Ayer
por la mañana recibí un WhatsApp en el
que me decían que si rezo una novena a San Pancracio, se me pasarán todos los
males y se cumplirán todos mis deseos, pero que luego lo debo reenviar a 10
personas, y que de nos ser así, multiplicarán mis desgracias al mil por uno.
Por
la tarde noté un ojo borroso y me fui a urgencias. En el Hospital me dijeron
que tenía un derrame interno, que podría ser grave por si se me desprendía la
retina, y me recomendaban reposo absoluto. Bueno, pues fue salir del hospital y
caer cual rana en plena calzada. No solo me preocupó que habría sido de mi ojo
ante tamaño trompazo, sino que no se me acercara nadie. Deduje, como ya he colgado
en otra entrada, que estaría la calle hasta la bandera, ya que según estudios
psicológicos muy cotejados, cuanta más gente haya a tu alrededor, menos te
atienden. Por fin se acercó un grupo de tres ancianos, pero para mí sorpresa,
no lo hicieron para socorrerme sino para contarme cómo se habían caído
ellos en diferentes etapas de su vida.
Me apoyé en un coche y traté de incorporarme, mientras uno me señalaba, estirando
el brazo y haciendo crecer su dedo índice hasta alcanzar dimensiones
extraordinarias, una esquina para que me hiciera una idea del lugar exacto de
su último percance. Intenté andar y poco
a poco lo logré, cosa que regocijó una
barbaridad a los ancianos. Después de lo cual me despedí y los dejé
ilusionadísimos contándose sus desgracias y la ubicación de las mismas.
Decidí
regresar en un taxi a casa porque lo que me seguía preocupando no era haberme
roto el hueso del pie, ni haberme llenado de heridas la rodilla, sino que se me
hubiera desprendido la retina, esa que andaba renqueante con el derrame de las
narices. En cuanto el taxista vio mi pantalón desgarrado y mi cojera, se le
soltó la lengua y me contó con todo lujo de detalles, que su cuñado, ya ve
usted, había fallecido de un infarto
encima de un plato de fideos. “Es que no somos nada.”
La
verdad, no veía la hora de llegar a casa. Desde entonces estoy encerrada e
inmóvil. No he salido de casa, ni siquiera para que me venden el tobillo.
¿Será
por no haber reenviado el correo en tiempo y hora? ¿Habrá sido San Pancracio
por lo de la novena? ¿Por qué no dejaran de una vez de mandar esos correos tan
apocalípticos?
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