miércoles, 15 de abril de 2020

EL DESCONCERTANTE CORONAVIRUS Y LOS MADRILEÑOS




Este coronavirus se comporta como un perfecto humano; unas veces contagia, otras, no. Unas veces se queda en la ropa, otras vuela, otras cae el suelo ensuciando las suelas de nuestros zapatos, otras se queda estático en el aire como si no fuera con él, en un lugar estratégico para que cuando  pases, se te meta en las fosas nasales y la líe. 
Ese comportamiento aleatorio y bipolar desconcierta muchísimo.
Cuando llego a casa después de la compra parezco un pollo sin cabeza: limpio las suelas de los zapatos, los envoltorios, las cervezas, las gafas, los guantes, la mascarilla. Me restriego en la ducha, me despojo de mis vestiduras. Friego la casa una y mil veces, hasta que caigo exhausta y malograda. Algunos covis 19 infectan con tanta virulencia que pueden con el organismo humano, otros no, solo los deja asintomático, o sea que los contagia pero no les hace daño. Algo así como los vampiros de toda la vida, deja zombis contagiadores e inocentes, atacantes silenciosos. 
Dicen que es más peligroso en los ancianos, pero para los ancianos cualquier virus es malo porque  las defensas andan un poco debilitadas, pero he escuchado que en algunos jóvenes es peor, porque tienen tantas defensas que ellas mismas atacan a los pulmones. 
Se queda en  el cartón? en el aire? en la ropa? en las cervezas? en los plásticos? 
Los humanos también actuamos de una forma completamente aleatoria. Ayudamos al banco de alimentos, aplaudimos a los sanitarios, a los policías, a los bomberos … Aplaudimos pero también señalamos al vecino de urbanización si pensamos que ha venido al apartamento a contagiarnos. Destrozamos al político contrario. Blanqueamos al nuestro, perdemos la objetividad hasta límites inimaginables. Ahora hay mucha gente que dice que ya no aplaude más, ves tú, porque el gobiernos está aprovechando los aplausos para hacerse propaganda. 
Unos dicen que la culpa de todo la tiene el 8M y el resto de concentraciones de ese periodo. 
Soy madrileña y vine a la costa porque teníamos una celebración. Si hubiese sido lista no habría venido, porque la ciudad de Milán ya estaba vacía.  Pero, lo que son las cosas, esperábamos a que los que nos dirigen nos dijeran qué hacer. Ilusos de nosotros. Acaso somos niños de babero, para esperar a que nos lo diga el que manda? Esperábamos, como idiotas,  que si la pandemia estaba arreciando, cerrarán Madrid. 
Me pilló el confinamiento en la costa y aquí nos quedamos. Casi sin ropa, sin estar preparados. En fin, no podíamos regresar y nos confinamos. Pues, lo que son las cosas, a partir de entonces nos miraban como torcido, por ser madrileños. Nos hacíamos los locos, como que no lo notáramos. Pero ha llegado la Semana Santa y ahora la persecución se ha hecho más virulenta. Si vas al super y tú DNI te ubica en Madrid, te ponen una multa de 600 euros.  No salgas, me avisan los amigos, pero si no me dejan regresar a Madrid. Da igual, te denuncian los vecinos. 
Me siento proscrita y amenazada. Acaba de pasar un helicóptero de la policía por delante de mi terraza, me he escondido debajo de la cama, no vayan a atar cabos. También pasó ayer un apagafuegos que echaba sus chorros de agua, al agua. Qué raro. ¿O no eran de agua? ¿Y si nos buscan para fumigarnos? He sacado el capirote de cofrade, y mientras dure la Semana Santa quizá me sirva, pero pronto quedará obsoleto. Pasado el domingo de Ramos no me salva ni el capirote: 65 años, madrileña, casa de la playa… Me persigue la policía, el coronavirus, los vecinos, el apagafuegos y un helicóptero sospechoso que merodea mi terraza.  Y de nuevo no sé qué hacer. Lavo las suelas de los zapatos, me pongo mascarilla, no me la pongo, me voy a Madrid, me quedo, pago la multa, dejo que me fumiguen. 
No sabemos si podemos salir a la calle dentro de unos días o no podemos, si debemos llevar mascarilla o mejor no. Ni siquiera la OMS se aclara. Lo único cierto, nítido y clarito es que hay que liquidar a los madrileños por ir a su apartamento de la playa. 
Eso es lo único que tengo claro del coronavirus.