Desde hace un tiempo pierdo objetos.
Quiero decir que, de pronto, no tengo ni idea dónde he dejado el monedero, o
las gafas, o las llaves…, ese tipo de objetos. Aurelia, mi vecina, que es docta
dónde las haya, me reveló que el santo encargado de pérdidas y deterioros, es
San Antonio, pero que tenga en cuenta que pide dinero a cambio de encontrar.
Estoy tan acostumbrada a ver en
la tele lo asiduo que es pedir mordidas, que no me extrañó. “Cómo es, arriba es
abajo” Dijo Aurelia, y me contó que significa que existe una correspondencia
entre lo macrocósmico (el universo) y lo microcósmico (el ser humano). Una
especia de ley universal que conecta los diferentes planos de la existencia. Ella
sabe lo que no está escrito, y continuó: “Es una parafrasis moderna del segundo
verso de la tabla de Esmeralda. Un texto alquímico asociado a Hermes
Trismegisto”.
Lo cierto es que fue aceptar la
mordida, y encontrar el monedero. Un” causa efecto” de lo más logrado. El
problema se agravó cuando traté de encontrar una capilla dedicada a San Antonio
para dejar mi ofrenda. No es fácil. Las capillas como las iglesias, se abren cuando
se celebra una misa o un acto, y siempre me cogía a desmano. A veces coincidía,
pero no había capillas para San Antonio.
Había transcurrido un mes y aún no
había logrado pagar mi deuda. Aurelia me dijo que tuviera cuidado porque San
Antonio no admitía retrasos. Y, efectivamente, una semana más tarde, perdí las
llaves del coche. Aumenté la oferta al doble, por los intereses y esas cosas. Apareció
el llavero, pero la búsqueda de capilla se hizo más apremiante.
Aproveché un viaje a Roma para
buscar iglesias y capillas dedicadas al santo. Allí hay muchas, más que nada
porque está el Papa, pero no las encontré, o no las busqué a la hora nona, qué
sé yo.
Perdí las gafas y el anorak. Era una prueba
contundente de que, o pagaba o me quedaba en pelotas.
Fui a una iglesia y me dirigí a
un altar cualquiera, sin saber siquiera a quién estaba dedicado, lo que me
extrañó es que debía pagar en negro. O sea, no admitían bizun, ni tarjetas.
Lo hice, pagué en negro y el doble de lo acordado.
Le rogué a San Antonio que no tuviese a mal haber dejado el dinero en la comuna
de santos.
Lo debió aceptar porque no he vuelto
a perder nada, pero el sofocón que me llevé no me lo quita nadie.
“Cómo es arriba, es abajo”

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