sábado, 28 de noviembre de 2009

MASCARA


Aldous Huxley dijo que toda la historia del universo se haya implícita en una parte de él. Y es quizás por eso por lo que un creador alcanza la cúspide de su grandeza cuando profundiza de tal modo en su destino individual que lo convierte en símbolo sin quitarle ni una sola de sus características de destino único e irreversible.

De la primera aparición de la fractura interior del hombre de pensamiento, se insinúa un poder artistico que se descarga.

Todo creador debería indagar dentro de sí para saber qué es lo que hay, lo que comparte, lo que nos mueve. No se puede leer una novela, cerrarla y que no hayan quedado preguntas, meditaciones. Es muy doloroso para el escritor profundizar en su alma, presentarla descarnada, oscura, frágil, y como realmente es, porque puede ser vapuleada, objeto de mofas, escarnios. Negro sobre blanco. Sabes que eso sucederá y sin embargo arriesgas, te desnudas, buscas, porque sabes que habrá alguien que estará cerca, que no se avergonzará de ser humano, indefenso, perverso a veces. Todo lo demás son divertimentos de seres incapaces de mirarse a sí mismos y reconocerse en lo que ven. Es mejor, por lo que veo, mucho mejor, escribir sobre tramas asesinas, o sobre tramas económicas o sobre..., tramas qué más da, que desnudarse públicamente para saber si hay alguien más, otro hombre, uno cualquiera, que te esté escuchando, que te entienda, que se sienta cercano, que se estremezca contigo. La tragedia griega se basaba en una acción que mediante la compasión (eleos) y el temor (fobos) producía la predicación (catharsis) de dichas emociones. Estamos todos en el mismo saco, otra cosa es cerrar los ojos. No veo la escritura de otra forma. Todo lo demás es máscara.

