miércoles, 24 de febrero de 2010

LA BODA





Gonzalo me ha pedido esta noche que me case con él. Y lo ha hecho mientras cenábamos en un restaurante íntimo. Me había dicho que me invitaba a cenar porque le habían ascendido en el trabajo y quería que lo celebrásemos. Esa ha sido la excusa que ha puesto para sorprenderme. No me lo esperaba, la verdad. Gonzalo no es de esos hombres a los que le gusta comprometerse, y yo creía que lo nuestro se enquistaría como se le ha enquistaba todo en la vida. Pero no, estábamos la mar de a gusto y yo ya había pedido una copita de licor, cuando me lo ha dicho. Mira, Paula que yo te quiero, me gustaría que nos casáramos, y tener hijos, y envejecer juntos. Bueno, lo de envejecer no sé si lo ha dicho, pero lo de tener descendencia lo he escuchado perfectamente. Luego ha sacado del bolsillo de su chaqueta una sortija con brillantes, muy bonita. No es que los brillantes fueran enormes pero lo cierto es que era preciso, me refiero al diseño. Porque a Gonzalo le va lo del diseño, y la marca, y todo lo que tenga un precio que no haya que decir pero que se sepa.
- Sin alcohol -me ha dicho él-. No te pidas el chupito con alcohol que no has parado de beber en toda la noche.
Y ha tenido razón porque en cuanto veo una copa grande, me gusta beber vino. La cojo con las dos manos y no paro de darle sorbitos pequeños como en las películas. En casa solo tengo vasitos de los chinos, y quizá es por eso por lo que no tengo mucha costumbre de beber y la pillo con facilidad.
-Hombre, si solo es una chispirritina -le he dicho muerta de risa-. Si no va a pasar nada. Total no tenemos que conducir.
Me había dicho que prefería ir al restaurante en taxi. También eso me debería haber sorprendido porque Gonzalo no deja el coche ni para ir a comprar el pan. Pero lo cierto es que cuando vi la sortija en mi dedo, casi me muero de la alegría. Luego ha cogido mi mano y se ha puesto a hablar de la boda mientras yo me bebía a chupitos lentos el jarabe ese de manzana sin alcohol que no sabía a nada.
Me ha dicho que teníamos que ponernos en marcha cuanto antes porque las celebraciones se demoran mucho, que si la partida de nacimiento, de bautismo, empadronarnos. Yo qué sé. Él hablaba y hablaba y yo no he hecho otra cosa que servirme un chupito detrás de otro, porque no he podido dejar de darle vueltas a la boda. He pensado en los invitados, en la segunda mujer de mi padre, la madre de Raúl, mi hermanastro. No tengo muy claro si debo invitarla porque se metió en el matrimonio de mi padre, y mi madre no la traga, aunque luego ella sufrió lo mismo cuando la que se metió fue Dorita. A nadie se le ocurrió pensar que mi padre tuviera nada que ver en todo eso. Ellas se llevan de pena, y él pone paños calientes. En eso siempre ha tenido mucha suerte. No creo que fuera conveniente que se volvieran a encontrar en mi boda. Pero enseguida he pensado que si no la invitaba, Raúl se iba a sentir molesto. Al fin y al cabo es su madre y lo mismo se negaba a venir, porque Raúl es de esos que piensa que todo lo que sucede en el mundo está orquestado para jorobarlo a él.
Gonzalo seguía hablando de la boda y el camarero nos trajo una copa llena de bombones Richart que por lo que se ve son para sibaritas.
-Anda, prueba uno de esencia de frutas –me ha dicho, y eso me ha recordado que tendríamos que poner tarta. Ya no se lleva, pero mi madre dice que sin tarta no hay boda porque representa mucho. Y no me apetece tener una discusión con ella por algo tan nimio. Luego le sube la tensión y dice que si se muere es por mi culpa. Lo dice mucho, y como sé que un día se morirá y dejará escrito en el testamento que fui yo, prefiero no adelantarme.
Ha sido de pronto, he imaginado a mi madre en la mesa presidencial, y se me ha atragantado el bombón. Porque ella tiene un novio de Guadalajara que es vegetariano y naturista. No es que piense que va a venir desnudo, pero puede que se enfade mucho solo porque el mantel no es algodón cien por cien, o porque los huevos sean de granja clandestina. Ya nos dio la comida una tarde que se dedicó a contarnos lo que hacen con las gallinas para que pongan muchos huevos; que si las martirizan, que si les colocan focos para que se crean que es de día, que si las tiene apelotonadas. Desde entonces no como ni un solo huevo. Pero el problema no solo es ese, porque mi padre no iba a consentir que el naturista se sentara junto a él, sería un error. Además mi madre odia a Dorita aunque no fuera ella la que tuviera nada que ver con su separación. Pero lo cierto es que el padrino tiene que ser mi padre, y no lo voy a mandar con Dorita a la mesa de los niños, como propondrá mi madre. Me ha entrado un calor tremendo y Gonzalo le ha dicho al camarero que por favor abriera la ventana que me estaba mareando.
-¿Estás bien, cariño?
-Sí, ya parece que se me pasa.
Gonzalo ha seguido hablando de los invitados y de la celebración y yo he continuado a lo mío porque la madrina va a ser la madre de Gonzalo, eso está claro. Además con sus padres no va a haber ningún problema porque son católicos y practicantes, así que no tienen consortes con aspiraciones a mesa presidencial. Mi suegra será la madrina, de eso no hay ninguna duda. Y no va a dejar de llorar en la ceremonia, porque ella a quién de verdad quiere es a Gonzalo, lo de su marido fue un medio para alcanzar un fin; Gonzalo. Y ahora que lo tiene se lo quito yo. No lo ha dicho así pero me lo da a entender cada vez que puede. ¿Dónde vas a estar mejor que en casa, hijo? le dice continuamente, solo le falta decir ¿quién te va a lavar a ti los dientes, corazón? Gonzalo es que le ríe todas las gracias, por eso temo casarme un poquito también con ella. A partir de ahora cocinaré las albóndigas de Agueda y quitaré las manchas a la ropa con su detergente. Me gustará coser botones y dejar los baños como los chorros del oro, mujer, que hay mucha guarra por el mundo, me dice, y siempre cuando sale de mi cuarto de baño. Es un poco sospechoso, la verdad.
Llevaran las arras mis hermanastros, los hijos de Dorita, que son muy monos y los vestirán iguales, con banda azul y pantaloncitos de terciopelo. Lo que continuo sin saber es dónde colocaré a Dorita, es evidente que no puede sentarse en la mesa presidencial con mi madre, ni tampoco puedo colocar al novio de mi madre. Mi padre no lo va a consentir. Dirá que con ese desgarramantas no se sienta. Pero a mi padre y a mi madre no los debería colocar cerca por si les da por reírse de las cosas que les pasaban cuando vivían juntos, que últimamente se llaman para comentar cualquier tontería y a lo mejor los consortes se enfadan y se estropea todo. Menos mal que por mi suegra no habrá ningún problema porque llorará, llorará mucho. Se pasará la boda llorando mientras mi suegro no parará de levantarse para llamar por teléfono a la empresa porque hay cosas que son ineludibles. Luego bailará el vals con mi madre, y saldrá muy deprisa hacia el trabajo, que mira, que me están esperando para una reunión urgente. Y lo dirá aunque sean las doce de la noche. Pero a Agueda eso no le importará porque se habrá convencido de que la única familia decente en este mundo, es la suya; casados hasta que la muerte los separe. Y se sentirá muy orgullosa del ejemplo que ha dado a su hijo y del mal ejemplo que mis padres han imbuido en mí.
Pero, bien pensado, lo peor no va a ser la mesa presidencial, sino las de los invitados porque tanto Dorita como la madre de Raúl querrán que venga su familia, esa que tanto me quiso cuando vivía con ellas. Y tendré que invitar a los familiares de una y de otra, y a las parejas de unos y de otros, a las de ahora y a las de entonces. Y cada mesa será una réplica de la mesa presidencial.
Gonzalo me ha dicho que deje de beber chupitos que se me está poniendo una cara muy rara, como de muerta. Y yo me he levantado, y lentamente me he ido al baño para vomitar la cena. Y mientras vomitaba, he recordado la comunión de Raúl a la que tuvo que acudir hasta la policía porque las familias de Dorita y de su madre decidieron llevarse al niño a su celebración, y cada una tiraba de mi pobre hermano, que no hacía más que decir que lo habían hecho adrede y que lo tenían todo programado para amargarle ese día tan importante. Acabamos todos en comisaría, y él en casa de la asistenta viendo la tele hecho un mar de lágrimas.
Gonzalo me ha preguntado que si voy a llevar el vestido de Vittorio y Luchino o de Versace, y yo he dejado el anillo encima de los bombones Richart con sabor a esencia de frutas y he salido corriendo del restaurante.
Hacía una noche de perros. Un viento helado me levantaba la falda y yo no sabía exactamente a dónde ir. Aunque lo cierto es que me sentía bien con el viento huracanado levantándome la falda como a Marilyn Monroe.

