martes, 17 de enero de 2017

NOSOTROS MISMOS




                                               








Desde hace un tiempo tengo la sensación de que ando solitaria por la vida. No es que no haya gente a mi alrededor, hay mucha pero van a su bola. Cada día encuentro más personas que hablan solas. Desde que me compré las gafas de espejo tengo menos cuidado a la hora de mirar. No digo que no haya mucho móvil escaqueado en la oreja con pinganillo incluido, ni que estén las calles hasta la bandera de gente que chatea o mejor, guasapea, pero todavía quedan solitarios parlanchines.
 Me bajé un audio para relajarme que insiste en que si dejo de pensar dejo de sentir. Es decir, que primero viene el pensamiento y con él la emoción. Es cierto, pero reconozco que es muy difícil dejar de pensar. Quizá es por eso por lo que me encuentro por las aceras, los bares, los jardines y los autobuses, a gente indignada que se cuenta sus afrentas, o las afrentas que imagina una y otra vez. Y lo peor es que se indignan cada vez más alto, a veces con malos modos. Y yo, que soy curiosa por naturaleza, acerco la oreja lo más posible. Me gusta saber qué es lo que se cuentan para sufrir tanto. Ya no solo nos inventamos los hechos para salir indemnes de cualquier situación, es que la película es cada vez más truculenta y tiene menos que ver con la realidad.
El otro día una señora casi se pega. Fue muy violento porque discutía consigo misma. Era un manipular sus propias palabras para convencerse de algún agravio ancestral que le había sobrevenido al echarle las cartas una vidente en el Retiro. Le había dicho que un extranjero se iba a presentar en su vida para ponerla patas arriba. A cualquiera nos hubiese gustado el vaticinio. Yo, sin ir más lejos, hubiese imaginado a un danés de grandes ojos claros, estatura considerable y yate aparcado en el estanque, trasformando mi vida para acercarla a un palacete de esos que salen en El Hola con 300 habitaciones y 1500 baños solo para invitar amigos y presumir. Pero esa mujer debía tener una visión negativa del mundo y de los extranjeros, por lo que casi le tira la mesita con tapete incluido a la vidente por haber vaticinado el giro en redondo de su existencia. Me hubiese acercado para consolarla, para explicarle que se lo estaba montando todo ella solita, y que con hacer las paces consigo misma, el foráneo le traería la esperanza. Me contuve porque si ve que una señora con gafas de espejo le lee el pensamiento; el desasosiego y su negatividad, hubiese descargado su furia contra mí.
 Y es que vivimos en nuestro mundo, con nuestras cosas, con nuestro pareceres y nuestros argumentos. Cambiamos las sugerencias de los otros según el estado de ánimo que tengamos en ese momento o la actitud a la que nuestro organismo tienda. Nos importa un pimiento las opiniones de los otros a no ser que se parezcan a las nuestras, nos reafirmen y nos completen, y de ese bucle en el que nos movemos es difícil  salir.

Los observo con mis gafas raras y me pregunto si cuando dejo de cotillear a los demás, también hablo sola, y me enfado, y me estreso, y acabo derrengada de tanto sufrirme. Algunas veces veo a alguien que me mira condescendiente y pienso que sí, que acabo de hablar sola y además me he tratado con crudeza. La pena es que cuando nos muramos no nos habremos enterado absolutamente de nada porque todo estaba en nuestra manipuladora mente. ¿En ese caso nos reencarnaremos o nos iremos al limbo? ¿Que lo han quitado? Pues vagaremos cabreados para siempre jamás.   

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