Imaginaos: Alicante, Semana Santa, sábado noche. Prohibido aparcar, prohibido circular, prohibido cruzar la calle mientras pasan los nazarenos, las Manolas, los penitentes.
Recuerdo lo que nos dijo un taxista en Cuba: “Aquí todo es delito”.
Se lleva el coche la grúa. Nos cuesta encontrar un taxi porque, aunque en el lugar de los hechos hay cinco aparcados, ninguno tiene conductor. “Ya han debido terminar el servicio", nos cuenta un policía. Se ve que ellos sí pueden dejar el coche en parada de taxis per secula, seculorum.
Pero como no es sobre los taxistas, cuyo garaje permanente es una parada en medio de la calle, contra los que va mi escrito, continúo.
Logramos encontrar una parada activa, me refiero a con taxistas dentro y dispuestos a realizar un servicio. Después de recorrernos la ciudad sorteando procesiones y prohibiciones, llegamos al depósito; un lugar oscuro como boca de lobo, en medio de la nada, sombrío, de aspecto terrorífico... Bueno, todo eso que siente uno cuando se le lleva el coche la grúa.
Un hombre grueso, con camisa a rayas y ojos ahuevados, nos recibe de muy mal humor. Después de buscar en la pantalla, nos dice que el coche está a nombre de una empresa y que para poder recogerlo tiene que demostrar su relación con ella. “Tengo la visa de la empresa”, le contesta ilusionado el propietario. “Eso no quiere decir nada” escupe el de la camisa de rayas.” ¿Y cómo se lo demuestro?” “Son cosas suyas” “Déjeme ir al coche a buscar la documentación” “No” “Mire mi nombre, coincide con el de la Sociedad” “¿Y qué? Yo me llamo Martínez y no tengo nada que ver con “Tartas Martínez”, dice el tío, agudísimo. “Pero usted no tiene las llaves del coche de Martínez” razona el propietario del vehículo. El custodio del coche se queda trastocado unos segundos, pero enseguida se recupera, no en balde es él quién tiene la sartén por el mango. El dialogo discurre por esos derroteros durante un buen rato, hasta que el dueño del coche y nosotros, sus acompañantes, agotados e incapaces, abandonamos el edificio. Un policía que está en la puerta, nos aconseja que nos acerquemos al edificio colindante y hablemos con alguno de los mandos. Se debe conocer el pampaneo del custodio. No nos queda otra alternativa. Atravesamos solares abandonados, escombros y recovecos, hasta llegar al edificio que, de colindante no tiene nada. Por fin solucionamos el problema. De no haber sido así hubiéramos tenido que esperar hasta al lunes para poder enseñarle los estatutos de la Sociedad, los documentos acreditativos de la constitución, y quizás también, que estaba al tanto en el pago del Impuesto de Sociedades, IVA y Transmisiones. Logramos que nos den el coche. Nos largamos de allí furibundos e indignados. ¿Quién puso a ese tío a custodiar los vehículos que la grúa se lleva? ¿Qué mente diabólica urdió el sistema de retener un coche varios días para cobrar más a base de poner a zombis para recoger la documentación?
Alicante. Semana Santa, sábado noche.
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