sábado, 28 de noviembre de 2015

RECUERDOS


                                    







Mi casa está alborotada, mis hijos se pelean, mi marido trata de controlar la situación. Son adolescentes. Se escuchan gritos. “Recogí ayer la mesa”. “Me quitaste el mando de la tele…” Trato de pasar desapercibida, de huir. Huyo de la culpa que me persigue por el pasillo. La encuentro en cualquier esquina, me atraviesa y desgarra. Busco mis errores pero no los encuentro. Me apoyo en la pared de mi conciencia y no sé cómo arreglarlo. “La culpa es tuya”, se escucha a lo lejos, “la maleducas, los maleducas”. ¿Por qué yo? Solo pienso en el abrigo, ¿dónde lo dejé?. La discusión me agota. No sé cómo remedar el entuerto, ni siquiera sé si lograré salir ilesa de la beligerancia. Soy la culpable pero no alcanzo a comprender de qué. Solo quiero huir y cojo el primer abrigo que encuentro. No es el mío, me viene grande pero no importa, lo primordial es huir, salir del campo de batalla y respirar hondo. El corazón se desboca como un caballo trotando sin rumbo y sin aliento. No importa mi corazón porque la trifulca ya está montada. Es entonces cuando logro alcanzar la puerta de la calle. Huyo. Todavía puedo escuchar un último reproche cuando se cierran las puertas del ascensor. No se si parará el corazón por latir tan fuerte, pero sé que debo marcharme, que no quiero acabar conectada a una maquina que inyecta tranquilidad y ritmo, que calma ese galopar insensato que mis arritmias imponen.
Me marcho a ver a mi tía a su geriátrico. Un lugar de paz para los que ya descansan y esperan tranquilos. Desde su ventana se ven los rododendros y huele a eucaliptus, quizá solo sea vick vaporub  con el que embadurnaron su pecho, pero me sabe a paz y limpieza. Su compañía es más grata que un gotero. El sonido de su voz me reconforta. Me cuenta cosas de entonces, de cuando era ella la que luchaba contra la culpa y los gritos, pero me lo cuenta de otra forma, como si los años sosegaran los recuerdos, como si esas etapas  de adolescencias ajenas fueran los mejores  que pasó en su vida.  Dice de pronto, cambiando el semblante de su rostro,  que todavía sueña que su marido le chilla, pero enseguida se suaviza y regresa  al idílico pasado, rodeada de los suyos. Su corazón se apaga pero sus recuerdos lo mantienen placido, es un apagarse lento, sin sobresaltos. Ya no necesita gotero para calmar mis arritmias. Ella olvidó aquellas tardes de sábado en el que la culpa la perseguían. Saca los recuerdos de esa cabeza rubia y cardada, como de un armario blanco con tintes amarillo. Recuerda los viajes, las tardes de sol, los baños en noches de verano, porque no sé si sabes que si sigues la estela de la luna llena, se cumplen tus deseos. ¿Se cumplieron?, pregunto, y ella sonríe. Olvida los gritos de aquel  marido grande y se envuelve en el recuerdo de sus abrazos como en un abrigo cálido. La escucho embobada porque me gusta creer que su vida fue tranquila y lenta como la tarde que nos rodea. Dice que la tía Emilia tuvo un novio que la dejó cuando se arruinó su padre, y yo me acerco a su lado porque ahora habla muy bajo, en un susurro, como si ella, Emilia, nos pudiese escuchar. ¿Un novio? le pregunto.  Cierra los ojos y recuerda. “Fue desgraciada por culpa de su padre”. “O del novio que la dejó”, insisto. Pero ya ha olvidado el noviazgo. Me cuenta que por las noches hay un ladrón que entra en las habitaciones para robar dentaduras postizas. Me muero de risa pero ella olvida al ladrón y coge una escultura de marfil que representa un descendimiento. Lo tiene en la mesita de noche. Me lo ofrece, dice que es para mí, pero que no para ahora, que para después, cuando se muera. Lo dice y luego calla, como si se pusiera luto por el adiós a sí misma. Habla de la muerte como de un amigo que espera sin pesar, sin pretensiones de tragedia. La tarde oscurece nuestra charla y yo respiro tranquila, mi corazón recuperó su ritmo. Una mujer joven llama a la puerta para decir que la cena está preparada, que debe llevarse a mi tía, y yo le doy un beso en la frente. Me despide sin pesar, ni siquiera me pide que regrese otro día. Tan solo sonríe. Cuando está en la puerta se gira y me recuerda que el descendimiento será para mí.

