jueves, 19 de junio de 2014

EL REINO DE LOS CIELOS Y COSTA CRUCEROS









Viajar en crucero se ha convertido en un deporte de riesgo, si no que se lo pregunten a aquellos que compraron los billetes antes de febrero, en “La semana del cruceros”. Tenías que acudir a encargar el viaje  a calzón quitado porque si no te quedabas en tierra. “Mire, lo siento, pero ya no nos queda más que cabina interior, planta bodega y pijama salvavidas por si el barco se escora. ”Pero…oiga, que yo quisiera al menos ver la luz del amanecer”, le explicas al de la agencia. “De eso nada, o compra el camarote real, que por pura casualidad nos queda libre, o se queda en tierra”, te dice el tío cerrando la carpeta sin arredrarse. “Está bien, deme lo que sea, que tengo yo ilusión de ver los fiordos”. “Aquí tiene los billetes, son los últimos y gracias a que  acaba de contraer la malaria carpetana una pareja, que si no se queda usted en tierra por dejado y malqueda”. “Pero si salió la promoción anteayer”. “Anteayer fue hace mucho tiempo, porque nos los quitan de las manos, sabe usted. Oslo, el sol de media noche, el Púlpito, Berger... “
Y pasa un mes y pasa otro, pero no solo no se agotan los billetes sino que cada día salen más baratos los pisos altos, esos que estaban cogidos desde el primer día. Y además te llaman para decirte que te dan balcón y piso alto por el módico precio de 120 euritos más por barba. Y tú, que ya empiezas a mosquearte, le preguntas al de la agencia que en cuánto está ahora ese billete que habías conseguido por pura chiripa, y va el tío y se enfada. ¿Lo toma o lo deja?, te contesta de malas formas porque lo has pillado trapicheando y se crece para impresionar. Entonces decides que lo tomas, por esa perra tan enorme que te ha entrado de conocer los fiordos,  y porque ¿a ver qué  vas a hacer tú en la planta tres e interior quedando la planta ocho con balcón libre?
A mí la historia me recordaba un montón a la parábola sobre el denario y El Reino de los Cielos, la que nunca he llegado a entender y por la que se tambalea mi fe cada vez que la recuerdaba. Dice que El Reino de los Cielos se parece a aquel que contrata a trabajadores a las ocho de la mañana, a las diez y hasta las doce. Todos por un denario. Pero llega uno media hora antes de cerrar, cuando ya los de las ocho están deslomados,  y lo contrata por el mismo denario. El de las ocho pilla un mosqueo de muerte, y el propietario le pregunta que de qué se queja. “¿No aceptaste esas condiciones cuando te contraté?
Con la de vueltas que le he dado a ese pasaje y, mira tú por donde, descubro que en Costa Cruceros siguen la misma táctica de la Biblia, que a mi vecino de mesa le costó seiscientos euros menos que a nosotros solo por sacar los billetes en una agencia inglesa. Dice que incluso le compensó perder la fianza. Nos contó que lo único malo del asunto es que le hablan en ingles, pero que es lo de menos, que él contesta por señas y que le quiten lo bailao.
Entro en el comedor cejijunta y malhumorada, me da la impresión que todo el que come y baila a mi alrededor ha pagado menos. Observo como entran fuentes de frutas en los camarotes colindantes, les hacen masajes, les cantan rancheras al oído, y todo por el mismo denario que me ha costado a mí o quizá menos. 
Cuando me despido indignada por las diferencias, me dicen que si me apunto a tres cruceros en tres meses, me regalan una foto con el capitán de frente y de perfil.
Lo dicho, los que saquen el billete en una agencia inglesa serán los primeros. 

