domingo, 27 de septiembre de 2015

MILES DE VIDAS










La verdad es que leer tiene sus ventajas porque lo vives. Ahora, por ejemplo, estoy viviendo la segunda guerra mundial en una isla del canal de la Mancha, Guersney.
Es duro, no lo voy a negar. Nos ha pillado la guerra a bote pronto, sin esperarlo ¿Cómo íbamos a imaginar que los alemanes podrían haber estado interesados en tomar esa isla perdida? Pero ellos, con tal de avanzar, conquistar y dominar, se han metido con sus tanques y sus metralletas. Las pasamos canutas porque nos quitan la comida, la casa, los animales y los sembrados. Ni siquiera nos dejan escuchar la radio. Ese es el motivo por el que se ha creado una sociedad literaria con un nombre la mar de original. “La Sociedad Literaria Y El Pastel De Piel De Patata de Guersney”.
Para sobrellevar la ocupación Nazi, organizamos reuniones de lectura sobre novelas clásicas alrededor de un pastel de piel de patata, que por mucho que me empeñe no logro imaginar.
No lo hacemos porque nos guste leer, al principio, claro, luego acaba entusiasmándonos, sino porque es una forma de reunirnos, hablar, pasar el tiempo, hacer cotidiana la terrible realidad que nos  ha tocado vivir. Me apunto a la tertulia porque de vez en cuando lograrán sacar algún vinito escondido o un asado de cerdo y comérnoslo entre todos. Estoy un poco liada con los personajes, pero lo que tengo claro es que los alemanes tenían una forma terrible de aprovecharse de los pueblos ocupados. La crueldad de algunas escenas me indignan. De pronto suenan la sirenas de los bombardeos y como no hay refugio en la esquina de la calle Azcona con Francisco Silvela, cierro el libro. Menos mal que lo hago, porque el conductor del autobús está a punto de cerrarme  la puerta en las narices. Ya me lo había dicho mi hermano, leer es algo demasiado serio como para hacerlo en tiempos muertos: en un autobús, en un metro, en la consulta de un médico. Pero no lo puedo evitar, si estoy en una isla del canal de la Mancha, en plena Guerra Mundial y además la isla está ocupada por alemanes, es dificilísimo centrarme en el recorrido del 43. Me implico mucho y a veces hasta hablo en alto y me peleo con los personajes. Vivo dos vidas y eso, según mi médico, puede ser un principio de esquizofrenia mezclada con psicosis y algo de psoriasis. Bueno, seguramente dice otra cosa, pero me da lo mismo, sé que es grave y no lo puedo evitar. Ir a General Perón y al mismo tiempo leer cómo detienen a una mujer por defender a un hombre que ha cogido algo para comer, es difícil de compaginar. Veo la sangre correr por la asfaltada calle  y escucho la botas de los alemanes sonar con el mismo ritmo atronador de siempre. Se me llevan los demonios. Consigo sentarme y vuelvo al pueblo de Guesrney. Resulta que la chica, de la que me había encariñado, se le ocurre defender a un hombre al que apalea un alemán y se la llevan presa. Me entra una gran congoja y miró por la ventana. El cielo está azul, sí, pero de un azul cursi, de postal romántica.  A lo mejor solo es mi pena. Atravesamos Clara del Rey y una gorda se sienta junto a mí, o mejor, sobre mí. Continuo en la guerra. La chica, a la que se han llevado presa, ha dejado una hija pequeña que tuvo en secreto con un alemán. ¡Qué valor!, pienso, con lo mal que se están portando, todavía las hay con ganas de enamorarse. Pero quizá no lo pienso, quizá lo digo en voz alta porque la gorda me mira y pregunta: “¿A qué se refiere?”
No le contesto, puede pensar lo mismo que mi médico y paso. Ella primero me observa con asombro y después, sigilosa, se levanta para sentarse en otro lugar. Me alegro porque ambas no cabíamos. Me siento más ancha pero mucho más triste. ¿Qué va a ser de esa pobre niña si el padre lo han destinado a Munich y la madre no hace más que meterse en líos. Una adolescente con los brazos llenos de tatuajes que está apoyada en el cristal de una ventana,  me dice que a ella qué le importa. Creo que he debido hablar en alto de nuevo. El estadio Santiago Bernabeu está a reventar, debe haber partido, o visita guiada. No estoy muy al tanto. Se acerca mi parada y aprieto el botón. Noto un cierto alivio en la gente que se queda en el autobús. “Se baja la loca”, deben pensar. Echo una última mirada. Qué sabrán ellos de lo dura que es una guerra. Y es que en cuanto me pongo a leer me olvido de todo lo que me rodea.
No voy a hacer una reseña de la novela, que me está gustando mucho, solo voy a decir que cuando leo, cuando me gusta lo que leo y cuando aprovecho ratos muertos para hacerlo, siempre acabo llamando la atención. Mezclo vidas, la del libro y la real.

