su incapacidad intelectual lo vuelve soberbio y le impide rendirse. Vuelve una y otra vez a intentar hacer el mal sin valorar las armas de su oponente. Es como una mosca pesada que uno se aparta de un manotazo, pero que al rato ya está otra vez dando la murga. Vencido una y mil veces, tonto hasta la extenuación, y sin embargo con el tesón sufriente para no cejar en su empeño de fastidiar.
El eterno perdedor cabreado.
Esa es la combinación de los guisantes de Mendel cuando se trata de hombres. Esos son los personajes literarios extremos.
De ese material está hecha la vida, y por lo tanto la literatura.

domingo, 3 de abril de 2011

FUTURO IMPERFECTO




Cuando desperté me vi envuelto en una urna de cristal. No podía enten-der los motivos por los cuales me encontraba en esa situación, sólo intuía que había dormido mucho, sentía una enorme pesadez en el cuerpo, era una pesa-dez de años.
Mis músculos estaban agarrotados y tenía frío. Escuché un sonido de pa-sos acercarse y traté de ordenar las ideas en mi cerebro. No lograba recordar nada. Abrí los ojos. Fue entonces cuando lo vi. Tuve que contener un grito de asombro: Barack Obama limpiaba la urna en la que me encontraba. Estuve a punto de levantarme de un salto pero me contuve. Tenía que pensar deprisa, recordar. Tenía que poner a funcionar mis neuronas tan heladas como mis miembros. No podía dejarme llevar por la emoción.
Fue después de un gran esfuerzo cuando empecé a recordar. La imagen de Pascu llego a mi cabeza y su descabellado empeño en que me hibernara para salir del paso.
-Has vendido la sangre, has vendido los riñones, y vas a vender las cór-neas. Pues yo de ti me vendo entero para gloria de la ciencia, y de paso sales de apuros, porque si no, te van a destrozar entre todos.
Yo estaba mal, muy mal. Pascu sabía que mi situación era agobiante.
-La verdad es que con todas las deudas que tengo, mis días están contados
Pascu se agachó sobre el tapete y cerró un ojo para mirar la posición de las bolas
-Creo que han entrado.
-Lo ves, así no puedes vivir. Tienes que tomar una decisión y esa es la más acertada. Tengo contactos. Tú hablas con ese profesor Antunez. Si te convence, lo aceptas, y si no, pues sigues huyendo de Manolo y de todos los demás, que al fin y al cabo, es lo tuyo.
Lo dijo con aire de rechazo y salió del local con la cabeza muy alta. Yo me quedé, entre humos blanquecinos y olores a Manolo, a barruntar lo que me había propuesto.


Ahora se iban disipando las dudas. El profesor Antunez me había recibi-do de forma sigilosa y me había hecho todo tipo de análisis.
Había analizado el informe y lo tenía encima de la mesa.
-Muchacho, vas a pasar a la historia -me dijo por encima de sus gafas
-Eso espero.
-Hasta ahora solo habíamos congelado a personalidades famosas como Disney y algún otro, pero todos están muerto y quizás no los puedan hacer re-gresar a la vida. Sin embargo tú no has muerto todavía, y yo te garantizo que volverás a la vida para gloria de las generaciones venideras que te alabarán.
-Ya -dije muerto de miedo- La única condición que pongo es que me deje el dinero de la venta de mi cuerpo por si al despertar lo necesito.
-No creo que en el futuro te sirva para nada pero si es ese tú deseo. Te dejo una carta para nuestros tataranietos, a los que se la leerás cuando la historia te permita entrar en ella por la puerta grande.
Así fue como me metí en esa urna de cristal, cargado de cosas para el fu-turo; un transistor, la carta para la humanidad, el dinero por dejar que me conge-laran y un traje blanco como de peregrino que me había traído una enfermera.
De todo esto fui acordándome mientras Barack Obama limpiaba los cris-tales de mi urna con meticulosidad. Seguí con los ojos cerrados pensando en cómo podría salir de allí sin levantar sospechas, porque estaba claro que el pro-fesor Antunez me había regalado al presidente de los Estados Unidos por algún motivo que yo entonces no alcanzaba a comprender. No sabía cuánto tiempo había pasado, en qué época me encontraba.
Después de un tiempo que se me hizo eterno se marchó, y yo empujé la tapa que cedió suavemente. Hacía un frío horroroso pero poco a poco logré desentumecer mis músculos mientras agudizaba el oído.
Una mezcla de miedo y curiosidad me empujaron a salir. El hecho de que el presidente de los Estados Unidos se encontrara sobre mi urna no me conso-laba nada, ya que según las previsiones del profesor Antunez, él debería estar ya muerto.
Noté un bulto a mi lado y palpé el transistor Sony. Eso me alivió. Lo co-necté y escuché con nitidez a Carles Francino dando las noticias en CADENASER. Cambié de canal y Jimenez Losanto hacía lo mismo en esRadio. Ante esa situación solo me cabían dos respuestas: que esos locutores hubiera traspasado los filtros del tiempo, en cuyo caso eran unos genios, o que algo hubiera fallado.
