domingo, 13 de diciembre de 2020

LOS ANTÍGENOS Y EL ESPÍA PARAGUAYO


 

                                  

 

 

 

Todas las mañanas, nada más abrir los ojos, me conecto a Google. Ellos seleccionan las noticias, supongo que según mis gustos, y me han debido coger el tranquillo. Mi capacidad de credulidad es oceánica y ellos lo saben. Son unos espías concienzudos que aprovechan nuestras búsquedas  para embaucarnos. 

Hasta ahora no lo había notado. A pesar de encontrar en mi pantalla mensajes extraños como “Todavía despierta” a las tres de la mañana, o cosas por el estilo. 

El gran ojo me vigila y yo le dejo hacer. “Cada día creo menos en las casualidades y más en ese espía que vigila mis pasos concienzudamente, me pregunta que si me gustó la comida en determinado restaurante o si estoy de acuerdo con los eróticos modelos de la tienda lencería que visité el martes pasado. 

Tengo claro que el paraguayo se ha dado cuenta de que me lo creo todo, y se viene arriba a la hora de seleccionarme noticias. Últimamente casi todas se centran en el Coronavirus. Se ha hecho eco de mi pavor a cogerlo y, así como un niño perverso te aproxima grillos cuando descubre que tienes fobia a los insectos, así se empodera con mi miedo a la pandemia. 

Una mañana me despierto con la noticia de que La Comunidad valenciana está “hecha un sol” respecto al coronavirus, vamos que no hay casi nada. Ese día me levanto con energía y orgullo, pero al día siguiente, veinticuatro horas más tarde, ya están los hospitales hasta la bandera y lo mejor es que no salga ni del baño. Lo mismo le pasa a Alemania, a Bélgica, a Holanda. Ayer eran los mejores, qué listos, oye, qué bien están llevando la pandemia. Pero de pronto, como si de polvitos que se echan por el aire con drones se tratara, los países mejores se convierten en los peores, saturan los hospitales y se lía la marimorena. Hasta la presidenta de Alemania llora de impotencia. Es que allí tienen otras prioridades, aquí son más de fijarse en lo que han encontrado en el baño del Pazo de Meiras: un jabón de Mercadona

Ya fue dicho: “Señálale la luna a un tonto y se  fijará en el dedo.” 

Pero a lo que íbamos, esta mañana mi vecina me ha traído la información que google ha seleccionado para ella. Todavía más rocambolesca que la mía. Han descubierto cómo se evita el Coronavirus y resulta que lo teníamos en el cuarto de baño, me explica.  Ya lo sé, le digo, un jabón de Mercadona. No, qué va: El dentífrico de Colgate, y el colutorio si ya quieres inmunidad total. Se han quedado contigo, le suelto. Que no, que lo dice aquí, y me enseña un informe de sanidad que se titula: EL dentista. “Los dentífricos que contienen zinc o estaño y las fórmulas de enjuague bucal con cloruro de cetilpiridico(CPC) contribuyen a neutralizar el virus que causa la Covid-19 en un 99,9 %. Según ha determinado el innovador programa de investigación que ha puesto en marcha Colgate. Limitan la propagación del virus, me cuenta la mar de ilusionada. 

La invito a un café y le demuestro con argumentos y silogismos propios de Aristóteles que lo que de verdad combate el virus son los nombre propios de los humanos. A ver, piensa un poco, ¿cuántos Eustracios han pillado el virus? Se queda paralizada, y para que no pierda la concentración, continuo. ¿Y Orenes?, ¿has visto a mucho Orenes infectados? ¿Y Crescencio?” Claro que no, Amoraina. Tienes que estar contenta porque tu marido, Melquiades y tú estáis a salvo. 

“Mientras hay vida, la esperanza no es perdida” me contesta, y se marcha un poco más confiada. Yo mientras tanto, busco mi tarrito del Vicks Vaporub porque creo que de verdad es un antígeno de primera calidad con un 99,999 % de efectividad, pero no se lo cuento a nadie, ni a Illa, ni a Simón, ni a Ayuso, porque eso sí; soy equidistante como Santiago Segura, faltaría más.  

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

LA BANALIDAD DEL MAL

                                  


 

 

 

 

Lo primero que he leído en google esta mañana han sido las palabras de Otegui. 

Dice Otegui que “por primera vez“ las nuevas generaciones vivirán con “más miedo” y menos derecho que las anteriores. El líder de Bildu sostiene que si el capitalismo pone en riesgo las condiciones para la vida en el planeta, la alternativa debe ser radical. 

Conociendo al personaje, traducimos sin problema su término: “radical”. También habla de que el Covid 19 ha demostrado “la vulnerabilidad y límites de la especie humana”

No deja de sorprenderme la interpretación que hace sobre el miedo. ¿Más miedo que cuando su banda pegaba tiros por la espalda a seres indefensos? ¿Más miedo que cuando ponía bombas debajo de los coches o en casas donde vivían niños?, pues, francamente, es difícil. Si a lo que se  refiere es a un miedo más general e inespecífico, pues quizá. Pretender dejar morir de hambre a un secuestrado como pretendía Bolinaga, no es que de miedo, es que da terror. Decir que acaba de demostrarse la “vulnerabilidad y límites de la especie humana”, me hace suponer que no para él y sus secuaces, que la conocían y celebraban. No había guerra, no estaban matando en igualdad de condiciones, era pura cobardía. ¿Fue eso lo que los hacía conocedores de la vulnerabilidad de la especie humana?, ¿que se dejaban matar porque nos se lo esperaban? ¿porque no esperaban tamaña barbarie y eso los convertía en vulnerables?

El señor Otegui habla convencido de lo que dice, es un hombre al que le preocupa la humanidad y su fragilidad, que pretende ser radical si alguien pone en peligro la vulnerabilidad humana, con esa radicalidad que solo él y los suyos saben cómo hacer. 

