domingo, 26 de agosto de 2018

NOTICIAS FALSAS


imagen: Rafal Olbinski


Cada día recibo un guasap manipulador: la mayoría de las veces, más de tres. 
Pont Avui difundIó imágenes de violencia policial de 2013 como si fueran del 1 de octubre en Barcelona, y los agresores fueran los policías nacionales contra los independentistas catalanes. 
Me envían un vídeo falso de inmigrantes atacando una cafetería y abriendo la caja registradora con violencia. Al fondo un mensaje reza: ¡Refuges Welcometo Spain! Ese vídeo no está grabado en España sino en Sudáfrica a finales de 2015. 
Las noticias falsas son un fenómeno contra el que las autoridades están haciendo grandes esfuerzos, dado el daño que pueden crear entre la población. Buscan la confusión, influir sobre las decisiones personales y dañar la imagen de determinadas personas, entidades o instituciones. 
No son inocentes, tienen un objetivo claro; sembrar el odio a personas, instituciones y organismos. 
Algunos celebres experimentos de Psicología nos muestran la importancia de crear un caldo de cultivo de odio y dejar que la semilla crezca. Comienza un rumor que nos hace cuestionar nuestros principios, aunque la lógica nos dice que no es así.
¿Nos dejamos influir por la mayoría? ¿Podemos estar ante falsos consensos continuamente? Un 10% opina una cosa y se les sigue sin cuestionar. Estamos exponiendo la capacidad de percepción. 
Están de moda los “influencer” que, como su propio nombre indica, tratan de influenciarte, dirigirte, obligarte a interpretar las cosas de forma distinta a como las sientes. Mediatizados por el entorno, ¿hasta dónde somos capaces de llegar. 
El Experimento de la Cueva de los Ladrones de Sherif en el año 51, puso de manifiesto la facilidad para enfrentar a grupos homogéneos. Llevaron a niños de unas creencias y educación similares a un campamento, los dividieron y les pusieron nombres diferentes para distinguirlos. Luego les obligaron a competir. A partir de ese momento se crearon prejuicios entre los grupos, generalizaciones. Y al cabo de cuatro días hubo quema de bandera, peleas, encontronazos. Se crearon fricciones entre los colectivos, se dejaron llevar. 
Se crean conflictos sociales sin haber nada, simplemente generados mediante la competición. 
Es por eso, que cada vez que recibo un mensaje que me incita al odio, lo compruebo en google, y una vez que he detectado que es falso, envío el artículo demostrando la mentira a quien me lo envía, y a continuación le mando un artículo de El Mundo today del tipo: “El monstruo del lago Ness ha tenido un ataque de furia y se ha bebido toda el agua del lago”, o “Un mosquito le regala un bocadillo a un hombre después de chuparle la sangre”. 
No puedo con las manipulaciones ni con las mentes propensas a caer en la trampa. 

miércoles, 22 de agosto de 2018

EL TÉCNICO DE OTIS


                                                          






El domingo, cuando subía de la playa en el ascensor interior de mi edificio, se paró en el primer piso. Bueno, eso lo supongo porque todavía desconozco en qué piso se detuvo. Íbamos cinco personas, más sillitas y sombrillas. Ocupábamos la totalidad del espacio disponible y, quizá por eso, tratamos de mantener la calma. Tocamos el botón de emergencia la mar de ilusionados, pero sonaba a zumbido de mosquito noctambulo, y en la pantalla frontal solo aparecía la imagen de un teléfono y unas letras que anunciaban; llamando, llamando, llamando. La pantalla por la que nos comunicábamos es la misma que cotidianamente nos alegra el ascenso está un poco desajustada, esa es la verdad. 
Nuestra angustia fue en aumento al comprobar que solo había un móvil y que nadie se sabía el teléfono de sus contactos de memoria. Por fin se recibió nuestra llamada de emergencia, pero la señal era tan débil que no había quién se entendiese. Nos pedían que gritáramos más, y nosotros nos descoyuntábamos intentando hacernos entender. Eso produjo en nuestro organismo aumento de calor y desesperanza. Llegamos a la conclusión entre todos, de que habían dicho que en 10 minutos vendría el técnico a sacarnos, a los diez minutos volvimos a llamar. De nuevo “Llamando, llamando, llamando”. Una imagen difusa y un sonido todavía más difuso, nos anunciaba que en 20 minutos vendría el técnico, pero más que un sonido de auxilio parecía un disco rayado que emite un robot, dron o cualquier invento cibernético que ni funciona ni funcionará jamás. Dada la total entrega y predisposición de los servicios de Otis para rescatarnos, decidimos llamar al 112. 
Sudábamos como pollos, pero eso sí, manteníamos esa falsa sonrisa de aquí no ha pasado nada, para evitar el arranque de histerismo de cualquier pasajero. Eso nos hubiera comido la moral definitivamente. Las toallas humedecidas, ya no por la ducha sino por el sudor, cayeron al suelo. Alguna voz exterior nos animaba a que no perdiéramos los nervios, y uno de los viajeros daba golpes a las puertas para ver si lograba abrirlas produciendo un traqueteo espeluznante. No se lo recriminamos, tan solo lo mirábamos con una amplia sonrisa. 
Ya habíamos perdido la fe en el técnico de Otis y sus sistemas de alarma, ya nos disponíamos a perder los nervios e insultar a todo lo que se moviese, cuando una ligera sirena de bomberos sonó en la lejanía. Esa señal fue suficiente para devolvernos la dosis de ilusión que necesitábamos para no liarnos a bofetadas contra el que daba golpes a la puerta. Continuábamos con la sonrisa cuando llegaron los bomberos. Preguntaron por nuestro estado de salud físico y mental. Volvimos a sonreír. Aporrearon las cabinas con material contundente, tanto que la cabina se tambaleaba de tal forma, que pensamos íbamos a caer por el foso. Nos alentaban, nos animaban, nos prometían, pero tardaron en sacarnos, pues se había atascado la puerta exterior, por lo menos eso fue lo que nos dijeron. De momento los escuchábamos por la derecha, de momento, por la izquierda. Resultaba esotérico imaginar a un bombero suspendido por el hueco del ascensor en  una zona en la que no había más que pared, mientras nos preparaba con susurros enternecedores para una maniobra complicada.
 A los 45 minutos se abrieron las puertas y solo recuerdo lo mucho que corrí para salvarme. Cogí otro ascensor hasta el piso 24 (supongo que la lógica en estos casos no funciona). Ni siquiera inhabilitaron el ascensor siniestrado. Mi familia subió en él dos minutos después, la mar de tranquilos y sin rastro de técnico ni bomberos. 
Me contaron cuando llamé a los bomberos para enterarme de si habían presentado una incidencia, que el ascensor que sube de la playa atraviesa un tramo de foso sin salida, equivalente a diez plantas, por lo que, si nos hubiésemos quedado en ese tramo, nos hubieran tenido que subir con poleas y el tiempo hubiese sido muy superior. 
Ya no cojo el ascensor, he cambiado mi curso de inglés por el de memorización de los teléfonos móviles de mi agenda, no me fio de las alarmas. Subo y bajo 24 pisos a pelo. Vivo en una desconfianza recalcitrante y me lío a gorrazos contra cualquier hombre con el que me cruce por la calle que se me antoje con cara de técnico de Otis. Dicen que me he quedado muy deteriorada, pero es que ¿acaso no es normal?  

