El miércoles presenté en
la librería 80mundos mi último libro de literatura infantil/juvenil: “Un Trol
en la Albufereta”. Me lo presentó una nueva amiga, que a la vez me la había
presentado una amiga/sobrina. A veces suceden las sincronicidades de las que
hablaba Jung: Algo así como cuando piensas en tu amigo Segismundo, que no ves
desde hace treinta años, y de pronto lo ves a tu lado en un semáforo.
Ella se llama Marisa y
adora a los niños, lo lleva en los genes. Sus padres ya le inculcaron la
semillita que le hace ser cercana, saber escuchar. Desde que supo que iba a
presentar mi libro comenzó a preguntar. O mejor dicho, a hablar, con esa
sonrisa abierta y franca que acerca tanto. Hablamos de todo, pero jamás me
sentí intimidada, era como disfrutar conmigo misma. Con ella me sentía la mar
de interesante, como si lo que yo contara fuera algo genial, el no va más. Y
así, casi sin darme cuenta, le entregué mis secretos, con risas, con ironías,
con muchísima complicidad, sin miedo. Ahí estaba yo, soltando todas las locuras
que no me atrevo a contar a nadie.
No me gusta hablar en
público. Dicen que los pequeños de las familias hablan muy deprisa porque si no
es así, los dejan con la palabra en la boca. Era mi caso. O sea, que la
velocidad al hablar, escribir, comer o bailar, traspasa todos los límites imaginarios.
El miércoles no tenía prisa, el miércoles estaba a mi lado Marisa, con esa
capacidad para entender y provocarme. Con ella fue diferente, me sentía una tía
la mar de enrollada, aunque se empeñara en llamarme “Doña Carmen” haciéndome
sentir señora con moño que hace bolillos. Y es que ella no sabe que los mayores
somos exactamente iguales a los jóvenes, tan solo es que se nos está tragando
un cocodrilo que nos pone la piel arrugada, el pelo ralo y nos cuesta
arrastrarlo. Pero por debajo somos los mismos jóvenes, niños y adolescentes que
fuimos.
Pero aunque me llamara
Doña Carmen, consiguió sacar de mí una persona a quién desconocía, no solo yo
sino también mis amigas. Me reí de mi misma, nos reímos del mundo y acabó la
presentación dejándome una sensación estupenda.
Me han felicitado mucho
los asistentes, pero yo sé que sin su habilidad, el acto hubiese sido otra
cosa.
Doña Carmen, o sea yo,
creció con su Trol aquella tarde en 80mundos, y se lo agradezco a Marisa, por
su generosidad, y por su profundo deseo de comprender al otro. Por saber cuidar
a los niños y a las señoras que hacen bolillos, pero por encima de todo, por
aportar alegría y grandeza a este pequeño mundo en el que le ha tocado vivir.
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