domingo, 22 de febrero de 2015

PRESENTACIONES LIBROS



No es que escriba por los codos, es que de pronto han salido todos mis libros del armario. Ha sido a la vez,  empujándose, sin darse tregua. Una delicia para mí y un tormento para mis amigos. Os quiero pero no puedo abusar de vosotros, así que si os hacéis los suecos en mis presentaciones, lo entiendo y lo comparto. Y si me queréis acompañar, lo celebraré. Pero lo que no me perdonaría es que pensarais que os olvido, así que aquí van mis presentaciones en Madrid:

Para niños
"Vuela, Iván" Novela infantil/ juvenil. Desde 9 años en adelante. En  la librería Atticus Finch Calle de La Palma, 78 a las 6,30  el día 7 de marzo.














Alicante. Librería Le petit lector, en San Vicente del Raspeig el día 14 de marzo a las 12 de la mañana y en la libraría Pynchon co c/ Poeta Quintana 37 a las 7 tarde.

Agotaita acabaré, pero feliz. Luego regresaré a Madrid pero ni en seiscientos ni haciendo noche en Mota de Cuervo. ¡Qué pena!

Para adultos

Madrid. Presento "Fotos en el congelador" en la librería Antonio Machado. Círculo de Bellas Artes C/ Marques de Casa Riera, 2,  a las 7 tarde del día 10 de marzo.

Entre medias me opero de un ojo, pero eso es otra historia.

viernes, 20 de febrero de 2015

LA HAMBURGUESA INCORRUPTA

Acabo de leer que una hamburguesa lleva catorce años sin cambiar de aspecto.
Por fin está a punto de descubrirse el secreto de la eterna juventud sin que nadie se haya dado ni cuenta. Y ya puestos, el fin de la calvicie, cataratas, vista cansada,  patas de gallo, sonotone, qué sé yo. Y ha sido por pura chiripa, como todos los descubrimientos que han hecho evolucionar a la humanidad.  Por un… “¿Peter que ha sido de la hamburguesa del McDonal´s?”  “Yo qué sé, Sally. Ya ni me acuerdo.” Y es que un americano un poco dejado, allá por el año 1999, olvidó en el bolsillo de su chaqueta una hamburguesa que acababa de comprar. La dejó en el maletero del coche, y como no debía ser un hombre de grandes protocolos, no se volvió a poner chaqueta hasta pasados los años. Algún evento inesperado le obligó a descubrir en el bolsillo de la misma una prominencia: su hamburguesa yacía tan incorrupta como la factura de la tienda y las patatas fritas que la acompañaban.
Y es que es así como ocurren los grades descubrimientos. La humanidad avanza a golpe de desidia, azar,  potra y abandono.
Fleming, al fin y al cabo, descubrió la penicilina porque se dejó placas en las que trabajaba con bacterias (estafilococos dorados) sin lavar y se fue de vacaciones. Al regresar descubrió que las placas de experimento estaban hechas una pena, y mientras tiraba una a una a la basura, debió llamarle alguien y olvidó desprenderse de la última, la cual quedó abandonada en un rincón del laboratorio venga a florecerse  y a llenarse de hongos y de porquería.  Hasta que un día  la descubrió, la miró de refilón, luego de forma más concienzuda y por último en el microscopio, descubriendo que alrededor de los hongos no había ni una bacteria. Todas muertas. Y ese simple hallazgo cambió a la humanidad, porque de ahí a descubrir la penicilina y los antibióticos no hubo más que trabajo y estudio. Un perfeccionamiento científico de alto nivel.
Por eso digo  que si una placa abandonada salvó a la humanidad de morir por infecciones bacterianas, ¿por qué una hamburguesa dejada al azar en el bolsillo de la  chaqueta de un americano, no puede salvar a la humanidad de envejecer y ponerse hecha un asco?
A partir de ahí ya es cuestión de que un científico concienzudo tome cartas en el asunto y trabaje los transgénicos con denodado interés para conseguir dejarnos a todos como una cheeseburger con patatas de la mejor calidad.
Solo podemos concluir que la falta de higiene (en algunos casos) es provechosa  para desentrañar los misterios de la naturaleza y la evolución de la especie.  
Por ahora el descubrimiento se desaprovecha con tonterías, como el de la fotógrafa Sally Davies, que ha decidido fotografiar la hamburguesa día a día. Una auténtica perdida de tiempo, porque si analizara los ingredientes que McDonal´s pone y se lo currará como es debido, algún día nos podríamos conservar como en el momento de nuestra vida que más nos gustásemos. Solo sería cuestión de embadurnarnos de transgénicos y alguna cosilla más que científicamente se descubriera.  
Qué miedo da llegar tarde a tanto descubrimiento, porque a mí mañana me operan de cataratas, ché.

lunes, 16 de febrero de 2015

VOLVER AL COLEGIO

Si volviera a nacer creo que elegiría una profesión que me permitiera pasar mucho  tiempo con los niños.
El martes estuve en el colegio María Auxiliadora de Alicante, era un encuentro entre escritor y lectores. Tenía que hablar de mi libro: “Gus y la casa voladora” Ellos ya lo habían leído y me esperaban vestidos de tertulianos de principio de siglo. Los chicos llevaban bigotes, sombreros, corbatas y lo que se les ocurría. Las chicas pamelas y pañuelos. Todos habían preparado dibujos sobre como imaginaban algunas escenas de la obra.
Es difícil explicar la sensación tan extraordinaria que me produjeron. Sentí haber crecido, que hubiéramos crecido todas las niñas y niños que algún día fuimos. Sufrí un pequeño síndrome de Peter Pan por su espontaneidad, por sus preguntas, por su forma de ver lo que les rodea. Y comprendí por qué nunca olvidamos aquellos años, ni a los amigos que tuvimos, ni a los profesores que nos enseñaron, ni las rodillas llenas de heridas, ni al bedel que nos regañaba por demorarnos en el recreo. Por qué las distancias eran tan largas, las clases tan grandes, las vallas tan infranqueables. Quizá la generosidad y la inocencia vaya muriendo poco a poco, o tan solo transformándose para no ser heridos. Quizá se forma una costra fácil de romper. Y nos ocurre  tan poco a poco, que se nos olvida que existió un tiempo en el que nosotros, todos, dejábamos nuestro corazón en el pupitre, junto con el estuche, sin temor a que nos lo destrozaran.
Solo por la ilusión que sentimos al encontrar a algún amigo de entonces o cuando se nos cuela algún recuerdo de aquellos días, nos damos cuenta de que hubo un tiempo en que todo nos llamaba la atención, en que lo esperábamos todo, en el que nos lo merecíamos todo. 
Una niña me dijo que le había gustado la escena en la que "el prota" ayuda a su prima aunque parece tenerle mucha manía, porque le da pena que se haya quedado atrapada en un árbol. Y le había gustado porque se había dado cuenta de que a pesar de estar siempre peleándose con su hermano, lo quería, y que pelearse no tenía nada que ver con no querer. Hubo de todo, incluso un niño que dibujaba muy bien, me propuso despedir al ilustrador y contratarlo a él. Me los hubiera comido a besos. Algunos me enseñaron unos dibujos muy bien terminados y sorprendentes para su edad, pero otros, algunos de los que no se atrevían a enseñarlos porque estaban sin terminar ni colorear, descubrían con su dibujo, quizá no un esmero en la obra, pero sí una creatividad extraordinaria, una imaginación digna de ser fomentada.
Me despedí con mucha pena y con mucha envidia a María, la profesora que luchaba por sacar de ellos lo mejor, aunque para mí ya lo había sacado.
¿Va a haber una segunda parte? ¿Seguirás escribiendo para niños?
¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo privarme de la fantasía de volver a aquellos tiempos en los que era capaz de vivir extraordinarias aventuras con una simple caja de rotuladores?
Se quedaron en el recreo, me despidieron desde lejos y los vi jugar.





Agradecí a “Gus y la casa voladora” ese momento tan maravillosos que me había hecho pasar. No pude traerme ni una sola foto, la privacidad de los niños requiere la aprobación de cada uno de los padres. Lo sentí pero me pareció lógico. Solo espero sus dibujos. Estoy deseando recibirlos, colgarlos de mi despacho y mirarlos para no olvidar nunca, mientras escribo e invento, que dentro de mí todavía vive esa niña que olía a chicle y a goma de borrar.

sábado, 14 de febrero de 2015

EL SEISCIENTOS Y EL AVE

                                                





El lunes  fui a Alicante. Era la primera vez que hacía ese viaje en Ave y me sentía alborozada. En dos horas y poco más iba a llegar, incluso si hubiera salido por la mañana, hubiese podido regresar en el mismo día.
¿Necesita auriculares?, pregunta el revisor.
La tarde se va poniendo roja por la derecha y negra por la izquierda, parece un sueño. Cada vez cuesta  más ver el exterior. Es en ese instante cuando subo al seiscientos de mi padre. Vamos a hacer un viaje, esta vez de Alicante a Madrid, vamos a recoger a mi madre que ha ido a visitar a su hermana. Conduce en el nuevo coche, un seiscientos verde matricula A-44439 (quizá sea la única matricula de coche que nunca olvidaré). Mi madre dice que estamos locos, mis hermanos dudan de la pericia de mi padre porque acaba de sacarse el carné. Pero mi confianza en él es inquebrantable. Olvido que conduce en primera la mayor parte del tiempo, que cambiar de marcha se le hace un mundo, que es más grande que el coche que conduce, que se mueve dentro con dificultad, que por el ruido ensordecedor de sus acelerones es fácil detectar su presencia. Mi padre suena a coche que se cala. Pero a mí no me importa.
Es de noche, solo veo mi reflejo en el cristal y no me reconozco. La película está a punto de empezar, trato de ver el exterior juntando las manos y me pregunto dónde estará Alcázar de San Juan o Quintanar de la Orden. A lo lejos observo la autopista, pero solo veo una carretera de dos vías. Mi padre ya es ducho en el cambio de marchas pero es todavía incapaz de adelantar. Puede venir en sentido contrario un loco y él no ser capaz de acelerar lo suficiente. “Podemos chocar, hija”. Yo creo en él. Cantamos muy fuerte canciones canarias, o mejor dicho, yo canto y él tararea. “Ponte la mantilla blanca,  ponte la matilla azul…” Reímos a carcajadas y no dejamos de cantar  hasta que, animado por mi insistencia y las veces que el camión  que circula delante se hace a un lado, inicia su gran proeza: adelantar. Lo jaleo mientras lo hace. “Da tiempo, papá. Acelera. Lo vamos a lograr.”
La carretera se hace inmensa, larga, inconmensurable. Aprieta el acelerador y lo adelanta. Aplaudo enardecida y volvemos a las mantillas, a la blanca y a la azul. “Tenemos que celebrar que he adelantado a mi primer camión”, me dice ilusionado. Nos encanta comer y esa hazaña merece un bocadillo de calamares. Mi madre nos pone a régimen, dice que no paramos de comer y que nos vamos a poner como focas. Nos encontramos lo suficientemente lejos para transgredir las normas sin dejar más huellas que algún michelín sin importancia.
 Mientras disfrutamos del bocadillo, el camión volverá a ponerse por delante. Es un riesgo que asumimos.
Ya es de noche, la película que ponen en el ave va de un espía en la dictadura de Salazar, me quedo medio dormida en el asiento, e inmediatamente regreso al A-44439. Ha oscurecido y mi padre ve a lo lejos al camión que tanto le había costado adelantar. Dice que debemos hacer noche en Mota de Cuervo, que un viaje Alicante-Madrid de tirón es una locura. Estoy de acuerdo con él. Nos detenemos en “El mesón de don Quijote”  
La película está a punto de terminar y las azafatas nos pasan un pequeño tentempié. Ya no pasamos por Mota de Cuervo, ni por El Mesón de don Quijote. Dudo si se llevaron esa carretera como al seiscientos y a mi padre, un día cualquiera, para dejarme huérfana de canciones y risas, de bocadillos de calamares y adelantamientos intrépidos.
 “Deseamos que el viaje haya sido de su agrado y esperamos volver a contar con su compañía.”
Es lo mismo que le dije a mi padre cuando llegamos a Madrid.

 “Papá, esto lo tenemos que repetir “

sábado, 7 de febrero de 2015

COSAS DE LA BUROCRACIA


                                               





Mira que defiendo a los funcionarios, mira que les tengo cariño, mira que me indigna que nos corten a todos por el mismo patrón, pero ayer tuve que reconocer que hay algunos a los que deberían esconder en recónditos despachos y no dejarles salir más que en momentos de extremo peligro.
Decidí cambiar de sociedad médica en enero. Me pasé a la Seguridad Social y, una vez rellenado el impreso de Muface, me enviaron a una oficina sita en Juan Bravo para darme de alta ( a ser posible evitarla).
En la entrada hay una funcionaria que te da número según tus necesidades. Si eliges el A seguido de otros números, ya sabes que te toca esperar toda la mañana, pero es lo que hay y esperas.
Cuando llevaba una hora y media, salió mi número en pantalla y después de de echar unas lagrimitas de emoción, salí en busca de la mesa señalada, pero en cuanto me aposenté, la funcionaria me dijo que mira tú por dónde, me había equivocado al coger número,  que tenía que haber cogido el que comienza por B en vez del que comienza por A. Vuelva a empezar, me dice la mar de satisfecha. La cola  era más ligera, pero la media hora no te la quitaba nadie. Al cabo del tiempo, me recibió otra funcionaria mal encarada y de pocas palabras, que se envalentonó poniendo sellos a troche y moche, y me mandó a mi ambulatorio para que me diesen de alta.
Salí arrebatada hacia el ambulatorio para ver si todavía aprovechaba la mañana.
Pero… ¡Ay! Desde ese mismo instante me convertí en una ilegal de la vida. Que si usted no tiene derecho a la Seguridad Social, que si la han borrado, que si de dónde es usted, que si quién se ha creído.  Después de hacerme deletrear “Romeu”  diez veces por teléfono y otras diez in situ, como si se me apellidara  Hsdalndra, Hsdalndranovich. Me dicen que no consto y que, o lo arreglo o desaparezco del cosmos en un pis, pás.   
Vuelvo a Juan Bravo, vuelve la señora de la entrada a repartirme el número que le sale de las narices, espero media hora, y vuelven a decirme al llegar a la mesa descrita, que el número que tengo es equivocado y que coja otro de los que hay que esperar setenta minutos como poco para que me atiendan. Pido piedad por lo de la espera, la equivocación, los días que llevo ilegal y demás incomodidades. Se lo cuento todo. Me mira con gesto agrio y me dice que lo siente y que me levante que tiene prisa. Me doy cuenta entonces de que un dragón va naciendo dentro de mi, de que estoy dispuesta a llegar hasta donde sea necesario. La funcionaria agria se asusta al ver mi ojo elevándose mientras el otro desciende. Quiero hablar con su jefe, le digo. Debe temblarme el parpado porque sale de su mesa y desaparece. Regresa al momento y me dice que otra funcionaria me va a atender. Me atiende la misma que unos días antes me había enviado de mesa en mesa, pero que esta vez parece que se ha hecho eficiente en un curso acelerado. Pone sellos, busca en la pantalla de su ordenador, y me dice que está todo resuelto, que faltaba incluir un papelito de nada. El dragón se va apaciguando pero todavía ruje, aunque en silencio, como los santos.
Regreso al ambulatorio y lo celebro con el personal. Parece que todo está arreglado.
¿Y cómo dice que se llama? R-O-M-E-U. Erre de Roma…
No es cuestión de funcionarios sino de  personas, pero nos dejan en mal lugar, en serio. He conocido a muy pocos así a lo largo de mi vida laboral, pero con uno o dos que se escapen, la fama está servida.  
Por si acaso, a la oficina de la Seguridad Social de Juan Bravo, ni acercarse.

Palabra de dragón dopado con Deanxit.