viernes, 28 de septiembre de 2012

UNA PRINCESA EN BERLIN

Leí esta novela hace muchos años, no recuerdo cuántos, pero sí recuerdo que me gustó y que la he recordado a raíz de los acontecimientos que estamos viviendo. Los políticos desvían la mirada del pueblo hacia los funcionarios, porque dejarla posada sobre las cajas de ahorros y sus consejeros, no les sale provechoso. El autor es Arthur R.G. Solmssen. Nació en Nueva York y pasó su primera infancia en Berlín. Ha escrito 5 novelas más muy celebradas por la critica americana. Narra el periodo de entreguerras en la que el país sufre una gran crisis debido a los pagos impuestos a Alemania en los tratados de Versalles una vez vencidos en la primera guerra mundial. Las enormes cifras de marcos que tenía que pagar solo de intereses a los vencedores. La historia se desarrolla en Berlín, en dos ambientes distintos, por un lado los grandes bancos, las grandes casas, las grandes fortunas, la especulación etc. Y por otro, los malolientes barrios obreros y una clase media que ha caído en desgracia con su moneda devaluada y sin posibilidad de recuperarse por su inmensa deuda. La agobiante situación económica lleva a los alemanes incluso a pasar hambre y por tanto se hace patente el creciente sentimiento de humillación y de revancha que desembocará en un ultranacionalismo que cada vez agrupa a más gente. La necesidad de encontrar a un líder que acabe con la incertidumbre y desconcierto de los gobernantes alemanes, que acabe con los paños calientes, con la ineficacia, la palabrería, el ganar tiempo. Quieren encontrar a alguien que les devuelva el orgullo tan mermado ya, y les quite el hambre y la miseria. Y ese hombre llega. Y desgraciadamente ese hombre que esperan como único salvador es Hitler. El libro narra también una historia de amor, y de angustia, y de deseo. Una historia que nunca se debería repetir porque el hambre, la miseria y la falta de firmeza y justicia alimenta al monstruo. Una buena novela y una buena reflexión para estos tiempos en los que todavía no vamos a comprar el pan con un carrito de monedas que se devalúan por minutos, pero que sí vemos cada vez más cerca cómo se deteriora la dignidad de una parte de la población sin que se tomen medidas contra los responsables.

domingo, 9 de septiembre de 2012

MODELOS









Desde hace algún tiempo al entrar en el metro veo un cartel con una chica hecha polvo. Su vida no es fácil. Está claro que pasa hambre, un hambre atroz. Se ha hecho mayor y quiere continuar teniendo el cuerpo de una adolescente, el pecho de una robusta matrona, la nariz de todas, y el enfado existencial de las modelos. Porque, bien mirado y entre nosotros, las modelos son agresivas. Una lo descubre al verlas desfilar. A mi me recuerdan a las jugadoras de balonmano que me lanzaban la pelota cuando yo era defensa. “Por qué no defiendes” me gritaba el entrenador al ver como me apartaba y les dejaba el campo libre. “Porque no quiero que me desgracien,” contestaba rotunda antes de que me empujara al banquillo indignado. Y es así, con esa desfachatez de jugadora de balonmano, como te miran las modelos al desfilar con la colección otoño/ invierno, o primavera verano, que para el caso es lo misma.
“Te pego una …” parecen gritarte, mientras pasean los vaporosos vestidos revoloteando al aire como si los hubieran tendido de una cuerda.
La verdad, es triste tener que torcer los designios de la naturaleza, conseguir que las piernas tengan el volumen de los brazos, los brazos de los dedos y los dedos de los pelos para que alguien diga que estás “buena”.
“¡¡¡B U E N A!!!”.
Vale, soy una envidiosa, lo reconozco, pero es que yo siempre había creído que la mejor crema de belleza era la sonrisa, y resulta que ahora no es así, ahora hay que desfilar como si fueras a liarte a bofetadas con el personal, mirar a la cámara como si estuvieras en “articulo mortis”, soportar sobre tu escuálida figura enormes pechos, piernas que parecen brazos, y brazos que parecen dedos.
¿Que lo que pasa es que no quepo en ningún modelo de la nueva colección otoño/ invierno? Pues también es verdad.
Voy a tener que crear tendencia a mi imagen y semejanza como doña Cecilia, la que transformó al Ecce Homo de Borja, y ahora el que gusta de verdad es el suyo.