martes, 14 de agosto de 2018

MANTAS BAJO EL SOL

                                               





Leo que una feriante ha dejado planchado “al bueno” de Rufián por haber defendido a los manteros. Ha dicho en redes sociales que para entender a los manteros se debe uno pasar el día tras una manta, bajo un sol tórrido y vender lo que sea para sobrevivir. 
La feriante, mantera legal, le ha respondido que ella se pasa las mismas horas, bajo el mismo sol, vendiendo lo que puede, con la diferencia de que le queda menos porque paga impuestos y cuotas a la seguridad social. Menuda pringada. La verdad es que el asunto es de Perogrullo, pero el que no quiere ver no ve, se lo pongas como se los pongas. 
La mayor ilusión de la gente no es impresionarte con su ropa de firma, sus cenas en restaurantes de lujo, sus paseos en yate o su casoplón en la urbanización más cara de la zona, sino contar lo listos que fueron, son y serán, engañando al fisco, a la seguridad social y a todo lo que se mueve. Da, como tono. Supone tal signo de distinción, empaque y elegancia, que a mi madre se la llevaban los demonios porque sus amigas tenían dinero negro y ella no. Regresaba de sus partidas de cartas contrita y afrentada, porque no tenía muy claro a lo que se referían, pero sí la forma displicente de mirarla. Me daba pena contarle la verdad; que su pensión estaba controlada, que sus bienes figuraban en los datos del borrador de la Agencia Tributaria porque se declaraban hasta las agujas de hacer punto, y que la Seguridad Social la había pagado mi padre euro tras euro, pero que no se lo contase a nadie porque sus amigas iban a despreciarla y los manteros la iban a llamar fascista, racista, insolidaria y medio pensionista. 
Y es que en este país nos dan pena todos menos los que cumplen con sus obligaciones, los consideramos unos tontos y muertos de hambre. Si ellos saben escaquearse y tú no es porque no tienes sus agallas empresariales, porque careces de su imbatible coeficiente intelectual para engañar. 
El caso es que mi madre vivió los últimos años sin cumplir su sueño de pirata recalcitrante y, además, teniendo que escuchar lindezas como: prepotente, racistas, facha e insolidaria. Se salvó de que no le okuparan su casa aprovechando cualquier visita al mercado, porque en aquella época los okupas todavía no estaban bien vistos. 
Supongo que murió como lo hacemos todos, en un mar de incertidumbre, porque a pesar de los muchos o pocos años vividos, siempre nos solemos morir de la misma forma; sin haber entendido nada. 
Me parece incomprensible que los defraudadores de turno, esos a los que les sale el dinero hasta por la corbata, tengan escondidos sus bienes en paraísos fiscales. Me parece incomprensible que los políticos tengan prebendas fiscales y pensiones “prebendosas”. Me parece incomprensible que el estado se financie con los memos de siempre. Pero que además de hacer la vista gorda, nos llamen insolidarios porque no estamos de acuerdo con que algunos escondan sus bienes o saquen sus mantas al sol y luego cobren esa pensión tan poco contributiva, la verdad; me enfada, me ofende y me agravia.