viernes, 26 de septiembre de 2008

IDENTIDAD





Imagen: Perez Morales




No siempre lo que duele nos perjudica.
El rechazo, por ejemplo, nos define, nos da una identidad más allá del otro, y graba una raya negra que perfila nuestro ser único.
Es doloroso ser rechazado, incomprendido y apartado, sí. Pero al mismo tiempo nos pone límites respecto a los demás.
Una película de Woody Allen, “Zelig”, trata de una persona que quiere ser amada y comprendida por todos, y para conseguirlo se mimetiza con el otro, hasta el extremo de convertirse en él. Es boxeador y saxofonista, rabino o líder político, todo dependiendo de con quién esté. Como todas las películas de Woody Allen, como todo humor, tras la mofa se advierte un fondo amargo.
Si fuéramos queridos y aceptados por todo el mundo, desaparecerían nuestros límites y no seríamos nada. O por lo menos, no llegaríamos a saber jamás quiénes somos.
El rechazo que nos duele, nos define.
Entre los amigos fluye una energía que interactúa, se diluyen los perfiles. Esos perfiles que ellos no nos pueden dar porque comparten.
Es fantástico tener amigos, por supuesto. Ya dijo Aristóteles que es la manifestación más perfecta del hombre, lo que nos humaniza.
Pero también es cierto que el que no haya sufrido rechazos, patadas, zancadillas, está sin definir.
Por tanto, bienvenidos los que nos niegan.
Bienvenidos por sus incomprensiones, por las fronteras que nos dibujan, por definir nuestra identidad y resaltarla con sus rayas negras.
Duele, pero no perjudica.

lunes, 22 de septiembre de 2008

DESTINO. FIN

Foto: Cocke



Era de nuevo la voz de esa mujer. Esa desgraciada continuaba pidiéndole a Tomás que siguiera, dirigiéndolo por los vericuetos del amor. No pude más. Me agarré a Antonia y me puse a llorar. No podía soportar esa tensión. La voz de esa mujer me perseguiría por todas partes. Se había convertido en una obsesión.
-Es mi tormento -le grité a Antonia.
-Shsssss –dijo ella. Y se puso a levantar muebles.
-Es su venganza –grité.
-No, es el GPS –dijo ella con una especie de movil en la mano- Lo ha dejado cargando y se ha enganchado.
Y fue entonces cuando observé detenidamente ese horrible aparato que no hacía más que repetir; siga, siga. Quise apagarlo, hacerlo añicos, arrojarlo contra la pared, destrozarlo en mil pedazos. Pero esta vez Antonia me lo impidió. La voz continuó con su perorata:
-Después de la primera rotonda, gire a la izquierda. Y después, siga, siga, siga.
Se lo arranqué de las manos a Antonia por fin y lo arroje contra el suelo. Fue antes de caer, antes de destruirse en mil pedazos, cuando escuché la voz por última vez.
-HA LLEGADO USTED A SU DESTINO.

domingo, 21 de septiembre de 2008

DESTINO 8

Imagen: Hopper

8


Cuando entré en casa, me recibió como siempre, es decir, ni me miró. Tan solo dijo:
-La cena –como si acabaran de entrar las patatas a la jardinera por la puerta.
No le dije nada. ¿Para qué? Lo iba a negar. Iba a mentir. ¿Y yo? ¿Qué iba a ser de mí? No sabía a quién acudir. Y Sebastián, el pobre Sebastián, no era más que un descarnado que no podría hacerse cargo de mi dolor. Debía pensar deprisa, muy deprisa. La realidad se me echaba encima como una losa. Era una realidad pegajosa y densa, como si un murciélago se hubiera posado encima de mi cabeza y no lo pudiese arrancar. Sus horribles alas, su chirriar espeluznante.
-Está noche regresaré tarde –dijo Tomás-. Tengo que revisar el balance con el contable.
Y lo dijo con la mentira grabada en sus ojos y la traición en los labios como si interpretara un tango.
Lo abandoné un martes. Lo dejé con su fútbol, con sus desprecios, con sus patatas a la jardinera, con su sosería.
Le pedí a Antonia que me acompañara a la casa de la sierra. Quería despedirme de Sebastián, de su consuelo.
-Solo será esta noche-le dije.
Dejamos la grabadora encendida toda la noche, y por la mañana nos acercamos a Becerril.
El corazón se me salía del pecho al encenderla.
Se escuchaba solamente la honda respiración de Antonia. Estaba a punto de escuchar esa voz. Por fin llegaba lo que había esperado tanto tiempo. Esperaba que dijera algo para sacarme de mi soledad, de mi desesperanza, de mi miedo a seguir. Pero no era la voz que yo esperaba, el tono varonil y bajo de Lee Marvin en La leyenda de la ciudad sin nombre. No, era una voz sensual, sugerente, sí, pero…

