He
leído en la prensa que han sido detenidas cinco mujeres bosnias por atracar en
el metro. Habían cometido trescientos treinta atracos. Tenían una gran pericia,
ha comentado la policía. Llevaban robando diez años. Eran carteristas que
aprovechaban la entrada y salida de viajeros para rodearlos y sacarles el
monedero en plena confusión. No podían hacer nada contra ellas porque… “pagaban
el billete”. Las han pillado, por lo que se ve, una vez más. Las han
amonestado, una vez más, y el juez harto de tanto robo, tanto delito y tanta
amonestación, las ha condenado a algo terrible, doloroso, a algo que va a
producir su reinserción inmediata: No acercarse al metro. Les ha impuesto una
orden de alejamiento como a los maltratadores, pero no de su pareja sino de su
medio de vida: “el metro y las carteras ajenas”. ¡Qué duro!
Me
ha dado qué pensar. Creo que de ser así no me importaría que como condena por no
declarar mis ingresos en el IRPF me obligaran a alejarme de la Delegación de
Hacienda unos metros o quizá kilómetros. Y si quieren ponerme una cadenita que
pite cada vez que me aproximo, pues que pite que yo me avengo. Incluso estaría dispuesta a sufrir tamaña condena en
lo que respecta a Tráfico, Seguridad Social, Ayuntamiento. Yo no pago mi deuda,
el juez me condena a una orden de alejamiento con pulsera pita, pita incluida,
y aquí paz y después gloria.