He recordado a Hanna Arent  que  fue testigo del juicio de uno de los responsables del exterminio nazi. Trataba de entender qué había tras esa barbarie y lo que descubrió es que simplemente “era algo banal”. Toda aquella masacre respondía al cumplimiento de ordenes. No le daban la más mínima importancia. Descubrió que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos, “solo por el cumplimiento de las órdenes”. 

Analizó las circunstancias que pueden llevar a un humano normal a cometer atrocidades y dejó para la historia su teoría sobre la banalidad del mal. 

El señor Otegui cumplió su condena y tiene todo el derecho a ser libre según las leyes que nos hemos dado, pero… ¿a pontificar?, ¿a estar en el congreso de los diputados?, ¿a formar parte de las decisiones de un gobierno que dirige nuestras vidas?, ¿a tumbar  nuestro sistema? 

domingo, 27 de septiembre de 2020

AL RINCON DE PENSAR

                                               


 

 

 

No me apunte, señor Marlaska. No sea así, que luego se lo dicen a mis padres y me quitan la paga, o me dejan sin salir. No me haga eso, señor Marlaska, que me han dicho que a partir de ahora va a apuntar a los que se metan con sus jefes Pedro y Pablo, que van a controlar los WhatsApp, como hacían con las internas en el colegio o con los presos en la cárcel, que les leían la correspondencia. Si hablabas a las espaldas de la profesora, te apuntaban en un cuaderno negro, manoseado y pegajoso, y luego  te bajaban la nota, estudiaras o no, te supieras las glaciaciones o la lista de los borbones al dedillo. Los borbones, ahí le han dado ¿verdad? Usted es que no es muy de monarquía. Pues nada, hombre, se convocan unas elecciones generales y si la mayoría quiere, se proclama la Republica. Ah, ¿que no se atreve a convocar elecciones por si le pasa como con los presupuestos o con la prorroga del estado de alarma?, ¿que como tienen los votos cogidos con alfileres prefieren no arriesgarse? Ya sé que necesitan darle la vuelta al país sin cumplir los tramites legales, sin la mayoría que se requiere, saltándose la constitución. Pero eso no es culpa mía, que como soy demócrata, aceptaría todo lo que se votase mayoritariamente, según las leyes que nos hemos dado entre todos, pero no a las bravas. Ah, ¿que a eso no juega, como no quisieron jugar los catalanes? Pues dígalo de una vez, así de clarito. No tenemos votos suficientes para hacer lo que nos proponemos y lo vamos a hacer sí o sí. 

 Comprendo que si unos simples presupuestos se le están atragantando, un referéndum para cambiar la Constitución es impensable, que quiere engañar a tirios y troyanos, pero no tragan y por eso han decidido atemorizarnos, apuntarnos en el libro negro de los malos. Y lo han elegido a usted  para ser ese horrible compañero que nos acosaba tras sus gafas para que lo respetáramos ya que no tenía otro medio. Pues nada, hombre, apunte, apunte a todos los que no estamos de acuerdo con que ustedes, (y cuando digo ustedes, me refiero a todos) hayan cobrado dietas durante el confinamiento, los que no perdonamos que sufriendo una crisis sanitaria de dimensiones mundiales, se hayan dedicado a vetar al rey, indultar presos, fotografiar personajes con banderas y demás zarandajas. Apunte a todos esos supuestos fachas que no están de acuerdo con que cobren esas barbaridades, con sus miles de asesores, con sus desmesurado dispendios económicos, con el secuestro de la justicia y el descalabro de la sociedad. 

Dígalo bien fuerte: Fachas más que fachas. Ahora mismo al rincón de pensar y no me repliquen. 

 

 

 

 

