sábado, 31 de diciembre de 2016

LA ETERNA JUVENTUD, LOS TELÓMEROS Y LA TÍA TELESFORA



                       






Todos los años viene a tomarse las uvas con nosotros la tía abuela Telesfora. Nadie tiene muy claro a qué rama pertenece pero nos hace ilusión. Es un poco por tradición y otro, porque no viene a celebrar la llegada de un nuevo año sino a celebrar su pérdida. La tía abuela suele perder años en vez de cumplirlos y cada vez está más... ¿cómo diría yo?, más embalsamada. Ella no lo cree así y se mira al espejo con ilusión. ¿Cuántos años me echas?, le pregunta a mi hermano Raúl, incapaz de dar una mala noticia ni aunque participara en un pelotón de fusilamiento. “Pues uno menos que el año pasado”, le contesta mientras le arranca el jamón de pata negra que trae envasado al vacío y con el que nos obsequia cada año.
La esperamos siempre con regocijo porque en vez de comerse las uvas una a una, las vomita una a una, y lo hace con una pericia digna de encomio. Dice que le da suerte. No es fácil, por supuesto, pero ella domina el acto de descumplir, desandar, desenvejecer y desdormir. Dice que le están saliendo los dientes, que recupera dioptrías, que crece cada año un poco más y que el pelo se le ennegrece. En fin, que cada cirugía, implante o acido hialurónico que se inyecta, lo llena de fantasía. 
La cirugía que se hizo el año pasado la dejó un poco "inamovible", como los muñecos de los chinos, esos que a ellos les traen tanta suerte y que solo mueven un brazo de arriba abajo mientras el resto del cuerpo se mantiene rígido. No sabemos a ciencia cierta qué es lo que trae buena suerte a los chinos, pero la familia aprovecha para pasar por su lado y acariciarle la espalda, el brazo movible, el encogido, el cogote dorado... No sé, es difícil saber lo que trae suerte a los chinos, y nosotros por si acaso la manoseamos disimuladamente. No suele cambiar nuestra suerte porque la toquemos, como no le cambia a los que compran lotería en doña Manolita, pero nos preguntamos qué pasaría si no lo hiciéramos ¿Se nos pifiaría  el año?, ¿un poco más? No sabemos.
Este año esperábamos al jamoncito y al muñeco chino con gran expectación, cuando sonó el timbre de la portería. Raúl regresó la mar de ilusionado. “¿Quién es?”, preguntó el tío Ramón “Una chica impresionante” contestó él sofocado. “¿Has abierto?, cabeza de chorlito”. “Sí, porque asegura ser la tía abuela Telesfora “¿Telesfora? Ya te han timado. Seguro que es una banda de rumanas, polacas o austrohúngaras  dispuestas a robarnos.”
Y así, en plena pelea y divagaciones sobre el imperio austrohúngaro y la civilización grecorromana, sonó el timbre de casa. Telesfora nos dio su santo y seña y la dejamos pasar: vestía pantalones de mezclilla, cazadora de cuero, botines de ante y blusa blanca de seda. Tenía el pelo rojo y los labios brillantes. Este año había descumplido, no uno sino varios años. “Ahora tengo dieciocho y ahí me voy  a plantar”, nos explicó dejando la cazadora en el perchero y dirigiéndose a la cocina para dejar  el jamón envasado. No quiso tomarse las uvas ni vomitarlas. Dijo que así estaba bien. Luego nos confesó que había participado en un programa nuevo y secreto que se llamaba “Ratón Matusalen” y estaba dotado con tres millones de dólares: consistía en reforzar los telómeros para evitar el envejecimiento en el ADN de las células. Nos habló de biología, de neurociencia, de un novio nuevo que estaba probando en ella lo que otros probaban con ratones. Nos contó que los telómeros son comparables a los protectores de plástico de los cordones de los zapatos en sus extremos, que evitan que los cromosomas se deshilachen y se peguen entre sí cada vez que hay división celular. La charla fue larga; nos perdimos las uvas y el programa de fin de año, pero no importó porque todos soñamos esa noche con telómeros.
La tía Telesfora después de bailar reguetton, salsa, zumba, skybeat y tangos se había marchado a las cinco de la mañana
Nos enteramos al día siguiente, se  había resbalado al cruzar la calle y un coche la había atropellado. No se pudo hacer nada. Murió en olor de juventud y más borracha que una cuba.
Desde entonces no hemos parado de buscar al amigo investigador de telómeros para ver si nos podemos ofrecer de ratones de investigación, no por los tres millones de dólares, que también, sino por lo de descumplir años. Por ahora no nos han dado rezón. ¡Qué mala suerte!, tendremos que seguir tomándonos las uvas, cumpliendo años y envejeciendo sin siquiera el consuelo del jamón de pata negra.