miércoles, 17 de septiembre de 2008

DESTINO 7

Imgen: Margarita Diaz Leal
7

Lo que escuché fue la voz de una mujer.
-Sebastián es gay –grité desconsolada-. No podrá amarme nunca. No sabía cómo decírmelo y ha utilizado ese método.
-Shhhhhs –dijo Antonia.
La voz sensual dirigía a su amante en las vicisitudes del sexo. Le proponía que siguiera que no se detuviese que continuara un poco más.
-Es la voz de una mujer –confirmó Antonia- Hazme caso, yo entiendo de esto. No está descarnada.
-¿Una mujer?
-Una mujer de carne y hueso que estuvo aquí anoche.
-¿Y si se ha metido otra descarnada?
- Nada de eso. Aquí ha estado alguien mientras la grabadora funcionaba. Piensa un poco ¿Quién llegó tarde a tu casa anoche?
- ¡Tomás!
-Tomás te la pega.
La voz continuaba dirigiendo sensuales consejos.
-Dios mío. Y con una extraña.
-Puede ser una de la oficina. Quién sabe.
-Mi Tomás es un infiel –grité apagando la grabadora- No necesito oír más. Volvamos a casa.
El camino de regreso se convirtió en una contradicción continua. Puede ser una interferencia, puede ser que entraran ladrones, puede ser…

Era Tomás el que había estado en casa con esa. No cabía la menor duda. Él había llegado muy tarde la noche anterior. Dijo que se había quedado en la empresa haciendo inventario. Eso dijo, el muy cabrón.

lunes, 15 de septiembre de 2008

DESTINO 6


6


Al día siguiente, a primera hora, salí con Antonia hacia la sierra.
-Acelera- le dije-, que no puedo más.
-Tranquila, mujer, que no se va a borrar su voz porque tardemos un poco.
El corazón se me salía del pecho cuando conectamos la grabadora. Fue una gran sorpresa. Una sorpresa inesperada.
No era la voz que yo esperaba, el tono varonil y bajo que me sacaría de mí. Lee Marvin en La leyenda de la ciudad sin nombre. No, era una voz sensual, sugerente, sí. Pero…

sábado, 13 de septiembre de 2008

DESTINO 5



Foto: "Lleymab "



La primera vez me acompañó Antonia, dijo que ella entendía de voces de ultratumba, de sofrología y de psicofonías más que nadie. Que era lo suyo, su gracia, vamos. Y yo la dejé hacer. Al fin y al cabo fue ella la que me presentó a Sebastián, y la que estaba un poco en el ajo.
Me acompañó y colocó la grabadora en un sitio estratégico de la casa. Me habló de energías y demás zarandajas que no entendí. Luego, un poco antes de las doce del medio día, regresamos a Madrid.
Qué nervios pasé aquella noche. Se me quemó el lenguado, tiré a la basura los deberes de Pablito, y abrasé a Miguel en la ducha.
-Cada día estás más tonta -dijo Tomás cuando sus hijos se lo contaron. Pero no me importaron ni siquiera las broncas que tuve que soportar. Mi cabeza y mi corazón se encontraban muy lejos, en Becerril de la sierra.
Todo tenía que suceder por la noche, en el silencio, en la soledad de una noche de invierno. Sebastián, el de Ponferrada, iba a hablar y se iba a desvelar el misterio de su sonido, la cadencia de su voz, su ritmo. Me iba a decir palabras de amor y yo las iba a escuchar. Sebastián, cariño.

jueves, 11 de septiembre de 2008

DESTINO 4



foto: Cocke

4




Así estuvimos mucho tiempo, encariñándonos, conociéndonos, apoyándonos.


Fue una tarde de fútbol, la Champións League o la Eurocopa, qué más da. Me dijo que nuestra relación había entrado en un punto muerto muy peligroso. Vamos, que se había parado, que necesitábamos un impulso, un ligero empujoncito, mujer. Eso me dijo.
-¿Y qué podemos hacer? –le pregunté intrigada.
- Escuchar mi voz, por ejemplo.
-¿Tu voz?
-¿No te interesa saber a qué sueno? Te advierto que hay hombres que pierden su encanto por una voz chillona o un tono demasiado bajo. ¿Qué pensarías si después de todo no fuera más que un gangoso? ¿Es que acaso quieres mantener relación con un gangoso?
-No. Bueno, quiero decir…
- ¿Te gustaría escucharme y saber a qué sabe mi sonido? –preguntó coqueto.
Y le contesté que bueno, que bien pensado era una idea excelente.
-¿Sabes lo que es una psicofonía?
Y le dije que sí, que por supuesto sabía lo que era eso, porque no quería que pensara que era una inculta. Pero no lo sabía y se lo tuve que preguntar a Antonia.
-Debes dejar una grabadora en cualquier lugar en el que no se escuchen ruidos. Un lugar lejano, solitario. Donde solo se escuchen los sonidos de la naturaleza, del viento o del mar, por ejemplo -me explicó ella. Y yo enseguida pensé en Becerril de la sierra. No hay sitio más bucólico, ni más idílico, ni más tranquilo, que la casa que tenemos allí para pasar el verano. En eso pensé.