sábado, 5 de septiembre de 2020

MIEDO









Regresar a casa después de seis meses y sentir que el tiempo se ha parado. Pasear por las habitaciones y comprobar que el calendario del salón está abierto por el mes de marzo, que una flor que me regalaron en el teatro, está marchita, vencida hacia la izquierda, con el color granate de la muerte, que los geranios se han secado; tropezar con la lista de la compra preparada para el regreso, allá por marzo; tarjetas con ofertas de descuentos que vencen al final de mes; ropa de invierno colgada de mi armario; tarjetas para renovar; recetas para llevar a la farmacia sin falta; el portero enumerando los vecinos a los que se llevó el Covid, los que consiguieron salvarse, los que tienen secuelas, los que casi no se enteraron porque eran asintomáticos, el farmacéutico al que ya no volveré a ver, ni al de las lámparas, ¿se acuerda?, el que estaba al lado de la confitería. Y también... No quiero seguir escuchando. Salgo a la calle y no encuentro las tienda de siempre, han cerrado muchas, otras han cambiado de negocio. Los aparcamientos están medio vacíos, no hay casi gente esperando el autobús, y aquellos con los que me cruzo llevan puesta la mascarilla: distantes, recelosos, atemorizados. Una mujer habla por teléfono sentada en un banco, muy cerca de un anciano: se ha quitado la mascarilla y grita al auricular. No me atrevo a pedirle que se la coloque, que puede contagiarlo, me han dicho que aquellos que no la llevan son agresivos. Mi mundo se ha paralizado. Por un momento tengo la sensación de que nos hemos muerto y entramos a nuestra casa para recoger los enseres que dejamos antes de morir, como esos familiares que tienen que recoger los recuerdos del fallecido, repartirlos, venderlos, deshacerse de ellos, a no ser que tengan un valor económico Es tan triste que quiero salir de allí apresuradamente, o acostarme, cerrar los ojos y dormir para ver si al despertar me encuentro con la rosa fresca todavía, sentir en la mano los geranios, las maletas preparadas a punto de marcharme tan solo un fin de semana para celebrar el cumpleaños de una amiga, en la playa, con el jersey marinero que me compré solo para la comida en la isla, con los vaqueros y el sombrero de paja, ese que..., llévatelo, mujer, que en Tabarca hace mucho sol aunque sea marzo.
 Necesito despertar de esta pesadilla para poder pasar las paginas de mi calendario día a día, sin prisas, y bajar a por las medicinas mientras el farmacéutico me pide un montón de datos que faltan en las recetas. Pasar por la tienda de lámparas y preguntar si todavía hacen fotocopias. Quiero de nuevo mi 11 de marzo, como todos los 11 de marzo de mi vida, tan cotidianos, tan previsibles, quiero regresar encontrando la ropa de invierno en los armarios, porque sigue siendo invierno, y la nevera llena de verduras o fruta, con la lista de la compra en la encimera para que no falte nada a mi regreso. No quiero la casa que ahora recorro, donde se han secado las rosas y los geranios, la casa que ha perdido vecinos, la casa rodeada de tiendas que ya no existe o no son las mismas. Siento frio, como si se hubiese vuelto a borrar el paso de mi existencia por un pasillo oscuro, con el reloj detenido, con el calendario señalando la fecha de aquel día en el que me marché, sin imaginar que era para mucho tiempo, para no regresar a lo mismo. Quizá descubra al despertar que no he pasado el confinamiento en la playa, encerrada, con un jersey marinero y unos vaqueros, quizá me he muerto de verdad y ahora he regresado y me paseo por mi casa para ver cómo quedó todo al marcharme, como abandoné durante seis meses lo que había sido mi día a día. Cómo cede esa cuerda floja por la que transitamos ingenuos y confiados, cómo se desploma y te lanza al vacío sin siquiera haber sido capaz de darte cuenta. Ahora he regresado a ver todo lo que un ser humano abandona tras la muerte, para ver lo inútiles que son nuestras pertenencias, nuestros sueños, nuestros hasta mañana, nuestros vecinos parlanchines, nuestro farmacéutico meticuloso. He regresado para hacerme un aprueba médica y tengo miedo al contagio, al hospital, a los niños que se van a reunir en el colegio, a la mujer que habla por teléfono sin mascarilla. Tengo miedo a vivir en una casa en la que solo quedan recuerdos secos de un 11 de marzo ya lejano. Tengo miedo a nuestro políticos que sacan rédito de nuestro desmoronamiento, de los expertos que no tienen experiencia, ni se dejan aconsejar. Miedo a no saber, a pensar que ya no volveremos a ser los mismos. Miedo a no despertar de esta pesadilla o a despertar de nuevo ante el portero que me cuenta los que ya no están y los que están, pero ya nunca serán los mismos.

martes, 11 de agosto de 2020

PERDIDOS BAJO LA LEY

                                  

 

 

 

 

Estoy harta de que cada día, al levantarme por las mañanas, me encuentre con un derecho menos, es como si se diluyeran entre los vapores del sueño. Harta de ver que de la noche a la mañana puedo encontrarme durmiendo en un banco del parque. Harta de no saber el por qué de tanta fechoría, es por lo que me he zambullido en la ley con todo mi fervor y concentración. Quería saber en qué momento, en qué situación, bajo que constelación de Orión o de Sagitario, perdimos un derecho tan básico como es el de la propiedad privada, más concretamente el derecho a tu vivienda, pagada cuota a cuota, año a año, verso a verso... 

Quería saber en qué instante y con qué partido del espectro político nos quedamos a dos velas y, lo que es peor, en que momento nos conformamos con semejante ataque.   

Resulta que el derecho a la propiedad privada se recoge en el art 33 de la Constitución, sección segunda del capitulo de Derechos y libertades. Pero la inviolabilidad del domicilio es un derecho fundamental y prevalece sobre el anterior. Y domicilio, apunten y subrayen, es dónde te encuentres en ese momento, es un pasar por allí, trincar la  llave y cambiar la cerradura. Así que si lo hacen y la policía no los ha desalojado en 24 horas, necesitan una orden de desalojo, entonces hay que presentar una demanda civil de desahucio que dura de 1 a 3 años. Y no te atrevas a ser tú el que pasa por allí, trinca la llave y cambia la cerradura, porque por algún extraño motivo, te conviertes en allanador de una vivienda que era tuya hasta que dejó de serlo. 

El Código Penal en sus artículos 245 y 246 dice que los procesos judiciales no se pueden dilatar más de 3 a 6 meses, pero eso, como todo, es un decir; primero, porque no hay suficiente personal; segundo, porque todos sabemos y admitimos que los procesos se dilatan; tercero, porque hay saturación en los juzgados y nadie tiene la culpa.

En 2008 hubo 488 condenados por ocupación de vivienda; en 2015, 3.278. Supuso un aumento del 92%. Esto es un poco como el coronavirus, que se multiplican los casos de forma exponencial. Con el Covid Cataluña registró 6.688 ocupaciones. El 61% de las fincas vacías en España han tenido casos de ocupación y en Cataluña, el 88%.

Continuo informándome: De uno a dos años de pena para el okupador si se produce con violencia. O sea, si se mete en tu casa y te da una paliza de categoría, porque si no te la da y aprovecha que estas en la compra o de viaje para entrar subrepticiamente, entonces es delito leve y no hay pena de más de tres meses. Por un delito leve no se entra en la cárcel, ni quedan huellas en sus antecedentes, ni nada de nada, por lo que una vez resuelto, pueden ir a calzón quitado a por otra vivienda. El delincuente leve, el aterciopelado delincuente, no suele entra en la cárcel y además puede ser reincidente sin dejar huella si está en su naturaleza. 

Es de tal categoría el negocio, que a su vera han nacido mafias dispuestas a sacar provecho de esa ley, esa dilación, esa levedad. 

Lo mejor es no salir de casa, no solo por el coronavirus sino por todo lo demás. 

No hay mascarillas contra el abuso y la condescendencia. 

Estamos perdidos. 

 

sábado, 1 de agosto de 2020

¿QUÉ PASÓ DURANTE EL CONFINAMIENTO?



