Debe
ser que como estoy viendo la serie de Pablo Escobar se me está reblandeciendo
el cerebro. Pero el hecho de que cuando a unos cuantos se les entreguan las
llaves de la caja del tesoro, tiendan a pillar todo lo que hay dentro, si uno
lo piensa bien, es casi natural. Para evitar esos desmanes es por lo que se
estableció la educación, pero no ahora sino desde el origen de los tiempos. Si
el hombre no puede vivir solo, si necesita a la comunidad para defenderse, si
requiere un tejido social que le permita vivir con cierta paz, habrá que
controlar sus instintos desde la cuna. Enseñarle a respetar lo ajeno, la
dignidad de los otros etc. Y por si la cosa no funciona, poner órganos
represivos para castigar al que no cumpla con las normas básica de convivencia.
No
sería normal que invitaras a cenar a alguien a tu casa y el tío saliera con la
cubertería de plata, una pulsera de oro y el anillo de compromiso aprovechando un
descuido. No, no sería normal, y en esos parámetros de conducta nos movemos (unos
más que otros) Tampoco sería lógico que si los tacones de tu vecina no te dejasen
dormir, cogieras la recortada y te liaras a tiros en busca del silencio (ya
digo que estoy viendo la serie de Pablo Escobar y mira que les resulta sencillo
a los del cartel dirimir sus cuitas). Hasta ahí todo parece claro.
Y
una vez planteado el problema, entro en los resortes sociales para evitar el
robo, crimen, extorsión y trapacería. Pero me encuentro, sin ir más lejos, con
la “Doctrina Botín” mira tú por dónde. Una doctrina que nos la hacen ver, poco
más o menos, como la “Ética a Nicómaco”. Una doctrina que creó jurisprudencia,
respeto y seguimiento como si fuera extraída de las tablas de la Ley: La Santa
Alianza.
El
asunto fue de lo siguiente: El Banco de Santander vendió Cesiones de Crédito a
sus clientes prometiéndoles que estaban exentos de tributación fiscal. Se
llenaron los caminos de peregrinos salidos de los confines de la tierra en
busca de las dichosas cesiones, sobre todo ancianitos que guardaban sus ahorros
de toda la vida, y no ancianitos, que tampoco hay que ponerse trágico. Cuando
Hacienda vio el enjuague, llamó a inversor tras inversor y les metió un palo de
los gordos por no pagar sus impuestos reglamentarios. Fue entonces cuando se
llamó a los representantes principales del banco para que respondieran del engaño.
Y fue entonces cuando no ejerció la acusación ni el fiscal, que se supone
defiende al débil, ni el abogado del Estado, que se supone defiende al estado,
o sea a nosotros. Los engañados o no se enteraron o declinaron hacer uso de sus
derechos, y como nadie dijo nada, tan solo lo hicieron unos cuantos que no eran damnificados
pero que querían que se hiciera justicia, pues se sobreseyó la causa aprovechando el
art 782.1 de la LEC y aquí paz y después gloria. Y no solo quedó la cosa así,
sino que creó jurisprudencia del Alto Tribunal, y ahora ya te pueden engañar que
si el fiscal y el abogado del estado se inhiben, archivan la causa y no hay responsabilidad
que valga pese a todas las manos limpias que clamen justicia.
Con
este panorama ¿se extraña alguien de las tramas que salen cada día en la
prensa, de que no haya defensa para los ciudadanos porque los encargados de
defenderte silben? ¿Se extraña alguien de que los procedimientos duren once o
más años, que prescriban, que todo quede en una mera imputación, ahora
investigación? ¿Se extraña alguien de que no condenen a los que roban por robar
sino por no pagar impuestos sobre lo robado (un mero tanto por ciento de lo
molar, perdón, robado)? ¿Se extraña alguien de que ya estén en la cárcel unos
titiriteros que violaron con su patética representación los valores de una
sociedad sin valores?
No
defiendo a los titiriteros, cuidado, defiendo la igualdad de la prontitud en la
aplicación de las medidas disuasorias para todos. Siempre y cuando la “Doctrina
Botín” lo tenga a bien, claro.
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