sábado, 28 de abril de 2018

JOLGORIOS






Después de leer la apreciación del juez González sobre el “jolgorio y regocijo” de la victima de la manada, me desdigo de todo lo escrito en mi post anterior. Ya no sé qué sentencias pueden ser justas o no. Y sin haberme leído los 371 folios del fallo, opino sin que me tiemble el pulso, que después de una juerga que produce jolgorio y regocijo, la gente está contenta, se despide, se alegran de haberse conocido e incluso se ayudan unos a otros, pero no dejan a una mujer medio desnuda, abandonada, robada, vejada y, lo que es peor, grabada sin su consentimiento.
Nos echan en cara opinar sobre una sentencia sin haberla leído, pero sí la leyeron los fiscales, los abogados y no opinan de la misma forma que los jueces que dictaron sentencia, solicitaron una pena de 22 años, por lo que algo irregular habrán visto.  
Por lo demás, es triste perder la fe en la justicia, por este juicio; en la policía, por los acontecimientos del 1 de octubre; en los políticos, porque quieren sacar provecho electoral hasta de los hechos más execrables; por los periodistas, porque todavía no acabo de entender cómo se puede silenciar un vídeo del 2011 sobre el robo de cremas de la presidenta de la comunidad, sin que se soliciten explicaciones.
Pero, sobre todo, no entiendo cómo podemos estar tan indefensos ante los poderes públicos.


lunes, 23 de abril de 2018

FEMINISMO





El feminismo ha logrado partirme en dos, como la verdad y la postverdad. Por una parte pienso que si no te radicalizas, nadie te toma en serio. Las feministas más exacerbadas de finales del XIX y del XX lograron que artículos como el del código civil que proclamaba, sin ápice de vergüenza, que la mujer obedecería al marido y este la cuidaría, fuesen erradicados. Y no se hubiera logrado de no haber sido por los movimientos radicales que lograron mover las conciencias. Con paños calientes se consigue poco. Las buenas palabras no sirven para erradicar paradigmas incrustados desde siglos. Pero también es verdad que todo movimiento que ataque o ningunee al otro, que lo degrade y lo convierta en victima de agresiones, no es más que un movimiento nazi y peligroso. De nuevo el término medio, ese que proclamó Aristóteles a los cuatro vientos. La mujeres hemos sufrido ninguneo y agresiones desde la infancia, no lo voy a negar, pero también es cierto que algunas, aprovechando la situación mediática del momento, han atacado sin piedad a hombres que no se lo merecían, solo porque coyunturalmente tenían la sartén por el mango, y lo que es más duro, cuando se ha demostrado la falsedad de sus denuncias, no ha caído todo el peso de la ley sobre ellas o por lo menos no hemos sabido de ello. No se les ha dado la publicidad necesaria. Conocemos casos por la revistas, nos escandalizamos, pero cuando la sentencia les ha quitado la razón porque se ha demostrado la falsedad, no hemos visto los mismos titulares, la misma presión, ni la misma contundencia. He leido que diariamente hay 400 denuncias falsas como media. Somos mujeres, es cierto, pero también somos madres, hermanas, amigas, y sabemos las artimañas que algunas mujeres emplean contra los hombres para conseguir la patria potestad, un buen convenio regulador o una buena prestación de alimentos. Desgraciadamente viví con sufrimiento el caso de una amiga, la cual logró desenmascarar a su nuera gracias a una pura casualidad que puso en evidencia su mentira. De no haber sido así, su hijo hubiera permanecido en la cárcel. Se solucionó el asunto, pero esa mujer, no tuvo la presión mediática ni la reclusión que habría sufrido su víctima de no haber sido porque mientras la mujer denunciaba a su marido por presentarse en su casa amenazándola e incumpliendo la orden de alejamiento, un matrimonio pudo ver al marido a muchos kilómetros de distancia, estudiando frente a la ventana de su casa. Su denuncia logró desenmascarar esas y otras mentiras que fueron investigándose gracias a la casualidad de aquel día, en aquella ventana. Y esa coartada que el chico no creía tener, apareció de pronto. La policía, decidió poner una trampa a la mujer y descubrió otras muchas falsedades. Y si no hay justicia, no hay feminismo que valga. Rompería una lanza por al movimiento feminista, pero siempre que no lleve en su interior la injusticia y el dolor de padecerla. Mujeres sí. Ya es hora, pero justicia para las que se aprovechen del movimiento feminista para degradarlo con sus mentiras. Me he enterado que le han dado el premio Filoxera del ayuntamiento de Jerez a una mujer que defiende el feminismo pero no traga por la mentira. Pide la igualdad real. Decidió presentarse para explicar sus razones. No gustó. La abuchearon, intentaron acallarla, no la dejaban explicarse porque no querían la verdad, como si la verdad nos hiciese menos fuertes. Ella habló y me alegro. Estamos inmersos en una postverdad que no es más que la mentira asquerosa de toda la vida, y lo que es peor, queremos creérnosla y no admitir que tiene matices.