Regreso a mi casa lentamente, prefiero andar, imaginar los recuerdos que tendré cuando me encuentre en un geriátrico. La tarde es fría y llevo un abrigo que no me pertenece, que me viene grande, como mi vida y mis adolescentes. Temo volver a la culpa, a los gritos de los míos, a saber a quién favorezco, a hacer la cena y recogerlo todo para evitar que haya más peleas, que el corazón vuelva a galopar desbocado. Mientras voy quitando la piel a un calabacín recuerdo el jardín de los rododendros y el novio canalla de la tía Emilia, al hombre que roba dentaduras postizas, y por un momento, solo por un instante, quiero volver al geriátrico a pasear sin prisas y sin chillidos, a regalar figuras de marfil, a despedirme de una vida que se vuelve idílica con el paso de los años.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Premio El Fungible 2015

Felicidades Lola Morales, Javier Sánchez Lucena, Carmen Garcia-Romeu y Alberto Carreño. Ganadores y finalistas de El Fungible 2015 de #Alcobendas .Toda la información en la Revista 7Dias y en la web municipal  Mediatecas">https://www.facebook.com/mediatecasalcobendas">MediatecasAlcobendas on Jueves">https://www.facebook.com/mediatecasalcobendas/posts/998941713471310">Jueves, 17 de septiembre de 2015

jueves, 26 de noviembre de 2015

LA LETRA PEQUEÑA



                                              






Desde que me operé de la vista me propuse leerlo todo. Y cuanto más diminuta fuese la letra, más empeño le ponía a descifrar el contenido. Para mí la letra pequeña se había  convertido en un reto, algo así como desentrañar los misterios de la piedra Rosseta. Sin embargo lo que no sabía era que me iba a traer tantas sorpresas. Lo normal es que te digan que aceptes las condiciones antes de firmar cualquier petición, y lo normal también es que lo aceptes poniendo un aspa en el que dices haber leído las condiciones y estar de acuerdo en todo. Lo haces porque no estás dispuesta a echar la tarde y la lupa cada vez que te bajas una aplicación, firmas una tarjeta o pides más megas para tu móvil.
Sin embrago, desde que soy capaz de leer hasta la letra que ni el oftalmólogo se atreve a ponerme delante, me he llevado sorpresas muy desagradables.
La primera me la dio el banco cuando me ofreció una tarjeta  gratuita y negra  que me permitía entrar en la sala VIP de los aeropuertos como si fuese el mismísimo Messi. Me hizo ilusión, la verdad. A mí es que solo nombrarme una “black” ya me imagino la lámpara de Aladino con mago incluido para cumplir mis deseos y me alboroto. La solicité y hasta que no llegó, no pequé ojo. Temblorosa abrí el sobre que la contenía y me dediqué a leer la cara frontal. Tenía pegada la tarjeta y unas someras indicaciones de para qué servía. Dichas indicaciones tenían un cuerpo de letra 12, un interlineado de 1,5, párrafo con sangrado en la primera línea y una claridad total. Allí te contaban que con la tarjeta al cinto tenías derecho a tomarte en la sala VIP de cualquier aeropuerto; güisqui, gin tonic, refresco, cerveza, café etc. También podías tomar una tapa o dos, e invitar a los amigos que quisieras para “darte pote”. Que en la sala disponías de wifi, información de entrada y salida de vuelos, sofás, prensa, revistas… Hasta te podías dar una ducha si te sentías acalorada de tanto agasajo.

Y si no hubiese sido porque estaba yo en lo de la operación de la vista y quería probar mi visión nocturna, hubiera dejado el asunto como tantas veces, pero en esta ocasión di la vuelta al folio y cual fue mi sorpresa al leer las condiciones reales del contrato en tipo de letra 1, interlineado apelmazado, sombreado neblinoso, y amplitud tamaño pulga. Aún así no cejé en mi empeño de descifrar. No se comprometían a nada de lo dicho. En primer lugar lo de que te diesen wifi era muy relativo, en algunas salas sí y en otras no. De la información de salida y entrada de vuelos no se hacían responsables, las revistas y la prensa dependía de las ganas que tuvieran ese día los encargados. Las bebidas alcohólicas se pagaban aparte y la tapa ni te cuento. De la ducha ni se hablaba,  te cobraban 24 euros cada vez que pasabas la black por la ranurita para entrar en la sala VIP, y si se te ocurría llevar amigos, pagabas 24 euros por amigo y fanfarronada. No seguí leyendo porque me volvió de pronto la miopía, el astigmatismo y la vista cansada. Fue entonces cuando me pregunté la cantidad de veces que había firmado en barbecho tarjetas y condiciones, tanto en  internet como en papel, sin saber lo que escondía la letra pequeña. De pronto comprendí por qué me escribe una bruja a mi correo para leerme el porvenir, por qué me venden aspiradoras ambulantes, métodos para hablar uruguayo en dos semanas, y por qué me obligan a pagar gastos de teléfono o electricidad de los meses que estoy fuera de casa. Seguro que cada vez que pongo un aspa aceptando condiciones, estoy vendiendo mi alma al diablo. Y lo más triste es que lo hago tan campante. Todo por no tener el tiempo, la vista y las ganas de cotejar la letra pequeña de lo que firmo o ponen ante mis narices. ¿Qué estaré firmando realmente cada vez que me bajo una aplicación para el móvil, un antivirus, digo que me gusta “La rosa del azafrán” o me empeño en limpiar la basura de mi móvil?

