jueves, 29 de diciembre de 2011

NOCHE DE PAZ






La Nochebuena está muy bien cuando todavía no falta nadie, cuando eres niño o adolescente, cuando estás deseando que se acabe la cena para salir a ver a tus amigos y pasártelo de miedo. Cuando te importa un pimiento que tu madre se haya pasado la noche trufando un pollo o cociendo cebollitas dulces. Cuando llega el tío lleno de regalos y dice que es papá Noel. Porque ese olor a turrón de Jijona, ese sabor a sopa de almendras, esos adornos que tu no has puesto, y ese mantel de hilo que tu madre planchará, te dejarán una huella imborrable.
Y es posible que ya nunca olvides el olor de la Nochebuena, y que el primer villancico del año te trasporte al olimpo .

Pero los años pasan, y de pronto, casi sin darte cuenta, como de la noche a la mañana, la madre serás tú, y también la que trufará el pollo, y la que se matará comprando adornos y regalos. Porque no solo querrás que la Nochebuena siga siendo la de entonces, sino que también querrás que tus hijos recuerden tu recuerdo, y sean tan felices como lo fuiste tú aquellos días.
Pero lo que no sabrás hasta entonces es que tu madre no había sido tan feliz como habías pensado, que cuando ya todos os habíais marchado a ver a vuestros amigos, a dormir la mona, o a lo que fuese, ella se había quedado fregando los platos y recogiendo los restos con una congoja terrible, y recordando todos los malos rollos que se habían creado en el aperitivo, y en los langostinos, y en el pollo trufado.
Y tú ahora, mientras recojas los restos de la cena, recordarás que el tío Sebastián, tan alegre él y tan dicharachero, el mismo que habrá tenido la gran idea de traer regalos para todos, se habrá pasado la noche soltando a tu padre que mira tú por donde nuestros padres te pagaron a ti una carrera y a mí no. Y la tía Pepa que ya se habrá achispado un poquito, habrá ironizado con lo pija que siempre fuiste. Y es que en ese momento, ante la fuente del salmón ahumado con cebollitas dulces y el Rivera del Duero, el tío Sebastián habrá olvidado por completo que no le pagaron una carrera porque siempre fue un zopenco y lo demuestra Nochebuena tras Nochebuena, y la tía Pepa que es una zafia impresentable. Pero eso ya no importará porque tú lo que percibirás es la tensión que se ha creado en la mesa. Y servirás el cava para quitar hierro al asunto. Pero tu hija te recriminará indignada que le has puesto a Gustavo dos langostinos más que a ella porque siempre fue tu preferido. Y un poco después, tu hijo Pedro dirá que no piensa abrir los regalos porque le parece una tontería, y que total cada uno sabe lo que le ha traído su amigo invisible porque para eso se han escrito cartas. Y así, a golpe de brindis y de puñaladas traperas transcurrirá la noche que ya no parecerá tan “buena” ni tan llena de “paz” ni de “amor”.
La prima Almudena se levantará con un polvorón en la mano porque han llamado a timbre y será su novio, que vendrá a recogerla. Y a ese saludo del novio de Almudena seguirá la despedida de todos, que aprovecharan para largarse cada uno a lo suyo llevándose ese recuerdo a Nochebuena y a Trufado.
Será entonces, en ese mismo instante, cuando tu marido recriminará la cara tan larga con la que has pasado la noche, hija, que parecías en un funeral. Notarás que todavía no has digerido el pollo, ni los langostinos y que quedan burbujas de cava en tu nariz .
Un poco antes de acostarte buscarás tu cuaderno de notas y escribirás en la N de “Nochebuena” una reseña para no olvidar la nochecita que te han hecho pasar entre todos. Escribirás con letra gótica que es el último año que lo celebras, y que el próximo, te largarás a Panamá o a Cabo verde con el primer macizo que encuentres.
Pero lo malo es que cuando lo abras por la N de Nochebuena, descubrirás que ese propósito ya lo habías hecho el año anterior, y el otro, y el otro. Así que aprovecharás que tienes el cuaderno abierto por la N para copiar la receta de “Naranjitas a la sidra” para la próxima Nochebuena, que seguro que los hace a todos la mar de felices.

jueves, 22 de diciembre de 2011

CUESTIÓN DE MARKETING







Cuando veo la foto en el periódico de un exultante padre que para conseguir una muñeca Monster high, hace cola desde las seis de la mañana, que alza orgulloso su trofeo como si hubiera conseguido el santo grial para su retoño, sin pararse a pensar que le va a durar a su hija menos que el tiempo que él se mantuvo en espera.
Cuando observo las colas inmensas que se forman día tras día desde principios de diciembre para comprar un décimo de doña Manolita, sin pararse a pensar que el porcentaje de que les toque es tan mínimo, que si de un cáncer se tratara dormirían a pierna suelta.
Cuando veo coreanos llorar hasta la extenuación por la muerte de alguien que no es de su familia, ni comparte su mesa, a quien ni siquiera conocen íntimamente.
Cuando me entero de que para comprar un libro de Harry Potter, se duerme en la calle. Igual que para dar el último adiós a cualquier artista o famoso. Me pregunto ¿Y yo de dónde vengo? ¿De qué guindo caí? ¿Por qué no asciendo en cuerpo y alma, y dejo este mundo que no es el mío?
Desde que me siento tan a desmano he estudiado mucha sociología, y psicología, he aprendido que se trata de un proceso algo complicado. Primero se crea la necesidad, después la Monster high, después la hija peñazo, y por último el padre solícito. Todo responde a un armazón finamente elaborado que se llama marketing, con el que yo no trago por alguna extraña desviación de mi gen borreguil.
La explicación es que al ochenta y cinco por ciento de la población no le gusta pensar. Que se les hace muy cuesta arriba, vaya. Si le dicen que hay una cola se ponen y luego preguntan.
Los estudios sociológicos dicen que es una suerte que a la mayoría de la gente no les guste plantearse las cosas porque de no ser así, haríamos demasiadas preguntas y esto sería un caos ingobernable. Así que por cada ochenta y cinco por ciento que hacen lo que les mandan, hay un quince o quizá menos, que se lo cuestionan.
Ese mínimo porcentaje que piensa y pregunta pone su granito de arena para que no sigamos siendo los neandertales de antaño y vayamos evolucionando, una “miajita”
Ya sé que no es agradable que después de hacer una cola desde las seis de la mañana por amor fraternal le llamen a uno zopenco.
Pero es así, oiga.
Y ahora que lo sé todo, ahora que sé que primero es el huevo y luego la gallina, voy a apuntarme a un curso de marketing para ver qué puedo crear para conseguir una cola en condiciones.

martes, 13 de diciembre de 2011

PALMERAS DE CHOCOLATE






Era gorda, eso es verdad. Mi madre me metía una manzana en la cartera del colegio para desayunar porque decía que engordaba menos, pero yo les quitaba el desayuno a mis amigas a base de poquitos a poquitos. Y claro, no adelgazaba a pesar de la manzana asquerosa del desayuno. Pero todo aquello se acabó el día que decidí dejar de comer. Y no fue porque siempre me sacaran en las funciones del colegio de rico Epulón, el gordo ese que le echaba miguitas al pobre Lázaro. Qué va. Fue por lo de las “patorras”. Ocurrió una tarde que salíamos Magdalena y yo del colegio comiéndonos unas palmeras de chocolate y muertas de risa. Magdalena me decía que reír engorda y que ella creía que nosotras estábamos tan gordas porque nos pasábamos la vida riéndonos. Magdalena es que se reía de todo, luego cruzaba las piernas para no hacerse pis, pero se hacía. A mí me volvía loca ver como se iba al baño muerta de risa, con las piernas cruzadas, y la esperaba a la salida poniéndole alguna cara o recordándole algo que nos diera mucha risa, y ella que acababa de salir, tenía que volver a entrar. No tenía fin.
Pero el día de las palmeras se estropeó todo. Pasaron dos chicos por nuestro lado, y uno, el más orejudo, nos dijo:
-¡Menudas “patorras” tenéis, nenas!
Yo me encaré con él y le dije que si se había mirado en el espejo con esas orejas de elefante trasnochado, y no sé cuantas cosas más. A Magdalena le dio por reírse de las cosas que le dije al orejudo. Pero yo no pude dormir esa noche. Hasta aquel momento yo había vivido sin percatarme de mis piernas y de sus dimensiones. Pero aquel día las sentí como una losa. El orejudo había tenido razón, mis piernas eran horribles. Cada vez me las veía más grandes y más voluminosas. Y empecé a pensar que todo el mundo se habría dado cuenta. Cuando estaba en casa me las tapaba con una manta, y en el colegio me las tapaba con la cartera. Tenía miedo de que todos se percataran de que, por fin yo también lo sabía, y de que no me las miraran para no ofenderme. El caso es que lo de las “patorras” cambió mi vida. Ya no comí más palmeras, ni siquiera probaba los desayunos de mis amigas. Todo, absolutamente todo, me parecía que iba a agrandar mis “patorras”. Estaba tan obsesionada que no dejaba de buscar sistemas para adelgazar. Un día leí en una revista que había un método infalible, se llamaba “El método Sumberlim” Me gasté todo el dinero del aguinaldo y lo pedí por correo. Por fin llegó un sobre con una carpeta amarilla. El método Sumberlin consistía en convencerte de que estabas delgada a base de control mental. Llevaba un disco incorporado y una voz monótona te hablaba susurrante: “Túmbese y relaje sus piernas.” Y así, hasta que relajabas todo el cuerpo. Luego te obligaba a repetirte una y otra vez que estabas delgada, más y más delgada, y que odiabas los helados, y los dulces, y los chorizos. Que lo que de verdad te gustaba eran las judías verdes hervidas, sin aceite ni nada, a pelo. Infinidad de judías verdes, decía la voz monótona. “Coma cantidades ingentes”. Luego sonaba una musiquilla y a continuación te decía que te imaginaras en la cubierta de un barco, alta y delgada, con un vestido negro de fiesta y acompañada de un caballero con esmoquin blanco. Luego sonaba otra vez la musiquilla. Y así, hasta que te dormías.
Pasé la peor noche de mi vida ¡qué obsesión! Soñé que el caballero del esmoquin blanco me perseguía por la cubierta del barco con un plato de judías verdes sin aceite. Hasta que desesperada me arrojaba por la borda, y un tiburón se comía mis “patorras”. Me desperté temblando y empecé a tener un pánico terrible a la noche que siempre me traía el mismo sueño. Fue a partir de ese momento cuando dejé de comer.
El método Sumberlin no lo volví a utilizar jamás, pero cuando veo un dulce se me hiela la sangre. Fue a partir de entonces cuando empecé a adelgazar y a no apetecerme nada de nada. Fue una pena porque cuando comía con ilusión me lo pasaba mejor. A partir de entonces es que ya todo me daba asco. Era un buen método, en serio, porque conseguí que ya nadie más me volviera a llamar “patorras”, ni nada por el estilo. Aunque también es cierto que nunca más me volví a reír tan a gusto como cuando comía palmeras de chocolate.