martes, 17 de noviembre de 2009

Vivir sin vivir






Cuando me preparaba para sacar el carné de conducir, estaba segura de que no lo lograría jamás. Pero, hija, si se lo sacan hasta los zoquetes, me decía mi padre. Pero para mí, eso de desembragar muy despacito mientras aceleraba con la primera puesta, esa tensión contenida, ese ruido del motor que se me metía en los oídos…, era horrible. Y cuando se te iban pasando los sudores ya tenías que volver a embragar de nuevo para poder pasar a segunda, o es que no ves que si no cambias te cargas el motor, me decía el profesor de la autoescuela. Y de nuevo el embrague, y el acelerador, y esa tensión en las piernas. A veces, te adelantaba un coche por la izquierda que tú no habías visto. ¿Pero es que no miras el retrovisor?, me gritaba el tío. Para retrovisores estoy yo ahora, le decía. Si me tiemblan las piernas de tanta contención. ¿De verdad crees que voy a embragar, acelerar, cambiar de marcha, y ser capaz de mirar por el espejo retrovisor? Sí, y no solo el de delante sino también el de ambos lados: izquierda y derecha. Qué no, hombre, que yo eso no lo podré hacer en la vida. Menudo estrés.
Pero lo cierto es que acabas haciéndolo, y lo más gordo, es que no solo controlas todos esos movimientos, sino que eres capaz de enfadarte con el que se te cuela, y a la vez contarle al copiloto la juerga del viernes con todo lujo de detalles. Y es que de tanto repetirlo, los movimientos se vuelven mecánicos, tan mecánicos que no serías capaz de contar las veces que cambiaste de marcha, o adelantaste a un coche durante el viaje. Eso son cosas que pasan solo al principio. Recuerdo cuando mi padre se sacó el carné y nos vinimos de la costa a Madrid para probar. Cuatrocientos kilómetros de tensión. Nos adelantaron todos y cada uno de los coches con los que nos encontramos. De pronto, un camión se rezagó y tuvo que echarle valor. ¿Tú crees que podré?, preguntó muerto de miedo. Claro que sí, papá, tú acelera sin pensarlo. Y lo adelantó. Y fue tanta la alegría que sentimos, que tuvimos que parar en un bar de carretera la mar de ilusionados, para celebrarlo.
Y es que esas cosas solo pasan al principio, cuando es la primera vez y uno le echa mucha ilusión a todo.
Pero después cambia, y la vida se hace rutinaria, aburrida. Y toda esta historia del embrague y el acelerador viene a cuento por los movimientos mecánicos. Es una suerte poder realizar tareas de forma mecánica, hablar con los demás de forma mecánica, andar por la calle de forma mecánica. Comer chicle, sacar el bonobús, conectarte los auriculares y pedirle a la del lado que te deje pasar al asiento vacío. Se aprovecha mucho el tiempo, eso es cierto, pero el problema es que no nos enteramos de la mitad de las cosas que nos suceden.
En cierta ocasión una amiga se paró a hablar con un hombre al que saludó muy efusiva, le preguntó por su familia, y mientras él le contaba que a su madre la acababan de ingresar, ella le dijo: No sabes lo que me alegro. A ver si nos vemos un día de estos. El pobre se quedó alucinado. Y es que ella llevaba el piloto automático puesto y no estaba preparada para la sorpresa, para el cambio de planes.
Mi amigo Alberto, que le da vueltas a todo, dice que si el día del juicio final Dios sienta a la derecha a los justos y a la izquierda a los injustos, él lo pasará fatal porque no tendrá claro qué ha hecho en su vida. ¿Qué obras has hecho, hijo?, preguntará el Padre, y él se quedará en blanco. Pues es que así, de pronto, no me acuerdo de mucho. Yo he vivido con el piloto automático, y ya ve. Pero, se acordará de algo ¿no? Sí, mire usted, el 23 F estaba comprando gominolas y escuché la radio de la quiosquera. Menudo susto, sabe usted. Y también me acuerdo del 11 S. Madre mía, las torres gemelas ardiendo y yo en el taller de automóviles embobado… ¿Pero no se acuerda de más? Bueno, del día que cayó el muro, mi boda, la comunión del pequeño, que se atragantó mi suegra, y cosas por el estilo. Pues váyase al limbo, que usted no ha vivido, le dirá. Usted no ha sido más que un zombi. Y la verdad, bien pensado, Alberto tiene razón. Desde que me lo dijo, trato de fijarme un poco más en lo que me rodea y he descubierto que hay gente que habla sola por la calle, otros que sonríen a nadie, otros que corren como si les persiguieran. Pero no veo yo gente que esté en lo que tiene que estar. Ah, bueno, sí, a los turistas, que hacen fotos super tópicas con unas sonrisas que dan ganas de abofetearles. Esos parecen fijarse más en lo que les rodea. Pero poco más, no vayas a creerte, me dice Alberto.
A partir de ahora voy a vivir como cuando aprendí a conducir, primero se embraga, y muy despacito se va levantando el pie para acelerar. Sin brusquedad, con tino. Hay un momento en que ambos pedales se contrarrestan, y ese es el momento en el que se arranca. ¿Qué los coches ahora son automáticos? Pues la hemos hecho buena, nunca sabremos entonces, como muy bien dice Alberto, si nos tocará estar a la diestra o a la siniestra, llegado el caso.
Menuda forma de vivir.













