sábado, 27 de febrero de 2021

DUERMO MAL

 

                                             



 

 

 

 

 

Duermo mal. Y mira que me lo avisan: No lea noticias escabrosas, no vea la tablet o el móvil porque emite una luz blanca o azulada que retrasa el pico de melatonina y hasta que vuelve a recuperarla se tarda entre hora y hora y media.

Relájese y acuéstese todos los días a la misma hora.

No, si decir, me  lo dicen, pero otra cosa es que lo consiga.

Duermo mal. Si pongo una comedia americana con ¡¡¡Sorpresa!!! incluida, y declaraciones de amor rodilla al suelo en medio de un estadio de futbol,  ya no hay melatonina que me salve de pasar la noche con los ojos como platos. Si veo a tertulianos discutiendo qué partido ha robado más, a lo mejor me duermo, pero es peor, porque sueño con el IBI, el IVA, la tasa, la cuota de autónomos, la de basura, el IRPF, Sucesiones, Donaciones, la biblia en pasta, y me despierto con taquicardia.

Duermo mal. Si en la tele sale Simón, el máximo experto del país en pandemia, dice que la mayor incidencia de contagios Covid está en el ámbito social y luego sonríe.

Esa capacidad abstracta, esa visión oceánica de los problemas es propia de los sabios o de los filósofos. Solo una mente demasiado especifica y matemática  sería capaz de abordar el problema detallando si la mayor incidencia se produce en los gimnasios, espectáculos públicos, en el trabajo, o en las familias, si hay inmunidad en los contagiados y en qué proporción, si la incidencia en los colegios tiene repercusiones en la vida familiar o social y en qué medida. Pero eso es dar demasiada información y luego no poder celebrar unas elecciones con contagiados incluidos, ni manifestaciones a las que su hijo ya ni se atreve a preguntar si ir o no, porque se debe haber quedado inmune de anticuerpos y de padre.

Duermo mal, porque todavía no sé, ni lo sabré nunca, cuántos infectados se han producido en Cataluña por las elecciones, o en Cataluña por las concentraciones contra los fascista, o en Cataluña por la libertad de expresión y a favor del saqueo, o en Cataluña contra la policía fascista y retrograda que solo sirve para custodiar la casa de los políticos.

Duermo mal, escucho ruidos durante la noche y pienso si ya han venido los okupas, los mossos malos, o es Hassel que viene con su música rap a salvarme de tanto latrocinio, a traerme la libertad de expresión, el arte, las zapatillas Nike y el vestido de Versace con el que tanto soñé.  Yo, por si acaso, pongo los zapatos y una copita de mistela en la entrada.

Duermo mal y después de pasarme la noche en vela, he llegado  a la conclusión de que lo mejor es apuntarme a una secta, dejar que me laven el cerebro y cantar el Hare Krishna con túnica naranja y cascabeles en los dedos.

 Ellos han encontrado la paz y yo no.

Benditos los que duermen porque ellos verán a Dios.


miércoles, 3 de febrero de 2021

CONFINADA

                                           

 

 

 

 

Me han confinado, llevo confinada desde el 11 de enero, unos días después de que asaltaran el capitolio, unos días antes de la gran nevada, antes de los terremotos de Granada, los meteoritos del cielo, las explosiones de gas. Más o menos por ahí. Me dijeron que iba a ser para dos semanas, mujer, que no es para tanto. Pero cada vez que se acerca el fin de las dos semanas, recibo un msn en mi móvil para decirme que continuo confinada y además  “sine díe” que da más canguelo.

Me siento como un hamster. Paseo por la avenida de Bruselas de arriba abajo y de abajo a arriba. Si ya estoy que me salgo de furiosa, me lanzo hasta la calle Cartagena, y por Avenida de América, pegada a la M30, regreso a mi jaula.

Llevo la cabeza baja, como los presos, descubro miles de porquerías abandonadas por el suelo y jamás recogidas por los servicios de limpieza.  Ayer encontré una caja de Optalidones del siglo de oro, que quise llevarme a casa como colección de arte efímero, pero tenía tanta porquería adherida que me dio no sé qué. Hay miles de  árboles caídos; por la nevada, algunos; porque nadie los recoge, otros.

Luego regresé a casa. La policía me vigilaba al llegar a la fuente.

No puedo cruzar a la Farmacia de enfrente de mi calle porque ellos no están confinados, ni siquiera el Burguer King de la esquina. Son gente libre. El Madrid del este. Los saludo desde lejos y continuo dando vueltas por mi jaula. No tengo rueda para subirme y hacer ejercicio, pero da la mismo, subo y bajo de un banco y me hago la ilusión de que es una rueda.

Supongo que cuando me abran la jaula ya no querré salir. Dicen que eso suele pasar, que se han hecho pruebas con simios y que se quedan dentro, se sienten bien enjaulados, como seguros.  Se llama el síndrome de ...¿Estocolmo? No, ese es el que se queda cuando los carceleros te pegan menos, como pasa con los etarras, que como ya no atacan, los subimos al parlamento, les pagamos un sueldo y les pasamos la mano por la espalda. Dicen que al final se les quiere. Debe ser eso.

Pero el síndrome que nos ataca en la jaula es otro, el síndrome de aquí ya no me mueve nadie. Me preocupa pasar el resto de mi existencia buscando cajas de Optalidones por los confines de mi jaula, subiendo y bajando los bancos del paseo y  mirando con anhelo a la farmacia de enfrente.

El día menos pensado cruzo el semáforo y salgo corriendo. Lo malo es si me pillan y me ponen todas las multas que no han sido capaces de poner a los festeros, a los dueños de las discotecas, a los gamberros que hacen botellones y demás familia. Para mí que están esperando que algún inocente, “un lirio”, se salte los límites para descargar en él todo el peso de la ley y servir como ejemplo.

Cuando ya estoy decidida a cruzar la calle, escucho el pitido de una ambulancia del Samur, se detiene en un portal y me contengo, no vaya a ser.

Mira que si el coronavirus muere entre horribles estertores ante una caja de optalidones. Es que no lo han probado. Alrededor del Club Santiago, muy pegado  a la av de América, entre los matorrales y la basura, está la solución a la pandemia, los cultivos ancestrales de chamanes y antiguos dioses griegos. Todo es escarbar.