lunes, 31 de octubre de 2011

LAS BREVAS DEL PECADO









Las brevas para que esté buenas deben ser; rebecaes, crevellaes i picaes del pardal. Es decir; deslucidas, reventadas, y que las haya picado un pájaro. Eso dice mi padre. Y así son las brevas que he desayunado esta mañana a escondida de la abuela. Dice que no debo comulgar hasta una hora después de haber comido. ¿Quien le ha dicho a ella que pienso comulgar? Grita que por supuesto, que para eso hice la primera comunión. Le da lo mismo que baje tarde a la playa, que no vea al francés, que me haya pasado la noche pensando en el biquini que me voy a poner, que el tío le haya dicho a Rosario que yo soy “tres jolie”. Me empuja hacia la iglesia. Dice que antes de comulgar debo confesarme. Como si supiera los pecados que tengo o dejo de tener. No la aguanto. Me veo reflejada en el espejo de un cristal con la blusa blanca y la falda de ursulina y se me pone un mal humor terrible. Hace mucho calor. La falda se me paga a los muslos y me pica. Miro al confesionario. De pequeña mi ilusión era ser cura y confesar a todo el mundo. Me gusta saber. ¿Qué le estará contando el gordo al cura? ¿Que penitencia le pondrá a la del traje a cuadros?. Me acerco y despliego las orejas pero no pillo una. “He matado, padre. He matado la honra de Catalina”, debe estar confesándose el de la camiseta verde. La abuela me contó que a la portera le mataron la honra y ya no se pudo casar. Y el tío que está ahora en el confesionario parece un sátiro de esos que te miran con ojos vidriosos. “Padre, además lo hice con intención de pecar”. Los pecados mortales no se cometen así como así, hay que ponerles mala idea, porque de lo contrario son veniales y se resuelven con un señormiojesucristo. ¡Qué calor tan enorme hace! Hay un ventilador cada cinco bancos pero lo único que consiguen es mover el aire caliente de acá para allá. La abuela me dice, desde lejos y por señas, que me ponga en la cola para confesarme. Está pesada. La cola es muy larga. El cura se ha puesto a hablar. La señora que tengo delante lleva unas sandalias muy raras y para distraerme la imagino el día que fue a comprarlas, y me pregunto por qué de entre todas las de la tienda, elegiría esas precisamente, las más feas. La imagino eligiéndolas. “Me saca esas. No, no. Esas, no, hombre, las negras de las medallitas”. Y ahora está en la iglesia con sus sandalias horrendas y la mitad de las medallas perdidas. Tiene un saliente en el dedo gordo. Yo si tuviera un dedo tan feo no me compraría sandalias, y mucho menos con medallas colgando. Hace calor y el cura habla de las primeras comunidades cristianas. “Los primeros cristianos no tenían bienes privados. Lo compartían todo”, dice. Olvido las sandalias de la señora y escucho. “Si uno tenía una necesidad, los otros se encargaban de ayudarle. Primaba el bien común”. Alargo el cuello. Quiero ver al cura. Es rechoncho y moreno. Hace silencios entre frase y frase para impresionarnos. Se escuchan los ventiladores. No sé por donde va a salir y me concentro. Dicen que la diferencia entre un listo y un inteligente es que el listo es capaz de salir de una situación en la que el inteligente no se hubiera metido jamás. Este no debe ser ni una cosa ni otra porque sale a voleo. “Luego se dieron cuenta de que lo de compartir era una solemne tontería, así que cada uno cogió lo suyo y se acabó lo de vivir en comunidad”. “Así sea”, dicen todos. Y yo vuelvo a las sandalias de mi vecina y al hueso del dedo gordo. Giro para ver si la abuela está despistada y puedo escaparme de la confesión. ¡Madre mía! La que me falta. Está el francés con su familia. Saco el espejo que llevo en el bolsillo y empiezo a dirigírselo a la cara para hacer un poco el tonto. Se aparta el reflejo como si fuese una mosca. ¡Qué guapo está! Todavía no me creo que haya dicho que soy “tres jolie”. Decido comulgar para que vea que además soy muy buena persona. El cura que confesaba al sátiro sale del confesionario para ayudar a dar la comunión al que celebra la misa. No he logrado confesarme. Mis pecados deben ser veniales, porque yo cuando peco no suelo decir: “Hala, ahora a pecar”. Lo hago porque sí, porque sale. Quiero decir que no le pongo mala intención ¿Pero y las brevas picadas del pardal? Me las he comido antes de salir de casa y todavía no ha pasado una hora. Todo el mundo se levanta para ir a comulgar. No sé qué hacer. Faltan cinco minutos. Pienso en los diez mandamientos y me duele la tripa. Empiezo a notar que debajo de mi bazo se forma un rodal de sudor. Los curas dan la comunión a toda velocidad. Parece que les persiga alguien. No paro de rezar un señormiojesucristo tras otro. La señora de las medallitas me cede el sitio. Sonrío y la dejo pasar. También dejo pasar al sátiro de la camiseta. Cuelo a todo el mundo. Pero no parece pasar el tiempo. Ya no queda nadie. Estoy ante el cura. No puedo colar a más gente. Voy a abrir la boca y me acuerdo de las brevas; crebellaes, revecaes, y picaes del pardal. Pienso en los cinco minutos que faltan y sé que no lo voy a poder hacer. Me veo muerta allí mismo, enterrada en suelo pagano, entre infieles apostatas y criminales. No puedo hacerlo. Me doy la vuelta y salgo corriendo por la nave central de la iglesia. El cura se queda como alelado. Todo el mundo me mira. Estoy sudando. Me pica la falda. Escucho el sonido del ventilador. El silencio suena a reproche. Paso al lado del francés y su familia. Me mira. La he fastidiado. No pienso bajar nunca más a la playa. Y todo por las dichosas brevas del desayuno.

lunes, 17 de octubre de 2011

MOVIMIENTO 15-M




¿Cómo pueden decir que el movimiento 15-M no sirve para nada, que carece de objetivos, que no va a ninguna parte?
¿Alguien imagina que el planteamiento de la dación en pago se hubiera realizado de no haber sido por ese movimiento?
¿Creen que se hubieran parado desahucios sangrantes de no haber sido por ese movimiento?
¿Se estarían planteando el dejar de pagar los salarios millonarios a los administradores que han llevado a la quiebra a entidades financieras, de no haber sido por ese movimiento?
Nadie se hubiera planteado siquiera la posibilidad de poner en duda las vergonzosas prebendas de políticos y parlamentarios, las especulaciones a corto plazo de la bolsa y mil fechorías más de no haber surgido un movimiento pacifico, apolítico, comprometido y valiente.
No se trata de coger el poder, del quítate tú para ponerme yo. Eso que tanto conocemos, que tanto conoce la historia. No es una revolución de poder sino de justicia. Es un poner colorados a los que no tienen vergüenza, es un enfocar sin miedo hacia el monstruo devorador de ilusiones.
“DemocraciaReal.Ya”. Gracias.
No os preocupéis por tomar el poder, por encontrar un programa, por buscar una dirección. Ya la tenéis. Nos parece suficiente con que enfoquéis lo podrido del sistema. Basta con avergonzar a todo aquel que perdió la vergüenza, basta con defender a las víctimas.
Felicidades por vuestro riesgo, por vuestra seriedad, por vuestra forma de enfocar el problema. Sin violencia pero sin tregua.
Fuera los violentos, fuera los sinvergüenzas.
Una siente con este movimiento como si Superman hubiera regresado, como si saltara del comic para tomar las calles, para defender al que todo lo cree perdido, al que ya no tiene con qué defenderse.
Gracias por vuestros focos, por lo que brillan, por lo que mostráis, porque habéis enfocado sin miedo lo podrido de nuestra sociedad, lo podrido de la banca, de la política, de la justicia, de los intocables.
Gracias. Mil veces gracias, porque hasta ahora no os habéis dejado manipular.
No lo hagáis, por favor.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Un sencillo búcaro


Lo bueno que tienen los ricos es que conocen artículos lujosos de lo más variopintos. Es como una señal de identidad, un código secreto que utilizan y que el resto desconoce. Se miran con recelo por llevar o poner elementos en su casa que al resto nos dejarían fríos.
Hombre, no digo yo que no seamos capaces de admirar el Palacio de Dueñas, porque hasta ahí llegamos. Pero las meticulosidades, los pequeños detalles, las nimiedades que a ellos vuelven locos, ni las percibimos.
A veces ojeo el “Hola” en la pelu. Me refiero a que miro las fotos. Pero reconozco que otras veces, en vez de ojear, leo. Sobre todo si me toca tinte. Y fue así como descubrí que el altar de la iglesia en la que se casó la Duquesa de Alba estaba adornado con búcaros a base de guisophilas y rosas de David Austin, traídas exclusivamente de Inglaterra.
La verdad, ahora comprendo por qué el funcionario pidió la excedencia, se echó la manta a la cabeza, y se casó. Él sí debía comprender el lenguaje de los ricos. Porque sus rosas son otras, y sus búcaros, y sus guisophilas.
A mí, sin ir más lejos, me ponen esas flores el día de mi boda, y pienso: Mira qué detalle, florecillas en el altar, como siempre. Pero no, so cenutria, como siempre no. Y es que ya me dirán a mí para qué sirve ser rico si no te conoces todo aquello que te distingue del resto, que te eleva, que te individualiza, que te sube a los cielos en cuerpo y alma.
Si yo hubiera sido la duquesa de Alba, hubiera traído los búcaros allende el mar. Más que nada para que vieran todos que además de arrancarme por bulerías yo no soy como todas, yo… “Soy la que soy”.
Los que tenemos que ir a trabajar todos los días, los que no nos llega la camisa al cuerpo por si la economía nos deja con una mano delante y otra atrás. El resto de la humanidad, me refiero, ni conocemos esos detalles, ni nos importan. Solo algún snob se informa de las variopintas características de lo que nunca será suyo.
Es que su vida, la de ellos, transcurre entre nubes de colores. No les suena el despertador, es el ángel de la guarda el que toca el arpa en su oído cada mañana. Por eso los lobos feroces, que sí saben de la vida, se meten entre sus sábanas con cierta soltura y arrasan con su inocencia.
Conozco a una marquesa que quiso traer a pasar el verano a un niño saharaui para que viese que existe otra vida, otros mundos. Para que disfrutara de un verano diferente. Y lo contaba con la cara de inocencia de esos angelotes que pintaba Murillo.
Yo imaginaba al saharaui desayunando en bandeja de plata, disfrutando de todos los juguetes que se le antojara, corriendo sobre ponis alrededor de fuentes versallescas hasta que el otoño lo volviese a colocar en su Haima, agarrado a un mendrugo de pan, y hecho un lío.
¿Era mala la señora? Seguramente no, seguramente estaba en su nube pensando en el búcaro de guisophilas y rosas David Austin que iba a poner esa tarde de té y pastas. Sin saber que muy lejos, allá, en el Sahara, un niño famélico y con mocos en las mejillas, se encontraría afilando una navaja por puro resentimiento.

