domingo, 31 de marzo de 2019

AUDIOS PARA EL IMSOMNIO



                                   

 Imagen. Rafal Olbinski




Me gusta dormir. Algunas personas piensan que mientras duermes estás como muerta. Son esos activos recalcitrantes que necesitan hacer algo permanentemente, como si al sentarse les fuera a venir la muerte con guadaña y todo para llevárselos por vagos e inactivos. Qué absurdo, cuando yo duermo me siento como un coche eléctrico que está cargando pilas, reponiendo fuerzas, un Popeye zampándose un bote de espinacas.
Ese estado plácido, sin sobresaltos, sin recuerdos ni anhelos. Ese sabor pastoso en la boca, ese sonido de tu respiración que sale de otro lado, de mucho más adentro y suena como a tigre de Malasia mientras tú no te puedes disculpar porque estás perdiendo la noción del espacio y del tiempo. En unos instantes serás otro que se va  a poner a hacer tonterías porque ya no lo controlas.
Pero basta que algo te guste para que lo pierdas, la vida es así, como con mala idea. La edad me ha venido cargada de insomnio. Cuando me tumbo en la cama deseo la llegada de ese instante en el que los pensamientos se te escapan, y cuando los quieres atrapar, sabes que no tienen sentido porque estás allá, en ese duerme vela tan placentero en el que ya no eres responsable de lo que pase ni de lo que digas, y en el que llegan imágenes a tu mente de tíos que no has visto en tu vida, mujeres de otro tiempo o paisajes que se confunden. A veces hasta te pones a volar por el puro placer de aterrizar con los pies.
Pero ahora ya no me vienen imágenes inconexas, ni bosques llenos de mascarpone, si no me todo una benzodiacepina. Es malísimo, ni se te ocurra, me dicen mis amigos. Te volverás adicta y cada vez necesitarás más. Recuerdo que Elvis Presley jugó un partido de tenis a las tantas de la madrugada porque no cogía el sueño ni a tiros y, harto de no dormir, se tomó un montón de pastillas y la lio. Vaya si la lio. Ahora está congelado en Menfis y seguro que arrepentidísimo de haber tomado tanta benzodiacepina. Siempre que tengo insomnio pienso el Elvis y me entra temblequera. 
 Anoche lo decidí, tenía que dormir a pelo, debía intentarlo por mí misma.
Me puse un audio de esos de autoayuda que mientras te ayudan a dormir te inoculan una seguridad en ti misma oceánica. O sea que no solo duermes como un bendito sino que te levantas creyéndote la pera limonera.
Hoy día los hay para todos los casos. El que elegí anoche era solo el de aumentar autoestima, que nunca viene mal. Es un crecer en sabiduría y bondad mientras duermes, nada desdeñable.
Me tumbé y me puse los cascos. La voz que me hablaba era de una argentina, los argentinos son muy suaves y melosos. Me decía que estaba viva, y eso la verdad me daba un poco de yuyu, porque  a santo de qué venía a recordarme algo tan obvio. Continúe por no herir su sensibilidad. De cuando en cuando me hacia preguntas sobre si estaba ahí o me había ido. No quise contestarle por no perder la magia que trataba de imprimir, pero dónde narices me iba a ir si estaba tumbada en la cama, en pijama, y eran las tres de la madrugada. ¿Te has ido? Vuelve, insistía ella. Me dejé llevar por su melosa voz, por su obstinación en que volviese una y otra vez. Debí dormirme en una de esas insistencias y soñé. Soñé que una voz me seguía allá donde fuese, que mis amigos del sueño me aconsejaban que fuese a un médico porque eso de oír voces no era normal. La voz insistía que yo era lo más de lo más, inigualable, inimitable, irrepetible, pero en el contexto del sueño que estaba viviendo, no venía a cuento. Me puse a correr a ver si despistaba a la argentina que me perseguía. Ella insistía en que yo era la prota de mi vida, que los demás no eran más que personajes secundarios, que yo dirigía el cotarro. No quería dirigir nada, tan solo quería que se marchara de una vez, que me dejara en paz.
 Desperté al fin y me quité los cascos. El audio debería haber durado media hora pero lo tenía programado para que se reiniciara una y otra vez por lo que debió durar toda la noche. El móvil ardía y yo me he quedado como en un síndrome postraumático que susurra permanentemente en mi oído.
He cambiado mucho, desde que sé que soy la prota, me salto semáforos, pongo los pies encima de la mesa en entrevistas de trabajo, me paseo en coche por el Madrid central varias veces al día y hago la peineta por la ventanilla a todas las cámaras que me encuentro. Es un poderío que ha entrado en bucle y ya no me abandona.

Es mejor tomar una pastilla para dormir, porque si te agarra la argentina y entras en bucle, puedes perder la noción de la realidad y acabar imputada por declarar tu propia autodeterminación sin encomendarte ni a dios ni al diablo.