sábado, 3 de septiembre de 2022

NETFLIX Y EL AMOR.

 

 

                                             


 

 

 

Acabo de ver una película de Netflix: “That´s Amor” Y he decidido tener el detalle de comentarla, más que todo para que no caiga nadie en mi error. La anuncian como esa entrañable comedia romántica en la que una joven trata de recomponer su vida y se enamora de un chef que conoce durante una clase de cocina. Los ingredientes ya ponen en guardia: La chica, engañada por su novio, conoce a “un potente” en el restaurante, y se enamora. Se enamoran por el sistema de la cámara lenta y las palomitas de maíz que intercambian con unas risas que ni te cuento. No escatiman escenas de ternura. Se lo pasan de miedo echándose agüita en un barco, encestando en una cancha, dando de comer a un pajarito, corriendo entre los rododendros y demás, hasta que aparece, mira tú por dónde, la novia de él, una lagartona de catalogo, mala y egoísta hasta la extenuación. Y para estar más equilibrados, también aparece el novio de ella, muy arrepentido por su infidelidad, que no fue nada, ya ves tú. Le regala un collar, a  ella, que jamás usa collares, y se lo cuenta a la amiga para que veamos que jamás se ocupó de escucharla. 

La escena final, como es de esperar, transcurre en un taxi saltándose semáforos para llegar al aeropuerto. “El potente” se marcha a España, y ella lo quiere impedir, ya que lo quiere a él, solo a él, y no al infiel del collar. Besos finales y música de fondo. 

Hubiese estado muy logrado que la música de fondo, dado el tema español, fuese “Suspiros de España”, pero ni eso se les ocurrió. 

No adolece de un solo tópico de las novelas malas, en eso han sido fieles y metódicos. 

Si la vi hasta el final no es porque sea masoquista, es porque transcurría en San Francisco y él era el hijo de un chef, español donde los haya. 

Me intriga saber porqué no buscaron a cualquier español que pasara por allí para preguntarle cosas de España, digo yo, más que todo por no dar la nota. 

Pero supongo que ya estaban hechos a enhebrar tópicos y no podían parar. 

La chica se había apuntado con su madre a un curso de cocina española. ¿Y qué es lo primero que se enseña? Pues la tortilla española, que le sorprende muchísimo porque primero se fríe la patata y luego se mete en el recipiente de los huevos batidos. Fíjate, le cuenta a la amiga. Hasta ahí, no me sorprendo. La siguiente receta es el gazpacho andaluz. Muy “sui generis”. Cortan los ingredientes muy, pero que muy pequeñitos, les añade aceite con la mano, y con la mano los mueven para que cojan sustancia y pelos de las manos porque no llevan guantes. Por fin los trituran un poco a la remanguillé y les  queda lleno de tropezones y espesísimo, pero los “guiris” están encantados con el manoseo. Después, y ya después de haberse echado agüita los enamorados y dejarnos ver que la cosa funciona, preparan el plato fuerte: una paella que transportan unos camareros vestidos de maños que bailan la jota aragonesa a la perfección, con la clara intención de hacernos la paella más oriunda de Zaragoza. El chico español habla con la ce, no con la ese, como hacen los sudamericanos, y dice cariño a cada paso, porque se ve que aquí eso se dice mucho. 

Cuando terminó la película me pegué de bofetadas por haberla visto hasta el final. Ahora Netflix me ha tomado la medida, y me propone unos bodrios de amor inenarrables. Estoy perdida