lunes, 10 de octubre de 2011

UN ANTES Y UN DESPUÉS




El martes entró en el metro un hombre de unos cuarenta y pocos años. No escuché lo que dijo pues llevaba los cascos puesto. Me llamó la atención que se dirigiera a los pasajeros y me los quité. Pedía dinero. Por su aspecto no lo esperaba.
Recogió algunas monedas y salió en la misma parada que yo. Subimos las escaleras a la vez. Al torcer a la derecha me di cuenta de que se ocultaba, estaba llorando.
Sentí su llanto como mío. Sentí una rabia tan enorme que deseé pegar un puñetazo en algún lugar. Lo hubiera pegado en la junta de alguna Caja de Ahorros, donde se resuelve quién se va a quedar con el poco dinero que han dejado los administradores. Lo hubiera pegado en la sede de la auditoría que ha dado el visto bueno a las cuentas amañadas, las que han llevado la Caja a la quiebra. Lo hubiera pegado en el Banco de España, en la de todos los responsables que han permitido esos gastos, esos sueldos, esas atrocidades. En los que debían de haber sabido y en la de los que lo sabían. Lo hubiera pegado en la mesa de los políticos que no han tomado medidas a tiempo, que no han cortado el despilfarro para que eso no sucediera. Lo hubiera pegado en las redacciones de los periódicos dónde se ha mantenido ese silencio cómplice.
Hubiera pegado miles y miles de puñetazos en todas las mesas que encontrara para no ver a un hombre llorar de impotencia, de desesperación, para no ver como se cierran comercios, para no ver desahucios. Para no ver a aquellos que valoraron el piso por el doble de lo que valía esperando pingues beneficios, y ahora no se conforman con lo recibido en prenda.
Quieren abocar a la pobreza a todo aquel que les pidió un préstamo.
Un hombre llora en el metro, cuántos lo harán en su casa, en los parqués, en las esquinas de cualquier sucursal. Cuántas ilusiones rotas, cuántos jóvenes sin futuro.
Solo escucho una pregunta en la calle. ¿Por qué no hay nadie en la cárcel?
También escucho una afirmación.
Esto va a tener que cambiar.
“Un antes y un después”.
Eso espero.
“Un antes y un después”.

domingo, 25 de septiembre de 2011

CRISIS


La verdad es que me cuesta entender todo este caos económico que nos envuelve. Me levanto por la mañana pensando en los griegos. Enciendo la radio y escucho a un locutor que sin aspavientos, con el mismo tono que nos da el parte meteorológico, nos cuenta que el gobierno griego no va a poder pagar las nóminas de los funcionarios, ni de los pensionistas el mes que viene. Me entra un frío que me tengo que echar un edredón a pesar de que el termómetro marca treinta grados. Imagino a padres de familia, ancianos, enfermos. Todos ellos sin paga, deambulando por las calles. Toda una vida trabajando para eso. No se pagarán los alquileres, ni las hipotecas, no se fiará en el súper. Pero el locutor lo dice así, sin más, como si nos contará el partido del domingo.
Me asomo a la ventana, la gente se dirige a su trabajo como todos los días. Todo continúa igual. Las emisoras no emiten música sacra. Nos hablan del tráfico en la carretera de La Coruña, del calor tan enorme que va a hacer a medio día, de la llegada del otoño. Nos cuentan lo indignados que están los catalanes con las corridas de toros, con el tribunal constitucional, los maestros con el recorte. No se han enterado todavía de que nos vamos a pique en catalán, en castellano y en euskera, que no importa las horas que trabaje un maestro porque no le piensan pagar. No importa lo que deban a un laboratorio farmacéutico, ni a un profesional, porque tampoco le piensan pagar.
No hay dinero, oiga, que nos lo hemos gastado, nos dicen. Y se fuman un puro.
Nos gusta pensar que Grecia es otra cosa, algo lejano, como Mozambique.
Me pregunto si todavía estoy dormida, si estoy soñando que vivo en un juego de ordenador, algo virtual en el que pasan cosas horribles pero que puedes apagarlo cuando quieras. Y en mi sueño virtual escucho una voz en off que sale de una empresa de calificación, una Moodys cualquiera, y dice que la prima de riesgo en España va de ala. Y como consecuencia de esa frasecita, se desploma la bolsa. ¿Por qué no hacen callar a esos “gaforros”, esos calificadores de pacotilla que no hablaron cuando debieron hacerlo?
Nos riñe Merkel, nos riñe Obama, pero no pasa nada porque parece ser que nos van a ayudar los chinos. Dicen que para qué quieren fabricar tanto si no va a quedar nadie para consumir.
Tiene que haber un culpable, miles, millones. Personas que no tomaron las medidas adecuadas en el momento adecuado, seres responsables de la que se nos viene encima.
Entro en el metro, miro las caras de la gente; unos leen, otros juegan con el móvil, otros duermen.
Pocos miran las caras de la gente, pocos piensan en Grecia. Es mejor no pensar.

martes, 6 de septiembre de 2011

EL FINAL DEL VERANO


El viernes le llegó la factura del teléfono veraniega.
Sabía que era mejor no leerla. La vida son dos días, se dijo. Pero no lo pudo evitar. Le habían cobrado la movilidad que nunca funcionó.
Llamó a Vodafone y le contestó un hombre que, por el acento y la lejanía de su voz, ubicó allá por el Machu Pichu. Le explicó su caso. Él le dijo que iba a comprobarlo Doña María del Carmen Remedios (en adelante DMDCR) no se retire.
Ellos son así, se acogen al nombre que figura en el DNI aunque haya sido fruto de un arrebato pío de tus padres.
-No se retire. Lo siento, el programa no me permite darla de baja DMDCR. Continúa usted con la movilidad.
-Pero si no la tengo
-Aquí consta que sí DMDCR
-¿Entonces me la van a seguir cobrando?
-Así es DMDCR.
-No la quiero
-Lo siento, el sistema no me deja desactivarla.
--No hay derecho. No la he podido utilizar en todo el verano.
El del Machu Pichu se sintió atacado y colgó.
Una voz a continuación le pidió que lo evaluase. Ella lo puso a parir y colgó también.
Se tomó una Valeriana y volvió a llamar. Esta vez, por el acento intuyó que le hablaban desde el Perito Moreno. Después de pedirle el santo y seña, la saludó cordial.
-Buenas tardes DMDCR.
Ella le explicó el caso de nuevo. El del Perito Moreno le contó que ni tenía la movilidad activada ni Cristo que la fundó.
-Pues me la han cobrado en el recibo.
-Lo mejor va a ser que coja el pen drive que viene en el router y se lo lleve de vacaciones.
Ella le explicó que ya había regresado de las vacaciones y que solo quería que le diesen de baja en la movilidad y en la factura. Le pusieron música guanche y le pidieron que esperase. Luego, cuando ya se había hecho al estribillo, colgaron.
Llamó de nuevo y dijo que quería poner una reclamación, explicó lo de la movilidad por tercera vez, y le dijeron que no les constaba.
-Usted en lo que está dada de alta es en llamadas transoceánicas DMDCR
Ella notó como un fuego intenso subía por su cuerpo y gritó:
-¡Quiero que esta conversación sea gravada!
Le colgaron.
-Evalúe al técnico que le ha atendido –dijo una grabación.
Ella respiró hondo y se tomó un Lexatín, pero ya era demasiado tarde porque se le había necrosado el metatarsiano, el escafoides, un orzuelo y la muela del juicio.
Porque lo que no sabían en Vodafone es que DMDCR somatizaba

viernes, 12 de agosto de 2011

¿Puedo prometer?

Parece ser que vamos a tener elecciones generales en noviembre. Parece ser que nos hundimos y que todas las esperanzas se concentran en el cambio.
Los indignados arrastran tras de sí una lista de peticiones de colectivos o ciudadanos. Ellos las recogen y luego las votan.
Pues yo tengo una proposición. Es sencilla.
Si en el Codigo de Comercio se recoge la figura de la "Competencia desleal" y de la "Publicidad engañosa" con sus correspondientes sanciones, ¿Por qué no se recoge para los politicos una figura similar?
Si un partido promete, por ejemplo, unas determinadas ayudas a la dependencia, no bajar las pensiones, etc, etc, etc. Si mediante esas promesas consigue mi voto y el de un porcentaje tan alto que gana las elecciones, y luego no cumple con las promesas. Desde mi punto de vista y desde la legalidad vigente, está cometiendo un incumplimiento de contrato (verbal,como la publicidad engañosa) De su promesa queda constancia en todos los medios. Se puede demostrar. Está defraudando a sus votantes, a su pueblo, a sus electores. Merece un castigo ejemplar. Que no me hablen en ese caso de responsabilidad política, esa que se solventa cuatro años más tarde en las urnas. Eso es muy tarde.
Propongo desde este blog pequeñito, desde este recondito lugar, que se exija el cumplimiento de las promesas electorales hasta sus últimas consecuencias. Y si no se cumplen se de sobradas explicaciones del por qué no se llevaron a cabo.
Y de no ser suficiente las explicaciones, se aplique una pena pecuniaria por obtener un puesto de gran trascendencia con engaño y manipulación.
Si no se puede prometer que no se prometa. Ya está bien.

domingo, 10 de julio de 2011

EL SUEÑO DE UN MEDIOCRE



Recuerdo un cuento de Cortazar cuyo protagonista es un músico genial, tanto, que a veces, cuando interpreta, se escapa de sí mismo, y pierde el control. Le atormenta saber que no es dueño de su obra, que algo que va más allá de él lo envuelve y supera. Y el hecho de saberse traspasado lo coloca el borde de un precipicio.
Lo idolatra el público por ser capaz de hacer lo que hace, pero él sabe que lo que hace no es suyo, que en cualquier momento la magia desaparecerá, y él volverá a ser normalito, un ser humano como todos.
El mundo se arrodilla ante su obra, pero él lo único que pretende es que lo quieran tal y como es, vulnerable y mediocre. Y no como el genio que toma su cuerpo. Lo único que sabe es que ese momento desaparecerá, y eso lo lleva a emborracharse de puro miedo.

