sábado, 25 de febrero de 2017

LA IMPRONTA











Los animales tiene un sentido de imitación que se llama: impronta. Es una forma de defenderse del mundo que les rodea, y la adquieren nada más nacer. Ellos siguen al primer ser que se mueve y lo imitan. Si se te ocurriera pasar por dónde acaban de nacer un grupo de patitos, seguro que te confunden con su madre, y te siguen. Debes ser un poco agobiante, la verdad. Imagino entrando en el trabajo rodeada de patitos y me estreso. Desde que me enteré, me fijo mucho cuando voy por la calle y, sobre todo, si me invitan  a una granja.
He estudiado mucho sobre ese asunto desde entonces, tanto que a veces lo sueño.
En la vida animal muchas especies usan este tipo de aprendizaje temprano. Los animales recién nacidos comienza a seguir al primer objeto relativamente grande en movimientos que perciben, parecen mostrarse contentos y tranquilos cerca de ese animal.
Gracias a este conducta innata del recién nacido, el pollito o el patito, permanecerán cerca del animal que perciba nada más nacer, que con mucha probabilidad es su madre, pero no siempre. Puede ser Bárcenas, pongo por caso, o Rato, o Mafo ¿por qué no? Es decir, puedo robar o no ver (depende del primero al que hayan visto al nacer). Todavía lo recuerdo “El daño emergente y el lucro cesante”. De esta manera aprenderé fijándome en la forma en cómo se alimentan, crecen, se reproducen, acusan  y actúan mis paisanos.
Es por esto que muchos animales desde crías siguen en todo momento a sus padres. Este tipo de impronta se denomina Impronta filial o troquelado. Es generalmente muy rápida y duradera, da lugar a cambios medibles en la anatomía y la  neuroquímica del cerebro.
Todo este asunto me ha hecho pensar en las personas de las que estamos rodeados y la tendencia innata para imitarlas.
No soy patito, que duda cabe, pero soy un ser vivo con impronta, y desde hace unos días, como que me apetece seguir a todos aquellos que han conseguido dinero público, o sea mío, con sus fechorías, y que no ha pasado nada o muy poco. Es entonces cuando me doy cuenta de que siento la necesidad de seguirlos allá dónde vayan, de dar un pelotazo de categoría, de eludir impuestos, de conseguir subvenciones, de cobrar dietas hasta para comprar pasta de dientes... No sé, es un arrebato al que me impulsa mi especie. Es nada menos que la neuroquímica del cerebro. 
En el fondo, ¿qué va a pasar si me siento patito?
Oye, que al nacer no me di cuenta de cuales eran las normas de conducta que debía seguir, pero nunca es tarde y además está en mi naturaleza.


domingo, 12 de febrero de 2017

INSOMNIO


                                              