La puerta se la había dejado Barack abierta y traté de salir de allí. Me ex-trañaba que no me tuvieran mas custodiado, con guardias de seguridad o algo por el estilo. La culpa la tengo yo por haberme fiado de Pascu, del profesor y de todo.
A través de un largo pasillo, que parecía el de una clínica abandonada, lle-gué a una sala donde se encontraba material de quirófano. Lo aproveché para cubrirme la cara con vendas y salir en busca de información. De pronto lo vi de nuevo; era Obama que vestido con mono verde y zuecos, trajinaba por los pasi-llos recogiendo vendas y llevando un carro lleno de sábanas sucias. No había elegancia en sus andares ni en su porte.
Llegué a una habitación en la que se encontraba la puerta entornada y al asomarme creí que me congelaba otra vez. En la cama, sin escolta ni banderas ondeantes, se encontraba Fidel Castro leyendo “el Marca” y escuchando a Ji-menez Losanto muy ilusionado.
¿Dónde me encontraba realmente? ¿En qué mundo de locos había ama-necido? Fue en el baño de Fidel donde cambié la túnica blanca por el uniforme de camuflaje que colgaba de una percha.
Logré alcanzar la calle con uniforme de faena, y fue allí donde todo co-menzó a darme vueltas. Las cosas habían cambiado muy poco, hasta me atreve-ría a decir que continuaban exactamente igual que antes, el problema lo consti-tuían las personas. Delante de mí, y a velocidad excesiva, pasó un autobús con-ducido por Putin y abarrotado de personajes conocidos que me confundieron. Entré en un bar cercano para tomar una copa y observé de nuevo a Obama charlando animadamente con Artur Mas vestido con ropa vaquera. Obama, sin embargo, llevaba pantalones ajustados y botas de puntera de acero. No le había dado tiempo a cambiarse de ropa en tan poco tiempo. Me fijé un poco mas y comprobé con asombro que portaba símbolos nazis en los brazos, el pelo lo llevaba excesivamente corto y eran notablemente más jóvenes de lo que yo re-cordaba, incluso más joven que el Barack que había limpiado mi urna.
Asustado me acerqué a un quiosco de prensa y a un Chavez taciturno le pedí un periódico del día, que pagué con dinero de la venta de mi cuerpo y que aceptó sin rechistar. Al abrirlo comprobé que la fecha era 20 de abril de 3089.
Lo primero que hice fue buscar un lugar para poder esconderme. No te-nía actualizada mi documentación, así que decidí buscar una pensión en el ba-rrio chino para que no me hicieran preguntas.
El profesor Antúnez había cumplido su promesa de no quitarme nada de lo que llevaba en el bolsillo y esto me permitió mantenerme con el dinero de la venta de mi cuerpo que por extraña circunstancia seguía siendo de curso legal.
Ojeaba los periódicos todos los días intentando descifrar todo aquél mis-terio, pero fue al acudir a la hemeroteca donde pude entrever alguna explicación. Un periódico antiguo me puso sobre la pista de un cataclismo que había sacudi-do a la humanidad en el año 2012. Una guerra se había desencadenado por el empecinamiento de algunos países, y se habían lanzado bombas químicas que acabaron con todo vestigio de vida en el planeta.
Ahora comprendía, en parte, el que todo se mantuviera igual a cuando yo vivía, aunque no porqué no hubiesen cambiado nada las generaciones que continuaron con vida. Sobre todo, no podía entender el hecho de que los supervivientes se parecieran tanto a aquellos que vivían en mi siglo, e incluso que estuviesen repetidos. El enigma lo fui resolviendo poco a poco, pues co-mencé a hacer amistad con el portero de la biblioteca que era Roldan pero unos años más joven.
Nuestro primer encuentro no fue muy amistoso, pues aprovechó que es-taba ensimismado con la lectura para quitarme la cartera. Yo le pillé y le pegué una buena reprimenda.
-Pero ¿es que no se va a corregir nunca?
-Pues no, porque soy un clon y los clones no se corrigen, se repi-ten.
-Ya, ¿y cuantas veces ha estado en la cárcel?
-Los de mi aspecto somos los que mas poblamos las comisarías pe-ro ¿qué le vamos a hacer? y tú ¿que aspecto tienes?
-No, yo soy el que soy -le dije.
-Eso es una tontería, todos pertenecemos a un modelo concreto.
Esa conversación con Roldan me había desentrañado otro miste-rio. Estaba rodeado de clones de personas famosas en diferentes etapas de su vida. Sin embargo me seguía persiguiendo una idea fija, descubrir cual era la ra-zón para que siguieran, después de casi cien años, el metro con las mismas ma-quinas expendedoras de golosinas, los autobuses con sus mismas líneas de siem-pre, y el Corte Inglés anunciando que ya había llegado la primavera. A Roldan no se lo podía preguntar porque cada vez se volvía más receloso.
Por fin las últimas dudas, las resolvió el profesor Piñol, un científico de aspecto extraño que vino a visitarme el día en que fui arrestado.