Cualquier creador, sea en el campo que sea, si no se dedica a copiar, si se atreve a ser él mismo, ha vivido esa experiencia. Por unos instantes, o por un tiempo.
De pronto algo se apodera de él, y habla por otra boca. Siente que, como en los sueños, no controla su obra. Que el protagonista, su pareja, su enemigo, o algun otro personaje, se cuela dentro de su texto y dice cosas que dan escalofrios. Y es que no quiere admitir que eso lo está escribiendo él o su subconsciente.
Una pintora me dijo que espera a que el cuadro le hable, porque si no lo hace, tiene que abandonar.
¿Quién no ha vivido la experiencia de comnprobar que su obra se le escapa de las manos? Por eso no entiendo cómo puede envanecerse un creador por algo que está fuera de él, que no le pertenece, que viene y va, que quizá ya nunca regrese. Por eso tantos han utilizado drogas o alucinogenos. Quieren encontrar de nuevo ese rayo que un día brilló y que quizá nunca más regrese.
Mediocres en pleno sueño, solo eso.

sábado, 25 de junio de 2011

PEROGRULLO





A mi hay cosas que me parecen de Perogrullo.
Por ejemplo, el hecho de que un banco preste una cantidad de dinero para la adquisición de una vivienda, pida como garantía la vivienda, la valore como Dios le da a entender, y cuando el deudor no puede pagar, va y le cuenta que de lo dicho nada, que la vivienda valía mucho menos de lo pactado en aquel tiempo, y que además de quedarse con ella, se queda con el deudor, con su vida, y con su hacienda para los restos.
La verdad, no lo veo de recibo.
Así que el deudor, que la mayoría de las veces no puede pagar por haberse quedado sin trabajo, se encuentra sin casa, sin dinero, sin la posibilidad de alquilar otra, y si te descuidas, con una multa de la Agencia Tributaria por no haber mantenido la vivienda habitual durante los tres años que marca la ley, y haberse desgravado en su momento.
Además de todo eso se encuentra también con un embargo de bienes, porque… “usted pague y luego recurra, que ya veremos su caso”.
Y ese es el momento en el que la víctima llama desesperado para decir que no la vendió antes de tiempo, que se la quitaron, que oiga usted, por favor. Pero una fría y robótica grabación dice: Si su consulta es sobre un cambio de domicilio, marque el uno, si lo que desea es que le envíen el borrador por correo, marque el dos, si…
Yo es que hay casos en los que entiendo que uno coja un trabuco y se eche al monte.
Y como ahora ya no se venden trabucos en condiciones, ni hay montes cercanos, lo que hacen es irse a Sol y montar un 15 M al que, por cierto, intentan subirse todos aquellos que han consentido que se haya montado este pollo marinero.
Pero qué cinismo ¿no?

lunes, 6 de junio de 2011

Halo o hilo


Últimamente me interesaba por el aura de energía que rodea a los cuerpos. Dicen que la han fotografiado con una cámara Kirlian. “Acostúmbrese a mirar a la gente como a través y descubrirá que alrededor de su cuerpo hay una especie de halo luminoso que lo rodea” leí en Wikipedia. “Es cuestión de práctica. Si insiste hasta podrá ver colores”.
Desde entonces iba por el metro como obsesionada por los halos ajenos. Los buscaba alrededor de todo el veía. Los miraba de reojo para que no me partiesen la cara.
Al principio no logré ver mucho, la verdad, pero soy machacona a más no poder. Y todas las noches me concentraba en mi mano para tratar de ver esa especie de cinta luminosa de la que hablaban. Me parecía provechoso conocer el color de mis enemigos. Es, cuanto menos, útil.
Y a base de insistir e insistir, he empezado a ver, no halo pero sí hilo. La primera vez me ocurrió con mi amiga Rosario. La estaba mirando fijamente alrededor de su cuerpo mientras hablaba, y de pronto vi que le salía de la boca un hilo que era el que la movía, lo hacía de arriba abajo. Luego me fijé un poco más, y me di cuenta de que también tenía un hilo que salía de cada uno de sus brazos, y de sus piernas. Estaba clarísimo alguien movía sus extremidades, su cabeza, y su boca. Alguien le hacía hablar y decir lo que decía. Rosario no era una mujer de ideas propias. Era una marioneta de carne y hueso que interpretaba un papel. Luego fui dándome cuenta de que los hilos de Rosario salían también de Maria Antonia, y de Mariana, y de Ricardo.
En el metro todos estaban sujetos por hilos que a simple vista no se percibían, pero que si te concentrabas en un punto, los veías estupendamente.
Ahora ya no busco el halo sino el hilo que dirige los pensamientos y las actitudes de los que me rodean. Luego, cuando se sientan y descansan, los hilos se aflojan y se quedan como muñecos inertes. Sin nada qué pensar, como esperando que alguien vuelva a recoger sus cuerpos y los active.
Los mueve la prensa, los mueven los políticos, los mueven los líderes, los mueven los amigos, los mueven los padres o los hermanos. Estamos llenos de hilos invisibles que tiran de nosotros y nos levantan de la silla, nos hacen andar, y hablar, y enfadarnos. Hasta que nos sueltan por la noche y nos dejan abandonados y sin fuerzas. Vacíos para poder dormir.

miércoles, 25 de mayo de 2011

ALICIA



Alicia, mi vecina, me pide que compruebe el borrador que le ha enviado Hacienda. Dice que no entiende cómo le sale a pagar más que el año pasado si ha ingresado menos y le han retenido más.
Al principio a mí también me extraña, pero enseguida recuerdo que este año han quitado la deducción por obtención de rendimientos del trabajo; 400 eurazos de nada.
Alicia tiene ochenta y tres años y una incapacidad de más del 65%, va en silla de ruedas y también está indignada, como todos.
Me implico, sé que no debería pero me implico, y lo hago porque de haber cobrado 500 euros menos, ni siquiera hubiera tenido obligación de declarar.
Decido perder la tarde en hojear las deducciones por Comunidades, saber qué pagaría Alicia dependiendo de donde viviese. La Ley Orgánica de financiación de las Comunidades Autónomas tiene mucho qué ver en todo esto
En Madrid pagará 762 euros, pero si viviera en Andalucía la cosa estaría mejor, pagaría 662, y mejor todavía si se hubiera ido a las islas Baleares que liquidaría 637. En Canarias 342. En Castilla la Mancha 362, pero todavía estaría mejor si viviese en Castilla León que pagaría tan solo 106. En Galicia un poco más; 162. En la Comunidad valenciana, 587. Y ya no he querido continuar, no por pereza, sino por disgusto.
Solo estoy hablando de unas deducciones por pensionista y minusvalía, sin otras percepciones. Porque si abordáramos el tema de los jóvenes que alquilan, compran, o rehabilitan. El de los estudiantes de catalán o valenciano. El de los adquirentes de 2ª vivienda en municipios despoblados, mujeres que se ocupan de sus labores, y demás zarandajas, las diferencias son de poner los pelos de punta.
Llaman a la puerta, es Alicia. Una peruana empuja su silla de ruedas. Viene a preguntarme si se habían equivocado con el borrador y debía pagar menos. No tengo estómago para animarla a irse a vivir a Castilla León. No lo entendería. Solo le digo que el borrador es correcto.
No dice nada, tan solo se marcha con el sobre en la mano.
Me pregunto si alguna vez fuimos todos los españoles iguales ante la ley, si el artículo 14 de la Constitución sirve para algo.
Luego me acuerdo del Tribunal Constitucional y cojo la mochila. Me marcho a Sol. A lo mejor quedan algunos indignados para pasar con ellos la noche.

miércoles, 18 de mayo de 2011

¡INDIGNAOS!








Se necesita ser de otra pasta, ser “político”, para sacar tajada de los indignados.
Lo han dicho por activa y por pasiva, que no somos políticos, que no defendemos a ningún partido ni a ninguna opción. Pues ellos, con su sólida piel ignífuga, continúan erre que erre.
Hoy sale en el periódico la foto de Tomás Gómez bajo un cartel de los indignados que habla de los casi cinco millones de parados, mientras anuncia con una sonrisa bobalicona “un abono mensual de taxi”. Y lo dice sin cortarse un pelo, con todo el morro. Y es que estos políticos no bajan a la arena ni para coger votos. Su limbo es tan irreal, que todavía se atreven a hablar de taxis a un colectivo que ha perdido hasta su casa, que ve limitados sus logros sociales a marchas agigantadas, que ha perdido nivel adquisitivo o salario, pequeños empresarios que no encuentran apoyo en los bancos para salir de su agobiante situación. Gente en definitiva que se encuentra asfixiada.
Rajoy habla de que no se puede maltratar a la clase política. Supongo que él llama maltratar a controlar los sueldos desmesurados, las prebendas al dejar el cargo, la falta de interés por su escaño. La clase política no ha consentido bajarse los salarios ni viendo la necesidad que impera entre la población.
Bueno, pues aún así, creen que el movimiento de indignados es por ellos, está con ellos, y los jalean. Ven a todo ese gentío en la puerta del sol y se relamen del gusto imaginando votos y más votos para sus bolsillos.
“Dicen lo mismo que nosotros”, gritan. “Os entendemos, muchachos”, vociferan en sus mítines de mentiras.
Los indignados hablan de control de absentismo en las sesiones parlamentarias, hablan de supresión de privilegios en el pago de impuestos, hablan de la equiparación de salarios de los representantes electos al salario medio español, hablan de publicación del patrimonio propio antes de aceptar el cargo. Piden una nueva ley electoral que acabe con el bipartidismo y la falta de libertad del ciudadano a la hora de votar. Y sin embargo ellos todavía creen que los indignados hablan por su boca, dicen lo mismo que ellos, creen en sus programas de pacotilla.
Y es que están en las nubes. Ese es el problema.
Los indignados piden que las viviendas en stock que hay en el mercado se coloquen en régimen de alquiler protegido. Piden ayudas para alquiler a gente con bajo nivel adquisitivo. Dación en pago de las viviendas para cancelar las hipotecas. Piden que se prohíba el rescate a una banca incapaz de asumir el riesgo que implica prestar su ayuda a una economía que se hunda. Piden regulación de sanciones para movimientos especulativos Y sin embargo seguro que los banqueros también sacaran tajada de tanta indignación.
Los indignados piden la independencia de la justicia respecto de la política, y para asentar las bases de tal petición, se nos apunta el juez Garzón como abanderado de libertad e independencia. Sin recordar sus cacerías ministeriales. Es para morirse.
Se necesita ser muy ingenuo para pensar que este movimiento no lo van a aprovechar los políticos, los banqueros. En definitiva, los que mueven los resortes del poder y de la ignominia. Lo sé. Desde Espartaco, el esclavo, hasta nuestros días, siempre ha habido tíos vivos que se han aprovechado de los movimientos de indignación.
Resulta, sin embargo, esperanzador ver a tanto joven indignado.
Gracias Hessel por tu libro, por haberme hecho concebir esperanzas durante cinco minutos.

sábado, 14 de mayo de 2011

YO NO LLORÉ CUANDO MURIÓ MICHAEL JACKSON.