 imagen: Asaf Hanuka


Soy tan insomne que hasta cuando duermo sueño que no puedo dormir. Es una especie de bucle del que no logro sustraerme y que me causa un infinito desasosiego.
Anoche lo volví a soñar, soñé que si unos niños jugaban gritando a mi alrededor y tenía que cambiarme de habitación, pero como tampoco lograba dormir porque los vecinos de arriba habían montado una fiesta por todo lo alto, me tuve que marchar a dar un paseo para ver si cansándome lograba caer rendida. Lo único que conseguí fue acabar en una playa desierta a las tantas de la noche y muerta de miedo. No tenía más remedio que regresar a mi habitación, con los niños y los vecinos. De pronto desperté y me di cuenta de que lo había soñado todo con tanta verosimilitud que estaba para el arrastre.
A veces me pongo audios de control mental para relajarme, son audios  en los que me cuentan que estoy relajadísima, vamos, que aunque quiera no puedo ni mover las piernas, es mentira pero yo hago como si me lo creyera, y hasta simulo que se me cierran los ojos y se me agarrotan las piernas, más que todo para no hacer el feo a la voz que me habla. Luego invade la habitación un sonido a lluvia torrencial o a olas que parecen tsunamis. Cuando ya mis  ojos parecen bolas de pimpón por si me cae un rayo encima, es el momento en el que sueño que no me duermo. Aunque, bien pensado ¿para qué me voy a dormir si en cuanto lo logro  los vecinos comienzan la fanfarria y me tengo que tapar la cabeza con la almohada?
Luego, cuando me despierto agotada y ojerosa, ya no suena en la radio el chapoteo rítmico de la lluvia, ni me obligan a imaginar un bosque idílico plagado de rododendros y mariposas, sino que mientras soñaba que tenía insomnio, las noticias había sustituido la voz repetitiva del tío que se empeña en que se me cierran los ojo, para sustituirlo por un locutor que me habla de la realidad más real. Me cuenta las primeras noticias de la jornada, las cuales  coinciden con las últimas de EEUU y su mandatario. Como hay diferencia horaria, mi despertar coincide con el apogeo de su sinsentido antes de irse a la cama. Quizá sea ese el motivo de que no descanse, de que sueñe que no duermo y de que me despierte contraída y greñuda.
Esta mañana he despertado con la noticia de la tele/tienda que ha montado en la Casa Blanca la hija de Trump, aderezado con las amenazas a los hispanos, a los periodistas, a los actores y actrices, a los locutores y jueces, a Europa y al sursum corda. Y ya no tengo muy claro si quiero dormir o soñar que duermo. Si quiero despertar escuchando las originalidades de Donald o la lluvia y los rododendros.


viernes, 3 de febrero de 2017

NOSOTROS LOS HÉROES

 Imagen:Asaf Hanuka
                                              






A veces tiene uno la sensación de ser héroe de novela mala. Es algo así como cuando das alguno de tus textos a otro escritor y te lo devuelve lleno de tachones. “¿Pero acaso no te has dado cuenta de que los nombres que has puesto a los personajes principales inducen a confusión, o que has empleado demasiadas veces la misma palabra o escena y se hace cansino?” “Es verdad que tiene un comienzo impactante con esa escena de corrupción y engaño, pero, tío, te has pasado”.
En fin, que cuando uno descubre que Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, se enfrenta a Donal Trump, presidente de EEUU, o que al Ayatolla Jomeini le sustituyó el Ayatolla Jamenei, se siente, cómo diría yo, avasallado por las repeticiones y casualidades. Piensas que el escritor ha pasado una mala noche, que quizá se esté riendo de nosotros, que a lo mejor quiso ligar con la rubia de la barra y escribió un texto a vuela pluma para impresionarla. No sé, no se me ocurre la respuesta exacta. Además, si el relato comienza con une escena estremecedora, tipo corrupción en tal o cual partido, rotura de discos duros, escuchas ilegales, dinero extraído de las arcas para pagar servicios personales, engaños de los directivos de los bancos Y, Z y W. En fin, todo eso, y pasan diez capítulos sin avanzar la trama, si continúan las mismas secuencias, repetidas una y mil veces sin resolver, lo que te apetece es llamar al autor y decirle: “¿Pero tú te has creído que los lectores somos imbéciles o qué?” El problema es que no somos lectores sino personajes. Si un capítulo trata de cómo imputan a una persona por no pagar el impuesto de lo robado y el juez no toma medidas por “haber robado”, (que a mi entender es lo mollar), sino por los impuestos sobre lo ajeno, si no se emite sentencia porque los jueces no lo tienen claro y nadie les apercibe por no aclararse y alargar el planeo meses y años, pues te entran unas ganas enormes de despedir al escritor con cajas destempladas; porque no tiene carácter, porque sus tramas carecen de verosimilitud, por hacerte perder el tiempo y por pasarse las noches tomando chupitos.
  “Esa historia no hay quién se la crea”, le dice el amigo escritor al autor del bodrio.
A veces pienso que un autor de esa guisa no merece a sus personajes, por pasarse las noches de fanfarria y por importarle un pimiento el principio, el nudo y el desenlace.

Los lectores puede que se rebelen pero los héroes nunca, no podemos.