jueves, 11 de abril de 2013

EH, OIGA, NO SE ME CUELE




Es impresionante el furor que causan las colas. La gente va paseando tranquilamente,  ve una cola, y se arrebata, cambia su personalidad, se pone el último, grita a todo el que camina alrededor “oiga, póngase a la cola”, aguanta minutos, incluso horas, sin siquiera saber a dónde conduce.
En una noche blanca de las que organizaba el ayuntamiento de Madrid, me llamó la atención una inmensa cola que daba la vuelta al palacio de Linares. Conseguí acercarme a un guarda de seguridad y le pregunté qué había dentro. “Nada, señora, absolutamente nada. Esta cerrado y no se va a abrir”, me respondió tan campante. Pero… ¿y esto?, insistí señalando la ordenada fila. “Dentro de un momento se iluminará la fachada con colores intermitentes, pero, vamos, que se podrá ver desde cualquier lugar. Incluso cuanto más lejos se pongan, mejor”, me explicó el hombre que estaba tan alucinado como yo observando la paciencia, respeto y rigurosidad con la que se enfilaban los viandantes.
Me alejé cabizbaja. Será este el símbolo del siglo XXI; gente agolpada para comprar libros, muñecas, vídeos, o ver espectáculos que ni saben qué son, ni les importan un pito. Felices tan solo por formar parte de una larga cola sin que nadie se les cuele.