No digo que no lo sintiera, pero no lloré. Y es que me he dado cuenta de que no tengo capacidad de admiración, y eso en determinadas circunstancias resulta peligroso. Seguramente me falta el engranaje cerebral del éxtasis, la fascinación sin medida ni clemencia, el enajenamiento, la entrega sin condiciones a otro ser humano.
Lo he notado desde siempre, pero ahora me preocupa. Desde que vi un programa en la tele en el que decían que la normalidad está en la mayoría, me siento rara, algo así como un perro verde. Ahora trato de pasar desapercibida y babeo un poquito por este o aquel cantante, más que nada, para que no se note mi inapetencia.
Jamás he bebido los vientos por un político, nunca he llorado de emoción ante la sede o casa del cantante, escritor, pintor, músico o científico. Aunque eso no signifique que no admire su don, me compre sus libros, sus CDes, visite sus obras, o me embobe estudiando sus teorías. Eso es otra cosa. Pero de eso a seguirle como si fuera un Dios, o comprar una prenda suya y manosearla como una reliquia, va un mundo.
Y sin embargo me gustan las personas a rabiar, me encanta observarlas, descubrir sus contradicciones, sus miserias y sus grandezas. Reconozco cualidades hasta en mis enemigos.
De pequeña mi ilusión era ser confesor solo para comprender más a los otros, saber los resortes que los hacen ser de esta u otra manera, reaccionar así o asá. Saber por qué a esa le gusta emperifollarse tanto, y esa otra es tan sosaina. Por qué aquel en la calle aparenta esto, y dentro de casa, lo otro.
En el colegio me cambiaban de pupitre continuamente para que no hablara, pero era imposible porque cualquier compañera despertaba mi curiosidad.
Con esto quiero decir que el ser humano me gusta y me intriga, pero no lo admiro sin condiciones. Me gusta las cualidades de algunas personas, pero eso no tiene nada que ver con mi embeleso rotundo.
Dicen que mis personajes literarios son extremos, surrealistas. Seguramente será cierto, pues es así como yo veo al hombre; extremo y tierno. Las personas son para mí interesantes en su cotidianeidad, en su discurrir diario, en su grandeza y miseria, pero jamás superiores en su totalidad.
Por eso no admiro a lo grande, sino a lo pequeño, a lo de todos los días a esa persona que parece como todas pero que no lo es. Nunca lo es.
“Ha pasado un autobús lleno de luces de colores que se encendían y se apagaban, y he pensado: Mira, ahí van los personajes de Carmen” me dijo un día un amigo escritor.
Quizá sea cierto, quizá mis personajes esté llenos de luces que se encienden y se apagan; histriónicos, tiernos, perdidos, un poco vanidoso, o cobardes, o generosos. Divertidos. Pero jamás seres impecables, jamás ídolos en su totalidad.
Yo no lloré cuando murió Michael Jackson, pero es porque no lo conocía personalmente, que si se llega a haber sentado en el pupitre de al lado...

lunes, 2 de mayo de 2011

LA AMISTAD






Hace tiempo escuché a García Márquez en una entrevista hablando de Onetti, y decía que era su amigo y que con él ejercía la amistad.
Me pareció muy interesante y desde entonces ejerzo la amistad.
No salgo con amigas en grupo para pasar el rato, que también lo hago, sino que ejerzo la amistad. Se trata de quedar con algún amigo/a a conversar, a escuchar de verdad, dejar que se expanda, que sea él o ella, entrar en su intimidad y que entre en la tuya. Sentir, aunque sea por unos minutos, que no estamos solos.
El ejercicio de la amistad no debe hacerse muy a menudo porque del roce vienen siempre las tensiones, los celos, las fricciones, y por último el gran enemigo: “El EGO”. Es mejor estar tiempo sin ver a tu amigo y verlo solo cuando tienes ganas de ejercer la amistad, de escucharle, de aprender, de dejarle ser él mismo. A veces da pereza pero siempre merece la pena. Cuántas cosas compartimos con el otro sin darnos cuenta, y cuantos ansiolíticos nos ahorraríamos si practicáramos más.
Cuando regreso a casa después del encuentro con el amigo, me siento tan acompañada, tan a gusto, que comprendo a García Marques ejerciendo lo que ya no se practica; la amistad.

miércoles, 27 de abril de 2011

LEYES DE MENDEL





Entre los personajes literarios y de los otros, es decir, los de carne y hueso, existe una variable similar a las de las leyes de Mendel: Amarillo liso, amarillo rugoso, verde liso, y verde rugoso. No es que no puedan existir matices, pero los elementos básicos son: Bueno listo, bueno tonto, malo listo y malo tonto. Las variaciones a dicha nomenclatura están en el grado. Eso nos lleva a valorar las diferentes posibilidades.
Encontraremos al bueno listo que es el héroe. Personaje emblemático que lucha por una idea noble, y que su inteligencia le ayuda a lograr.
El bueno tonto, es, a fin de cuentas, un personaje tierno. Nadie le haría daño, y si alguien con la suficiente ruindad lo intentase, siempre encontraría a otros dispuestos a sacarle del atolladero. Ése ser nunca sabrá de la que se ha librado, y vivirá una vida de feliz inconsciencia pensando que todo el mundo es bueno y la vida, bella. Es de los que hubieran ido al limbo si la iglesia no les hubiera quitado su ubicación.
El malo listo es el antihéroe. El ser perverso del que hay que cuidarse si no quieres sucumbir. Ese ser que solo el héroe es capaz de doblegar. Da miedo y respeto. Si lo buscásemos en la literatura infantil más reciente nos encontraríamos por ejemplo con Voldemort de las novelas de “Harry Potter”. Un ser peligroso.
Y por último el malo tonto. El personaje patético que suele estar caracterizado como el matón del colegio, el repetidor que pega a todos porque se ha hecho grande y se le ha pasado la edad. Le salen pelos en las piernas pero todavía está con los pequeños. Suele capitanear una banda de seres más tontos que él pero menos manipuladores. Es el continuo perdedor. En “Harry Potter” sería el pobre Malfoy, hijo o padre. Cada vez que intenta hacer el mal, le sale el tiro por la culata. Pero lo más triste es que su incapacidad intelectual lo vuelve soberbio y le impide rendirse. Vuelve una y otra vez a intentar hacer el mal sin valorar las armas de su oponente. Es como una mosca pesada que uno se aparta de un manotazo, pero que al rato ya está otra vez dando la murga. Vencido una y mil veces, tonto hasta la extenuación, y sin embargo con el tesón sufriente para no cejar en su empeño de fastidiar.
El eterno perdedor cabreado.
Esa es la combinación de los guisantes de Mendel cuando se trata de hombres. Esos son los personajes literarios extremos.
De ese material está hecha la vida, y por lo tanto la literatura.

domingo, 3 de abril de 2011

FUTURO IMPERFECTO




Cuando desperté me vi envuelto en una urna de cristal. No podía enten-der los motivos por los cuales me encontraba en esa situación, sólo intuía que había dormido mucho, sentía una enorme pesadez en el cuerpo, era una pesa-dez de años.
Mis músculos estaban agarrotados y tenía frío. Escuché un sonido de pa-sos acercarse y traté de ordenar las ideas en mi cerebro. No lograba recordar nada. Abrí los ojos. Fue entonces cuando lo vi. Tuve que contener un grito de asombro: Barack Obama limpiaba la urna en la que me encontraba. Estuve a punto de levantarme de un salto pero me contuve. Tenía que pensar deprisa, recordar. Tenía que poner a funcionar mis neuronas tan heladas como mis miembros. No podía dejarme llevar por la emoción.
Fue después de un gran esfuerzo cuando empecé a recordar. La imagen de Pascu llego a mi cabeza y su descabellado empeño en que me hibernara para salir del paso.
-Has vendido la sangre, has vendido los riñones, y vas a vender las cór-neas. Pues yo de ti me vendo entero para gloria de la ciencia, y de paso sales de apuros, porque si no, te van a destrozar entre todos.
Yo estaba mal, muy mal. Pascu sabía que mi situación era agobiante.
-La verdad es que con todas las deudas que tengo, mis días están contados
Pascu se agachó sobre el tapete y cerró un ojo para mirar la posición de las bolas
-Creo que han entrado.
-Lo ves, así no puedes vivir. Tienes que tomar una decisión y esa es la más acertada. Tengo contactos. Tú hablas con ese profesor Antunez. Si te convence, lo aceptas, y si no, pues sigues huyendo de Manolo y de todos los demás, que al fin y al cabo, es lo tuyo.
Lo dijo con aire de rechazo y salió del local con la cabeza muy alta. Yo me quedé, entre humos blanquecinos y olores a Manolo, a barruntar lo que me había propuesto.


