Viajar
en crucero se ha convertido en un deporte de riesgo, si no que se lo pregunten a aquellos que
compraron los billetes antes de febrero, en “La semana del cruceros”. Tenías
que acudir a encargar el viaje a calzón
quitado porque si no te quedabas en tierra. “Mire, lo siento, pero ya no nos
queda más que cabina interior, planta bodega y pijama salvavidas por si el
barco se escora. ”Pero…oiga, que yo quisiera al menos ver la luz del amanecer”,
le explicas al de la agencia. “De eso nada, o compra el camarote real, que por
pura casualidad nos queda libre, o se
queda en tierra”, te dice el tío cerrando la carpeta sin arredrarse. “Está
bien, deme lo que sea, que tengo yo ilusión de ver los fiordos”. “Aquí tiene
los billetes, son los últimos y gracias a que
acaba de contraer la malaria carpetana una pareja, que si no se queda
usted en tierra por dejado y malqueda”. “Pero si salió la promoción anteayer”.
“Anteayer fue hace mucho tiempo, porque nos los quitan de las manos, sabe usted.
Oslo, el sol de media noche, el Púlpito, Berger... “
Y
pasa un mes y pasa otro, pero no solo no se agotan los billetes sino que cada
día salen más baratos los pisos altos, esos que estaban cogidos desde el primer
día. Y además te llaman para decirte que
te dan balcón y piso alto por el módico precio de 120 euritos más por barba. Y tú,
que ya empiezas a mosquearte, le preguntas al de la agencia que en cuánto está
ahora ese billete que habías conseguido por pura chiripa, y va el tío y se
enfada. ¿Lo toma o lo deja?, te contesta de malas formas porque lo has pillado
trapicheando y se crece para impresionar.
Entonces decides que lo tomas, por esa perra tan enorme que te ha entrado de
conocer los fiordos, y porque ¿a ver qué vas a hacer tú en la planta tres e interior
quedando la planta ocho con balcón libre?
A mí
la historia me recordaba un montón a la parábola sobre el denario y El Reino de
los Cielos, la que nunca he llegado a entender y por la que se tambalea mi fe
cada vez que la recuerdaba. Dice que El Reino de los Cielos se parece a aquel que
contrata a trabajadores a las ocho de la mañana, a las diez y hasta las doce. Todos
por un denario. Pero llega uno media hora antes de cerrar, cuando ya los de las
ocho están deslomados, y lo contrata por
el mismo denario. El de las ocho pilla un mosqueo de muerte, y el propietario
le pregunta que de qué se queja. “¿No aceptaste esas condiciones cuando te
contraté?
Con
la de vueltas que le he dado a ese pasaje y, mira tú por donde, descubro que en
Costa Cruceros siguen la misma táctica de la Biblia, que a mi vecino de mesa le
costó seiscientos euros menos que a nosotros solo por sacar los billetes en una
agencia inglesa. Dice que incluso le compensó perder la fianza. Nos contó que
lo único malo del asunto es que le hablan en ingles, pero que es lo de menos, que
él contesta por señas y que le quiten lo bailao.
Entro
en el comedor cejijunta y malhumorada, me da la impresión que todo el que come
y baila a mi alrededor ha pagado menos. Observo como entran
fuentes de frutas en los camarotes colindantes, les hacen masajes, les cantan
rancheras al oído, y todo por el mismo denario que me ha costado a mí o quizá
menos.
Cuando
me despido indignada por las diferencias, me dicen que si me apunto a tres cruceros en
tres meses, me regalan una foto con el capitán de frente y de perfil.
Lo
dicho, los que saquen el billete en una agencia inglesa serán los primeros.