                       



Soy mutualista de Muface, aunque no sé si todavía existo o con estos nuevos decretos aprobados durante la pandemia, me he convertido en un ente amorfo y desconectado que fluye por el espacio cibernético. 
Resulta que necesito recetas y voy al ambulatorio. Soy desplazada y me pegan la bronca. Dice la médico que las recetas estarán en mi tarjeta sanitaria. Pero no es así porque los de Muface no tenemos tarjeta sanitaria. Me grita que ella no tiene nada que ver y que no me va a dar explicaciones. Me callo para no encolerizarla más. Regreso a casa bajo un sol tórrido de cuarenta grados, con una mascarilla protección total y con un férula en el brazo por habérmelo roto, aunque eso es otra historia.  
Logro llegar a casa con la moral por los suelos e intento conectarme a internet para buscar una solución. Después de luchar como gato panza arriba para encontrar una explicación, le pregunto a google, pero me envía a un contacto diabólico en el que te responde tu propia voz en plan eco. Claro, explicarte a ti misma lo enfadada que estás por no obtener respuesta, resulta desolador y un poco esquizofrénico. Aún así y a sabiendas de que no voy a lograr enterarme, me cuento mis angustias, mis desesperaciones, mis interrogaciones y mi cabreo. 
Al terminar la perorata, una voz, esta vez metálica, me informan de que la llamada que acabo de realizar es informativa, y que telefónica me cobra por eso una barbaridad. 
Una vez desahogada y timada, llamó a mi ambulatorio, esta vez de Madrid. Me cuesta conectar muchísimo. Me dicen que si tengo síntomas de coronavirus o tengo alguna otra consulta  que hacer, marque el 9. Lo marco y se desconecta el teléfono. Lo siento por los que tengan síntomas, porque si es frustrante no poder enterarte de cómo conseguir una  receta, muchísimo más sentirte mal y que te cuelguen. 
Después de mucho insistir, logro que me contesten y me digan que mi médico me llamara en cualquier momento, a cualquier hora del día o de la noche. Guardo el móvil en mi regazo como si me fuese la vida en ello. El teléfono suena al día siguiente. Me explica la médica que me pondrá las medicinas en mi tarjeta sanitaria, pero que solo me sirve si estoy en la comunidad de Madrid, que en cuanto traspase los límites ya no responde. Es salir de Aranjuez y entrar en un bucle cuántico, del que ya no puedes emerger. Algo así como el triangulo de las Bermudas pero versión tarjeta sanitaria. 
Se ve que mientras nos confinaban pasaron muchas cosas, cosas extrañas, atemporales, misteriosas. Se aprobaron leyes, decretos, ordenes ministeriales que nos afectaban. Y una de ellas ha sido lograr que no puedas comunicarte ni por teléfono, ni por internet, ni por WhatsApp. Enterarte de que has entrado en otra dimensión dónde nadie te da razón, ni noticias, ni los medios se mojan. Aunque eso sí, el único informe que te dan con pelos y señales y en primera plana  es el motivo por el que Pilar Rubio y Sergio Ramos han decidido llamar a su hijo Máximo Adriano. 
Todo lo demás se ha convertido en un misterio insondable. 
Pero realmente ¿Qué pasó durante el confinamiento?


domingo, 26 de julio de 2020

¿Qué hice durante el confinamiento?

Estamos a punto de ser de nuevo confinados y ya no me acuerdo en qué invertía las horas durante el antiguo confinamiento. Recuerdo que me levantaba, que desayunaba y que miraba por la terraza para ver si veía algún barco por el mar, aunque fuese una patrulla de la guardia civil. Era tan desolador que cuando me ponía ante el teclado para escribir, me quedaba en blanco. Cuando cerraba los ojos, tan solo veía un inmenso coronavirus flotando en mis pupilas. No escribía, mi mente no me lo permitía. Hacía solitarios y me retaba; si me sale a la primera, repaso la novela de adultos; si me sale a la segunda, la infantil; si no sale a la tercera, pongo la tele para ver cómo se pelean los políticos. Nunca me salía el solitario y me enchufaba a la tele para desbarrar, dependiendo del programa que me hubiese salido. No soy muy selectiva y escucho a boleo, así me entero de todas las versiones: Ferreras, Abascal, Casado, Iglesias, Monedero y, por último, el bueno de Simón, tan susurrante él como Sánchez. Reconozco que metió la pata cuando aseguró que dejaría a su hijo decidir si iba o no a la manifestación de Irene Montero. Y digo que la manifestación era de Irene Montero porque ni siquiera Lidia Falcón, destacada por su defensa al feminismo en España, fue capaz de ponerse de acuerdo en si se manifestaban por el feminismo, por el LGTB o por Fray Junipero Serra. 
Han sido días muy duros. En ellos no solo hemos visto cómo nos enrabiábamos contra nuestro propios amigos. No sabíamos quién era ese virus que pasaba de largo ante algunos y se cebaba con otros. Tampoco teníamos muy claro si la culpa de las muertes la tenía Rajoy desde Santa Pola, Ayuso desde su confinamiento, Iglesias que asumió el poder omnímodo de todo lo que se movía para luego ponerse de perfil dado el despropósito que se montó en los geriátricos (él no es muy de viejos, ya lo confirmó varias veces en sus discursos inflamados de pasión juvenil) Pero no importaba porque había respuesta para todos. Si eras de izquierda, tenías a Ayuso para echarle los perros, si eras de derechas, a Pedro Sánchez, Illa, Simón y demás. Todos nos hemos sentido cobijados por nuestro políticos, los de nuestro corazón, quiero decir, por su buen hacer y su responsabilidad. 
Se han celebrado funerales por aquí y por allá, pero nunca juntos, faltaría más. Torra ha pedido a independencia de Cataluña porque era lo que más pegaba en ese momento; Bildu, la derogación de la reforma laboral y otros, la destrucción de la estatua de Cervantes, de Cristóbal Colón y del “todo por la patria” en la puerta de los cuarteles de la guardia civil por osar enfrentar a los franceses cuando nos invadieron allá por el milochocientos. Tanto es así, que ahora los franceses se han cargado de razón  y no nos dejan pasar, y nos exigen cuarentena por negarles tres veces cuando aquello de Napoleón.  Pero qué más da. El coronavirus era tan nimio en esos momentos que había que sacar material de la historia para nublar la vista de los más acérrimos y furibundos.
¿Qué hice durante el confinamiento? Supongo que debilitar mis defensas de tanto despropósito, dormir fatal, soñar con Cristóbal Colón, con Cervantes, con Las Navas de Tolosa y la victoria sobre Miramamolín. Y, sobre todo, con la  enfermedad esa que parecía de chichi y nabo y que nos atacaba a unos sí y a otros no. 
No sé si algún día tendremos vacuna para el Covid, pero para lo que estoy segura de que no vamos a tenerla es para luchar contra la imbecilidad de nuestros políticos y la falta de respeto que han demostrado ante un problema tan serio. 
Solo puedo decir que si existiera de verdad el karma, mañana amaneceríamos rodeados de incompetentes convertidos en cucarachas rodeando la estatua de Gregorio Samsa. 
Aunque sigo diciendo que no me acuerdo qué hice durante el confinamiento, solo sé que me he caído y me he hecho una fisura en el humero, que me ha salido un herpes zoster, que me he quedado encerrada en el ascensor, en el aseo de un super y en mi habitación. ¿Será que el mal fario se ha vuelto contra mí por tanto analizar sin que me pegunten? 