Ahora se iban disipando las dudas. El profesor Antunez me había recibi-do de forma sigilosa y me había hecho todo tipo de análisis.
Había analizado el informe y lo tenía encima de la mesa.
-Muchacho, vas a pasar a la historia -me dijo por encima de sus gafas
-Eso espero.
-Hasta ahora solo habíamos congelado a personalidades famosas como Disney y algún otro, pero todos están muerto y quizás no los puedan hacer re-gresar a la vida. Sin embargo tú no has muerto todavía, y yo te garantizo que volverás a la vida para gloria de las generaciones venideras que te alabarán.
-Ya -dije muerto de miedo- La única condición que pongo es que me deje el dinero de la venta de mi cuerpo por si al despertar lo necesito.
-No creo que en el futuro te sirva para nada pero si es ese tú deseo. Te dejo una carta para nuestros tataranietos, a los que se la leerás cuando la historia te permita entrar en ella por la puerta grande.
Así fue como me metí en esa urna de cristal, cargado de cosas para el fu-turo; un transistor, la carta para la humanidad, el dinero por dejar que me conge-laran y un traje blanco como de peregrino que me había traído una enfermera.
De todo esto fui acordándome mientras Barack Obama limpiaba los cris-tales de mi urna con meticulosidad. Seguí con los ojos cerrados pensando en cómo podría salir de allí sin levantar sospechas, porque estaba claro que el pro-fesor Antunez me había regalado al presidente de los Estados Unidos por algún motivo que yo entonces no alcanzaba a comprender. No sabía cuánto tiempo había pasado, en qué época me encontraba.
Después de un tiempo que se me hizo eterno se marchó, y yo empujé la tapa que cedió suavemente. Hacía un frío horroroso pero poco a poco logré desentumecer mis músculos mientras agudizaba el oído.
Una mezcla de miedo y curiosidad me empujaron a salir. El hecho de que el presidente de los Estados Unidos se encontrara sobre mi urna no me conso-laba nada, ya que según las previsiones del profesor Antunez, él debería estar ya muerto.
Noté un bulto a mi lado y palpé el transistor Sony. Eso me alivió. Lo co-necté y escuché con nitidez a Carles Francino dando las noticias en CADENASER. Cambié de canal y Jimenez Losanto hacía lo mismo en esRadio. Ante esa situación solo me cabían dos respuestas: que esos locutores hubiera traspasado los filtros del tiempo, en cuyo caso eran unos genios, o que algo hubiera fallado.
La puerta se la había dejado Barack abierta y traté de salir de allí. Me ex-trañaba que no me tuvieran mas custodiado, con guardias de seguridad o algo por el estilo. La culpa la tengo yo por haberme fiado de Pascu, del profesor y de todo.
A través de un largo pasillo, que parecía el de una clínica abandonada, lle-gué a una sala donde se encontraba material de quirófano. Lo aproveché para cubrirme la cara con vendas y salir en busca de información. De pronto lo vi de nuevo; era Obama que vestido con mono verde y zuecos, trajinaba por los pasi-llos recogiendo vendas y llevando un carro lleno de sábanas sucias. No había elegancia en sus andares ni en su porte.
Llegué a una habitación en la que se encontraba la puerta entornada y al asomarme creí que me congelaba otra vez. En la cama, sin escolta ni banderas ondeantes, se encontraba Fidel Castro leyendo “el Marca” y escuchando a Ji-menez Losanto muy ilusionado.
¿Dónde me encontraba realmente? ¿En qué mundo de locos había ama-necido? Fue en el baño de Fidel donde cambié la túnica blanca por el uniforme de camuflaje que colgaba de una percha.
Logré alcanzar la calle con uniforme de faena, y fue allí donde todo co-menzó a darme vueltas. Las cosas habían cambiado muy poco, hasta me atreve-ría a decir que continuaban exactamente igual que antes, el problema lo consti-tuían las personas. Delante de mí, y a velocidad excesiva, pasó un autobús con-ducido por Putin y abarrotado de personajes conocidos que me confundieron. Entré en un bar cercano para tomar una copa y observé de nuevo a Obama charlando animadamente con Artur Mas vestido con ropa vaquera. Obama, sin embargo, llevaba pantalones ajustados y botas de puntera de acero. No le había dado tiempo a cambiarse de ropa en tan poco tiempo. Me fijé un poco mas y comprobé con asombro que portaba símbolos nazis en los brazos, el pelo lo llevaba excesivamente corto y eran notablemente más jóvenes de lo que yo re-cordaba, incluso más joven que el Barack que había limpiado mi urna.
Asustado me acerqué a un quiosco de prensa y a un Chavez taciturno le pedí un periódico del día, que pagué con dinero de la venta de mi cuerpo y que aceptó sin rechistar. Al abrirlo comprobé que la fecha era 20 de abril de 3089.
Lo primero que hice fue buscar un lugar para poder esconderme. No te-nía actualizada mi documentación, así que decidí buscar una pensión en el ba-rrio chino para que no me hicieran preguntas.
El profesor Antúnez había cumplido su promesa de no quitarme nada de lo que llevaba en el bolsillo y esto me permitió mantenerme con el dinero de la venta de mi cuerpo que por extraña circunstancia seguía siendo de curso legal.
Ojeaba los periódicos todos los días intentando descifrar todo aquél mis-terio, pero fue al acudir a la hemeroteca donde pude entrever alguna explicación. Un periódico antiguo me puso sobre la pista de un cataclismo que había sacudi-do a la humanidad en el año 2012. Una guerra se había desencadenado por el empecinamiento de algunos países, y se habían lanzado bombas químicas que acabaron con todo vestigio de vida en el planeta.
Ahora comprendía, en parte, el que todo se mantuviera igual a cuando yo vivía, aunque no porqué no hubiesen cambiado nada las generaciones que continuaron con vida. Sobre todo, no podía entender el hecho de que los supervivientes se parecieran tanto a aquellos que vivían en mi siglo, e incluso que estuviesen repetidos. El enigma lo fui resolviendo poco a poco, pues co-mencé a hacer amistad con el portero de la biblioteca que era Roldan pero unos años más joven.
Nuestro primer encuentro no fue muy amistoso, pues aprovechó que es-taba ensimismado con la lectura para quitarme la cartera. Yo le pillé y le pegué una buena reprimenda.
-Pero ¿es que no se va a corregir nunca?
-Pues no, porque soy un clon y los clones no se corrigen, se repi-ten.
-Ya, ¿y cuantas veces ha estado en la cárcel?
-Los de mi aspecto somos los que mas poblamos las comisarías pe-ro ¿qué le vamos a hacer? y tú ¿que aspecto tienes?
-No, yo soy el que soy -le dije.
-Eso es una tontería, todos pertenecemos a un modelo concreto.
Esa conversación con Roldan me había desentrañado otro miste-rio. Estaba rodeado de clones de personas famosas en diferentes etapas de su vida. Sin embargo me seguía persiguiendo una idea fija, descubrir cual era la ra-zón para que siguieran, después de casi cien años, el metro con las mismas ma-quinas expendedoras de golosinas, los autobuses con sus mismas líneas de siem-pre, y el Corte Inglés anunciando que ya había llegado la primavera. A Roldan no se lo podía preguntar porque cada vez se volvía más receloso.
Por fin las últimas dudas, las resolvió el profesor Piñol, un científico de aspecto extraño que vino a visitarme el día en que fui arrestado.
Me había pasado el día leyendo periódicos y enciclopedias para tratar de informarme. Quería investigar por mi cuenta mientras trataba de pasar desaper-cibido. El hecho de ir con las vendas y pasearme con el uniforme de faena de Fidel Castro, debió llamar la atención del dueño de la pensión que alertó a la policía. Me estaban esperando cuando llegué. Fui llevado a la comisaría con grandes medidas de protección. Al llegar Estefanía de Mónaco me tomó los da-tos en un ordenador desvencijado, y observé que utilizaba el Word.XP. Después de cachearme, me quitaron todo lo que llevaba encima, y también la venda. Cuando el policía que tenía el aspecto del conde Lequio, me vio, soltó un grito de terror.
-¿Quién demonios es usted?
-Pedro Ramírez.
-Es usted rarísimo, no se parece a nadie.
Fueron momentos de una gran confusión, pues el conde Lequio no hacía más que asombrarse pero no me decía lo que pensaban hacer conmigo.
Era ya noche cerrada cuando conocí al profesor Piñol. Entró en mi cel-da de forma sigilosa y me alargó su mano.
-Soy Antonio Piñol.
-Hola -contesté sin levantarme del camastro.
-Sé quien eres tú. Te congelaron hace muchos años y permaneciste custodiado todo este tiempo, hasta que un error en los circuitos de seguridad hizo que aumentara la temperatura y tú volvieras a la vida. Esto ha sido un mila-gro porque quizá tú salves a la humanidad de su extinción.
-¿Yooo?
El profesor acercó una silla, y me ofreció un cigarro mientras lla-maba al timbre. El conde Lequio llegó presuroso.
-Por favor, que no nos moleste nadie.
Al rato trajeron un espléndido menú que me asustó. Incluso pensé que me iban a quitar de encima y que por eso hacían tanto remilgo, pero la reali-dad fue otra.
-Hace muchos años, dijo, hubo un cataclismo que acabó con la humanidad y solo sobrevivieron aquellos que tenían refugios nucleares. Éstos eran los grandes mandatarios de los diferentes países y algunos millonarios o gente conocida que se lo podía permitir. Gracias a Dios se cuidaron de meter algunos científicos en el refugio.
Bebió vino y se quedó un rato mirándome. No quería dar sensación de curiosidad y me levante a mirar por la ventana. Él continuó.
- Mientras se encontraban refugiados se obtuvieron genes de todos ellos para poder ser clonados en un futuro, y al salir descubrieron que el mundo se-guía siendo exactamente igual que antes, pero que no quedaban seres vivos, y eso era un problema.
-Claro –dije.
-Los hombres habían quedado estériles al salir antes de tiempo, por lo que no quedaba otro remedio que clonar los genes que habíamos conge-lado, los cuales eran idénticos a los supervivientes pero sin la posibilidad de crear otro ser nuevo.
-Ahora comprendo la igualdad de todos aquellos que me encontra-ba en la calle, lo que no alcanzo a comprender es que todo siga igual que en el 2011.
-Ahí está el problema. La humanidad no evoluciona. Nadie sabe crear algo nuevo. Por eso las casas son repetición de las antiguas, los autobuses continúan como antes, la cultura es la misma de entonces. Se limitaron a imitar lo que ya existía. Somos clones no seres reales. Pero ahora has llegado tú, y vuel-ve a renacer la esperanza.
-¿Yo? ¿Qué tengo que ver en toda esta historia?
- Los seres vivos se adaptan al ambiente para poder sobrevivir, pe-ro los seres que habitamos ahora mismo el planeta no tenemos posibilidad de adaptarse. Nuestros genes no se trasforman ni evolucionan, siempre iguales, por eso el mundo no progresa. Pero tú estas aquí y tienes en tus genes la herencia del mundo. Tus espermatozoides están vivos, de ti volverá a salir el genio, la evolución y la adaptación al medio ambiente. Tú, y sólo tú eres un hombre, un hombre de verdad.
A los pocos días fui sacado de la cárcel y transportado a un lugar paradisíaco donde no faltaba de nada. La casa que me entregaron estaba sobre un acantilado en la costa catalana y allí fueron enviadas las mujeres que yo pre-viamente había elegido. Con la que mantuve la relación mas larga fue con Saki-ra, pues desde que me enteré de que alguien la había introducido en su refugio, fui feliz. La cambié dos veces, por su propio clon rejuvenecido, hasta que me cansé.
Tuve ocasión de compartir mi vida con maravillosas mujeres, pues Silvio Berlusconi lo había previsto todo, y allí estaban las mejores de mi generación. También cedí mi esperma para experimentos de laboratorio. Y hoy, envejecido ya, puedo ver como mis hijos pueblan el planeta hasta los confines del mundo.
Mis descendientes han cambiado la faz de la tierra y yo me hago llamar Adán. Sólo hay un problema, y es que entre mis vástagos han abundado los mo-rosos, pero eso también lo hemos resuelto con unos seguros de primas conside-rables.

martes, 29 de marzo de 2011

TIEMPO ENTRE COSTURAS






No suelo leer best seller. No es que todos sean un bodrio, ni mucho menos. Hay algunos buenísimos. Pero he perdido la fe en los gustos multitudinarios. Desde que la antigua Tamara, esa que iba con su madre a todas partes, arrasara con su canción: “No cambie”. Llegue a la conclusión de que lo mío no era lo multitudinario. Sin embargo no niego que, muy de cuando en cuando, me sumerjo en alguno de esos libros de seiscientas páginas o más.
Algunas veces me parece que el tema es interesante pero está inflado con páginas absolutamente prescindibles, o hay tramas en las que se inserta enormes párrafos sacados de Wikipedia sobre algún tema histórico, para parecer más cultos. Otras veces la trama se sigue bien y los personajes tienen una cierta dimensión pero las minuciosas descripciones me adormecen.
En cualquier caso, podía decir hasta ahora que todos ellos, antes o después, los he terminado.
Pero este, del que voy a hablar hoy, no. Este se me ha atragantado en el capitulo seis y ya no he podido continuar. Best seller donde los haya. “Tiempo de costuras”. Una bomba editorial.
Preguntaba con interés. ¿De verdad es tan bueno? Y todo el mundo me contestaba lo mismo. Bueno, que quieres que te diga, entretiene.
Estaba muerta de curiosidad y decidí hincarle el diente.
Desde el primer momento me di cuenta de que pertenecía al género melodramático dónde los haya: Madre soltera, hija natural, modistilla a punto de casarse con un hombre bueno pero un huevo sin sal. Cantamañanas que la lía. Ingeniero que resulta que es el padre y le deja una herencia de bigotes. Hombre de ringo rango que jamás dejó de amar a la madre pero que no se lo dijo. Aún así, después de veinticinco años le da el pronto y le deja una pasta a la hija natural, fruto de sus amores juveniles. La hija que es muy borde con la madre pero una pánfila con el cantamañana, le entrega todo su dinero para que ponga un negocio. El cantamañanas se larga con la pasta y la deja en Tanger sin un duro y un montón de deudas. Ella se desmaya de la mala suerte que tiene y despierta en una clínica medio atontada. Un policía irrumpe de pronto en su habitación y ella se asombra. Quiere tomarle declaración ¡Ah, Dios mío!, piensas. El cantamañanas ha dejado mil pufos y la pánfila se va a la cárcel derechita. Que interesante ¡madre mía!
Pero no.
Hasta ese momento lo he pasado mal, he jurado en arameo y me he preguntado que quién me manda meterme en estos líos, pero continuaba, quería saber hasta dónde llegaba la hija natural del ingeniero, y por qué todo el mundo bebe los vientos por esa novela.
Pero cuando ha llegado un policía a entrevistarla y el narrador interrumpe el momento de tensión, el climax o el punto de giro, lo deja con la palabra en la boca y se dedica a explicar que la luz entraba a raudales por las amplias ventanas del pabellón. Tras ellas, el viento mecía levemente las palmeras y los eucaliptos del jardín sobre un deslumbrante cielo azul.
He decidido que ya estaba bien, que ese libro no se llevaba ni un minuto más de mi tiempo.
Me ha recordado a esas personas plúmbeas que cuando les preguntas qué les han dicho sobre el tumor maligno que le habían detectado, te responden con parsimonia. Verás, me recibió un doctor de mediana edad…, o cuando te interesas por el viaje que han disfrutado, se acomodan en el sillón y comienzan de la siguiente forma. Salida, nueve cuarenta y cinco…
La verdad es que con amigos así de pesados una tiene que guardar la compostura y hacer de tripas corazón, pero con un libro, un libro de seiscientas treinta y cuatro páginas, ni hablar. Lo he cerrado. Lo he cerrado de golpe, en el metro. He hecho tanto ruido al hacerlo que una señora me ha mirado mal.
Sí, señora, me hubiera gustado explicarle. Esto no hay quien lo termine por muy best seller que sea, por mucho que a la gente le distraiga la historia de huerfanitas memas y vientos que mecen las palmeras.
No y no. Esa es mi opinión.
Que a lo mejor si sigo leyendo me encuentro con una joya literaria, una bomba de creatividad y buen hacer. No digo que no, pero por de pronto he cerrado el libro y no creo que tenga la tentación de volverlo a abrir.

