Cuando
veo los extremismos a los que están llegando algunos grupos en nuestro país,
pienso que no tienen futuro, que los movimientos exagerados tienen todas las de
perder, que el ser humano tiende a la
estabilidad, al termino medio como dijo Aristóteles.
Existen
grupos, no digo que no, a los que les gusta el riesgo; los alpinistas, los que
practican el Bunge Jumping, paracaidistas, los que les apasiona el parapente.
En una palabra, aficionados a deportes de riesgo. También existe personas
rebeldes, inconformistas, que lo cambiarían todo. Algunos les gusta teñirse el
pelo de azul o tatuarse hasta las uñas. Por supuesto que los hay y merecen todo
mi respeto porque dejan salir su deseo sin preguntarse lo que piensen los demás,
pero no suele ser lo normal. No proliferan, vamos. Existieron los hippies,
vivieron en comunas, fumaron marihuana, quisieron conformar otra sociedad, más
libre, mas a su aire, menos comprometida y mucho más alucinada, pero no cuajó
porque en el fondo era minoritaria. La mayoría, en cuanto a deporte, prefiere
el futbol, el baloncesto, el voleibol. La mayoría, en cuanto a la política, prefiere
vivir sin sobresaltos, según creencias más o menos sociales, más o menos ancestrales,
pero no suele ser extremistas. Quizá ir pegando puñetazos al personal sea lo lógico
pero como son minoría, les llamamos enfermos y tratamos de ayudarles para que
sean capaces de convivir con el resto. Es una forma como otra cualquiera de
definir lo normal. Es por eso que cuando veo a los miembros de la Cup, cuando
veo a Ana Gabriel hablando de las comunas, la educación en libertad de los
niños sin padres ni referentes, cuando la escucho abominar de las compresas y defender las esponjas
marinas para evitar la contaminación del planeta, pienso que es su forma de estar
en el mundo, que tiene todo el derecho a verlo de esa manera y que, al igual
que los que eligen el deporte de caída libre, lo debe disfrutar con los amigos
con quienes comparten afición e ideas. Pero reconozcamos que sus planteamientos
no son mayoritarios y que por tanto tiene pocas posibilidades de acumular votos
y adhesiones en una sociedad que, con sus defectos y sus virtudes, busca el
termino medio.
Luego
de darle toda esa cantidad de vueltas al asunto, ya más tranquila, me voy a la cama. Entonces sueño con Hitler,
recuerdo a Stalin, a Mao, y me despierto desalentada. Nadie en su sano juicio
hubiera pensado que un suboficial bajito y medio loco, fuese a desencadenar una
de las mayores masacres de la historia. Ese hombre, sus ideas y su forma de
estar en el mundo, también eran minoritarias, si hubiera sido deportista quizá
se hubiera dedicado al noble deporte de saltar por las terrazas en verano, algo
que parecería que le iba a afectar tan solo a él. Pero no fue así, las
circunstancias se unieron para conseguirle el poder, como se unieron para que
Pujol consiguiera un poder omnímodo en Cataluña a cambio de apoyar a este o al otro gobierno. Y ese hombre, me
refiero ahora a Hitler, alcanzó el dominio, y por alguna estrategia del destino,
hundió a muchísimos países, a muchas personas, desalentó las esperanzas sobre
el genero humano. Un extremista con suerte, un minoritario en el lugar adecuado
y en el momento preciso.
Si
el destino quiso que Hitler consiguiera que murieran tantos hombres, ¿quién me
dice a mí que no nos viene un cataclismo de dimensiones inalcanzables a costa
de unos cuantos que hace unos años no eran ni escuchados, por una corrupción
que nadie atajó en su momento, por una serie de casualidades que están
desembocando en una sinrazón de consecuencias imprevisibles?