domingo, 5 de diciembre de 2021

EL FUTURO

                                 

                                  

 

 

 

 

 

 

Hacer obras o pintar tiene una parte positiva, y es que te das cuenta de lo equivocados que estamos prediciendo el futuro. Cuando tienes que recoger o tirar cerros de documentos y revistas que ni sabes ni entiendes por qué guardaste, descubres que el futuro siempre nos da una bofetada en la cara respecto a nuestros vaticinios.

En casa de mis padres descubrí un Readers Digest (revista del año de la tana que analizaba situaciones y daba su argumento sobre la realidad que tenían y el futuro que les esperaba) En la revista que cayó en mis manos, analizaba con meticulosidad de amanuense, lo genial y necesario que era entrar en la guerra de Vietnam. Es importante, decía el analista de turno, que los países asiáticos no logren tomar la iniciativa en el mundo, porque de no luchar por defender nuestra civilización, el mundo que conocemos se daría la vuelta como un calcetín. Eso dijo el hombre. Lo ocurrido fue, como todos sabemos, que la guerra la perdieron o la perdimos, y aún habiéndola perdido, nuestra civilización continuó como antes. Tan solo temblaron los pobres chicos en edad de alistarse y con pocos recursos económicos, que fueron enviados a una guerra que ni les iba ni les venía, con grandes consecuencias, no para aquellos que los enviaron, sino para los luchadores: desprestigiados por su propio país y la mayoría con graves secuelas psicológicas. Pero no pasó nada más, se tapo tamaña iniquidad con un “se  siente”, y aquí paz y después gloria.

Pero como iba diciendo, mientras busco material para desechar, me encuentro con un periódico del año 2007 con el la foto de varios habitantes de Navalcarnero que esperan en fila la llegada del tren. Algunos son entrevistados y se muestran reacios por si el pueblo se les llena de gente y aquello deja de ser un remanso de paz. Constato que todavía a día de hoy diciembre de 2021 y con la variante del covid: omicron, rondando nuestras vidas, no ha llegado el tren a Navalcarnero, ni se le espera. Imagino que muchos de los allí fotografiados en fila india y cogidos del hombro, habrán fallecido, y otros se habrán olvidado del famoso tren. Ya no hay entrevistas. Todo quedó en el olvido.

El futuro no es predecible.

Recuerdo una canción que cantaba, allá por los años de maricastañas, Enrique Guzmán, que decía algo así como: “Cuando sea el año dos mil, maravillas lograré. Si a Neptuno tu quieres ir, a Neptuno te llevaré, y el mundo entero te dareee”. El dos mil pasó, y llegamos al dos mil veintiuno. No hemos ido a Neptuno, ni falta que nos hace. En el dos mil veintiuno a los de a pie nos importa un comino los viajes espaciales, mirar la tierra desde marte, la luna y Neptuno. Nos conformamos con que la cepa omicron no se nos lleve con vacuna incluida. El tema viajes espaciales se ha convertido en un afán de frikis o ricos aburridos. Porque ahora lo que importa de verdad son los seguidores. Quién se lo iba a decir a Enrique Guzmán que hubiera entonado con ilusión: “Cuando sea el año dos mil seguidores yo tendré. Mis botas imitaran y mis tintes copiarán, la publicidad me pagará, y el mundo entero bobo se volveráaa”.

 Tengo quinientos mil seguidores, dice uno, y los demás se mueren de la envidia. Se levantan al alba, se maquillan, y nos cuentan su triste vida para que la imitemos y nos pongamos tan macizas o macizos, como ellos. Tener seguidores significa que te siguen, como a Jesucristo en su día, que todo lo que hagas o pienses, los deja patidifusos, y tener a miles de patidifusos tras de ti, supone además de un ego superinflado, no saber qué hacer con ellos, y a lo mejor acabas tirándote del patio de tu casa que ha dejado de ser particular para ser imitable hasta en las cuerdas del tendedero.  

Si yo, pongo por caso, quisiera que me publicara Planeta o Mondadori y mi blog tuviese quinientos mil seguidores, me pondrían el contrato delante de mis narices sin tan siquiera saber de qué va mi novela. No les importaría si va sobre el tren de Navalcarnero o sobre la fallida guerra de Vietnam. Ya se encargarían “los escritores de la editorial, de darle un sesgo policiaco/guerra civilista de gran tirón efectivo. No importaría, y yo podría decir todas las memeces que me vinieran la cabeza como si el mismo Aristóteles hablara. Pero no es el caso: tengo trece seguidores. Ni aunque escribiese la mejor novela de todos los tiempos, lograría que una editorial o un agente literario me mirase a la cara. Sin embargo no está todo perdido: ha llegado o está por llegar, un nuevo mundo para nosotros, los perdedores recalcitrantes, se llama el Metaverso: una realidad virtual en 3D, no algo que miras en una pantalla sino un lugar en el que “entras”. Los poderes facticos han descubierto que podemos vivir la mar de bien sin molestar. La realidad virtual te permitirá montarte en un universo paralelo en el que con un avatar la mar de “apañao” entres y te conviertas en “influencer”, héroe, villano, asesino, portero de fincas o paseador de perros. Lo importante es que nos dejemos de realidades, de Neptuno, de vacunas, de trenes para conectar municipios y de zarandajas de esas, que dejemos actuar a los que quieren vivir de nuestra imbecilidad, y lo mejor para alcanzarla es no cuestionarnos lo más mínimo. Aceptar las ideas en globo, convertirnos en zombis y dejar que otros se ocupen de recoger el fruto.

No pienso guardar más periódicos atrasados. El futuro será o no será, pero estoy segura de que ocurrirá lo que menos nos esperemos.