viernes, 18 de julio de 2014

BERBERECHOS


 

 

 
imagen: Botero

 

El martes quería aprovechar las rebajas para comprarme un biquini. Y como siempre, en cuanto entro en el vestidor de luces espectrales y me observo con frialdad, acabo echando unas lagrimitas y jurando, al contrario de Scarlett O´Hara, que a partir de ese momento lo único que iba a pasar durante el resto de mi vida iba a ser hambre.

Si los libros de autoayuda dicen que lo importante no es cómo seas sino cómo te veas. Digo yo, qué les cuesta poner un espejo que adelgace, o uno con “photo shop”, para que lo adecues a tu imagen virtual e idílica. Cualquier cosa menos dejarte desalentada  y en manos de revistas que te comen la moral.  Y es que nada más salir de la tienda con un bañador que me llegaba hasta las rodillas, encontré en un quiosco de prensa la revista “Muy interesante” de julio, que rezaba en titulares,” Guerra a la obesidad”. Era como si me lo estuviera diciendo a mí, como si me cogiera por las solapas y me zarandeara.

Decía cosas terribles, cosas como que engordar no solo te deja hecha un adefesio, sino que además es como si te faltara un hervor. Bueno, ellos no lo llaman así porque proceden de diferentes universidades y son más rigurosos al exponer. Lo que dicen es que  pierdes conexiones neuronales y esas cosas. Debe ser cierto porque desde que volví del crucero con unos kilitos de más, tardo un montón en recordar  la palabra “berberechos” Estoy un poco obsesionada con ese asunto, la verdad.

Parece ser que todo empieza con la leptina, una hormona que te quita el hambre. Un tal Jefrrey Friedman, bioquímico de la universidad de Rokefeller de Nueva York, logró detectar el gen de la voracidad insaciable. Dice que la leptina te induce a que comas o dejes de hacerlo, dependiendo del grado de saciedad del organismo,  pero que  si te pones como una  foca,  la leptina como que se desentiende y deja de avisar de que ya estás saciado. Es una gran faena porque cada vez comes más y cada vez tienes menos leptina para controlarte. Una relación causa efecto que no solo te hace subir de talla sino que también afecta a las conexiones neuronales y te deja como empanada.

Dice que las propiedades del ayuno terapéutico aumentan sobremanera si  se combina con la práctica de ejercicio físico. Los científicos del instituto tecnológico de Massachusetts probaron que bastaba poner a los roedores tres meses a dieta hipocalórica para que mejorasen los resultados en pruebas de memoria y aprendizaje.

En resumen, que atiborrarse no solo obliga a comprase un bañador de la  talla XXL sino que aumenta el riesgo de perder memoria.

Lo dicho: Se pueden cocer al vapor  o comprarse enlatados, pero… ¿cómo se llamaban?

 

 

domingo, 6 de julio de 2014

CONCURSOS DE FAMILIA






Mi vecino era un poco bestia y le hacía ilusión que sus hijos también lo fueran. Compraba un juguete para sus cuatro vástagos, y  lo echaba al aire a ver quién era capaz de cogerlo. Valía todo, la vida era así y era conveniente aprenderlo desde pequeñitos, y ¿con quien mejor que con los hermanos?  Podría haber sangre y puñetazos, nada estaba prohibido, pero debía ganar el más fuerte. Los hijos salieron así, ¿cómo diría yo?, pelín violentos. “Nadie podrá con ellos”, le contaba el vecino a mi padre la mar de orgulloso. A mí, la verdad,  me daban un poco de miedo, porque el pequeño me llamaba por la galería a toda hora, y sabía que cualquiera de ellos sería capaz de lo que fuera por conseguir sus objetivos.

Todo  esto ha venido a mi memoria porque se  está poniendo de moda convocar concursos literarios basados en los que más amigos tengan en Facebook para pedir votos. Lo que menos importa es la calidad literaria de las obras, lo importante es la resistencia. El jurado valorará a los diez más votados en las redes, dicen las bases. De los 700 presentados y los dos mil que pueden votar por el morro, saldrá la excelencia literaria. A mí se me ocurrió presentarme sin haber leído muy bien las bases, lo reconozco. Mi sorpresa fue descubrir que nada más publicar mi cuento ya tenía a un grupo de expertos en votaciones leyéndolo y pidiéndome encarecidamente que leyera los suyos y los votara sin dilación. Educada yo, me los leí sin pérdida de tiempo y descubrí que, mira tú por dónde, eran los que más votos tenían. Leí y leí hasta descubrir que todos los relatos presentados habían sufrido las mismas alabanzas. “Que bueno, tía, pero  lee el mío que ya verás". Cuando ellos, los que pedían tu lectura, iban por seiscientos votos, la mayoría no contaba ni treinta. Todavía el jurado no ha decidido, se espera para mañana o pasado, pero lo hará en base a los diez más votados, que coinciden con los más furibundos lectores y pedigüeños, en facebook y en donde se tercie.

Haga usted lo mismo, me dirá alguien. Pues no, que se lo curre el jurado, que se lea  todos los relatos y decida el mejor, porque de amigos y luchas no está hecha la literatura. La literatura y la calidad no se miden por los amigos que tenga uno.

 Lo dicho, los vecinos estaban en lo cierto, un caramelo al aire y que lo coja el más resistente y espabilado.

¿Calidad? ¿Pero qué dice?