viernes, 25 de marzo de 2011

REENCARNADOS



Me envían un MSN:
Noticias varias:
“China prohíbe al Dalai Lama reencarnarse en un país libre... Había pedido elecciones democráticas para la elección del sucesor, y el régimen comunista chino ha insistido en prohibir cualquier reencarnación sin su permiso”.
En un principio la noticia me pareció insólita, pero una vez digerida, hasta la comprendí. Porque si no empezamos a controlar esas minucias puede ocurrir que les pase como con el consejero de empleo andaluz, que le han tenido que pagar una indemnización escandalosa por despido, ya que trabajaba en las bodegas Gonzalez Byass desde el mismo momento de nacer. Es decir, siendo neonato.
Está comprobado que si uno se reencarna a menudo, adquiere tal experiencia y madurez laboral, que es cortarle el cordón umbilical e irse sin perder un minuto a fichar.
También puede ocurrir que haya muertos currando para cotizar más, mientras deciden si reencarnarse o no. En ese caso se les podría llamar “nasciturus”
Pero eso a los chinos les trae al fresco. Ellos saben que ninguna economía por muy emergente que sea, lo soporta. Y no están dispuestos a que un puñado de “neonato” y “nasciturus” reencarnados los arruine.
Oye, pues visto así…

lunes, 21 de marzo de 2011

UNA DISCRETA SOMBRA





No soy una llorona de esas que se consuelan en el hombro de cualquiera. No voy de acá para allá dejando mi huella de rimel corrido porque me hayan abandonado.
Yo, hasta ahora, hasta ayer mismo, era una sombra discreta, de largas piernas y andares armoniosos. Una sombra lo que se dice educada, hecha para pasar desapercibida, para seguir a mi amo. ¿Qué me arrastro por las esquinas? Sí, es cierto, está en mi naturaleza. Pero jamás saco los pies del tiesto. He vivido hasta ahora por él y para él. Ese ha sido el problema, que sabía que siempre me tendría, que conmigo nunca iba a tener problemas de engaños ni abandonos. Me sabía segura, y por eso me maltrataba.
En cuanto encendía la luz, yo estaba allí con su güisqui en al mano, esperándole. Nunca le eché en cara lo tarde que llegaba a casa, ni las manchas de carmín en su solapa, ni sus malos modos. Cuando se despertaba por las mañanas, ya estaba yo, aseada y fiel, acariciando sus pies, poniendo pagamento en sus zapatos, no fuera a despegarme por cualquier recoveco. Lo acariciaba, lo precedía en ocasiones para que no se hiciese daño. Me escondía tras las esquinas y luego aparecía en todo mi esplendor para sorprenderle. Me dejaba llevar sin rechistar a donde él quisiera, que yo en eso jamás me metí.
Es cierto que a veces se lo decía, pero no era verdad, esas cosas se dicen cuando una está muy enfadada; “Si no te gusto te buscas a otra, que sombras hay muchas”.
¿Pero quién no ha dicho algo así pensando que si llega el momento será capaz de hacerlo? Son cosas que se dicen cuando estás enfadada. No sé, no hay por qué tomárselas al pie de la letra.
Estaba segura de que había otra, mi inconsciente me lo decía, pero no lo quería oír. Los hombres no se van nunca solos, solos no se aclaran. A ver qué va a hacer un hombre sin sombra. Buscan antes el relevo. Y mira que me lo dijo veces mi madre. Síguele, no lo dejes solo ni un minuto. Y eso que ella era sombra de árbol, y esos si que son tranquilos y fieles, dónde se van a comparar.
El caso es que aprovechó la oscuridad de la noche para pegármela.
Me lo contaron ayer.
-Mira, chica, olvídalo. No se lo merece. Hay otra y es una sombra excéntrica, de color rosa chicle con retoques de fantasía.
-Ese color no es natural -le he explicado esta noche, cuando ha venido a recoger su ropa-. Esa tía está recauchutada, ha pasado por el quirófano. ¿O es que te vas a creer que hay alguna sombra rosa chicle en este mundo?
Pero él se ha reído. No parece el mismo.
-Tú si que eres una auténtica sombra; oscura y patética. Una sombra como las de antes, que se arrastran por el suelo y se pegan con pegamento a los talones.
Ha sido de una crueldad desmedida.
Por eso estoy aquí, bebiendo, en un bar de mala muerte, bajo la luz tenue de una bombilla de larga duración, esperando que pase alguien, quién sea. Necesito pegarme a sus pies y seguir siendo sombra. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

lunes, 14 de marzo de 2011

SELECCIÓN NATURAL







He leído en el periódico “Sentirse bien” que la manzana suiza Spatlauber contiene factores epigenéticos similares a los de las células madres humanas. Y como a mí todo ese tema de células madres y eterna juventud me tiene emocionada, he ampliado. He leído todo lo que ha caído en mis manos en el último trimestre. Y he llegado a la conclusión de que en breve nos mantendremos jóvenes para siempre. Si se nos estropea el hígado, pongo por caso, pues hígado nuevo. Si es el riñón, pues a crearte otro en el laboratorio. Será algo así como meter los zapatos en la horma. Hasta las patas de gallo nos quitaremos en un santiamén, en el tiempo que duran una toallitas relajantes para los párpados. “No estropee una cita por unas inútiles patas de gallo”, nos dirán en la tele. Toda una revolución. Ni siquiera sabremos si el potente del cuarto tiene veinte o setenta años. Pero dará igual. A ver, a quién le importará eso con los abdominales y la testosterona tan a flor de piel.
Además si cada siete años renovamos las células en su totalidad y continuamos con las mismas manías y obsesiones, qué más dará lo que nos quede genuino después de tanto cambio.
“¿Y de qué nos vamos a morir?” me pregunta Sebas que le gusta ponerme en aprietos. Miro las horribles imágenes del terremoto de Japón y le contesto sin pensar. “De catástrofes naturales”. “No hay tantas como para equilibrarnos”. Continúo mirando el telediario y le digo. “Pues de un Gadafi cualquiera”. “Ahí está el meollo”, grita. “Volverá la ley del más fuerte. La selección natural ya no será por salud sino por desgraciados sin escrúpulos”.
Lo pienso bien y deduzco que no podemos venir de un Homo Sapiens generoso, de uno que dio su vida para salvar a sus congeneres.
“Si dio su vida por salvar a otros no es nuestro ancestro, desengáñate. Esa alma candida y generosa se extinguió como los dinosaurios”, me dice como si leyera mis pensamientos. “Nuestro ancestro fue el que se escondió, el que dejó a todos empantanado y se salvó, el que se lió a pegar puñaladas traperas a diestro y siniestro. En una palabra; el que logró sobrevivir”.
“Si la selección no está en la salud, estará en la trapichería, en el engaño, en la ruindad”, insiste.
Continúo mirando la tele, pero ya mucho más desganada, como sin fuerzas. Una locutora rubia que cierra los ojos al acabar cada párrafo, dice que los bancos empiezan a tener beneficios. El país se va a pique, los parados proliferan, las empresas se cierran. Pero ellos no descuentan una letra ni si los torturan. Aunque eso sí, no hacen más que pedir dinero al Estado, o al Banco Central, o a quién se tercie. Pero no para reactivar la economía, sino para aumentar beneficios y repartirlos entre los consejeros.
“¿Y si el estado se queda sin dinero por tanto prestar, y se acaba la Seguridad Social, el paro, las prestaciones sociales?” Sebas asiente. “La ley del más fuerte. El menos solidario, el más ruin”, dice mientras se mesa sus cuatro pelos.
“Ya no quiero células madres. Que me dejen envejecer a gusto con los de mi generación, que me dejen con la selección natural, el hígado escacharrado, el colesterol por las nubes. “Es mejor el deterioro físico que la ley del más fuerte”, le confirmo, pero se ha dormido, aunque la que ya no logra pegar ojo soy yo.

