domingo, 13 de octubre de 2019

INFLUENCIAS AMERICANAS




Fui creciendo y lo primero que se me cansó fue la vista, por lo tanto cuando iba  de compras tenía que sacar las gafas de lo más recóndito del bolso para saber los precios o las características de los tejidos. Era incómodo, pero si no querías ir tanteando por los expositores, no tenías más remedio que llevarlas a mano. Ahora lo que debo llevar en el bolso no son solo las gafas de vista cansada, sino también las de bucear, un traje de neopreno, un traductor de idiomas y las normas de convivencia americanas para no dar el cante.
¿Por qué?
Pues porque yo tampoco lo comprendo, porque a pesar de que  el español es la segunda lengua más hablada del mundo, en una parada de bus de Madrid, descubrirás un cartel de Mango, empresa española donde las haya,  con sede social en Barcelona que rotula en inglés. Y al verlo tan críptico te intrigas. ¿Qué dirá la chica de los pantalones rotos?, ¿será una clave secreta que no quieren que nadie entienda  a la primera?, ¿será que quieren que mires el diccionario para que vayas aprendiendo el idioma casi sin darte cuenta? No se te ocurre pensar que es por puro esnobismo hasta que el traductor te da la respuesta: “No trates de ser perfecta, usa algo que te descomponga” una chorrada de mil pares de narices, seguramente inventada por el creativo de turno que no es de allende los mares sino de Puebla de Farnals, pongo por caso.
Si vas a una boda de españoles en España, cuya celebración es en Alcalá de Henares, te dan como pequeño obsequio una bolsita rotulada en ingles. Una frase de esas que si la pones en español nadie  entiende,  porque para regalar chuches nada mejor que no decir nada o decirlo en inglés que queda mucho más esotérico, como de física cuántica o por ahí.
Los tatuados también han tomado como lengua patria el ingles y escriben frases en sus bíceps de acero, que así, traducidas a pelo, no dicen nada, pero casi mejor porque la vida da muchas vueltas y si no dices nada, de nada te tienes que arrepentir.
No solo es el idioma lo que nos están imponiendo sino las costumbres, las formas de sorprendernos, los saltitos cuando se encuentran varias amigas, las “gracietas” que sueltan los héroes un poco antes de que parezcan que están rodeados y que van  a morir. Las normas sociales, por ejemplo. En España se consideraba que “los secretitos en reunión eran faltas de educación”, pero en las series americanas, lo más de lo más, es que en una reunión, uno de los miembros pida perdón al resto porque va  a hablar en privado con otro. Se van  a un apartado y aprovechan para echarse la bronca. Regresan ambos al grupo con sonrisas angelicales, porque ya no es de mala educación lo de los secretitos en reunión.
Ahora los hombres se arrodillan contritos ante la mujer que aman y delante de cuanta más gente mejor, para entregarle un anillo y pedirle matrimonio. El personal que los rodea aplaude hasta desgañitarse y ellos salen victoriosos y sin ápice de pudor de un partido de futbol, de un espectáculo nocturno o de un bautizo de buceo. Sí, la mar esconde carteles de “¿te quieres casar conmigo?” junto a bergantines hundidos, para sorprender a la ingenua y candorosa novia.
Nada de todo eso estaba en nuestro genoma. Ni nos moríamos porque nuestro novio nos pidiera matrimonio, ni esperábamos que lo hiciese de esa forma tan cursi, ni nos gustaba ser el centro del espectáculo con algo tan personal.
 Los nuestros, me refiero a los españoles o españolas de entonces, cuando la cosa se alargaba inútilmente, plantabas cara y preguntabas a boca jarro: ¿Pero tú de qué vas?, y el susodicho o susodicha, se ponía las pilas y salía huyendo como alma que lleva el diablo o te presentaba a la familia sin más tardar.
Porque las españolas no es que besaran de verdad, es que si veían a un hombre arrodillado en medio de una plaza de toros con un anillito, lo mandaban a freír espárragos por bocazas e indiscreto.
Pero de un tiempo a esta parte, vivimos con el traductor de google colgado al cinto,  en tu propio país con cara de enamorada sorprendida por si se le da al chico arrodillarse en medio de “Buscad al soldado Ryan” para dejar al personal flipado. ¡Qué bonito! dice algún americano. Y la novia llora, no se sabe si de vergüenza, de emoción o de pena porque no se lo ha pedido en lo más hondo del océano, cuando ya tenía las gafas de bucear con mira telescópica preparadas.
Mi madre le daba un pequeña patada a mi padre por debajo de la mesa cuando éste metía la pata. Mi padre contestaba a voz en grito. ¿Y ahora por qué me pisas? Pero eran otro tiempos. Los españoles teníamos nuestras costumbre y además nos gustaban.


No hay comentarios: