domingo, 8 de febrero de 2009

LA NOCHE


Hay un momento durante la noche, o quizá más bien en la madrugada, no sé exactamente cual, en la que los sonidos se apagan, en la que parece que el mundo se desconecta, como si una mano ajena lo desenchufara. Y entonces solo existe el silencio. Es un momento extraño, los trasnochadores ya se han marchado y los que madrugan todavía descansan. No sé si es largo o corto, ni siquiera sé si sucede siempre a la misma hora. Solo sé que lo descubrí en la infancia y que para mí siempre ha sido una incógnita. Me despertaba y de pronto sabía que estaba allí. Y al asomarme al balcón lo confirmaba. Las calles estaban absolutamente vacías y los semáforos se apagaban y se encendían en ámbar, de forma intermitente, como si parpadearan de soledad. Las puertas cerradas bajo la luz de la luna parecían encogerse, y las casas tenían el aspecto de estar vacías, deshabitadas.
Mientras escuchas esa quietud extrema, en ese instante, tomas conciencia de un sonido que hace extraña la ciudad. Parece proceder de lugares distintos. Es un sonido como de olas que te obliga a prestar atención, a estremecerte Y es tan solo entonces cuando lo oyes, con toda tu mente concentrada, como si te colocaras una caracola al oído. Es el sonido de la noche lo que te llega; rítmico, como una respiración sosegada, la respiración de un sueño, de miles de sueños. A veces se rompe con un ronquido o con varios, pero siempre regulares, constantes. Es el momento en el que se desenchufa el mundo y a cada uno, ya libre de afectación y engaño, abandona su máscara y sueña. Y así, desconectados del resto, cada uno entra en su propio yo, confuso e incompleto, en sus deseos incontrolables, en sus sueños frustrados, en sus recuerdos, en su aislamiento. Y mientras la confusión se hace imagen, solo queda un murmullo de silencio, de respiración uniforme, de ronquido constante.
Y cuando entonces volvía a la cama, mis piernas se contraían y mis brazos se enlazaban porque no encontraba descanso. Mientras afuera, en la calle, parpadeaban en ámbar los semáforos.

2 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

Parece cosa de brujería, que ahora que no puedo dormir, decida leer tu blog y me encuentre con esta maravilla de texto, que es justo lo que estoy viviendo ahora.

carmen dijo...

Bea, qué ilusión encontrate. Estuve en Tenerife y me acorde de vosotros. Me dais una envidia.
Un beso