miércoles, 25 de mayo de 2011

ALICIA



Alicia, mi vecina, me pide que compruebe el borrador que le ha enviado Hacienda. Dice que no entiende cómo le sale a pagar más que el año pasado si ha ingresado menos y le han retenido más.
Al principio a mí también me extraña, pero enseguida recuerdo que este año han quitado la deducción por obtención de rendimientos del trabajo; 400 eurazos de nada.
Alicia tiene ochenta y tres años y una incapacidad de más del 65%, va en silla de ruedas y también está indignada, como todos.
Me implico, sé que no debería pero me implico, y lo hago porque de haber cobrado 500 euros menos, ni siquiera hubiera tenido obligación de declarar.
Decido perder la tarde en hojear las deducciones por Comunidades, saber qué pagaría Alicia dependiendo de donde viviese. La Ley Orgánica de financiación de las Comunidades Autónomas tiene mucho qué ver en todo esto
En Madrid pagará 762 euros, pero si viviera en Andalucía la cosa estaría mejor, pagaría 662, y mejor todavía si se hubiera ido a las islas Baleares que liquidaría 637. En Canarias 342. En Castilla la Mancha 362, pero todavía estaría mejor si viviese en Castilla León que pagaría tan solo 106. En Galicia un poco más; 162. En la Comunidad valenciana, 587. Y ya no he querido continuar, no por pereza, sino por disgusto.
Solo estoy hablando de unas deducciones por pensionista y minusvalía, sin otras percepciones. Porque si abordáramos el tema de los jóvenes que alquilan, compran, o rehabilitan. El de los estudiantes de catalán o valenciano. El de los adquirentes de 2ª vivienda en municipios despoblados, mujeres que se ocupan de sus labores, y demás zarandajas, las diferencias son de poner los pelos de punta.
Llaman a la puerta, es Alicia. Una peruana empuja su silla de ruedas. Viene a preguntarme si se habían equivocado con el borrador y debía pagar menos. No tengo estómago para animarla a irse a vivir a Castilla León. No lo entendería. Solo le digo que el borrador es correcto.
No dice nada, tan solo se marcha con el sobre en la mano.
Me pregunto si alguna vez fuimos todos los españoles iguales ante la ley, si el artículo 14 de la Constitución sirve para algo.
Luego me acuerdo del Tribunal Constitucional y cojo la mochila. Me marcho a Sol. A lo mejor quedan algunos indignados para pasar con ellos la noche.

miércoles, 18 de mayo de 2011

¡INDIGNAOS!








Se necesita ser de otra pasta, ser “político”, para sacar tajada de los indignados.
Lo han dicho por activa y por pasiva, que no somos políticos, que no defendemos a ningún partido ni a ninguna opción. Pues ellos, con su sólida piel ignífuga, continúan erre que erre.
Hoy sale en el periódico la foto de Tomás Gómez bajo un cartel de los indignados que habla de los casi cinco millones de parados, mientras anuncia con una sonrisa bobalicona “un abono mensual de taxi”. Y lo dice sin cortarse un pelo, con todo el morro. Y es que estos políticos no bajan a la arena ni para coger votos. Su limbo es tan irreal, que todavía se atreven a hablar de taxis a un colectivo que ha perdido hasta su casa, que ve limitados sus logros sociales a marchas agigantadas, que ha perdido nivel adquisitivo o salario, pequeños empresarios que no encuentran apoyo en los bancos para salir de su agobiante situación. Gente en definitiva que se encuentra asfixiada.
Rajoy habla de que no se puede maltratar a la clase política. Supongo que él llama maltratar a controlar los sueldos desmesurados, las prebendas al dejar el cargo, la falta de interés por su escaño. La clase política no ha consentido bajarse los salarios ni viendo la necesidad que impera entre la población.
Bueno, pues aún así, creen que el movimiento de indignados es por ellos, está con ellos, y los jalean. Ven a todo ese gentío en la puerta del sol y se relamen del gusto imaginando votos y más votos para sus bolsillos.
“Dicen lo mismo que nosotros”, gritan. “Os entendemos, muchachos”, vociferan en sus mítines de mentiras.
Los indignados hablan de control de absentismo en las sesiones parlamentarias, hablan de supresión de privilegios en el pago de impuestos, hablan de la equiparación de salarios de los representantes electos al salario medio español, hablan de publicación del patrimonio propio antes de aceptar el cargo. Piden una nueva ley electoral que acabe con el bipartidismo y la falta de libertad del ciudadano a la hora de votar. Y sin embargo ellos todavía creen que los indignados hablan por su boca, dicen lo mismo que ellos, creen en sus programas de pacotilla.
Y es que están en las nubes. Ese es el problema.
Los indignados piden que las viviendas en stock que hay en el mercado se coloquen en régimen de alquiler protegido. Piden ayudas para alquiler a gente con bajo nivel adquisitivo. Dación en pago de las viviendas para cancelar las hipotecas. Piden que se prohíba el rescate a una banca incapaz de asumir el riesgo que implica prestar su ayuda a una economía que se hunda. Piden regulación de sanciones para movimientos especulativos Y sin embargo seguro que los banqueros también sacaran tajada de tanta indignación.
Los indignados piden la independencia de la justicia respecto de la política, y para asentar las bases de tal petición, se nos apunta el juez Garzón como abanderado de libertad e independencia. Sin recordar sus cacerías ministeriales. Es para morirse.
Se necesita ser muy ingenuo para pensar que este movimiento no lo van a aprovechar los políticos, los banqueros. En definitiva, los que mueven los resortes del poder y de la ignominia. Lo sé. Desde Espartaco, el esclavo, hasta nuestros días, siempre ha habido tíos vivos que se han aprovechado de los movimientos de indignación.
Resulta, sin embargo, esperanzador ver a tanto joven indignado.
Gracias Hessel por tu libro, por haberme hecho concebir esperanzas durante cinco minutos.