jueves, 25 de junio de 2020

TODO ES LO MISMO.





En mi tiempo se estudiaba el “Recurso de Contrafuero”: Contra todo acto legislativo o Disposición General del Gobierno que vulnere los principios del Movimiento Nacional o las restantes Leyes Fundamentales. Me lo sé de memoria porque me lo preguntaron en un examen oral.
Eran otro tiempos
En aquellos en los que ETA asesinó a mi catedrático de Mercantil: Manuel Broseta.
En mi tiempo, cuando la banda terrorista amenazaba a alguien: político, militar o empresario, el gobierno, algunas veces ponía escolta y otras se hacía el loco. 
En mi tiempo tenías que ir a Perpiñán para ver películas prohibidas. 
En mi tiempo, si le pedías al catedrático de penal que te hablara de la pena de muerte, porque acababan de ejecutar a cinco personas, se levantaba con el rostro demudado y la vena hinchada para echarte de clase, porque lo que tú estabas buscando con esa preguntita tan fuera de tono en una clase de penal, era pillarle en falta  y denostarlo ante las altas esferas. 
Ahora las cosas han cambiado mucho. Se estudia la Constitución española, pero como de pitorreo, un poco para cubrir el expediente, porque todo el mundo sabe que se la quieren cargar o se la están cargando por la vía de los hechos consumados. Ya no se jura para ocupar un cargo en el parlamento, se dicen tonterías para cachondearse de todo lo que se mueve en este país. 
Ahora ya no existe el recurso, ni de contrafuero, ni de anticonstitucionalidad, ni mandangas de esas. Está mal visto. 
Ahora se suenan en la bandera de España porque da mucha risa y hay que tener sentido del humor, hombre.
 Ahora no hace falta que te amenacen con pegarte un tiro en la nuca para que el ministro del interior se ponga como una hidra, basta con que te monten una cacerolada en la puerta de tu casa para que 50 policías entre lo más ínclito del cuerpo cerquen tu casa y te disparen fotos de frente y perfil en un, ya verás tú la que te espera. 
Ahora Tendremos que acudir de nuevo a Perpiñán para echar una nostálgica lagrimita porque van a prohibir películas como “Lo que el tiempo se llevó” por esclavista y homófoba. 
Ahora, si Belén Esteban dice que el gobierno no ha gestionado bien la crisis sanitaria, al director del programa se le demuda el rostro, se le hincha la vena, abandona el plató en señal, de yo no tengo la culpa, mire usted. Porque si le pillan en un renuncio y lo intentan denostar en las altas esferas, el tío se queda sin programa, ni subvención, ni trabajo. Un poco como mi catedrático de penal que si hablaba de la pena de muerte se quedaba sin cátedra.
Todo es lo mismo, pero parece nuevo. 

domingo, 21 de junio de 2020

DESESCALADAS Y COCODRILOS

                                               