domingo, 6 de marzo de 2011

PÁJAROS O POESÍA







Catalina y Leopoldo se habían conocido en una fiesta. Una de esas fiestas que da alguien que ni siquiera conoces. Contactaron enseguida. Fue por algo relacionado con una bebida que ya se había terminado. Un no importa quédatela tú que a mí me da lo mismo.
Hablaron de poesía, de naturaleza, de senderismo. Él creyó dejarla embobada cuando le habló del movimiento de migración de los pájaros. A él le gustaban los pájaros. Y ella pensó lo mismo cuando le dio una extrema explicación sobre la obra poética de Valente. A ella le gustaba la poesía.
Alguien dijo que porqué no continuaban la juerga en otro sitio, y fue entonces cuando se dieron cuenta de que ya se acababa, que los pocos que allí quedaban cogían el abrigo para marcharse. Habían perdido a los amigos con los que habían acudido a aquella fiesta, que por otra parte les pareció que acababa de empezar. Decidieron irse por su cuenta a cualquier sitio. Nadie les echó en falta cuando se marcharon. Ellos habían pasado desapercibidos.
Fueron a un bar de las afueras y continuaron fumando y bebiendo. Y hablaron otra vez de pájaros y de poesía, y también de música. Leopoldo dijo que le gustaba mucho la música country americana y a Catalina el jazz. Ella habló de Ray Charles y Leopoldo le contestó que Garth Brooks era su preferido. Ella le confesó a Leopoldo que no sabía bailar pero que esa noche bailaría, que se sentía atrapada por la música. El se quedó mirándola fijamente y pensó que nunca había sentido su propia mirada tan intensa, ni sus ojos tan claros, ni su sonrisa tan seductora. Minutos después ella se contoneaba con provocación ante él. Leopoldo salió a la pista de baile, elevó un brazo y se echó el pelo hacia atrás. Debió ser entonces cuando se dio cuenta de que Catalina lo miraba con tanta intensidad que llegó a preguntarse si esa mujer no iba a amarle ya para toda la vida. Ella por su parte lo había estado observando mientras bailaba, y había visto sus ojos hacerse agua ante sus piernas. Fue en ese momento cuando él la agarró por la cintura y la besó. Y ya no pudieron dejar de besarse ni siquiera cuando se desnudaban en la habitación del hotel.
Él no podía marcharse aquella noche, le gustaba mucho lo que era capaz de decir delante de aquella mujer. Se trataba de hablar sin importar de qué, como si el contesto no tuviera importancia. Ambos llegaron a la conclusión de que sus cuerpos estaban diseñados para abrazarse.
Leopoldo continuaba en la habitación cuando despertó la mañana del domingo. Y estaba seguro de que ella empezaba a soñar con él. Pero al tantear la cama buscando su cuerpo cálido comprobó que se había marchado.
Fue un momento después, al descorrer las cortinas, cuando pudo ver una carta en la mesilla de noche. Era de ella, le decía que debía marcharse para no tener líos en casa, pero que se encontrarían de nuevo a las ocho de la tarde. Que lo esperaría en la boca del metro de Bilbao. Le decía otras cosas sobre su encuentro y sobre la noche. A Leopoldo le gustó la idea. No había habido intercambio de números de teléfonos, ni direcciones, sólo la nueva cita. La promesa del reencuentro tan sólo unas horas más tarde. Era excitante, pensó.
A las siete de la tarde Leopoldo pensaba en ella. No había dejado de hacerlo ni un solo instante del domingo. Se había encerrado en el cuarto de baño y se había estado contemplando en el espejo. Había cogido la loción de afeitar mientras observaba sus ojos, esos ojos claros que la habían conquistado. Se sintió intenso y seductor. Pensó en lo largo que se puede hacer un domingo y en lo corta que es una fiesta de sábado. Se sonrió y pensó que ya sólo faltaba una hora para el reencuentro.
A las siete, Catalina se había puesto una mascarilla hidratante y leía en voz alta las poesías de Valente. Le alegró su sensibilidad. Había estado brillante y él se lo había dicho. Le gustaba la poesía igual que a ella, y le gustaba el jazz y el baile. No era normal encontrar a un hombre que valorara sus gustos de esa manera. Indudablemente aquello había sido un flechazo, algo en lo que no había creído hasta aquel sábado.
Busco en el armario una falda corta, la más corta que tuviese. A él le habían vuelto loco sus piernas, creía habérselo escuchado.
Cuando Leopoldo estaba cerrando la puerta, sonó el teléfono, era su amigo Sebastián
-Sebastián, tío, te tengo que dejar. Una cita. Una cita, Sebastián. Una mujer extraordinaria, la mujer de mi vida, por fin. Ya no me tendrás que decir que tengo que sentar la cabeza. Oye, ¿por qué no me llamas mañana?
-Vale, vale –contestó el amigo-. Y si la chica te gusta, no te pases haciéndote el duro, ¿sabes? Uno nunca sabe, las mujeres son misteriosas.
Amaba a Catalina. Acaso la amara porque vendría a su encuentro y le acompañaría. Porque lo miraba con ternura y admiración. Sospechaba que tenía una inteligencia excepcional. Había admirado todas sus opiniones. Pensaba en ella como una reina que a su lado reinaría sobre sus colecciones de música country, sobre la de pájaros, y sobre la naturaleza en medio de la cual y sin ella, se sentiría solo y superfluo.
Por su parte Catalina ya en el metro, pensaba en Leopoldo. Tenía ganas de correr ahogarlo con sus palabras, abrazarle. Recitarle todos aquellos versos, dejarle su música de jazz.
Cuando salió de la estación había varios jóvenes esperando, los había acompañados y también solos. Intentó recordar su rostro pero se le desdibujaba. Se habían conocido en una fiesta con poca luz. Se habían amado en una habitación de hotel en penumbra... Sin embargo se reconocerían al encontrarse, estaba segura. Él no iba a olvidar sus piernas tan fácilmente. Se reconocerían por la poesía, por el jazz. Sabrían encontrarse y sin embargo…No recordaba. Cerraba los ojos y no recordaba.
Cuando Leopoldo llegó a la estación de Bilbao observó que había muchas mujeres solas esperando y que Catalina podría ser cualquiera de ellas. No tenía en ese momento su rostro muy definido. Confiaba en que fuera ella la que lo reconociera. Sus ojos claros de los que ella no había apartado la vista la guiarían hasta él.
A las diez de la noche Catalina llamó a Clara
-¿Quien daba la fiesta el sábado?
-Ni idea chica, una fiesta de tantas.
Él por su parte llamó a Miguel
-¿Una chica que estuvo contigo? Ni me acuerdo. Iba ciego, ya sabes. ¿Tenía las piernas bonitas?
-Ah, ¿que no lo sabes, que crees que llevaba pantalones? No me acuerdo. En esas fiestas todo el mundo se parece. Vete tú a saber quién fue el que dio la fiesta, y quién la que estaba contigo. Duerme Leopoldo, y no pienses más que mañana tenemos que trabajar duro. Olvídala, anda.
Pero él asumió ante el espejo de su cuarto de baño, mientras se lavaba los dientes aquella noche, que jamás volvería a encontrar a una mujer como aquella, que amara los pájaros, la naturaleza y el country.
Y… bueno, sus ojos.
Catalina escribió a Clara “Me voy de Madrid. Él ya no está. Echo de menos sus silencios más elocuentes que cualquier conversación. Nunca volveré a encontrar un hombre que me ame tanto por mi misma como él. Y sobre todo, jamás olvidaré cómo miraba mis piernas esa noche mientras escuchaba embelesado los versos que yo le recitaba. Un hombre que como yo, amaba la poesía y el jazz”
Porque aquel domingo, a las ocho, en el quiosco de prensa que hay cerca de la boca del metro de Bilbao, él había estado ojeando revistas de pájaros, mientras ella, unos pasos atrás, había leído una y otra vez un libro de poemas. Al cabo de unos minutos, Catalina había tropezado con Leopoldo y a este se le había caído la revista que ojeaba. Catalina pensó que hay que ver que gustos tan raros tiene la gente ¿Pájaros?
¿A qué tipo de mujer le puede gustar la poesía? se iba preguntado él mientras bajaba tristemente las escaleras del metro de Bilbao

miércoles, 9 de febrero de 2011

UN MAL GESTO



Había estado con esa pelirroja la tarde anterior y sabía que sería suya desde el primer momento. Sin embargo le gustaba prolongar la conquista ¡Era tan joven!
-¿Te apetece que cenemos esta noche? -le había dicho con esa sonrisa contenida que él sabía poner.
-Como quieras
Era una estudiante preciosa e inexperta, aunque resultaba tierna queriendo aparentar aires mundanos. Lo recordaba ahora en su cerebro embotado, mientras pasaban imágenes de esa noche que imaginó tan placentera.
Tenía que recogerla a las nueve, pero antes pasaría por el hotel para darse una ducha y transformar su aspecto de profesor atareado por el de profesor conquistador; unos ligeros retoques.
-Estás guapísima -dijo cuando ella entró en su coche-. ¿Quieres que suba la capota?, parece que ha refrescado.
-Oh no, está bien así.
Él acarició sus mejillas con gesto estudiado y arrancó de forma ruidosa mientras dibujaba en su cara una sonrisa de medio lado que le daba un aspecto pícaro y le había aportado tantos éxitos en el pasado.
El aire helado de la noche congeló su gesto.
-¿Qué te pasa? -preguntó ella al ver que seguía con esa sonrisa puesta sobre su cara como un elemento discordante.
-Los músculos no responden –dijo él aminorando la velocidad y dirigiéndose hacia el arcén.
-Debe ser el frío de la noche. A mi abuelo le pasó algo así, y no sabes lo que tardó en recuperar la fuerza en los músculos faciales.
- No fastidies.
-No, si yo lo digo para que te acerques a algún hospital. Ya recuerdo. Se llama “rigor frígoris”.
-No puede ser -dijo con la sonrisa picarona todavía pegada a sus ojos enfurecidos.
-¿Quieres que conduzca yo?
-Si, anda. Que tal y como estoy, podemos tener un accidente -dijo con una voz cada vez más gangosa.
Helena metió el pie en lo que creía que era el embrague y el coche salió despedido.
-Que eze ez el acederador.
-Hijo, qué mala suerte has tenido.
La luces del hospital se veían a lo lejos, mientras el coche se acercaba dando tumbos y frenazos. Al entrar por la puerta de urgencias le atendió un enfermero.
-¿Quién es el enfermo? -dijo con hilaridad al ver la sonrisa torcida e insinuante de Ramón.
-¿Usted cree que esa sonrisa se trae a un hospital si no es porque se ha quedado congelada?
-Sí, ahora que lo dice...-dijo el enfermero dispuesto a llenar el cuestionario
-¿Nombre?.
-Mamoz.
-No le entiendo.
-Se llama Ramón -dijo ella tomando las riendas -Ramón Hernández, por lo menos eso dice, y se le ha puesto esa expresión, de pronto.
-Señorita, esa expresión la ha puesto él. La paralización habrá sido después.
- No podrían relajarle el músculo de alguna forma y dejarle una expresión más, cómo le diría yo, más profunda. Cualquiera menos esa.
-Mientras llega el médico ¿Me podría contar que es lo que le estaba diciendo?
-A usted qué le importa. LLame al médico inmediatamente.
-Que se lo cree. Con la cantidad de apendicitis y taquicardias que hay esta noche, no nos vamos a dedicar a recomponer la expresión de su amiguito -dijo alejándose.
-¿Porqué no me ponez una venda en le cara para que no ce ría nadie máz?
El enfermero apareció por la puerta.
-Ha tenido usted suerte, el médico se ha compadecido de su situación y lo va a intervenir inmediatamente.

Había luchado toda la noche para darle un aspecto riguroso a su semblante, y ahora estaba desfallecido. Se quitó los guantes y salió del quirófano. Helena lo esperaba al fondo del pasillo.
-¿Qué me dice doctor?
-Parece que hemos podido cambiarle la expresión pero tardará mucho en recuperar la elasticidad en los músculos, y quizá no la recupere del todo.
-Sí, estaba destrozado.
Le hemos dado un aspecto sombrío y apesadumbrado, más acorde con la situación. No se preocupe.
Comenzaba a amanecer y las luces penetraban pintando de rayas luminosas la habitación. Helena se encontraba al lado de la cama. Ramón que tenía la cara tapada con vendas alargó su brazo hacia ella.
-Ya se ha resuelto todo, debo dejarte. Han avisado a tu mujer y a tus hijos. Vendrán en el avión de las nueve.
Él se removió nervioso.
-Debería haberme imaginado que estabas casado y tenías familia. De todas formas, con la expresión que te han dejado ya solo podrás acudir a funerales, quiebras y catástrofes. Espero que sepas adaptarte a esa nueva vida -dijo cerrando la puerta tras de sí.
Ramón emitió un gruñido y las vendas se llenaron de un líquido viscoso y salado.