domingo, 22 de noviembre de 2015

PEDIR CUENTAS






Deberíamos hacer una propuesta  para que se aprobase una ley por la que el Ministerio Fiscal pudiese  imputar al líder de los partidos que hagan promesas electorales y luego no las cumplan.  Según la propuesta, lo primero que debería hacer un partido político que se presente a las elecciones, es decir en qué se va a gastar el dinero de los contribuyentes y de dónde lo va a detraer. Si, por ejemplo, le va a dar dinero a todas las señoras que den a luz, ¿de dónde va a sacar ese montante? Porque si se lo quita a los jubilados o a los dependientes, ya no me gusta tanto como si lo saca del dinero de los imputados por las tarjetas black, pongo por caso. Es muy diferente. Si promete bajar los impuestos, subir los sueldos, bajar el IVA, acabar con el copago y subir las pensiones, que nos explique cómo piensa pagar la deuda que esos "inocentes consejeros" se llevaron crudo y ahora debemos todos y cada uno de los españoles a Europa. Ese “no rescate” que pagamos con intereses desbordados. Y si al final el líder no puede cumplir las promesas porque los que estaban en el poder no les hicieron bien las cuentas o le escondieron información, pues que se depuren responsabilidades con penas de prisión incluidas, en vez de darles el collar de la Orden de Isabel la Católica. Porque los españoles nos chupamos el dedo pero no tanto, y la responsabilidad empieza por arriba.
Es que ponemos en manos de unos pocos todos nuestros ahorros, nuestra salud, nuestro futuro y el de nuestros hijos, y no es de recibo que se rían de nosotros como lo han estado haciendo hasta ahora.


domingo, 8 de noviembre de 2015

ECHADORAS DE CARTAS





Anoche, aunque estaba derrengada, no pude evitar quedarme a ver “La Sexta Noche”. Estos políticos sufren la mar. Me recuerdan a las echadoras de cartas. Estoy enganchada, lo reconozco. En cuanto veo a una señora barajando, con el pelo rizado, velas en la mesa y parloteando sin parar, lo dejo todo.
Me gusta ver cómo salen del lío en los que les meten los consultores. ¿Tienes novio, cariño? Pues no. “¿Pero hay  alguien que te gusta?” “Pues no” La echadora se contrae nerviosa, el pelo rizado se le va alisando por la contaminación atmosférica que sufre su cerebro al enfadarse. Le gustaría gritarle: “Y tú ¿para qué, narices, has llamado..., cariño? Pero se contiene. Y así, con habilidad, cara dura,  artimañas, desaciertos y hallazgos, va emitiendo un veredicto de lo más osado porque no va a volver a ver al susodicho/a en la vida, y ella ya ha recibido su paga.
Ayer me acordé de esas marrulleras por la similitud con los políticos y sus respuestas. El CIS lleva a los líderes a mal traer porque les obliga a posicionarse permanentemente: uno se hace el simpático, otra baila, otro ficha militares, el de más allá promete sueldos p´a tos. Lo que se tercie por subir las expectativas de voto. Pero en estas elecciones, todos, absolutamente todos,  tienen ante sí un hueso duro de roer y lo saben: la secesión de Cataluña. Han descubierto que las tarjetas black, los Pujols, el tres por ciento, Bárcenas, las preferentes, los fondos buitres, los ERES y la enorme pobreza de este país son “pecata minuta” frente al independentismo catalán.
Si manifiestan su total adhesión a la proclamación de la Republica Catalana, se quedan sin votantes en las generales. Eso lo sabe hasta el más tonto. Y si dicen que de eso nada, se monta en Cataluña la marimorena. Te llaman facha, carpetovetónico, mamut…  Algunos, cual bruja de la tele, tantean el terreno. Dicen que están en contra de  la independencia catalana pero abogan por el referéndum, otros dicen que si los dejan a ellos intervenir, convencen a los catalanes para que se queden en España para siempre jamás. Otros hablan de “el corredor mediterráneo”, dejando a los que viven en el corredor mediterráneo con los pelos de punta. Porque así, de golpe, sin adiestramiento escolar ni odios africanos, salir de Europa, del euro, poner fronteras hasta más allá de Orihuela, que es lo menos valenciana que conozco, pues les coge a desmano. Un lío.
 ¿A ver cómo sale éste del charco?, me pregunto en las entrevistas, y se me quita el sueño. “¿A quién apoyaría usted llegado el caso?” pregunta un periodistas. “Yo salgo a ganar…, cariño” “Ya, pero si no ocurriera?” “Pues ya ve usted, ni me lo planteo…, cariño”. 
Yo les aconsejaría a los candidatos que se suscribieran a la página: “echadores de cartas punto com”, y aprendieran a moverse en la ambigüedad hasta dejar atontolinado al entrevistador y a los votantes, porque, al igual que los consultores de brujas, si ellos quieren creer, van a aceptar la mayor barbaridad que se les conteste. El problema son los no entregados, los que cambian el panorama político sin despeinarse, los que no viven el síndrome de Estocolmo por sus siglas de toda la vida.  Y a esos, precisamente, son a los que tienen que convencer, por lo menos de aquí a las elecciones. Porque una vez haya pasado todo y con el voto en la mano; ya pueden pactar, desimputar, limpiar currículos, azuzar a los catalanes, convencerles de que quién les roba son los españoles, no ellos. Porque eso es muy antiguo: Roma la quemaron los cristianos, no Nerón ¡so incultos!


