sábado, 30 de julio de 2016

LA MUÑECA PARLANTE


 
 
Cuando escucho manifestaciones de políticos en la televisión, me entra una angustia tremenda.

 No voy a  señalar a ninguno en concreto porque todos actúan más o menos con la  misma perorata, la misma seguridad aprendida. Me recuerdan a la primera muñeca habladora que me regalaron de niña. No podías hacer nada para que cambiara esa palabrería repetitiva que mantenía al darle cuerda. Recuerdo que un día la tiré a la basura y le dije a mi madre que nunca más me volviera a regalar una muñeca que hablara, que prefería imaginar yo la conversación. Ahora me gustaría hacer lo mismo con nuestros políticos.

 Todos ellos entran en un bucle absurdo que repiten sin parar y que demuestran, sin ningún género de dudas,  que estamos gobernados por seres mediocres, vanidoso, pagados de su imagen y con muy pocos escrúpulos. Cómo voy  a creer que esos políticos, que ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo, se vayan a preocupar por gestionar bien los intereses de los ciudadanos.
Menos mal que las urnas los suelen poner en su sitio. Y supongo que cuando esto ocurre se preguntan ¿por qué?, ¿qué he hecho yo o mi partido para no merecer el reconocimiento a mi encomiable labor?” Pues, mire usted”, les diríamos los votantes. “En primer lugar, porque si no han conseguido mayoría para gobernar no han ganado las elecciones por mucho que se abracen, salten o silben”. En segundo lugar, y para los segundos,  porque si cada día pierden más votos, seguramente será porque lo hacen de pena, porque fueron tan corruptos como los primeros y callaron tanto como ellos. En tercero, y para los terceros, porque tienen ustedes un batiburrillo de ideas, actitudes y posiciones tan intercambiables que parecen el traje de un payaso. Si además  a esto le añadimos que van de rompedores pero no de actitudes sino de “postureo”, pues eso, que ya nos hemos reído lo que era necesario y ahora toca ponerse serios y gobernar, que nos jugamos mucho. En cuarto lugar y para los cuartos, porque si no deciden de una vez por todas  de dónde vienen y a dónde van, y nos lo cuentan sin ambagajes, no nos fiamos.

 Ya ven ustedes, somos incrédulos por naturaleza y por experiencia.

Y ahí tenemos nuestro elenco político. “No votaremos a favor pero no queremos elecciones”, dicen, y se quedan tan panchos, como si dijesen “dos más dos deben sumar cinco y eso les corresponde conseguirlo a los demás”. Y lo dicen así, como si los  ciudadanos fuésemos idiotas.

 No muestran sus cartas porque para ellos no se trata de ciudadanos reales  sino de su juego particular, un Monopily lleno de billetes  en el que gana el más listo.

Mi paro, mi pensión, mi puesto de trabajo, mi vivienda, mi salud y el porvenir de mis hijos, está en manos de unos hombres o mujeres que desaparecen o parlotean sin sentido como aquella muñeca de mi infancia.

 

 

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