jueves, 6 de junio de 2013

CINTURONES DE SEGURIDAD









La verdad, no entiendo la denodada obsesión de nuestras leyes para que ni se nos ocurra montar en un coche sin cinturón de seguridad, cuando en los autobuses nos vamos jugando la vida a cada paso.
La ley exige que hasta cuando subas en taxi te pongas el cinturón de seguridad. De los niños ya ni hablamos, que si sillita para recién nacido, para  dos años, para cuatro. Si quieres montar a varios niños en tu coche, tienes que tener un abanico de sillas de diferentes tamaños y modelos para que no te crujan con una multa. ¿Pero qué pasa cuando subimos a un autobús? ¿Acaso hemos entrado en otra dimensión? ¿Es en ese momento cuando las leyes de seguridad vial se vuelven permisivas y laxas?
No sé si tengo mala suerte pero en cuanto entro en el autobús siento que mi vida, mis músculos, mis huesos y mis dientes peligran. Los frenazos, los acelerones y las curvas ceñidas se suceden sin descanso. No hablo de los piques y los malos modos con los que se despachan los conductores. Los viejecitos se agarran a lo que pueden, los niños, inmersos en esa masa informe de gente que va de acá para allá tratando de mantener el equilibrio, se quedan sin respiración.
Jamás he visto a un policía llamar la atención a un conductor de autobús, ni a un vigilante.
Los vigilantes hablan con el conductor mientras los ancianos vuelan por los aires a su espalda.
Es por eso por lo que me pregunto ¿Es necesario que nos protejamos en el taxi y no en el autobús? ¿necesitamos seguridad en el transporte o no? Y si la necesitamos, ¿cuando van a poner multas por esa desaforada forma de conducir?
¿Acaso nos odian?, ¿odian también a los niños y los ancianos? ¿Están de muy mal humor o disfrutan rompiendo caderas?
“Ponga una reclamación”, me dijo el conductor un día en que me di de bruces contra el cuadro de mandos y peligraron mis dientes.
“Pues que quiere que le diga, con este traqueteo no me sale la letra con redondilla”.
Lo dicho; ni tanto ni tan calvo.


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