Teniendo en cuenta que me he pasado el confinamiento encerrada en el apartamento de la playa y huyendo de la justicia por ser de Madrid, podría haber escrito por lo menos tres novelas, o una de 1.400 páginas que es lo que se lleva ahora, pero no ha sido así. No me encuentro en forma. El desasosiego se ha apoderado de mí y, entre las noticias del avance de la pandemia, las broncas en el congreso, los insultos en internet, los vaticinios económicos, el “Resistiré” de las 7 y las caceroladas de las 8, no pego ojo. Sueño con los fachas, los venezolanos, los comunistas y los coronavirus: todos ellos se entremezclan en mis sueños como un magma compacto e incandescente que me descontrola. No logro ubicarme, y si no consigo integrarme en un bando, me llaman equidistante, que es lo peor que te pueden llamar. Así que, o eres una broncas o una equidistante. Si no odias es como si fueses tibia, displicente, apática: un horror. Que se lo pregunten al pobre Santiago Segura que no hace más que dar explicaciones por llamar a los tontos, tontos y a los fanáticos, fanáticos, sean del bando que sean. Y a esa tormenta de improperios en la que se ha convertido nuestra vida hay que añadirle que también me hallo desubicada en lo físico. Después de esconderme de la policía en lo más recóndito de mi apartamento, de esconder la alfombrilla de la entrada para que no me denuncien los vecinos, de pasearme con mascarilla de quirófano y guantes de latex como si fuese una asesina en serie, llegó la fase O.
En cuanto me dejaron pasear por la playa y me acerqué a la orilla del mar a mojarme los pies, me pillaron. Y no me pillaron tan solo una vez, sino varias. El primer día, porque estaba fuera de hora e insertada por escasos minutos en el horario de los niños. El segundo día, porque, aunque corría a calzón quitado para llegar a casa en tiempo y hora, se me pasaron los segundos. Esta vez la amenaza fue multarme. Y el tercer día, que  cumplí las normas horarias a rajatabla, había corrido tanto para llegar a tiempo, que perdí el monedero en la orilla del mar. Lo tenía el agente de todos los días, el que me amenazaba, porque, señora, si este monedero es suyo, usted no es de aquí, sino de allá, y se ha saltado el confinamiento para acercarse a la costa, dijo alzando el DNI por encima de mi cabeza. Soy de Madrid y equidistante, confesé al fin. El tío, ilusionadísimo por haberme pillado, esperaba justificación inmediata. Tengo pruebas irrefutables de que estoy aquí desde el 11 de marzo, balbucee con la culpa colgada de mi mascarilla como una araña venenosa. Menos mal que tenía un ticket de compra de varios paquetes de papel higiénico de Alicante con fecha 11 de marzo y el justificante bancario de ese ticket en mi móvil. Me llamó insolidaria por lo del papel higiénico y me devolvió el DNI.
Ha pasado tiempo, el agente ya no me persigue, nos conocemos, nos saludamos y me informa sobre las vicisitudes de las diferentes desescaladas. Él tampoco sabe lo que va a pasar al día siguiente, si pondrán palos en la playa para separar los espacios, si dibujarán cuadraditos en la arena o si habrá que pedir hora como en el super. Nos llevamos bien, él no sabe qué puede suceder mañana, yo tampoco. Sonríe y me anima a que mire la página del Ayuntamiento por si allí aclaran algo, y yo me despido de él y me alejo con mi mascarilla PPc23x... o algo por el estilo. 
Es difícil concentrarse en una novela, sobre todo en tiempos de epidemia, cuando las noticias se suceden sin descanso. Un meteorito del tamaño de una furgoneta se acercó a la tierra a 31 mil Km/h en pleno confinamiento. Tres pingüinos se pasearon por una calle de Ciudad del cabo. Jabalíes a mogollón por Cáceres y por Badajoz. Un cocodrilo llegó a Valladolid en fase 1. Cabras, osos y ciervos invaden zonas urbanas en fase 2. En el cielo de todo el mundo se escuchan estremecedores sonidos similares a las trompetas del Apocalipsis en la fase
3. La NASA lo explica la mar de bien y las llama “cielomoto”, y dice que eso nos pasa por lo callados que estamos todos en el confinamiento y lo agudo que se nos ha quedado el oído. Una  garrapata de Crimea-Congo ha aterrizado en Salamanca...
Es difícil vivir esta realidad tan confusa y además saber cuándo tienes que aplaudir, cuándo cantar el Resistiré y cuándo se acabará este virus tan letal para unos y tan suave para otros. Y no me estoy refiriendo al Covid19, que también, sino al odio, la visceralidad, los insultos entre periodistas, parlamentarios, vecinos y twitteros. Un precedente que trajo malos resultados a nuestros abuelos. 

miércoles, 15 de abril de 2020

EL DESCONCERTANTE CORONAVIRUS Y LOS MADRILEÑOS




Este coronavirus se comporta como un perfecto humano; unas veces contagia, otras, no. Unas veces se queda en la ropa, otras vuela, otras cae el suelo ensuciando las suelas de nuestros zapatos, otras se queda estático en el aire como si no fuera con él, en un lugar estratégico para que cuando  pases, se te meta en las fosas nasales y la líe. 
Ese comportamiento aleatorio y bipolar desconcierta muchísimo.
Cuando llego a casa después de la compra parezco un pollo sin cabeza: limpio las suelas de los zapatos, los envoltorios, las cervezas, las gafas, los guantes, la mascarilla. Me restriego en la ducha, me despojo de mis vestiduras. Friego la casa una y mil veces, hasta que caigo exhausta y malograda. Algunos covis 19 infectan con tanta virulencia que pueden con el organismo humano, otros no, solo los deja asintomático, o sea que los contagia pero no les hace daño. Algo así como los vampiros de toda la vida, deja zombis contagiadores e inocentes, atacantes silenciosos. 
Dicen que es más peligroso en los ancianos, pero para los ancianos cualquier virus es malo porque  las defensas andan un poco debilitadas, pero he escuchado que en algunos jóvenes es peor, porque tienen tantas defensas que ellas mismas atacan a los pulmones. 
Se queda en  el cartón? en el aire? en la ropa? en las cervezas? en los plásticos? 
Los humanos también actuamos de una forma completamente aleatoria. Ayudamos al banco de alimentos, aplaudimos a los sanitarios, a los policías, a los bomberos … Aplaudimos pero también señalamos al vecino de urbanización si pensamos que ha venido al apartamento a contagiarnos. Destrozamos al político contrario. Blanqueamos al nuestro, perdemos la objetividad hasta límites inimaginables. Ahora hay mucha gente que dice que ya no aplaude más, ves tú, porque el gobiernos está aprovechando los aplausos para hacerse propaganda. 
Unos dicen que la culpa de todo la tiene el 8M y el resto de concentraciones de ese periodo. 
Soy madrileña y vine a la costa porque teníamos una celebración. Si hubiese sido lista no habría venido, porque la ciudad de Milán ya estaba vacía.  Pero, lo que son las cosas, esperábamos a que los que nos dirigen nos dijeran qué hacer. Ilusos de nosotros. Acaso somos niños de babero, para esperar a que nos lo diga el que manda? Esperábamos, como idiotas,  que si la pandemia estaba arreciando, cerrarán Madrid. 
Me pilló el confinamiento en la costa y aquí nos quedamos. Casi sin ropa, sin estar preparados. En fin, no podíamos regresar y nos confinamos. Pues, lo que son las cosas, a partir de entonces nos miraban como torcido, por ser madrileños. Nos hacíamos los locos, como que no lo notáramos. Pero ha llegado la Semana Santa y ahora la persecución se ha hecho más virulenta. Si vas al super y tú DNI te ubica en Madrid, te ponen una multa de 600 euros.  No salgas, me avisan los amigos, pero si no me dejan regresar a Madrid. Da igual, te denuncian los vecinos. 
Me siento proscrita y amenazada. Acaba de pasar un helicóptero de la policía por delante de mi terraza, me he escondido debajo de la cama, no vayan a atar cabos. También pasó ayer un apagafuegos que echaba sus chorros de agua, al agua. Qué raro. ¿O no eran de agua? ¿Y si nos buscan para fumigarnos? He sacado el capirote de cofrade, y mientras dure la Semana Santa quizá me sirva, pero pronto quedará obsoleto. Pasado el domingo de Ramos no me salva ni el capirote: 65 años, madrileña, casa de la playa… Me persigue la policía, el coronavirus, los vecinos, el apagafuegos y un helicóptero sospechoso que merodea mi terraza.  Y de nuevo no sé qué hacer. Lavo las suelas de los zapatos, me pongo mascarilla, no me la pongo, me voy a Madrid, me quedo, pago la multa, dejo que me fumiguen. 
No sabemos si podemos salir a la calle dentro de unos días o no podemos, si debemos llevar mascarilla o mejor no. Ni siquiera la OMS se aclara. Lo único cierto, nítido y clarito es que hay que liquidar a los madrileños por ir a su apartamento de la playa. 
Eso es lo único que tengo claro del coronavirus.  