jueves, 18 de febrero de 2010

TUTANKAMÓN Y EL DERMATÓLOGO







Ya sabemos a ciencia cierta de qué murió Tutankamón. Mira tú por dónde. El hombre sufrió una enfermedad ósea a los 19 años. Y no solo eso, sino que se descubrieron nuevas patologías; mal de kholer, necrosis avascular del hueso navicular del pie, y presencia del parasito de la malaria o paludismo. O sea, un diagnostico certero, concienzudo, trabajado. Lo malo es que mi amiga Elena no ha tenido tanta suerte como Tutankamón y casi le sajan una protuberancia ósea del cráneo, convencidos de que se trataba de un quiste de grasa sin la menor importancia. Y lo que es peor, una vez descubierto que no era grasa, sino hueso, él medico, enardecido en su afán destructor, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, utilizó una herramienta más apropiada al caso, una especie de sierra eléctrica (o como se llame el artilugio) con la que intentó cortarlo. Oiga, que me tiembla todo el cuerpo, dijo ella, que aún anestesiada sintió el peligro. Bueno, quizás sea mejor dejarlo para que haga la intervención un cirujano máxilofacial. Y es que el intrépido doctor era dermatólogo y poco ducho en la sierra eléctrica o lo que sea. Luego lo cerró, le dio unos cuantos puntos, y aquí paz y después gloria. Mi amiga ha estado una semana con la cara deformada y una inflamación que la hacía parecer un monstruo. La infección que ha tenido ha sido de campeonato, los dolores, insoportables, y el aspecto de terror. Todavía hoy, dos semanas más tarde, tiene los ojos inyectados en sangre y la nariz hinchada. Pero eso no tiene la menor importancia, porque lo cierto es que nunca pasa nada. Los errores médicos se suceden sin que se le mueva una ceja al facultativo.
Siempre he pensado que los médicos se arriesgan mucho porque el cuerpo humano no siempre responde de la misma forma, y que no se les puede estar denunciando a toda hora. Es cierto. Creo que merecen un respeto y un margen de confianza, vale. Pero si se protegen entre ellos en asuntos como este, la cosa ya varía radicalmente. Porque lo del dermatólogo aserrador me parece de juzgado de guardia.
Y mientras, Tutankamón diagnosticado con certera sabiduría. Y es que cuanto más avanza la ciencia, más inútiles nos volvemos en el aquí y ahora.