FELIZ AÑO NUEVO Y QUE VENGA LLENO DE TELÓMEROS

miércoles, 21 de diciembre de 2016

LA ESCRITURA SECRETA (SEBASTIÁN BARRY)








 Después de haber dejado sin terminar tres libros, he encontrado al fin uno que me ha gustado mucho. Es  lo que tiene que las editoriales apuesten por la venta y no por la calidad, que te obligan a rebuscas en las librarías sin una dirección fija. Antes confiabas en el sello editorial, pero el sello cada vez apuesta más por el beneficio sin más condiciones, y ese círculo vicioso lo pagamos los lectores.
El libro que me ha devuelto la ilusión es de Sebastián Barry: escritor nacido en el año 55 y al que no conocía aunque según leí posteriormente, es uno de los mejores escritores irlandeses. A lo mejor no lo conocía porque no se han traducido mucho sus obras, o quizá porque hay tanto todavía por leer y conocer.
Ha escrito teatro, poesía  y en  los últimos años su escritura de ficción ha superado su trabajo en el teatro, con gran éxito.
Ha ganado premios prestigiosos de novela como el Costa Book de 2008 o el Jack Tait Black Memorial. Ha sido finalista en dos ocasiones del Man Booker.
Espero que se traduzca algún titulo más. La obra que me ha gustado es “La escritura secreta” publicada por la editorial “la otra orilla”.
El conflicto que dispara la trama es que van a cerrar un hospital psiquiátrico y el médico encargado de seleccionar a los pacientes que no necesitan ya tratamiento  y deben reinsertarse a la vida normal es el Dr Greene. Descubrirá a la enigmática Roseanne McNulty de ciento y pico años y se sentirá atraído  por su historia de misoginia y dolor. La novela se cuenta a dos voces, la del citado Doctor y la de la protagonista
Roseanne era una mujer feliz en la Irlanda de los años 30, una Irlanda de penurias, de prejuicios, de misoginia, de impotencia, de rebelión, del IRA, pero también era una Irlanda  para vivir los años de juventud, de ilusiones, de primeros sueños  al lado del mar. Roseanne recuerda aquellos años con nostalgia, aunque como ella misma dice todo se recuerda, siempre: (...) Soy lo bastante vieja para saber que el paso del tiempo es un engaño, una conveniencia. Todo está siempre ahí, todavía mostrándose, todavía sucediéndose. El pasado, el presente y el futuro siempre en la cabeza, como los cepillos, los peines y las cintas en un bolso. (...)
Quizá lo único que me parece un poco forzado es el final, pero es posible que se necesite un bálsamo para compensar las penurias de esa mujer. 
A través de La escritura secreta, Roseanne McNulty pasará a ser uno de los personajes entrañable y sincero que habitan en mi biblioteca y a los que acudo de vez en cuando para saber que no estoy sola.

Qué bien que he descubierto una libraría que me aconseja, está cerca de mi casa. Perderé menos el tiempo buscando perlas entre super ventas y os podré contar un poco más sobre lo que encuentro.  