lunes, 8 de septiembre de 2008

DESTINO 3

Foto: Elena Artigues (lleymab)


3


Cuando mi marido me soltaba un grito por cualquier idiotez, yo pensaba en Sebastián y en Ponferrada. Y todo volvía a tener un tono claro, como si saliera el sol en mitad de la cocina, como si iluminara con su luz las lentejas y la tostadora. Daba risa ver a Tomás gritándome porque se me habían pegado los garbanzos, o por cualquier otra nimiedad, mientras yo imaginaba lo que nos íbamos a reír cuando se lo contara a Sebastián. Era como empezar a trivializar la vida, a verla desde otra perspectiva.
Cuando tendía la ropa, me quedaba un rato mirando el pequeño espacio de cielo que se atisbaba por la galería, y me imaginaba el sol, y las nubes, y algún pajarito en el cielo. Y me empezó a dar lo mismo todo. Si mis hijos traían malas notas, o se metían conmigo, o me daban un disgusto, yo pensaba en Sebastián el de Ponferrada, y todo adquiría un sabor nuevo, como a helado de pistacho.
-¿Por qué no está la comida nunca a su hora? –me preguntaba Tomás.
- Pues hazla tú. No te fastidia- le contestaba con descaro.
-Tú estás muy rara últimamente -me decía él. Pero yo no le hacía demasiado caso. Era feliz, con esa felicidad hecha del día a día, de sesión a sesión. Un aquí y ahora intenso.
La verdad, cada día me costaba más echar a Sebastián cuando llegaba mi marido del fútbol, o los niños del colegio. Y es que se había convertido en un chorro de aire fresco para mi vida.
-Vete, Sebastián, hombre, que me van a pillar.-le decía. Y él dibujaba un corazón en el mantel antes de abandonar el vaso e irse a quién sabe dónde.
Me sentía mal, un poco culpable, como infiel. Pero tan acompañada, tan querida, tan respetada. Miraba el pedazo de cielo desde el tendedero y me sentía poderosa como si observara la vida desde la cumbre del Himalaya o del Machu Pichu.

viernes, 5 de septiembre de 2008

EL DESTINO (un relato por secuencias)



Fotografía:
Cocke Garcia-Romeu
1


Jamás había creído en los muertos. Bueno, en los muertos como cadáveres o seres sin vida, sí, claro. No hay más remedio que creer en ellos. Pero no en la versión tétrica de seres descarnados que se comunican con los vivos a través de un vaso. No, todo eso no me lo había creído jamás. Aunque también es cierto que no dedicaba demasiado tiempo a pensar en esas cosas.
Tengo tres hijos de once a dieciséis años, y se me van las horas en trabajar, hacer la compra, arreglar la casa, y disgustarme. Los adolescentes saben como amargarle la vida a una.
Pero aquella tarde, mientras emitían por televisión el partido de la Uefa, Antonia, mi vecina, se presento en casa para preguntarme si me quedaban velas.
-Me refiero a velas pequeñas, redondas, de color negro, o por lo menos oscuras –me dijo.
-Pues, la verdad, no suelo comprar velas, y mucho menos negras. Pero pasa si quieres, a ver si encontramos algo.
Busqué entre las bolsas de Navidad y algunas encontré. No eran negras, es cierto, pero sí oscuras, de color granate o azul marino.
Fue por culpa de eso.
-Quieres participar con nosotros en la sesión –me dijo-. No debes tenerles miedo. Ellos son como nosotros, solo que descarnados.
Antonia había organizado en su casa una de esas sesiones de espiritismo, o guija, en la que se coloca un abecedario, un si, un no, y un vaso en el centro, que según me explicó, lo movían “ellos”. Y al decir “ellos” se le engoló tanto la voz que hasta me dio miedo.
Yo entonces no sabía de qué iba todo eso, y como odio el fútbol, encontré una manera como otra cualquiera de pasar la tarde. Y luego, muchas más. Y es que aquel día, el primero, llegó él, se metió en el vaso y nos contó miles de historias. Se llamaba Sebastián y era de Ponferrada. Todo eso nos lo dijo empujando el vaso de acá para allá, y parándose delante de cada una de las letras. Luego daba un avezado giro en redondo y continuaba dándonos sus datos personales. Lo hacía con presteza y cierta elegancia.
Era un hombre correcto e intimamos desde el primer momento. Yo, para que no se tomara libertades, lo primero que le dije fue que era casada. Él me contestó que eso ya lo sabía, que desde el más allá se sabe todo, pero que no tenía nada que temer porque él estaba muerto y descarnado, y que su interés por mí era inofensivo, meramente intelectual, aclaró. Quizás fue por eso por lo que me encariñé con Sebastián nada más verle. ¿Qué infidelidad podría yo cometer con un descarnado, intelectual, y de Ponferrada? Es cierto que a Tomás, mi marido, no se lo conté. ¿Para qué? Esas cosas nunca llegan a creerse del todo, y además, porque no hay necesidad de dar tres cuartos al pregonero. Vamos, digo yo.