martes, 19 de septiembre de 2017

ME DUELES EN EL RECUERDO



                                               



Me dueles en el recuerdo, tu marcha ha herido algún lugar de mi pasado. Me dueles en la juventud con discos, en la música de Elvis Presley. Me enseñaste King Creole, la primera canción que conocí en mi infancia y que sonaba noche y día en vuestro dormitorio. Me dueles en aquellas tardes tórrida de agosto, en el balcón del paseíto, en los acordes de Suspiros de España en la Explanada, en los bailes agarrando la cintura de la tata cuando sonaba un pasodoble. Me dueles en el seiscientos verde que compraste con tu primer sueldo, con ese tono ni verde ni azul que me gustaba tanto, en las luces del comedor relucientes durante el verano, en las llamadas al sereno. Eras el recuerdo de una infancia alegre y perdida. Me dueles en el ayer, porque tú, Luis, no eras solo el hombre mayor que descansaba inane en aquel lugar frio de ventanas cerradas. Eras el pasado, los ojos profundamente azules, la belleza de la juventud en todo su esplendor. Eras el hermano que se escondía bajo la mesa camilla para asustarme, el que inclinaba hacia abajo la nariz cuando reía, el que vigilaba con prismáticos a los chicos que se me acercaban, el que quería saberlo todo y husmeaba mis conversaciones camuflado bajo el agua.
Me dueles en tus risas y en tus bromas. Me dueles en esas disparatadas historias que contabas y que al final eran verdad. Me dueles en ese amor por Carmina, en cómo me lo explicabas, en ese arrugar el ceño si te discutía.
Tu gorra de plato en la entrega de despachos, el sable en las ceremonias, la Salve Marinera el día de mi santo. Me dueles tanto que no puedo recordarte con sosiego. ¡Estás tan lejos! Te has refugiado en ese lugar al que también fueron ellos, los que quisimos tanto. Te recuerdo en el sofá diciendo que el mejor padre era el nuestro, aunque ahora tus hijos dicen que no, que era el suyo. Qué lio, Luis, quizá todos los padres son los mejores. Quizá ahora ya lo entiendas todo, quizá ya no discutas. Te has marchado con un cigarro en la mano, una copa en los labios y lleno de historias para contar, como entonces, cuando mirábamos las ranas en el balcón del laboratorio mientras papá contaba leucocitos. Me has dejado los recuerdos de aquellas cartas que me contestabas cuando te escribía al marchaste a la Escuela, porque no quería que nos olvidaras. Me has dejado un poco más huérfana, un poco más sola, bastante más mayor. Son muchos los huecos, demasiado los recuerdos. Y ahora, tan triste, me consuelo con un ayer de música roquera, de historias de El Cano, de las sonrisas cómplices del portero de Madrid que lo sabía todo de nosotros gracias a la palabrería de la tata, a la que pedías que diese la vuelta al ruedo cuando la paella le había salido de cine, mientras los demás sacábamos el pañuelo para solicitar las dos orejas y el rabo. Me quedo con tus recuerdos taurinos y con una rosa que cogí de tu ramo cuando te llevaban lejos, cuando te marchaste en silencio, sin tu copa de vino, sin tus cigarros, sin tus hijos y nietos, pero, sobre todo, sin Mina.
Te has marchado a buscarlos a ellos, a los que ya se fueron. Ya tantos en el otro lado, ya cada día menos en este.
Adiós, mi guapo hermano marino. Adiós a todos aquellos recuerdos.


3 comentarios:

Unknown dijo...

Carmencita, me has emocionado hasta las lágrimas. Que bonito y que sencillo cuentas tu dolor, tus recuerdos.Tu infancia, que es un poco la mía, la de nuestra generación. Espero que volcarlo en un papel, te haya ayudado a serenar tu dolor. Un abrazo bloguero.

carmen dijo...

Gracias, Carmina. Cómo se nota que conoces el poder de la palabra. Es cierto, me siento mejor. Un beso gordo.

Lola dijo...

¡Cuánto lo siento! y ¡qué carta tan preciosa has escrito! Un fuerte abrazo