domingo, 18 de diciembre de 2016

NO QUIERO RESCATAR MÁS

imagen: Rafal Olbinski
                                                           







He estado a punto de que me atraquen y ahora me pregunto si no va a ser peor haberlo evitado.
 Estas fiestas se están convirtiendo en un robo a mano armada. La primera parada la hice en una perfumería para comprar una crema de cara que se me había agotado. La vendedora me aconsejó que me llevara la oferta que, mire usted, por dos euros de nada viene el pack con mascarilla incluida. Bueno, la verdad es que por dos euros más lo acepto. Y ahí está mi primer error. La vendedora piensa que soy presa fácil y saca la artillería pesada sin ápice de sensibilidad.
“Le sugiero también  la oferta de crema, serum, contorno de ojos y… Bueno, usted necesita como el respirar un protector solar para evitar las manchas”.
Me voy echando hacia atrás sin que se note, como en “la gallinita ciega”, mientras trato de salir de la tienda. “Pero si son solo 130 euros más y cuarenta de las manchas. Sabe usted cuánto cuesta de origen todo lo que le ofrezco?” Estoy cerca de la puerta cuando niego con la cabeza en un intento de despiste. “Pues ciento noventa euros, más la crema de las manchas solares”. He conseguido llegar  a la puerta y salir disparada. Salgo del comercio aunque eso sí, con la autoestima muy deteriorada ¿Acaso tengo piel de elefante con surcos y manchas de felino?
Entro en un gran almacén para comprar un maquillaje ya extinto. La nueva dependienta  me ofrece tres botes. ¿Y para qué quiero tres? pregunto ingenua. “Pues porque si compra dos, le regalamos el tercero”. Ya, y si compro cien kilos de azúcar me regalan el almacén, pero no es el caso. Además ¿quién le dice  a usted que yo voy a seguir utilizando el mismo maquillaje, el mismo color y la misma marca durante tanto tiempo?. La vida es frugal y caprichosa, le explico. Y mientras se queda analizando mi sesudo razonamiento, aprovecho para salir del departamento en busca de un colorete. La nueva dependienta, que para colmo lleva gafas de aumento,  me mira el rostro con cara de asco, me aconseja que compre algún producto para rellenar las arrugas, otro para taparlas, otro para evitar que se me note, otro para la noche, otro… “Es para cubrir el rostro de las impurezas y arruguitas”, me explica la mar de candorosa, como si no me hubiese llamado arrugada de mierda hace un instante. Otros cuarenta euros del ala que, añadidos al maquillaje y los anti manchas solares, ascienden a mas de doscientos euros.
Cojo el autobús, llego a casa presurosa y me quedó resoplando tras la puerta. Siento como si me hubieran seguido todas las dependientas de productos contra el paso del tiempo. Silencio. De pronto escucho un pitido: es el móvil. Me acaban de enviar un WhassApp con la cara de Buenafuente en la que dice “¿Se acuerda de que no cogía las autopistas por ahorrarse  dinero?, pues ahora por no haberlas cogido, las va a tener que pagar porque las tenemos que rescatar” Recuerdo las cremas anti manchas, antiarrugas, anti ojeras, maquillaje para toda mi existencia y la de mis descendientes, relleno y espesapestañas. Me pregunto si mañana no tendré que pagar los doscientos y pico euros o más por haber hecho caso omiso a las dependientas. ¿Y si se hunden las casas de cosmético por mi culpa y yo tenga que abonar el importe ahorrado más IVA? Además, claro está, de quedarme echa un cromo con mis arrugas de paquidermo y mis manchas de felino.
Nunca sabe una cómo acertar.  


jueves, 8 de diciembre de 2016

ÓDIAME POR PIEDAD YO TE LO PIDO



                                              









El resentimiento que se está viviendo en España es para mí escalofriante. No sé si nos lo están introduciendo los medios de comunicación, los políticos, las redes sociales o todos a la vez. Ayer fui a Mercadona para hacer un pedido. No había carros grandes por alguna razón que todavía desconozco. Pedí uno que no tenía moneda y me dijeron que era para los empleados. Esperé, pasó tiempo y continuaba sin haber carros, ni siquiera los clientes que llegaban a caja con su compra llevaban alguno, todos eran pequeños. Tenía prisa y la compra iba a llevarme tiempo. Le volví  a pedir al cajero que me dejara coger uno de empleados. El cajero preguntó por el teléfono interior si podría ser, ya que según parece, no habían ni en el almacén. Todo funcionaba de forma correcta porque el empleado  era amable y trataba de resolver el problema, cuando un hombre que se encontraba pagando en caja, me miró y, con cara de pocos amigos, me preguntó si yo ya había desayunado. Como soy de espoleta retardada, le contesté que sí. Y él me dijo con desprecio que los empleados a lo mejor todavía no. Le pregunté interesadísima si es que la costumbre era acudir a desayunar con el carro a cuestas (a lo mejor lo puso de moda Cañamero y yo no me había enterado). El hombre me fulminó con la mirada. Me hizo sentir como si vistiese abrigo de visón, pañuelo de Loewe, capa de armiño, bolso de Hermés y látigo para los lacayos. El cajero, viendo que la cosa se encendía, me permitió llevarme el carro de empleados y yo me marché la mar de intrigada.
Me encontraba frente a los lácteos cuando de pronto se hizo la luz. El programa de Jordi Évole la noche anterior pretendía desprestigiar a Mercadona por tratar mal a sus empleados y proveedores. No sé si es cierto o no, pero sé que en un país en el que no funcionan las reclamaciones, las paginas web  se cuelgan,  que hasta para pedir una cita te tienes que eternizar en un 902, que en la oficina de defensa al consumidor te avisan de que ellos no tienen peritos, estaríamos bueno, y que debemos conformarnos con la capacidad de autoreconocimiento y honradez del fabricante, que un comercio atienda las peticiones con respeto, restituyan los errores sin darle vueltas a si tienes la culpa o no, que te acompañan al lugar cuando no encuentras un producto. En fin, una empresa cuyo trato es impecable, la pongan a caer de un burro y le echen la culpa a los clientes por burgueses y despectivos, pues qué quieren que les diga, que estamos haciendo un pan como unas tortas.
 Cada día tengo más miedo a encontrarme a Thais Villas por la calle Goya y que me pregunte si mi bolso es de piel o de plástico chino, si sé lo que pago de agua y luz, o lo desconozco porque lo controla Bautista, el mayordomo, y si estoy extorsionando a todo Vallecas y Villaverde alto por llegar a fin de mes.
Luego se quejan de que haya gente que no acuda a las salas de cine a ver a la película de Trueba o de que haya conspiraciones vengativas de baja estopa, pues lo están creando entre unos y otros:
¿Tan difícil es convivir sin agredirse y sin etiquetar?
Menudo odio nos están inyectando en vena, de verdad.