lunes, 9 de noviembre de 2009

FANTASMAS





Siento una enorme imposibilidad de comunicarme con gente que sin embargo se comunica conmigo cuando le viene en gana, que entra en mi vida como Pedro por su casa y luego se marcha sin dejar una simple tarjeta de visita, sin huellas dactilares, nada. No permiten que los localice, les hable, les pregunte.
Por ejemplo, desde hace unos días me llama alguien. Lo descubrí en “llamadas recibidos” una tarde que había apagado el móvil. Parecía tener una desaforada necesidad de hablar conmigo. Llamaba a las siete, a las siete y cinco, a las siete y diez, a las siete y veinte… Al principio me asusté pero cuando llamé al dichoso número, me contestaron de telefónica que no existía. Esperé a su nueva llamada, y cuando se produjo y lo cogí, no me contestó nadie. Volvió a llamar cada cinco minutos. Me sentí agredida, como si me empujaran en el metro, oye, que hasta sienta mal. Continúa llamando, y en telefónica siguen sin darme razón. Debe ser que como los operadores se encuentran en Uruguay o Paraguay o La pampa argentina. Pues les importa un pimiento lo que suceda allende el mar.
Y así vivo; mal, muy mal.
Y es que cuando no es telefónica es Internet. He descubierto que algunas personas me envían mensajes a mi correo Yahoo y no me llegan. Hasta yo misma lo he probado desde otro correo y nada. He intentado ponerme en contacto con Yahoo pero no encuentro la forma. Algún propio tendrán para estos menesteres, pienso yo. Pero no, lo han camuflado, ellos no están. No puedo preguntar, o por lo menos yo no los encuentro. Unos correos llegan y otros no, a voluntad.
Es tanta la angustia que me produce no poder conectar con los que pululan por mi vida, que ya ni me atrevo a abrir el ordenador.
El último desaliento lo he recibido en mi blog. Había metido en Youtube la presentación de mi libro en Alicante, y pensaba colgarlo de mi blog. Pero no puedo porque en cuanto lo tengo terminado y la mar de mono, se borra mi presentación, y en su lugar me salen cuatro vídeos de rokeros. A veces aparecen sin llamarlos, así, mientras duermes.
He pensado dejarlos, quizás sean ellos los que me llamen desde Uruguay y no me dejan en paz hasta que no los exponga. Todo puede ser ¿Por qué no?
Pero ¿y lo del correo Yahoo? ¿Cómo me puedo poner en contacto con ellos? Si alguien lo sabe, por favor que me lo explique.
Ese Kafka era un genio. Él sabía lo que se nos venía encima. Vamos, si lo sabía.
Y que nadie me diga que estas cosas que me pasan son extrañas porque no.

domingo, 8 de noviembre de 2009

TIEMPO DE VERANO

imagen: HOPPER
Sir escribió algo en su blog sobre lo posible, lo que nunca llegó a ser, y ese es mi tema preferido.
Muchas veces el destino parece que juegue con nosotros, que coloque y descoloque las fichas a voluntad. Y no sabes el motivo de por qué justo el día que vas a conocer a ese chico rubio, que es tu vecino, y que ves todos los días en la playa, y que te mira, y que te sonríe. Ese que hace el pino y el puente para que te fijes en él. Justo el día que por fin se acerca a invitarte a la fiesta de su hermana, justo ese mismo día, el de la fiesta que esperas con una ilusión enorme, a tu hermano le da un ataque de apendicitis y os tenéis que marchar de la playa. Nunca más lo volverás a ver, y lo sabes. Por eso te despides con la mano en alto al verlo asomado a la ventana mientras tú metes las maletas en el coche sin comprender nada. Y ni siquiera importa, porque tú tienes tan solo trece años, y porque él es francés y porque nunca más os volveréis a encontrar. Y porque tampoco acababas de entender muy bien qué era eso que sentías cada vez que lo veías en la sobrilla de al lado mirándote y sonriendo. Ni entiendes la apendicitis de tu hermano, ni para qué sirve todo eso.
Pero luego, después de muchos años, lo ves más claro. Pues porque si no hubiera sucedido, ahora ya ni te acordarías de que a los trece años te había gustado un chico francés, que era muy rubio, y que siempre daba volteretas en la playa. Y sin embargo de esta forma sí, lo recuerdas por inacabado, por posible, porque nunca llagó a ser. Porque lo inconcluso tiene el olor de la esperanza. ¿Por qué justo en ese momento? ¿Por qué él no habló en la biblioteca con esa chica? Quizás porque si hubiera hablado, ya no existiría en su memoria, hubiera olvidado como miles de encuentros que ya no están, que se esfumaron. Y yo no hubiera pasado tan buenos momentos escribiendo una novela sobre el chico rubio de aquel verano cualquiera, de hace muchos años, y de la playa de entonces, y del final de la infancia.