sábado, 30 de agosto de 2014

UN DEDO ENHIESTO


 

 

 
 Hace mucho que no escribo en este blog y no es por falta de ganas, es más bien por falta de dedo. Me seccioné un tendón con un cuchillo jamonero intentando cortar una rodajita de sandía allá por el veinte de julio, y hoy, a treinta de agosto, todavía ando vendada y dolorida aunque ya sin escayola, por eso he aprovechado para jurar en arameo en mi blog, que para eso está.  

Se me ha hecho largo, la verdad. Nos pasamos la vida diciendo que trabajar es una maldición divina y de pronto te encuentras completamente inactiva, sin poder freír ni un huevo, ni arrastrar las cajas de coca cola del super, ni escribir,  y te da por pensar cosas negras. Ya sé que no me debía quejar, que hay órganos  mucho peores, que hay corazón e hígado, metatarsianos y hombros. Un organigrama de pequeños engranajes a los que no prestamos atención y que están ahí dispuestos a hacerte la cusqui en cuanto se ponen pochos.  Mi caso, sin ir más lejos, ha sido el dedo pulgar de la mano izquierda. Ya ves tú, el dedo y la mano más innecesarios que la anatomía conoce. Sin embargo ahí está él, actuando de pinza para atrapar (termino que utilizo ahora en deferencia a los argentinos), escribir, cortar u hacer auto stop. Un dedo donde los haya.

“¿Y si lo deja inactivo e inerte y nos ahorramos la escayola?”, le pregunté al médico de urgencias al comunicarme que me debía operar, buscar el tendón perdido y contraído como una goma por las profundidades del brazo, luego traerlo a su dedo correspondiente, coserlo, e inmovilizarlo durante tres semanas. 

Pero lo peor no fueron esas tres tórridas semanas con curas constantes, sino que cuando pasaron y acudí a traumatología como me habían dicho, sentí como un ligero desapego en los médicos. Un “váyase a otro que me da urticaria”, un “esto no ha quedado bien, mejor pase a ver al Dr ChinChin, y luego al Dr Pichinchin”.

Al final mi mosqueo fue tan gordo que me quitaron la escayola, me vendaron y me dijeron que me tenían que operar de nuevo. Es decir, otra vez a buscar el tendón en las profundidades del brazo, otra vez coser y cantar, otra vez inmovilizar varias semanas. ”Ah, y que sepa que no le aseguramos que se quede bien, que pueden formarse adherencias que quizá impidan la cicatrización… Mejor espere usted al experto en mano que viene dentro de una semana”. Luego, como desprestigiándome y en plan manipulador, me dijo: “Y tampoco es para tanto no poder bañarse en agosto” Como si todo los despropósitos se redujeran a eso, la señora consentida que quiere tirarse del trampolín al estilo salto de tirabuzón inverso.

A la semana volví, y  el experto en manos no me miró ni a la cara ni al dedo. Simplemente mientras escribía en el ordenador  dijo: “dos semanas más”. No me puse a llorar agarrada a su ordenador porque soy de natural vergonzosa, pero le pregunté por la operación. Levantó al fin los ojos de su pantalla, me miró de soslayo y preguntó: “¿Qué operación?” “La que me tiene que volver a hacer porque el tendón a vuelto a soltarse, contraerse y enrollarse cual bobina de hilo”.  Es entonces cuando tuvo a bien levantar la vista hacia mi dedo, quitarme la venda, intentar que lo moviese, cosa que logré  a duras penas, y decirme que no, mujer,  que unas dos semanas más y empezamos la recuperación. Luego me inmovilizó de nuevo el dedo con un palito y mucho esparadrapo y se despidió inmerso de nuevo en la pantalla de su ordenador.

Esa es por ahora mi situación. Un dedo enhiesto, un palito inmovilizándolo, imposibilidad de bañarme y posibilidad penosa de contar mis desgracias en el blog.

En principio parece que todo esto no importa a nadie pero esperad a ver cómo se os desliza un cuchillo jamonero entre las manos, tener que ir a urgencias, y comprenderéis mi enfado.