Me había pasado el día leyendo periódicos y enciclopedias para tratar de informarme. Quería investigar por mi cuenta mientras trataba de pasar desaper-cibido. El hecho de ir con las vendas y pasearme con el uniforme de faena de Fidel Castro, debió llamar la atención del dueño de la pensión que alertó a la policía. Me estaban esperando cuando llegué. Fui llevado a la comisaría con grandes medidas de protección. Al llegar Estefanía de Mónaco me tomó los da-tos en un ordenador desvencijado, y observé que utilizaba el Word.XP. Después de cachearme, me quitaron todo lo que llevaba encima, y también la venda. Cuando el policía que tenía el aspecto del conde Lequio, me vio, soltó un grito de terror.
-¿Quién demonios es usted?
-Pedro Ramírez.
-Es usted rarísimo, no se parece a nadie.
Fueron momentos de una gran confusión, pues el conde Lequio no hacía más que asombrarse pero no me decía lo que pensaban hacer conmigo.
Era ya noche cerrada cuando conocí al profesor Piñol. Entró en mi cel-da de forma sigilosa y me alargó su mano.
-Soy Antonio Piñol.
-Hola -contesté sin levantarme del camastro.
-Sé quien eres tú. Te congelaron hace muchos años y permaneciste custodiado todo este tiempo, hasta que un error en los circuitos de seguridad hizo que aumentara la temperatura y tú volvieras a la vida. Esto ha sido un mila-gro porque quizá tú salves a la humanidad de su extinción.
-¿Yooo?
El profesor acercó una silla, y me ofreció un cigarro mientras lla-maba al timbre. El conde Lequio llegó presuroso.
-Por favor, que no nos moleste nadie.
Al rato trajeron un espléndido menú que me asustó. Incluso pensé que me iban a quitar de encima y que por eso hacían tanto remilgo, pero la reali-dad fue otra.
-Hace muchos años, dijo, hubo un cataclismo que acabó con la humanidad y solo sobrevivieron aquellos que tenían refugios nucleares. Éstos eran los grandes mandatarios de los diferentes países y algunos millonarios o gente conocida que se lo podía permitir. Gracias a Dios se cuidaron de meter algunos científicos en el refugio.
Bebió vino y se quedó un rato mirándome. No quería dar sensación de curiosidad y me levante a mirar por la ventana. Él continuó.
- Mientras se encontraban refugiados se obtuvieron genes de todos ellos para poder ser clonados en un futuro, y al salir descubrieron que el mundo se-guía siendo exactamente igual que antes, pero que no quedaban seres vivos, y eso era un problema.
-Claro –dije.
-Los hombres habían quedado estériles al salir antes de tiempo, por lo que no quedaba otro remedio que clonar los genes que habíamos conge-lado, los cuales eran idénticos a los supervivientes pero sin la posibilidad de crear otro ser nuevo.
-Ahora comprendo la igualdad de todos aquellos que me encontra-ba en la calle, lo que no alcanzo a comprender es que todo siga igual que en el 2011.
-Ahí está el problema. La humanidad no evoluciona. Nadie sabe crear algo nuevo. Por eso las casas son repetición de las antiguas, los autobuses continúan como antes, la cultura es la misma de entonces. Se limitaron a imitar lo que ya existía. Somos clones no seres reales. Pero ahora has llegado tú, y vuel-ve a renacer la esperanza.
-¿Yo? ¿Qué tengo que ver en toda esta historia?
- Los seres vivos se adaptan al ambiente para poder sobrevivir, pe-ro los seres que habitamos ahora mismo el planeta no tenemos posibilidad de adaptarse. Nuestros genes no se trasforman ni evolucionan, siempre iguales, por eso el mundo no progresa. Pero tú estas aquí y tienes en tus genes la herencia del mundo. Tus espermatozoides están vivos, de ti volverá a salir el genio, la evolución y la adaptación al medio ambiente. Tú, y sólo tú eres un hombre, un hombre de verdad.
A los pocos días fui sacado de la cárcel y transportado a un lugar paradisíaco donde no faltaba de nada. La casa que me entregaron estaba sobre un acantilado en la costa catalana y allí fueron enviadas las mujeres que yo pre-viamente había elegido. Con la que mantuve la relación mas larga fue con Saki-ra, pues desde que me enteré de que alguien la había introducido en su refugio, fui feliz. La cambié dos veces, por su propio clon rejuvenecido, hasta que me cansé.
Tuve ocasión de compartir mi vida con maravillosas mujeres, pues Silvio Berlusconi lo había previsto todo, y allí estaban las mejores de mi generación. También cedí mi esperma para experimentos de laboratorio. Y hoy, envejecido ya, puedo ver como mis hijos pueblan el planeta hasta los confines del mundo.
Mis descendientes han cambiado la faz de la tierra y yo me hago llamar Adán. Sólo hay un problema, y es que entre mis vástagos han abundado los mo-rosos, pero eso también lo hemos resuelto con unos seguros de primas conside-rables.