Como en Babelia dicen que es de los autores más leído, como acumula premios sin parar, y como ando metida en un club de lectura y la propuesta era este libro, me he decidido a hincarle el diente.
Debo
decir que voy por la página 100 y todavía no sé que es lo que pretende contarnos.
Algunas veces porque las frases se me hacen indescifrables, como por ejemplo la
siguiente: Fue poco antes de que
conociera a Clare y Edward Bayes, y de hecho la interrupción y abandono del
objetivo (si fue abandono) vino dado a buen seguro también por ese conocimiento
de Clare Bayes y de su marido y no solamente porque el propósito se viera
cumplido y a la vez frustrado una tarde de viento en Broad Street por las
mismas fechas.
Sin
embargo, todavía me parece peor cuando pretende hacerse preguntas profundas y
filosóficas del tipo. Aquí no hay ninguna
persona que me haya conocido en mi infancia ni en mi juventud. Eso me resulta
perturbador, dejar de estar en el mundo y no haber estado antes en este mundo.”(tengo
más de treinta años y no me han conocido en mi juventud) Le preocupa que no haya testigos de su
continuidad vital. Y así pasa varios párrafos, que si está en el mundo, que si
no conoce nadie su vida anterior… Pues, hombre, que yo sepa, la mayoría de mis amigos no saben
de mi infancia y yo me quedo tan pancha. Vamos, que no me derrumbo cada vez que
encuentro a alguien que no conoce mis andanzas por el parvulario, aunque si eso
me supusiese un gran problema, no dudaría en colgarme al cinto un álbum de fotos
y un vídeo casero para mostrarlo por doquier. Faltaría más, con lo que unen los
vídeos caseros.
Me
llama la atención las disquisiciones que hace sobre los tipos de miradas que existen, que
si continentales, insulares, despojadas de velos, las de lascivia feroz, las
neutras, las tibias, las respetuosas. Continua con las que ven, y con las que
no ven… En este caso pienso si se refiere a algún comensal con cataratas, pero a
estas alturas ya solo busco la trama.
Es entonces cuando se detiene en los horarios de trenes.
Ese tema le lleva y le trae, de verdad. Es como si mereciese dejarse a
un lado la narración para dejar claro los horarios de trenes que circulan de
acá para allá y de allá para acá. A este
hombre lo dejas en el intercambiador de Moncloa y te hace una trilogía.
También
escenifica una cena que no me aclara para qué sirve, aunque puede que lo que
pretenda sea que nos hagamos una idea de cómo son las high tables. cenas tipo
en Oxford Colleg. Digo yo.
Utiliza
en repetidas ocasiones “tenía a bien” y el pronombre “yo, yo, yo…” ¿Pues quién
va a ser si habla en primera persona? Además también utiliza permanentemente
paréntesis aclaratorios que para mí, sobran. En fin, que voy por la página cien,
y ya estoy haciéndome preguntas sobre si me interesará saber más sobre trenes,
cenas en el college, miradas continentales y de más profundidades, o lo dejo en
plena estación agarrado a una guía de trenes y me voy a otro libro mas interesante.
Si él dice que Galdós tenía desfallecimientos estilísticos brutales por qué no
puedo yo decir que Marías es poco ocurrente, su expresión es vulgar, y acumula
frases hechas.
Es
posible que si continuo con la lectura de “Todas las almas”, si me contengo y
espero, acabe comprendiendo lo que nos quería decir con eso de que en Oxford
no conocían los orígenes y problemática del prota. Quizá el meollo de los
horarios de trenes tenga una doble lectura que más adelante comprenderé. Y es
posible que también acabaré entendiendo el problema del
warden o director del colleg, que al
presenciar el prominente busto de una mujer, entró en éxtasis y aporreó la mesa con un mazo hasta dejar los filetes sin guisantes.
Sí,
seguro que todo tiene un por qué. Pero… ¿por qué, precisamente yo, tengo que
perder mi tiempo en enterarme?
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