He comprado un corrector literario. Se trata de una
herramienta online creada a partir de
la inteligencia artificial. Por supuesto es sabio y conoce de literatura una
barbaridad. Te ofrece corrección ortotipografica. Dice que corrige los errores
ortográficos, sintácticos, gramaticales. Explica también como
unificar recursos (mayúsculas, cursivas,
comillas, negritas). Aplica al texto los principios de estética, funcionalidad,
legibilidad y eficacia comunicativa. Y no solo eso, sino que es conocedor de
estructuras y desarrollos. Capaz de imitar la forma de escribir de cualquier
premio Nobel o Concourt que se precie.
Te anima mucho para
que lo compres: "Conseguirá usted vender tantos libros y gustar a tanta gente,
que su estela le sobrevivirá siglos. Imagínese firmando ejemplares por doquier,
tanto en las islas Caimán como en Nueva York. Tanto en la Pampa Argentina como
en Burkina Faso. Su toque, ese de no ser de ninguna parte y al mismo tiempo de
todas, le hará ser querido por la humanidad sin banderas, ni credos. Su
fotografía colgará de grades edificios en lugares emblemáticos. Su cuenta
bancaria rebosará por la creatividad y buen hacer."
Me gustó la perspectiva, la verdad. Soy un escritor
desconocido que solo logra llamar la atención de pequeñas editoriales que viven
de timar a los escritores y prometerles que por una mísera contribución le
harán famoso. Ya he comprado toda la edición de mi propio libro: “Los ojos de
la española”, coeditado previo pago de los ejemplares impresos para que luego los
venda como dios me dé a entender. He recorrido despachos de compañeros, viviendas
de vecinos, paseantes y bibliotecarios. He dejado mi libro en la peluquería de
mi barrio, en el podólogo, el dentista y hasta en el tapicero ambulante, sin lograr
deshacerme de los dos mil ejemplares editados y comprados a tocateja.
Reconozco que el
programa del corrector me ha salido un poco caro, pero eso no es nada en
comparación con el gasto que me ocasionó mi antigua novela. Si salgo en los
carteles de las mejores ciudades, si consigo que una editorial de renombre
apuesta por mí, si recibo premio tras premio, y me traducen al nepalí o al
tagalo, doy por bien gastado el dinero del corrector ortitopandico IA.
Ayer recibí el archivo, y para hacerme con las vicisitudes
del programa, comencé con un relato de dos páginas.
El relato trataba de una historia de amor romántico frustrada
por culpa del padre de ella, califa y profundamente clasista.
La novela estaba ambientada allá por el siglo en el que las
tierras alicantinas se encontraban bajo dominio musulmán. Comenzaba con la
imagen de una pareja de adolescentes observando el mar embelesados desde lo
alto de las murallas. Ella se llamaba Cántara y era de una gran belleza. Como
tenía edad de casarse y muchos pretendientes, el padre decidió ponerlos a
prueba. Se trataba de una leyenda sobre el monte Benacantil y la silueta del
moro.
Escribo los primeros párrafos:
“Amanece, el tibio sol invernal ilumina la fría desnudez de
las inmensas aguas del mediterráneo. El horizonte refleja la grandiosidad de un
mar encrespado y tozudo en el que contados barcos de pesca se atreven a faenar
ante la proximidad de una tormenta embravecida que se adivina en el horizonte.
Se escucha el estridente graznido de las gaviotas.”
IA tacha los primeros párrafos y pregunta: ¿tibio sol?, ¿fría
desnudez e inmensas aguas? Esas frases constituyen redundancia excesiva, ya que
se utiliza el adjetivo anteponiéndolo al sustantivo en tres ocasiones. Si
continua usted así, atragantará al lector.
Lo corrijo: Amanece, el sol ilumina la desnudez del
mediterráneo.
IA tacha de nuevo:
¿Quién le ha dicho a usted que el mediterráneo es un mar
desnudo? ¿Acaso le gusta a usted el cine porno? ¿Es un acosador que ve desnudos
por todas partes? Como metáfora es excesiva y como eufemismo, desafortunado.
Pero prosigamos ¿Porqué el mediterráneo esté encrespado, los barcos de pesca tienen
que dejar de faenar? Estaríamos buenos si perdiéramos la cuota de pesca de la
unión europea solo porque se adivina una tormenta allá, en el horizonte.
Entregarían esa cuota a cualquier país de la Comunidad y nos dejaría sin
salmonetes. ¿No se da cuenta de las terribles consecuencias que el relato de un
mal escritor puede tener en su país? ¿Y las gaviotas?, esas que se quejan. ¿No
sería mejor que en vez de un mar embravecido fuese una charca en medio de una
llanura que está quedándose sin agua por el cambio climático? ¿No se da usted cuenta
de que cuando uno escribe debe dejar huellas imperecederas del medio ambiente, del
momento histórico en el que se halla para que lo conozcan las generaciones que
venideras?, siempre se conocería lo desastroso que es la falta de agua y la necesidad
de llenar embalses o presas.
Llego a la conclusión de que el corrector IA no ha entendido que los
hechos transcurren en la edad media. Le envío un resuman de la historia para
que comprenda que en aquella época no se hablaba de ecología, que les traía al
fresco el cambio climático. Que mi historia va de amor adolescente, de
impedimentos parentales, de la dichosa silueta del moro y de los motivos por
los que en el monte Benacantil sobresalga su imponente figura.
IA comienza a enfadarse: ¿Moro? Usted todavía tiene
prejuicios raciales ¿verdad? Pretende llamar moro a un califa. Un hombre de reconocido
prestigio que vivía en una fortaleza para defenderse de las colonias de prepotentes
y machistas blancos que lo querían echar. Unos desokupas sin ápice de decoro. Eso
es homofobia. Le sugiero que comience de nuevo teniendo en cuenta las sugerencias
que le he planteado.
Comienzo de nuevo:
“El otoño va tiñendo de color ocre los campos y el embalse
recién construido. En el campamento cristiano se respira una sensación de
victoria. Todos quieren pensar que es el final de la ocupación musulmana para los soldados, significa el final de las incursiones árabes; para los nobles
y capitanes, nuevas tierras y títulos; para los reyes, lograr coronar la unidad
del reino; para la Iglesia, una victoria frente al infiel; y para todos, la
deseada paz en la península.
IA ruge. Veo que está usted empeñado en glorificar las hordas
fascistas que asolaron y asolarán nuestras comunidades autónomas, aquellas que trataron
y tratan de unificar la península bajo un credo común, una lengua común y unos
reyes despóticos y prepotentes. Su escrito es infumable y no me comprometo a
ser su director literario. O corrige esa sarta de opiniones sectarias o le
devuelvo el dinero y lo dejo con su novela “Los ojos de la española” para
desmérito suyo y de su escritura.
Me asusta no poder contar con el beneplácito de los
habitantes de Urquina Faso y decido plegarme a sus indicaciones.
Comienzo de nuevo:
“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no puedo acordarme…”
Eso ya es otra cosa. Continúe, hombre, continúe y vuelva al
redil.
Y así voy escribiendo la nueva novela: “La charca de la
Mancha”.