miércoles, 20 de octubre de 2010

JUSTICIA TARDÍA



Esta mañana he leído en el “Qué”, en un recuadrito de nada, ya ves tú, en la parte superior derecha de la página siete, una noticia que se titulaba “Justicia tardía” Y como no tengo arreglo, voy y me la leo. No me he leído la pagina principal que trataba sobre como las modelos altas, delgadas, y estilosas marcan tendencias, noticia que me hubiera dejado fría como mi ritmo cardiaco exige, no. Me voy a la página superior derecha, y me entra un mosqueo de padre y muy señor mío. “Justicia tardía” hablaba de un hombre; Alejo Pozo, un padre al que la justicia le dio hasta doce veces la razón, después de que irregularmente le retiraran la custodia de sus hijos. Murió ayer, y se solicita una indemnización por los daños causados y la posible relación entre dicho sufrimiento y el cáncer que lo mató. Murió en Sevilla sin haberlos podido recuperar. Los niños fueron entregados a una familia de acogida al nacer y ya tienen once años. La junta se había negado a entregarlos al padre a pesar de las sentencias dictadas a su favor.
Estas cosas pasan aunque nos parezcan imposibles, y suceden mientras comemos, paseamos, o las estilosas marcan tendencias. Y nosotros, a veces, ni nos percatamos de ese recuadrito de “chichi y nabo” que no es casi noticia.
No comprendo como algo así puede suceder. El abogado pedía para su cliente ya fallecido 2,4 millones, sí ¿pero de qué le sirven ahora? Quién es el responsable directo e indirecto de que no se cumplan las doce sentencias. ¿No hay alguien que debió haber tomado cartas en el asunto? Le continuaremos llamando “Junta de Andalucía”, así, en general, como a una ambigua y feroz tormenta inevitable.
Cuando leo noticias de este tipo es cuando me doy cuenta de que somos supervivientes, de que nos jugamos la vida a cada paso, de que nadie nos protege, de que nadie se responsabiliza ni tan siquiera de hacer cumplir, no una, sino hasta doce sentencia.
Da miedo, de verdad.

lunes, 4 de octubre de 2010

“EL AMERICANO”





Recuerdo que Enrique Páez dijo que para aprender a escribir, nada mejor que leer un libro malo. Y yo añado, o una peli mala. La buena literatura te lleva, y aunque quieras desbrozar las estructuras y los métodos que ha empleado el autor, te involucras a la primera de cambio. Y es que un buen autor sabe llevarte de la mano con tanta maestría, y te hace disfrutar tanto, que maldita las ganas que tienes de descubrir sus estructuras y sus ritmos. No pasa lo mismo con la mala literatura. Ves venir al autor desde mil kilómetros. Ah, mira, acabáramos, eso es lo que quería hacer y no le sale.
Y todo esto viene a cuento por la película que he visto este fin de semana. “El americano” Si alguien quiere ir a verla que no lea esto porque la voy a destripar.
La peli comienza con un hombre que parece muy enamorado y al que disparan. Él mata a todos, a los malos y a la chica. Una se queda como atontada ya que la escena anterior es muy romántica y da la sensación de que ambos se quieren un montón. Pero dices, bueno, a ver qué va a pasar aquí. Y no pasa nada. Llama a un hombre monosilábico e inexpresivo, que se supone es el jefe, y le dice que ha tenido que matar a todos. El jefe lo cita en un bar, total para nada, para decirle que tiene un coche en la calle tal y que se pire. A partir de ahí todo es un despropósito. Recorre kilómetros y kilómetros a tiempo real. Le persigue alguien pero no se sabe quién, ni por qué. El inexpresivo le da un móvil para poder ponerse en contacto con él, y él, rebelde, lo arroja por la cuneta. No se sabe por qué, ya que luego se pasa vida llamándolo por cabinas urbanas. Aparece un cura que lo quiere llevar por el buen camino, una chica dura, también inexpresiva y cada vez teñida de un color diferente, que le encarga una pistola de morirte. Con mira telescópica, le dice, que dispare cada cinco segundos. Vamos, una metralleta pero muy, muy precisa. Eso dice el chico, que por cierto, se me había olvidado, es George Clooney.
La chica parece que va a realizar un atentado de envergadura. Una cosa así como Chacal. Necesito mucha distancia, mucha precisión, insiste.
A todo esto no hacen más que aparecer chicos que lo quieren matar, y él por fin se confiesa y le cuenta al inexpresivo y a los espectadores, que son los suecos. Eso a esa la altura de la película, ya ni siquiera importa. Sobre todo porque sabemos que no nos piensa contar en ningún momento quienes narices son esos suecos, ni por qué lo persiguen. Y por no querer saber ni siquiera quieres saber quién es el inexpresivo y la chica de los mil colores.
Un autobús de niños de colegio aparca en una gasolinera, y piensas si no va a ser uno de esos niños el jefe de los suecos. Las verdad, no te ibas a extrañar lo más mínimo. Es más, estás tan cansada y tan enfurecida que hasta lo agradecerías. Pero no, los suecos siguen apareciendo por doquier, y el monosilábico continúa quejándose de que no lleve el móvil al cinto. Él se enamora mientras tanto de una prostituta que lleva una pistola en el bolso, cosa que le escama muchísimo. Además habla con unos chicos así, como quién no quiere la cosa, y el se mosquea más todavía. Pone cara de preguntarse ¿Serán los suecos? Se va de picnic, y la chica mete la mano en el bolso, él mete la mano en la cesta de la merienda, ella se queda un rato buscando algo, él agarrado a la pistola. La chica saca crema bronceadora, él suelta el arma y saca el chorizo. La chica lo invita a una procesión tipo “Las tentaciones de Benedetto” porque la acción transcurre en un pueblo italiano. Él dice que sí, como podría haber puesto una escusa. Sin embargo todo el mundo sabe que acudirá porque es allí donde se produce el desenlace. La decolorada se sube con el arma de precisión a un tejado y le apunta. Para eso quería el arma de precisión, para cargárselo a él. No era para cargarse a un jefe de estado, ni a un alto dignatario, no. Solo a él, que unas escenas antes, en la gasolinera, está a punto de cargárselo con una pistola de bolsillo. O sea, que si llega a disparar con la birria de pistola que llevaba entonces, menudo desperdicio de ametralladora de precisión. Menos mal que no puede. Ella llama al inexpresivo para contárselo y él se queda..., pues como siempre, estático.
Termina la peli con que la decolorada va a disparar al chico pero alguien le dispara a ella. ¿Quién? pues no se sabe. A esas alturas ya estaba preparada para que me dejaran “in albis”. El cura le da la absolución a la chica, y él dispara al monosilábico. Los monaguillos salen corriendo para atender al hombre sin soltar la inmensa cruz que portaban en la procesión. Luego él se va a buscar a la prostituta al río porque era buena, aunque lo hubiera invitado a la procesión donde se iba a montar la marimorena. Creo recordar que alguien le dispara, o quizá no. Ya ni me acuerdo. A esas alturas de la película mi cabreo es supino y me da igual que lo maten lo suecos o los grecorromanos.
¿Y cual crees tú que es la catarsis?, me pregunta mi amiga al salir. Pues que se convierte al catolicismo, le explico. Ah, dice, y se pone la chaqueta.
Afuera se ha montado una tormenta terrible. Qué tomadura de pelo, nos decimos a modo de despedida.