lunes, 30 de marzo de 2020

FUTURO IMPERFECTO



                                               





Nuestro subconsciente es un gran oráculo. 
Si consideramos que esta pandemia fue objeto de múltiples canciones, libros de ciencia ficción, poemas…, podríamos llegar a la conclusión de que se hablaba de ella desde hace mucho, muchísimo tiempo, o de que los humanos lo teníamos en el subconsciente. Cualquier creador se deja llevar por ensoñaciones, ideas espontaneas, sueños, cualquier chispa que surge en nuestro cerebro cuando no lo controla la lógica. 
Cuando acudí hace muchos años a un taller de escritura y me propusieron un relato futurista, escribí “Futuro imperfecto”. Se trataba de que la humanidad había sucumbido a un virus letal; las casas, los autobuses y los comercios continuaban intactos. Solo habían quedado personalidades famosas que se habían refugiado para salir una vez que hubiese pasado la pandemia, a las que habían tenido que clonar para que no desapareciese la especie. Como los supervivientes eran personajes famosos o ricos de la época, trasladé esa idea a la novela infantil: “Gus contra Strogonov”, ya que trata sobre viajes en el tiempo. Pedí a los niños ideas sobre personajes sobrevivientes de su generación que les gustaran. Señalaron a Brad Pitt, a Marc Marquez, a Ronaldo, yo introduje a Putín, a Jordi Pujol… Todos ellos pululaban por ese futuro imperfecto como hologramas en diferentes etapas de su vida. 
Cuando comenzó la pandemia del coronavirus, traté de buscar a otros creadores que hubiesen trabajado en algo así, y me encontré tantos que llegué a la conclusión de que los sueños y los mensajes del subconsciente no son esotéricos sino percepciones subliminales que nuestro cerebro recibe, pero que no llegan a pasar por nuestra parte racional. Se encuentran allí, avisando, previniendo. A veces un gesto en algún ser querido que no percibimos, es captado por nuestra parte emocional y se manifiesta en sueños. 
El cantante del grupo R.E.M escribió lo que mejor define el momento que vivimos. Creó la letra basándose en un extraño sueño. Michel Stipe, líder del grupo, publicó en su cuenta oficial un mensaje en el que animaba a sus fans a mantener las formas durante la cuarentena.  El quinto álbum de la banda de Athens (Georgia) It´sthe end of de world as we know it, ha vuelto a ponerse de actualidad a causa de la pandemia. El mundo sirve a sus propias necesidades, no a las tuyas, dice.
¿Cual es el mensaje oculto de que Michael Stipe pretende hacernos llegar? Él no lo sabe, pero quizá su subconsciente sí. Lo que el psicólogo Carl Jung denominaba el inconsciente colectivo. A grandes rasgos Jung hace referencia a una dimensión que está más allá de la consciencia y que es común a la experiencia de todos los seres humanos. Él compositor de R.E.M dice que cuando escribe, las palabras le llegan de cualquier parte. Es cierto, las ideas llegan desestructuradas, de forma extraña, pero hay algo imperceptible en ellas que puede ser el germen de una idea. 
Hay muchas más predicciones en literatura, arte, música. En 1981 Dean Koontz se adelantó a la pandemia con un libro “En los ojos de la oscuridad”: un virus aparecía en Wuhan y lo sitúa en 2020. En la novela explica que fue creado en los laboratorios militares y eran controlados por el partido comunista. Esto ya es ciencia ficción, ¿o no?
¿Qué existe dentro de nosotros que ve claramente y en desorden lo que nuestra consciencia no es capaz de prever? 

sábado, 7 de marzo de 2020

FEMINISMO Y PIROPOS

                                  