martes, 10 de junio de 2014

MASTERCHEF EN LA FERIA DEL LIBRO














El domingo estuve en la Feria del Libro de Madrid, y como siempre, algunas casetas estaba a rebosar y otras a verlas venir. Este año tuve la suerte de que una de las más visitadas estaba frente a la mía y eso me permitió cotillear a mis anchas. La cola aumentaba a cada segundo, daba varias vueltas sobre sí misma y luego se dispersaba entre pinos y ardillas. Parecía la de Doña Manolita en Navidad, aunque  desde mi ubicación no alcanzaba a ver su fin.
“Es que son los de Masterchef”, me explicaron.
Al principio de ese programa pensé que era una magnifica idea porque iban a  inculcar el amor por la cocina a los padres, abuelos, hermanos, cuñados, hijos y demás familia. Se había acabado el llegar sudorosa del trabajo, cambiar tu traje de chaqueta por el mandil y ponerte a rebozar croquetas sin desaliento. Se había acabado el preparar tarteras para congelar. Todo ese exceso estaba llegando a su fin, cada uno prepararía su menú por riguroso orden de antigüedad para no pelearse, y el mundo volvería a ser un lugar de mariposas  y bellos atardeceres.
Pero después de tanto programa todavía no he presenciado el evento. Y es que no se trata de aprender a cocinar, de cogerle el truquillo a los guisos, de disfrutar con nuevas recetas, de aprender a amar la cocina y sus secretos. No, se trata de tomártelo como si jugaras el mundial. El medio campo ataca mientras el lateral derecho le echa azúcar al escalope y el centrocampista se tuerce un tobillo tratando de llegar el primero para coger los huevos más frescos y más camperos que el super del Corte Inglés haya conseguido.
Me fijé en uno que quería  preparar “un tournedó a la espada campeadora” y ni encontró la espada, ni esta se dejó atrapar, como le pasaba a todo el que no era el genuino Rey Arturo. Un chafón tremendo. Mientras tanto una presentadora con voz de señorita Rottenmeier azuzaba a los concursantes a correr. “Señores concursantes, que se les acaba el tiempo”. Ellos corrían de un lado para otro sin mucho sentido, un poco al tun tun, porque los ponen de los nervios. Y por si hay algún panfilón, siempre están los chefs, para tocar un poco más las narices. Se les acercan justo en el instante en que, por ejemplo, están metiendo el volován de gambas al horno, y les hacen preguntas idiotas, más que todo para ver si logran que se les queme el hojaldre. Es un concurso muy duro, la verdad. No sirve para enseñar a cocinar, pero sí para despertar el amor por la cocina. Eso dicen. El espectador no ve cómo se hace ni un mísero huevo frito, solo como los concursantes sudan la gota gorda mientras  emulsionan a troche y moche.  
Y luego, cuando pretendo que el abuelo me ayude con la cena y le pido que asuste a las habichuelas, me dice que lo siente pero que a él en cuanto le sacan del fumet se lía. Mi marido se queja cuando le cuento que es que se me ha agarrado el cocido. Me mira de arriba abajo y me dice que para presión los del masterchef.  No te preocupes, le explico, que eso lo arreglo yo poniendo un paño húmedo debajo de la olla para quitar el sabor a “socarrat”. Pero es decirlo y arrepentirme, pues lo noto como sin fe en mí. Mis hijos me piden que les haga un  coulis de postre. Y yo les contesto que como sigan así, los voy a desleír y se les van a quitar las ganas de ver masterchef.
Por eso cuando he visto que la cola daba la vuelta al estanque del Retiro, me he encendido. Quería salir para decirles a todos los que la formaban que para cocinar no hay que tener prisa, que se cocina con amor, como decía mi abuela, y que lo que ellos hacen es presionar y ganar pasta gansa. No salgas, me dice el editor, que luego van a pensar que lo que pasa es que tienes envidia porque la gente prefiere un “concasse” en condiciones que tu libro de “Aniceto”,  y yo regreso,  me “emplato” un ratito en la caseta y sufro.



viernes, 6 de junio de 2014

Gus y la casa voladora en la Feria del libro 2014

Hace ya dos años, en abril de 2012, que presenté “Gus y la casa voladora” con Pablo Reyna en “Picnic”. Tenía mucho miedo porque la literatura infantil y juvenil era todo un reto para mí. Cuando Eva Metola me dijo que contaba conmigo porque iba a crear una nueva editorial para niños y jóvenes, me quedé un poco parada. Pablo me ofreció su experiencia y apoyo. Por fin di a luz a “Gus”. El día de la presentación cogí el libro con una mano y soplé sobre él como si fuera un vilano. Le deseé toda la suerte del mundo y pedí que volara muy lejos. Sabía la dificultad de las editoriales pequeñas para hacerse un hueco, sabía que no contaba con amigos que me fueran a poder hacer marketing, ni blog. Sabía que los libros se apilan uno sobre otro en las librerías a una velocidad de vértigo. Pero, sobre todo, sabía que los niños son severos, que no se dejan engañar así como así. Su mundo es demasiado rico como para perder el tiempo en tramas engoladas. Lo sabía porque tengo nietos y sé lo difícil que es mantener su atención durante mucho tiempo. Por eso cerré los ojos, lancé el libro a la suerte y soplé con toda mi ilusión. Desde entonces han pasado tres Ferias del libro, y ahora la editorial Narval me premia con la información de que “Gus”gusta. Mi vilano ha volado y ha atrapado a muchos niños en su deambular, niños que ahora lo piden, niños que “se agarran a él como lapas” según palabras de Patricia que estuvo en la caseta. Estoy muy agradecida a Narval por haberme dado esa oportunidad, por apostar por mí, y sobre todo agradezco a esos niños que por unos momentos dejan la Play y la tele para sentarse a compartir con “Gus” su historia de vuelos y fantasía, de inventos y coraje. Una historia que nació por la confianza de Eva, el apoyo de Pablo, las magnificas ilustraciones de Valenti Ponsa y se puso a volar con fuerza, como un vilano cargado de deseos.