Cuando escucho
manifestaciones de políticos en la televisión, me entra una angustia tremenda.
No voy a
señalar a ninguno en concreto porque todos actúan más o menos con la misma perorata, la misma seguridad aprendida.
Me recuerdan a la primera muñeca habladora que me regalaron de niña. No podías hacer
nada para que cambiara esa palabrería repetitiva que mantenía al darle cuerda.
Recuerdo que un día la tiré a la basura y le dije a mi madre que nunca más me
volviera a regalar una muñeca que hablara, que prefería imaginar yo la
conversación. Ahora me gustaría hacer lo mismo con nuestros políticos.
Todos ellos entran en un bucle absurdo que
repiten sin parar y que demuestran, sin ningún género de dudas, que estamos gobernados por seres mediocres,
vanidoso, pagados de su imagen y con muy pocos escrúpulos. Cómo voy a creer que esos políticos, que ni siquiera
son capaces de ponerse de acuerdo, se vayan a preocupar por gestionar bien los intereses de los ciudadanos.
Menos mal que
las urnas los suelen poner en su sitio. Y supongo que cuando esto ocurre se
preguntan ¿por qué?, ¿qué he hecho yo o mi partido para no merecer el reconocimiento
a mi encomiable labor?” Pues, mire usted”, les diríamos los votantes. “En
primer lugar, porque si no han conseguido mayoría para gobernar no han ganado
las elecciones por mucho que se abracen, salten o silben”. En segundo lugar, y
para los segundos, porque si cada día
pierden más votos, seguramente será porque lo hacen de pena, porque fueron tan
corruptos como los primeros y callaron tanto como ellos. En tercero, y para los
terceros, porque tienen ustedes un batiburrillo de ideas, actitudes y posiciones
tan intercambiables que parecen el traje de un payaso. Si además a esto le añadimos que van de rompedores pero
no de actitudes sino de “postureo”, pues eso, que ya nos hemos reído lo que era
necesario y ahora toca ponerse serios y gobernar, que nos jugamos mucho. En cuarto
lugar y para los cuartos, porque si no deciden de una vez por todas de dónde vienen y a dónde van, y nos lo
cuentan sin ambagajes, no nos fiamos.
Ya ven ustedes, somos incrédulos por
naturaleza y por experiencia.
Y ahí tenemos
nuestro elenco político. “No votaremos a favor pero no queremos elecciones”,
dicen, y se quedan tan panchos, como si dijesen “dos más dos deben sumar cinco
y eso les corresponde conseguirlo a los demás”. Y lo dicen así, como si los ciudadanos fuésemos idiotas.
No muestran sus cartas porque para ellos no se
trata de ciudadanos reales sino de su
juego particular, un Monopily lleno de billetes en el que gana el más listo.
Mi paro, mi
pensión, mi puesto de trabajo, mi vivienda, mi salud y el porvenir de mis hijos,
está en manos de unos hombres o mujeres que desaparecen o parlotean sin sentido
como aquella muñeca de mi infancia.