Desde que me operé del ojo no me dejan escribir, ni abrir el ordenador, ni leer, ni ver la tele... Es solo durante una semana y media, pero se me está haciendo eterna. Vivo de audio libros y paseos.
Aunque, sin que nadie se entere y por un momentito, transgredo las normas y copio la entrevista que me han hecho en Narval.
Chssss
Ilustración de Nicolás Castell de Vuela, Iván
Escaparate de la librería Le petit lector.
Feria del libro de Madrid con "Gus y la casa voladora" y autores e ilustradores de Narval editores.
ENTREVISTA CARMEN GARCÍA-ROMÉU
¡Vuela, Iván!
En
tus obras infantiles y juveniles construyes un universo propio. ¿Tiene algo que
ver con tus mundos infantiles?
Claro que sí, mi incursión en la literatura
infantil/ juvenil solo la entiendo desde el niño. Jamás escribiría a un niño
desde el adulto. No me cuesta nada regresar a la infancia ni a la adolescencia.
De pronto me transformo y vuelvo a la niñez. La primera novela que escribí fue
para comprender a mi hija adolescente, con sus manías, sus cambios de humor,
sus inseguridades. Y entré tanto en la adolescente que fui, que de pronto
comprendí muchas cosas que desde mi edad me era imposible aceptar. Fue toda una
experiencia.
Estos
universos, ¿tendrán continuidad? ¿Sientes la necesidad de seguir escribiendo
sobre estos mundos y sus personajes?
Creo que tendrán continuidad porque al niño se
le perdona la fantasía y yo estoy deseando que me dejan inventar, llegar muy
lejos con ella, tanto como la imaginación me permita. Creo que incluso el
adulto disfruta con esa literatura, pero necesita que le digan que es para
niños. Es como si de esa forma pudiese justificar que él también sueña, que
nunca dejó de hacerlo. Prueba de eso es que la novela infantil no ha dejado de
tener seguidores adultos.
Tanto
en Gus y la casa voladora como en ¡Vuela, Iván! nos llaman la
atención los personajes femeninos muy apegados a la realidad de nuestro tiempo,
mujeres audaces y valientes, con una fuerza especial. Háblanos de la abuela de
Iván.
Eso me ocurre tanto en las novelas infantiles
como en las de adultos. La imagen de la mujer siempre me ha impresionado. Parece
débil, necesitada de afecto, de protección, incluso nuestras abuelas dependían
para todo de un hombre, pero a la hora de la verdad, eran auténticos pilares de
la casa. Si el hombre se derrumbaba o fallecía, ellas sacaban a la familia
adelante como si renacieran de sus cenizas. No podría dar ejemplos concretos,
pero la fuerza de la mujer siempre se quedó en mi subconsciente. A lo mejor es que
la mujer cuando tiene que derrumbarse, se derrumba; cuando tiene que llorar,
llora; si necesita comunicarse con amigas lo cuenta todo. Quizá esa verborrea
nos haga parecer débiles, vulnerables, cotillas. Pero cuidado, que cuando ya
hemos llorado, hablado, y parece que
hemos caído en el precipicio, comenzamos a resurgir para sacar toda la
fuerza que llevamos dentro. Entonces nos convertimos en pilares inamovibles.
Recuerdo a un dentista que cuando me estaba
quejando porque tenía miedo, me dijo: “Quéjate sin problema, así resistirás
mejor. Los hombres que se sientan en este sillón, no mueven ni una ceja, pero
muchos se han desmayado al terminar. Mujeres, ni una”
Me parece que me he enrollado demasiado, pero la
confesión del dentista aclara mucho sobre la forma de actuar de la mujer.
Me preguntabas por la abuela de Iván. Quizá
esa mujer valerosa y con fuerza suficiente la he tenido muy cerca en mi
infancia. Se llamaba Rosa y echaba pulsos hasta los setenta años. Era la
anciana más sólida que he conocido en mi vida. Trabajaba en mi casa, hacía
ganchillo hasta muy tarde para que viera su luz desde mi habitación porque yo tenía miedo a la
oscuridad. Fue mi segunda madre y ahora se pasa la vida pululando por mis
novelas, agarrada a su ganchillo, con su pelo blanco y su fuerza descomunal.
¿Qué
hizo que te dedicaras a escribir?
Cuando murieron mis padres y Rosa, me quedé
huérfana de pasado y necesité recopilar todas aquellas experiencias que había vivido
con ellos. Ya era mayor para empezar a escribir, pero me negaba a dejar en el olvido tantas vivencias.
Empecé a escribir para que ellos no muriesen del
todo, y ya no he podido dejar de hacerlo.
¿Cómo
se alimentan tus novelas?
De recuerdos, de deseos incumplidos, de
historias que de pronto recuerdo, de conversaciones escuchadas al azar, de
grandes momentos y de cuentos que leí en mi infancia.
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