lunes, 2 de noviembre de 2015

CONSULTA POR TELEFONO






Hace tiempo que he decidido dar mi voto en las próximas elecciones al que  me prometa cargarse las cintas grabadas de organismos oficiales, ambulatorios, compañías de seguros, hospitales…
 Perderé la posibilidad de escuchar el Himno de la Alegría, eso es cierto,  pero recuperaré mi salud mental.
Si llamas con la intención de pedir hora para una radiografía, pongo por caso, te cantan, o mejor dicho, te ponen una cinta de Beethoven o La Primavera de Vivaldi para que no te mosquees, aunque eso sí, con interrupciones constantes  para que mantengas alto el ánimo, o quizá para que no cuelgues a un novecientos dos y se les vaya al garete el negocio.
Si quieres pedir hora para hacerte una prueba, no tienes más que llamar y después de pasar por todos los dígitos de tu teléfono, te dicen que esperes y entonan el consiguiente himno. Cada minuto o menos, una voz te anima a seguir esperando porque todos los técnicos están ocupados, ya ves tú, y solicitan que permanezcas atento porque en breves momentos te atenderán. Continúan con el himno cual cámara de tortura. Si tienes paciencia y pones el manos libres, puedes preparar mientras tanto una sopa de pollo para los niños, una tarta de cumple y alguna que otra empanadilla o croqueta. Beethoven y el ánimo para que esperes serán tu guía durante la elaboración. Si te falta algún ingrediente puedes llevarte el móvil al super por si de pronto se les ocurre contestarte. A veces pasa, pero lo mejor es no ilusionarse demasiado. Algunos han llorado de la alegría y luego se han venido abajo, porque en vez de ponerles con el departamento de radiología, como querían, les han puesto  con el de neurología, y han tenido que volver a empezar de cero, o sea marcando dígitos. Aunque en el fondo se gradece, porque a esas alturas ya estas, muy, pero que muy deteriorado, neurológicamente hablando.
Y no solo ocurre eso cuando pides hora para el médico o para hacerte pruebas, sino con tu seguro, cuando solo pretendas saber si la prueba de marras necesita autorización.
Los ambulatorios, los centros y las oficinas: todos iguales. Algunas cintas cambian La Primavera por El Otoño. Vivaldi, Bach o Mozart, pero en plan melódico. Resisto hasta que  me doy cuenta de que estoy llamando a un novecientos dos. Imagino a telefónica frotándose las manos y decido borrarme de Movistar fusión en castigo por tortura y factura.
Cuando ya tengo los pelos verdes decido acercarme a las oficinas de mi compañía para saber, por lo menos, si mi prueba necesitaba autorización. Cojo el metro, el autobús y después de un recorrido penoso, me dicen que no, que no necesito autorización. Ya solo me queda acercarme al centro para que me den hora. Lo cual logro después de tres transbordos.
“Oiga”, pregunto a la que da las citas, “si necesito urgentemente hablar con el médico para saber si una medicación que estoy tomando es incompatible con otra, ¿qué hago?” “Pues lo mismo que todos, coger el coche, aparcar donde Dios le de a entender, pagar la multa o la grúa, y esperar a que le den hora “in situ”. “¿Y si estoy fuera de Madrid? “Pues se coge el Ave y se viene”. O sea que de teléfono mejor no hablamos”. “Inténtelo, pero ya sabe, es muy difícil”. “¿Y por internet?” “Está en su derecho, pero a uno que lo intentó, apretó tantos botones equivocados que le cargaron en su cuenta dos billetes de avión para Guatemala, ida y vuelta con desayuno incluido”.
“En ese caso va a ser mejor personarse en el lugar de los hechos ¿no?”
“Sí, mucho más seguro”.

Regreso a casa y decido hacerme antisistema.