Tengo un vecino en la playa, es de
Guadalajara y año tras año lo reencuentro en el ascensor el día uno de agosto. Tiene
un cierto aire equino, pero eso no importa porque es un anciano culto y enormemente
educado. Al abrirse las puertas sonríe suavemente, eleva su mano derecha, se
quita la gorra de Asisa, y dice ceremonioso: “Celebro”.
El año pasado me dijo que no
sabía cuánto tiempo iba a permanecer en la playa porque su suegra estaba muy
mal y esperaban el óbito de un momento a otro. El óbito ni se produjo ni se
espera en breve, a pesar de sus más de cien años.
Este verano las cosas ya no son
iguales. Han cambiado los ascensores y nos han instalado una pequeña pantalla
de TV que tras una musiquita suave e insinuante no deja de dar información incoherente,
supongo que para mitigar el calor, las conversaciones
absurdas, y el aburrimiento del ascenso
y el descenso. Como ambos vivimos en
el piso veinticinco, nos hemos hecho adictos a la información periférica que nos
muestra la pantalla, igual que otros se han hecho a cazar Pokemóns (es cuestión
de edad).
La pequeña TV no solo nos informa de que Los
caballos corren 40 km por hora y podrían llegar a correr 80, sino que explica
con todo lujo de detalles cuántos huevos ponen las mariquitas, en qué año
Rommel fue nombrado director de la Gestapo, que nacen un 50% menos de leones
que antes, y hasta intercala máximas profundas para evitar que nos trivialicemos
mientras subimos de la playa. Dice que la vida sino es para darla por los demás,
no merece la pena ser vivida. Observo a mi vecino por el rabillo del ojo y veo
como se le desprende una lágrima. Supongo que estará pensando en su suegra que
no da la vida ni a los cien años. Le preguntó por el óbito para desdramatizar
un poco, pero no responde porque está muy interesado en la nueva información. “Mira,
qué casualidad”, me dice ilusionado. “Tal día como hoy en 1521 el imperio
azteca es vencido por los españoles”. Es 14 de agosto y comprendo el calado de
la información, por lo que le propongo volver a bajar y subir los veinticinco
pisos en honor a nuestros ancestros conquistadores. “Celebro”, me contesta con
su sonrisa equina y su gorra ladeada, e iniciamos el descenso.
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