sábado, 14 de abril de 2018

LLAMADAS CON FILTRO

                                               




Antes, me refiero “al jurásico”, cuando no se había impuesto todavía el whatsApp, llamábamos por teléfono a lo vivo. Era un “aquí te cojo, aquí te pillo”. Es cierto que tenía sus inconvenientes, porque a veces te pillaba tu prima Secundina, pongo por caso, en plena elaboración de una tortilla de patatas, y aquello se acababa convirtiendo en un ladrillo deconstruido, por no saber cómo quitártela de encima. Los había que se enrollaban como persianas, con una cadencia tonal que te iba adormeciendo hasta dejarte huérfana de reacción. Resultaba peligroso y extenuante, lo reconozco.
Luego llegaron los teléfonos con información de número, y tú, si no te veías con suficiente ánimo y energía para enfrentarte al interlocutor en ese momento, lo aplazabas. Pero jamás dejabas de devolver una llamada si no querías caer en el ostracismo por grosera y despectiva. La mayoría de las veces para que no olvidaras que te tenía en la lista, te dejaba un largo mensaje en el contestador, en el que te comunicaba que solicitaba tu oído, o mejor, tu oreja. A veces el mensaje que recibías era equivocado, como me pasó con el teléfono de la playa, en el que el contestador insistían en que llamara a una tal Marisela que acababa de dar a luz a una niña encantadora, y como no tenía ni idea de quién era la tal Marisela ni la niña encantadora, pasé del asunto. Cuando regresé otro fin de semana, tenía seis mensajes de la madre de la tal Marisela poniéndome a caldo por no haber tenido a bien llamarla. Menuda agresividad. Supongo que alguna vez se aclararía el asunto. Con  esto quiero señalar lo mal que se llevaba que no se devolviera la llamada.  
Pero las comunicaciones avanzaban a pasos agigantados y aprendimos a desconectar el contestador para ahorrarnos afrentas y disgustos.
Luego llegaron los mensajes de texto, Facebook, los emoticones, Twitter e Instagram, pero lo de tener una secretaria particular que filtrara tus llamadas, no llegó hasta que el WhatsApp se hizo un hueco en nuestras vidas.
Ahora nos comunicamos por ese invento anodino y con plantilla, que te permite soltar una fresca con emoticón sonriente, como si añadieses: “Si es broma, mujer.” El problema es que cada día se acrecienta más la costumbre de no contestar al teléfono, no devolver la llamada y dejarte como un trapo sucio e inútil en medio de la calzada (lo siento, mi autoestima es así).
Estoy indignada porque ahora ya no me coge el móvil ni mis propios hijos “Que si estaba dándole la merienda al niño, durmiéndolo, llevándole a actividades diversas, preguntándole la lección...” Menudos rebotes me estoy llevando. He decidido que cuando alguien no me devuelva una llamada, lo borro de mi lista y aquí paz y después gloria. A partir de ahora, si quiero comunicarme emplearé Facebook, emoticones de WhatsAPP o fotografías de amaneceres en Instagram. Todo menos sufrir desplantes.
Ya domino WhatsApp, sé quién me lee, quién ha recibido mi mensaje, cómo borrar sin que nadie se entere, leer en la clandestinidad.  Lo único que me falta es saber si una conversación está finiquitada, pues cuando creo que ya está todo dicho y no hay más tela que cortar, me preguntan por qué no contesté a su contestación.