sábado, 14 de mayo de 2011

YO NO LLORÉ CUANDO MURIÓ MICHAEL JACKSON.









No digo que no lo sintiera, pero no lloré. Y es que me he dado cuenta de que no tengo capacidad de admiración, y eso en determinadas circunstancias resulta peligroso. Seguramente me falta el engranaje cerebral del éxtasis, la fascinación sin medida ni clemencia, el enajenamiento, la entrega sin condiciones a otro ser humano.
Lo he notado desde siempre, pero ahora me preocupa. Desde que vi un programa en la tele en el que decían que la normalidad está en la mayoría, me siento rara, algo así como un perro verde. Ahora trato de pasar desapercibida y babeo un poquito por este o aquel cantante, más que nada, para que no se note mi inapetencia.
Jamás he bebido los vientos por un político, nunca he llorado de emoción ante la sede o casa del cantante, escritor, pintor, músico o científico. Aunque eso no signifique que no admire su don, me compre sus libros, sus CDes, visite sus obras, o me embobe estudiando sus teorías. Eso es otra cosa. Pero de eso a seguirle como si fuera un Dios, o comprar una prenda suya y manosearla como una reliquia, va un mundo.
Y sin embargo me gustan las personas a rabiar, me encanta observarlas, descubrir sus contradicciones, sus miserias y sus grandezas. Reconozco cualidades hasta en mis enemigos.
De pequeña mi ilusión era ser confesor solo para comprender más a los otros, saber los resortes que los hacen ser de esta u otra manera, reaccionar así o asá. Saber por qué a esa le gusta emperifollarse tanto, y esa otra es tan sosaina. Por qué aquel en la calle aparenta esto, y dentro de casa, lo otro.
En el colegio me cambiaban de pupitre continuamente para que no hablara, pero era imposible porque cualquier compañera despertaba mi curiosidad.
Con esto quiero decir que el ser humano me gusta y me intriga, pero no lo admiro sin condiciones. Me gusta las cualidades de algunas personas, pero eso no tiene nada que ver con mi embeleso rotundo.
Dicen que mis personajes literarios son extremos, surrealistas. Seguramente será cierto, pues es así como yo veo al hombre; extremo y tierno. Las personas son para mí interesantes en su cotidianeidad, en su discurrir diario, en su grandeza y miseria, pero jamás superiores en su totalidad.
Por eso no admiro a lo grande, sino a lo pequeño, a lo de todos los días a esa persona que parece como todas pero que no lo es. Nunca lo es.
“Ha pasado un autobús lleno de luces de colores que se encendían y se apagaban, y he pensado: Mira, ahí van los personajes de Carmen” me dijo un día un amigo escritor.
Quizá sea cierto, quizá mis personajes esté llenos de luces que se encienden y se apagan; histriónicos, tiernos, perdidos, un poco vanidoso, o cobardes, o generosos. Divertidos. Pero jamás seres impecables, jamás ídolos en su totalidad.
Yo no lloré cuando murió Michael Jackson, pero es porque no lo conocía personalmente, que si se llega a haber sentado en el pupitre de al lado...

lunes, 2 de mayo de 2011

LA AMISTAD






Hace tiempo escuché a García Márquez en una entrevista hablando de Onetti, y decía que era su amigo y que con él ejercía la amistad.
Me pareció muy interesante y desde entonces ejerzo la amistad.
No salgo con amigas en grupo para pasar el rato, que también lo hago, sino que ejerzo la amistad. Se trata de quedar con algún amigo/a a conversar, a escuchar de verdad, dejar que se expanda, que sea él o ella, entrar en su intimidad y que entre en la tuya. Sentir, aunque sea por unos minutos, que no estamos solos.
El ejercicio de la amistad no debe hacerse muy a menudo porque del roce vienen siempre las tensiones, los celos, las fricciones, y por último el gran enemigo: “El EGO”. Es mejor estar tiempo sin ver a tu amigo y verlo solo cuando tienes ganas de ejercer la amistad, de escucharle, de aprender, de dejarle ser él mismo. A veces da pereza pero siempre merece la pena. Cuántas cosas compartimos con el otro sin darnos cuenta, y cuantos ansiolíticos nos ahorraríamos si practicáramos más.
Cuando regreso a casa después del encuentro con el amigo, me siento tan acompañada, tan a gusto, que comprendo a García Marques ejerciendo lo que ya no se practica; la amistad.