martes, 6 de diciembre de 2016

“UN PUÑADO DE AMIGOS Y DOS CEREZAS” (ROSA GRAU)















Cuando me piden en los colegios que hablé a los niños de mis libros y, ya de paso, les trasmita los placeres de la lectura, los imagino entrando en la sala cargados con sus juegos de ordenador, sus plays, sus drones,  sus robots recién estrenados, y se me pone el pelo tieso como alambre.
Sé que debo ser escueta, directa, y con un lenguaje atractivo.
Lo primero que les digo es que ni se les ocurra leer un libro que no les guste, aunque los profesores me miren con cara de asesinos en serie (frustra mucho, de verdad), luego les animo a que lean la reseña del libro, de qué va la historia, si les interesa, y por último les incito a que lean un poquito del principio, otro poquito de la parte central y algo del final (sin pasarse, claro)
Sin embargo, después  de leer la novela de Rosa Grau: “Un puñado de amigos y dos cerezas” la que primero colgó en Amazón y luego publicó la editorial Suma, he cambiado de criterio. Ahora les aconsejo que pasen del tema y se centren en el tono, aunque trate de la fauna y la flora en el antiguo Peloponeso. Y es que  Rosa Grau cuenta muy bien. Reconozco que me atrajo el tema desde el principio, que si una panda de amigos precisamente en la playa de San Juan de Alicante, que si reuniones por la noche tumbados sobre la arena fría … Oye, mi adolescencia. “Trae pacá”, dije ilusionada  Pero aunque la panda de Crisita, la prota, está plagada de tíos cuadrados, de biceps y tríceps, aunque yo en esa etapa de mi vida me pirraba por los tirillas con ojos clarísimos que no hacía más que recitarme eso de “Me gustas cuando callas…” (aunque quizá el asunto no iba de romanticismo sino de “¿por qué no te callas un momento, rica?). Lo cierto es que los “culturetas” con ojos claros y piel pálida me dejaban KO. Si además sonaba en la disco una música romántica, ya caía plenamente enamorada hasta que terminaba la canción, se encendían las luces y se me pasaba.
Su panda, me refiero a la de Crisita, le daba al sexo, y la mía al confesonario de tanto que nos alteraban los versos de Pablo Neruda, las canciones protesta, los bailes agarrados y las sesiones de programa doble en el cine de verano. A mí,  al contrario que a Crisita, en cuanto se me acercaba un musculitos lo imaginaba venga a machacarse en el gimnasio para ligar y me producía cierta compasión. No así, todo sea dicho de paso, si el músculo lo había cogido jugando al balonmano. ¡Ay, los del equipo de balonmano! ¿Qué habrá sido de ellos?
 La vida de Crisita y la mía, a pesar de ser cercana, nos distancia mucho, o quizá solo sus preferencias y las mías, pero a lo que íbamos, eso no importa cuando se pone a contar, cuando su voz empieza a tomarte suavemente de la mano y te transporta a su mundo; con gracia, con ternura, con apasionamiento. Y es entonces cuando funciona la magia, y yo que soy facilona, me enamoro del musculoso Jhon, y siento todos y cada uno de las sensaciones, inseguridades y dudas de Crisita. Y todo lo logra la forma que tiene Rosa Grau de contar.
 Leer nos transporta a otras mentes, a otros siglos, a otros lugares. Nos permite ser espías o prisioneros, detectives o perversos alienígenas, pero, sobre todo, nos hace conocer por dentro a seres tan diferentes a nosotros que nos enriquece y completa.
Por eso leemos, porque de esa forma no nos sentimos tan solos.
No importa el tema aunque digan que se venden los libros por tema, que tienes que escribir una novela con sexo, por lo menos dos capítulos, con amor no correspondido, otros dos, final feliz, uno. Porque si no, no  funciona. Quizá a Rosa Grau le funcionó el marketing porque su novela reúne todos los ingredientes, pero a mí me funcionó su voz; fresca, desenfadada, positiva. Me funcionó el ritmo, los tiempos, la intriga y la fuerza. Me funcionó su calidad. ¿El tema?, bueno, puede que ese sea el señuelo.
Felicito a Rosa Grau y le pido que me cuente lo que le de la gana, pero siempre con esa  misma voz, tan atrayente, tan suya y tan carente de artificiosidad.