domingo, 1 de mayo de 2016

EL IRPF Y LOS PAPELES DE PANAMÁ




imagen: Chema Madof

Por fin me decido a hincarle el diente a la declaración de la Renta. La verdad es que cada año se me hace más cuesta arriba, no ya por las leyes de presupuestos, que no dejan de cambiar haya o no gobierno, sino porque cada año introducen un programa nuevo que, según dicen, es para facilitarte la tarea. El problema es que  cuanto más te la facilitan, más te sale a pagar. Es un hecho directamente  proporcional y sospechoso que me obliga, una vez pasado el soponcio, a repasar casilla tras casilla  para acabar descubriendo que, mira tú por dónde, el programa no contemplaba esta o aquella deducción autonómica o de bulto.
En fin, que hoy he abierto el programa de la Agencia Tributaria y he avisado en casa de que ni estoy ni se me espera. Teniendo en cuenta que es uno de mayo, día de la madre, y que mis hijos se encuentran con sus madres políticas festejando el evento, yo he decidido flagelarme con la Renta para venirme abajo definitivamente.
Este año tengo un desasosiego adicional que son los papeles de Panamá. Ya sé que las trapacerías de los demás no me dan derecho a escaquear ni un euro, pero desde el mismo momento en que empiezo a sumar y a añadir, se me pone un no sé qué en el cuerpo, que me saca un orzuelo, me infecta tres espinillas e inflama las amigadalas (soy de somatizar). Luego se me abre una nube encima de la cabeza, como en los tebeos, y me mato a preguntas capciosas.
¿Habrá diez hombres justos, como pidió Dios a Lot, para no enviar la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra, o algún inocente sin sociedades en Panamá o paraísos fiscales, para evitar el diluvio Universal?
Deduzco que no, que una vez terminada la declaración, tendré que encerrarme en un Optimist con dos loros, dos gatos y dos tortugas africanas, una de cada sexo, y lanzarme allende el mar por si empieza el diluvio y me pilla sin terminar de pagar lo que me corresponde.

Menudo día me espera.

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