Oye, un sinvivir.

jueves, 5 de abril de 2018

DE DRONES, CHULETAS Y MASTER






Me hubiese gustado vivir mis años universitarios ahora, sobre todo por los drones. Era tan complejo copiar cuando yo estudiaba, que casi no merecía la pena. Aunque había de todo, los que invertían horas y más horas para elaborar una buena chuleta y los que preferían darle al café y a la memoria. Y es que las chuletas solían ser muy sofisticadas. Recuerdo que tenía un amigo, de esos entregados, que al verme tan agobiada con los mil exámenes que se me venían encima, me propuso hacerme una chuleta de penal. En principio me pareció una idea excelente, incluso me hizo mucha ilusión. Era como traspasar una barrera infranqueable, un triple salto mortal: de “pringada” a “malota”. Estaba la mar de conmovida. Me sentía un poco como en el hampa, y la posibilidad de que me pillaran, le daba un regustillo al examen que me subía la adrenalina. Aquella mañana apareció mi amigo en la residencia con un rulo diminuto, estaba recogido con un goma de pelo que permitía girarlo de un lado para otro sin problemas ni ruidos. En él se agrupaban con imperceptible letra; los delitos, las penas, las faltas, la aplicación de la condena según la comisión del delito. Bueno, una gozada. “Delito continuado: la pena máxima en su grado mínimo. Delito de hurto...” Que guay me pareció todo . Creo que aquel día me enamoré del intrépido amigo elaborador de semejante artilugio. Lo hacías rodar con sumo cuidado e iban apareciendo leyes, agravantes, atenuantes. La verdad es que era un buen invento, pero como no tenía practica en copiar, llegado el caso, me puse como una moto, descuajeringué el dichoso rollito, se me partió por tres partes y acabó en el bolsillo hecho un gurruño, mientras intentaba memorizar lo que había estudiado por las noches. Los dos pasamos algunas noches en vela, pero jamás le confesé que el examen lo saque yo solita por puro ataque de pánico. Hoy las cosas han cambiado mucho, y supongo que dentro de nada te llevaran la chuleta escondida en drones disfrazados de mosca cojonera o mosquito tigre. Pero para eso, como siempre, habrá que tener tablas: engañar, copiar y poner cara de yo no he sido. Aunque lo mejor, mejor, mejor, dónde se va a comparar, es meterte en política. Allí no se necesitan ni drones, ni rollitos, ni llenarte los muslos de cuadros sinópticos, ni disimulo. Algunos lo tienen fácil para sacar master, oposiciones, carreras y demás glorias, sin siquiera aparecer por las aulas, menudo incordio. Y luego, una vez apalancado en un porvenir seguro, por si la cosa política se tuerce, tienen un empleo per saecula saeculorum y una jubilación de por vida por solo siete años en política. Y lo más triste es que ni los que engañan ni los otros, tratan de cambiar eso, porque no van a ponerse tiquismiquis con títulos, medallas y prebendas que a todos consuela. Lo malo es que, de la misma forma que algunos no sabemos copiar y hacernos los malotes, tampoco tenemos madera de políticos, ni morro para negar verdades como puños, ni podemos hacer nada contra las leyes que ellos promulgan. Para eso hay que nacer ya con una chuleta debajo del brazo.