Bueno, diré algo más de la novela porque se merece todo mi respeto. La autora es Mary Anne Shaffer, creo que fue su única novela, y está escrita de forma epistolar. Todavía no la he terminado pero debo confesar que me está gustando mucho  aunque esta entrada va de ficción y realidad, no de reseñas.

jueves, 24 de septiembre de 2015

ME HE QUEDADO CON TU CARA





A mí todo este lío de que les robamos a los catalanes me tiene la mar de preocupada. Y lo más gordo es que un poco les comprendo, porque si a mí me estuvieran diciendo día y noche que alguien me roba, se me pondría un humor de perros. Y si además, a estas alturas,  me vinieran con que los Pujol y algunos más de Convergencia se quedaban con un tres por cien de lo que se construía en Cataluña, con el dinero de los catalanes y sin que nadie moviese un dedo por evitarlo, ya es que la montaba.

Resulta que Maragall denunció en febrero de 2005 que el problema era el tres por ciento. No se volvió a repetir. Fue como un aquí no ha pasado nada. Ni los periodistas, tan empecinados ellos en sacarnos hasta la saciedad lo que les interesa, hicieron mención al respecto.  Una nube pasajera que se diluyó como tormenta de verano. Y no pasó nada porque lo permitieron todos, desde los jueces hasta los dirigentes del momento. La oposición ni se despeinó con semejante denuncia. Solo ellos sabrán los tejemanejes que se traían entre manos. Dejaban que los políticos trincaran a cambio de llevar a las masas atadas cortas respecto a la independencia.

Ocurrió como ocurre en esos países bananeros en los que da repelús dar donativos, por si se lo quedan los dirigentes y su sequito de corruptos, y así se comportó mi país, mis políticos, mis periodistas, la ley que nos amparaba, la justicia que debía poner orden y ejecutar, los auditores, los catalanes y el resto de España.

¿De qué nos asustamos ahora? ¿De que la han liado parda porque querían más? ¿Qué esperaban? Ha ocurrido por silbar y mirar hacia otro lado cuando lo que nos estábamos jugando era la paz y la convivencia pacífica.

 A ver ahora cómo se resuelve la enemistad que se ha creado entre los propios catalanes. Ellos saben la patata caliente que tienen encima. No me gustaría vivir allí en estos momentos, sea de un bando o de otro. Pobrecitos los que pierdan, pobrecitos los que ganen.

“Esa chaqueta mañana será mía”, le dijo un carcelero a un chico de 18 años el día anterior a fusilarlo. Ocurrió durante la guerra civil española. Eran compañeros de colegio. Eso es el odio, eso es un país dividido. Cuando se desencadena, el rencor es incontrolable.

“Me he quedado con tu cara, compañero”.

domingo, 20 de septiembre de 2015

BLOGUEROS DESESPERADOS


 

 

 

 

 

Hoy me he enterado por facebook de que los blogueros literarios sufren lo que no está escrito. Hay un blog que se titula:“Devoradora de libros” que recibe cientos de cartas de escritores noveles para que reseñe su obra.  La verdad es que, aún siendo un verdadero incordio, me siento desilusionada de no haber recibido ningún correo de ese calibre. Claro que mi blog deja mucho que desear. No sé todavía cómo poner las pestañas sin amontonarlas en la parte superior. También es verdad que ni recibo cien visitas diarias, ni reseño libros a no ser que alguno me haya impactado. Pero no se me había ocurrido que las redes echaran humo de pedigüeños literarios.

Tengo muchos amigos escritores, algunos con blog, y jamás me han pedido que comentara su obra, ni han mencionado el hacerlo ellos con la mía. Y es que este mundo literario se está poniendo al rojo vivo. Antes lo único que te importaba era lograr que una editorial se interesara por tu manuscrito, que gustara y lograr vender algo.

Que te leyera un desconocido ya era “la repera”. Todavía recuerdo a mi primer desconocido. Fue el padre de una compañera de tertulia, que tuvo que imprimir mi manuscrito para que ella lo pudiera leer. Él lo sacó y se enganchó con la historia. Cuando ella me lo contó,  me moría de gusto (disimulé, eso sí). Todavía llevo a ese hombre en el corazón, aunque no lo conozco.

