Camino
porque me lo ha recomendado el médico. “Miro a mi derecha por si viene un
coche, a mi izquierda por si está ya
verde el semáforo, pero no tengo la rapidez suficiente para mirar hacia abajo, piso
una señalización para bici y me la cargo con un ciclista. “Señora, acaso no ve que este camino es solo para ciclistas.”
Me aparto avergonzada y trato de encontrar mi lugar entre la acera para bicis y
el parque cargadito de árboles
centenarios. Uno de ellos me avisa con
el crujir de sus ramas, que cómo me cruce en su camino, me lanza una rama podrida
y me deja la cabeza elíptica. Todavía estoy mirando al árbol cuando tengo que
dar un triple salto moral para sortear un socavón. Caigo, me levanto y, con la rodilla
inflamada, trato de recuperar la estabilidad
y continuar mi paseo. Resbalo con una caca de perro que se ha hecho
fuerte en la acera. Tropiezo con ramas secas que el ayuntamiento todavía no ha
recogido. Vuelvo a mirar al cielo, luego al infierno y después a ambos lados de
la acera. Se me disloca el cuello por la rapidez del movimiento.
Decido
coger el autobús para regresar a casa de forma segura, pero me encuentro que la
parada está envuelta cual regalo de Navidad con una cinta adhesiva y letras
rojas “Ayuntamiento de Madrid” reza el cartel. Ni hay obreros ni se les espera,
pero sí cinta. Busco la parada denodadamente porque supongo que no habrán
quitado el trasporte público en una noche. Al final encuentro un lugar en medio
de la nada, parece una estación del antiguo oeste, sin
bancos, sin apoyo, sin señalización, solo unos matojos polvorientos cruzan la
calzada como enormes milanos empujados por el viento y un cartel luminosos que
me informa del tiempo de espera, pero lo han puesto para liar porque esa
tampoco es la parada. ¿Dónde está la parada provisional? nos preguntamos los
usuarios. ¿Al lado del poste verde? ¿cerca del luminosos que señalan las
líneas?, ¿quizá en ninguna parte? El paseo me ha dejado las cervicales y las
lumbares hechas un asco porque de las dorsales ya ni hablo. Espero en pie, y un
tío en patinete pasa rozándome. Miro al suelo y descubro que se han conchabado
la parada del autobús con el carril solo patinetes. Veo llegar el autobús, lo
persigo corriendo. Debo descubrir la parada por puro orgullo. Al fin se detiene,
subo jadeante y, cuando todavía no he sellado
el billete, arranca con tal empuje y tronío que caigo de bruces sobre un
anciano operado de cadera. Se enfada, dice que me va a denunciar. Bajo en la
siguiente parada y me siento en un banco pero enseguida escucho el ronronear de otra rama
asesina, allá en lo alto. Alcanzo mi portal cojeando, con el cuello en cabestrillo
y el animo desenfundado, perseguida muy de cerca por el tío del monopatín que dice que ese carril era
suyo y se me va a caer el pelo.
Al
entrar en la portería veo una carta del ayuntamiento, es el comunicado de que
está a punto de terminar el plazo para el pago de la tasa de basura y del IBI. Me
abrazo al portero y lloro en su oreja. Él me da palmaditas en la espalda y me
dice que el año que viene la quitan, quitan la tasa de basura, que lo ha prometido la alcaldesa, que es solo
para este año, que además van a podar los arboles, poner multas a los que no
recojan las cacas de perro, quitar el carril bici, definir las paradas de
autobús y arreglar los socavones. Dice que la campaña para las municipales va
de eso. Me sueno los mocos y subo al ascensor. No pienso volver a salir. Maldito
consejo médico.
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