 El otro día un señor me preguntó si sabía dónde se encontraba la embajada americana. Como vivo desubicada permanentemente, me hizo ilusión saberlo. Empecé con minuciosas explicaciones, pero el tío me soltó de pronto: Pues si se acerca por allí, la contratarán como artista de Hollywood. Me quedé un poco, ¿cómo diría yo? traspuesta. Reaccioné la mar de ilusionada debido a mi edad y lo invisible que me he vuelto desde hace tiempo. Casi me lo como a besos, pero como mi marido, perdón, pareja de hecho desde hace cuarenta años, estaba presente, me contuve. Al final, el rocambolesco piropo solo consiguió que cada vez que tomo patatas fritas, choricito o buñuelos de viento, aparezca la cabeza de mi pareja de hecho por la puerta, y me diga: Como sigas así, no te contratarán en Hollywood.
 Una desgracia, en serio. Lo que debería haber hecho cuando el galante caballero me soltó el piropo, era denunciarlo por acoso sexual, y a mi pareja de hecho, por acoso psicológico en lo endocrino.
Y es que los piropos nunca son inocentes. Por uno u otro lado siempre acaba perdiendo la mujer.
A nosotras nunca se nos permitió decir piropos. Siempre imaginé que si en vez de decir eso de “Hermoso wipi llevabas, llorona, que la Virgen te creí”, hubiéramos dicho: “Hermosa chupa llevabas, quejumbroso, que San José te creí”, nos hubiera caído encima, no ya la Santa Sede en su conjunto, sino el sambenito de buscona recalcitrante de por vida. Y es que la sociedad nunca fue justa con las mujeres. Sobre todo para las de mi generación, que esperábamos pacientemente sábado tras sábado que nos llamara el elegido, mientras aporreábamos el teléfono para que sonara. Cuánto grito desgarrado a aquel aparato macabro, cuánta espera inútil, cuánto escarnio. Resultaba tan desolador tener siempre que esperar a que el susodicho tuviese a bien llamarte, que me leí “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir de cabo a rabo una inútil tarde de sábado. Cuando llegué al capítulo en el que menciona que la labor de la mujer se limita a perpetuar el presente, se me levantaron los pelos y me hice feminista acérrima.
Ahora todo eso ha pasado, ya creía que se habían acabado los piropos hasta que me fui de compras con mi hija. Entonces quise uno para mí. Uno de esos piropos enrevesados como los que soltaba “el catedro” de civil, o bonitos, como el de compararte con la Virgen.
A casa no he vuelto nunca borracha porque mi madre me daba vino con agua en las comidas para que me acostumbrara al alcohol y ningún macho me emborrachara con pérfidas intenciones. Era tan hedionda la mezcla de agua con vino peleón que perdí la ilusión por el alcohol y no hubo caso.
Cuando saqué la ley de renta a un empleado de banca, porque quería abrir una cuenta vivienda y el pobre no sabía qué era eso. Me miró fijamente a los ojos y me dijo: Y tú te lees estas cosas...

Hemos cambiado, hemos evolucionado y agradezco al movimiento feminista lo mucho que ha luchado por ello, pero todo lo que se convierta en grotesco acaba con los logros, y ahora mismo, gracias a las nuevas perspectivas de... “con vulva o sin vulva”, estamos viviendo un verdadero esperpento.

lunes, 6 de enero de 2020

A UN VOTO: A TAN SOLO UN VOTO


                                   



Nada de lo que ocurre en nuestro país es inocente ni espontaneo.
La sentencia del 1 de octubre no fue por “rebelión”, como se esperaba después de darle miles de vueltas, de escuchar declaraciones en las que se confirmaba que esperaban y asumían derramamiento de sangre, a la minuciosidad y maestría con el que fue conducido el proceso por el magistrado Manuel Marchena. No, al final, por esa extraña unanimidad sugerida, la sentencia no fue por “rebelión” sino por “sedición” y esa sentencia no fue inocente. Y a pesar del chollo que se les venía encima a los golpistas, los CDR se enfurecieron y confirmaron con sus actuaciones, que lo suyo son las sonrisas: quemaron contenedores, atacaron a los policías, les echaron Fairy para patearlos ya en el suelo, cerraron aeropuertos, vías, fronteras. En fin, que pidieron la independencia con ese buen talante que les caracteriza. Pero los jueces del tribunal, sabiendo que el delito de sedición los alejaba del cumplimiento automático de la euro orden, conociendo las consecuencias, dictaron sentencia: “Sedición”.
 Ahora nos llevamos las manos a la cabeza. Por fin nos hemos dado cuenta de que no tenemos justicia, ni policía, ni educación libre, ni defensa a nuestros derechos, ni libertad. Por fin nos hemos dado cuenta de que pendemos de un hilo, de que estamos en la cuerda floja y de que mañana se decide nuestro futuro.
Si mañana un voto, solo uno,  le falla a este gobierno que parece tenerlo todo atado y bien atado, se descubrirá la financiación del partido de Iglesias por parte de estados totalitarios, se descubrirán las extorsiones sufridas por los jueces, los policías y maestros. Si mañana un voto, solo uno, le falla a este gobierno: se  promulgaran las leyes según las normas que nos dimos entre todos, se castigará al que ataque a un servidor de la autoridad, nuestra policía actuará según sus límites, se penalizará las manifestaciones agresivas, no se penalizará a un hombre que ondeé una bandera de su país por las calles, pero sí a encapuchados que quemen contenedores. En una  palabra, si mañana un voto, solo uno le falla a este gobierno: parecerá que todo lo pasado no fue más que una pesadilla de la que por fin despertamos. Continuará la izquierda y la derecha, continuará la alternancia y se convocaran consultas al pueblo. No se enarbolará como definitivo y legal un referéndum en el que, como poco, ha votado tres veces el mismo individuo. Si se quiere cambiar la constitución, si se acepta la independencia de los catalanes, gallegos y vascos, será mediante un referéndum legal. Volveremos a ser un país de verdad, no bananero. No culpemos a Europa de lo que nos estamos ganando a pulso. Nosotros pusimos en marcha una euro orden, no una euro súplica, no un euro ruego, no una euro deferencia. Somos un país demócrata y como demócratas nos deben tratar.
Ya lo sabemos entonces; o vuelven las circunstancias anteriores o nos embarcamos en oscuras pateras para encontrar esos límites y leyes que nos van a expropiar, para refugiarnos en algún lugar, allende el mar, como les sucedió a los cubanos, a los venezolanos, a los bolivianos...

A un voto, a un solo voto.