Ahora ya no importan las editoriales porque se publica cada uno lo suyo. Jamás he criticado la autopublicación, y no lo he hecho porque pienso que escribir es algo fantástico, como dice Enrique Iglesias, una experiencia  religiosa. Te ayuda a comprenderte mejor, a soltar lastre, a disfrutar de momentos irrepetibles, y no exagero si digo que te ayuda a entrar en trance, como los lamas. Es casi, casi, tan maravillosos como leer algo bueno. Que alguien te lea y le gustes es un aditivo extraordinario, pero centrar tu espontaneidad en gustar al precio que sea, es el mayor error que un escritor puede cometer. Vender tu novela autopublicada y repartirla entre la gente como si fueran kleenex en un semáforo, es lo peor. Quizá porque hay dos cosas que para mí son sagradas: la amistad y la literatura. No perseguiría a un amigo para que comprara mi libro jamás, porque correría el riesgo de perder algo mucho más grande que una venta: la amistad. Y jamás escribiría algo para gustar al público, porque perdería lo más importante que tengo: mi identidad, aquello que anida dentro de mí y me hace diferente al resto. Un libro escrito para que cumpla las expectativas del mercado es una mercancía y como mercante merece que se trate al que así actúa.

Libros escritos en serie, blogueros entregados a la causa, editoriales que buscan ventas y no calidad, tochos escritos para los que no leen ni saben de lo que estoy hablando.

Mis mejores deseos para los autores que se autopublican, triunfen o vayan tirando, pero que sean auténticos. No hay dos seres humanos  iguales y en eso estriba la genialidad, en ahondar en uno mismo tanto que podamos sacar eso que nos diferencia y al mismo tiempo nos hace tan similares. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

EL FUNGIBLE 2015

 
 
 
https://www.facebook.com/mediatecasalcobendas/posts/998941713471310

Felicidades Lola Morales, Javier Sánchez Lucena, Carmen Garcia-Romeu y Alberto Carreño. Ganadores y finalistas de El Fungible 2015 de #Alcobendas .Toda la información en la Revista 7Dias y en la web municipal  Mediatecas">https://www.facebook.com/mediatecasalcobendas">Mediatecas Alcobendas on Jueves">https://www.facebook.com/mediatecasalcobendas/posts/998941713471310">Jueves, 17 de septiembre de 2015

sábado, 12 de septiembre de 2015

MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD



   

 

 

 

Hace tiempo me enviaron un vídeo por facebook que me llamó mucho la atención. Se trataba de un grupo de leones y leonas comiéndose a un ñu en la sabana, al sur de Kenia, y mientras se afanaban con la presa, tres indígenas, extremadamente delgados y de 65 años,  los miraban desde una prudente distancia. En un momento determinado, como si un resorte los hubiera puesto en marcha, se lanzaron como un solo hombre hacia la pieza que devoraban los leones, y lo hicieron con decisión, sin dudas. Éstos, al verlos llegar, se fueron apartando de la presa poco a poco. Y los indígenas, sin perder tiempo, cortaron una pata del animal con un machete y se la llevaron. Los leones que observaban no muy lejos, al verlos marchar volvieron a su presa sin atacarles. Era la máxima manifestación de lo que puede generar el desconcierto. La fuerza de la decisión y el inmenso poder de la sorpresa.

Desde entonces no he dejado de pensar en el vídeo, y cuando la otra noche estuve viendo un documental sobre la segunda guerra mundial, confirmé mis sospechas. Hitler fue invadiendo territorios sin encomendarse a dios ni al diablo. En primer lugar,  los territorios que él consideraba alemanes. El resto de europeos contemplaban la decisión de sus hazañas, tan perplejos como los leones a los indígenas. “Bueno”, pensaron, “al fin y al cabo son territorios a los que él cree tener derecho, no merece la pena inmiscuirse.” Los datos que  se  daban en el documental era que si en ese instante se le hubieran parado los pies, los alemanes hubieran tenido que desistir porque no estaban preparados ni militarmente ni económicamente para el enfrentamiento con Europa. Pero pareció una nimiedad, un desgaste inútil, una falta de temple. Luego invadieron Polonia, y el susto fue morrocotudo, pero ya no había nada qué hacer. Los pactos estaban firmados por detrás, y los alemanes también estaban mucho más pertrechados. Después…, bueno, lo que vino después ya lo conocemos todos. Murieron entre 55 y 60 millones de personas en la guerra, hubo mutilados y hambre durante muchísimos años. Y todo por el poder de la sorpresa,  la inactividad y la dejadez de los que observan cobardes sin tomar medidas a tiempo.

De hechos como ese está plagada la historia. Hernán Cortes invadió el imperio azteca con unos cuantos soldados y marineros. Invadió a un PAÏS entero, que se dice pronto. ¿Cómo se explica eso?, pues por el dichoso poder del desconcierto, por la sorpresa, por la falta de arrojo en los momentos precisos.

“Momentos estelares de la humanidad: catorce miniaturas históricas”, un libro de Stefan Zweig, nos habla de cómo se ha ido  conformando la historia, y nos cuenta hechos sorprendentes de pérdidas por despistes, casualidades, sorpresas e indecisión.

 Siempre igual, unos leones sin arrojo que se ven sorprendidos por cuatro  indígenas temerarios. Un hombre temerario y sin escrúpulos se enfrenta a un blando que se lo piensa todo tanto, que cuando va a actuar se le ha echado el tiempo encima.

Dictadores que convulsionaros a la humanidad ante pánfilos de catalogo y la pifia consumada.

No viene nada mal leer este libro y repasar la historia  en estos momentos tan delicados para el futuro.  

(Os dejo el vídeo)

Cazadores Dorobo, Kenia, África. Robando a leones.Human Planet.


viernes, 4 de septiembre de 2015

EL SUEÑO Y LA VIGILIA


 

                           

 

 

 

 Cuando sueño me lo tomo todo a guasa. Es decir, que si mi sueño va de que estoy en una entrevista de trabajo, como sé que no es verdad, me entra la risa floja, subo las piernas encima de la mesa del entrevistador, las cruzo y le pregunto con mirada chulesca: “¿De verdad cree usted que por ese salario voy a trabajar doce horas?” Él me mira contrariado y me dice: “Su horario en el papel será de ocho horas, pero como trabajará en una entidad bancaria ubicada en un centro comercial, deberá permanecer en su puesto hasta que cierren, es decir, de ocho AM a ocho PM”. Suelto la carcajada y mientras, golpeo la mesa repetidas veces. El entrevistador me echa mientras me grita que por ese puesto hay bofetadas. Luego me despierto y vuelvo a cerrar los ojos para ver si puedo continuar un poquito más. Necesito tiempo para agarrar al entrevistador por las solapas y soltarle cuatro frescas, pero no lo consigo, el despertador me recuerda que cómo llegue tarde al trabajo y me despidan, me tendré que apuntar al paro, soportar un curso acelerado de esos en los que se queda dinero todo el mundo menos yo, me veré obligado a pasar una entrevista en la que me pedirán que viva en las bodegas del centro comercial porque gracias a eso se está reduciendo el paro una barbaridad, y yo tendré que continuar firmando lo que sea menester.

 Es lo malo que tienen los sueños, que te acostumbras, te aturrullas y acabas sin tener muy claro si lo que te pasa es sueño o realidad. Algunas veces me despierto y otras no. Es decir, que algunas veces resulta que no estoy soñando y la monto. Temo acabar como la madre de mi amiga Celia, que está convencida de ser la novia de Bertín Osborne y se pasa la vida comprando ropa low cost para sorprenderlo cada vez que sale en la tele.

 He preferido acudir a un psicólogo para que me ubique. Es decir que sea capaz de hacerme distinguir lo real de lo imaginario.

Me recibe cordial y me señala un sillón para que me siente y le cuente mi problema. Nada más empezar a hablar lo veo observar su móvil como de reojo. Me siento superflua, pero continúo con lo del sueño y la vigilia. Él hace como que me escucha, pero no deja de mirar al móvil  y sonreír. Yo dejo de hablar y él se da cuenta de que me he percatado de su falta de interés, se hace el cercano y me hace partícipe de sus alegrías. “Es un amigo que me envía un whatsapp. Dice que me  espera en la cafetería del Corte Inglés para que nos tomemos unas cañas. No me puedo negar”, me explica. Me pregunto si él también creerá estar en un sueño y por eso se ríe del paciente en su propia cara. “Continúe por favor”. “No, mejor vuelvo otro día”, le digo, y me dirijo a la consulta del traumatólogo porque tengo cita para hacerme una ecografía. Cuando ya ha terminado y estoy embadurnada de gel hasta los talones, suena su móvil y sale disparado de la consulta para nunca más volver. Salgo a la calle envuelta en gel y como pienso que él también debe estar sumido en un duerme/vela, decido buscarme un novio imaginario, como la madre de Celia. Total, cada día llevamos peor la realidad.