
La separación de los seres queridos tiene algo de mutilación propia. Una grieta se abre a tus pies y al hacerlo siempre te coge en uno u otro lado. No quieres elegir pero estás allí, cayendo escorado, sin proponértelo. Triste por la pérdida que se avecina. La razón acaba siendo del que más cerca te encuentres, porque quieres justificarlo, porque lo quieres. Todo se puede comprender, hasta el engaño. Y tomas partido por cercanía, por afecto, por ceguera. Aseguras que no lo harás, que te mantendrá imparcial, pero la imparcialidad no existe, ni la verdad, ni siquiera la razón total. La vida está hecha de extremos. No hay existencia sin contrarios. Todo tiene doble cara. Los griegos inventaron la tragedia cuando el mundo se empeñó en juzgar. Llegó la ley, sus normas frías, la abstracción. Y llegaron los trágicos para mostrarnos casos particulares, con sus agravantes y atenuantes. Subieron al escenario a un hombre frágil, cargado de deseos, vencido por sus pasiones, incontrolable, solo e indefenso. Y explicaron a todos esos que querían hablar de justicia, que era muy difícil juzgar. Y mostraron a una Antígona luchando por enterrar a su hermano, aún a pesar de infringir las leyes de la ciudad, las que habían dictado los hombres. Y a una Medea capaz de asesinar a sus propios hijos, enloquecida por el engaño y la humillación. Y así, una obra tras otra, mostraron al hombre con sus frágiles resortes para sobrevivir. No hay verdad, nos dijeron, no existe lo justo universal porque el humano es sujeto y subjetivo. La verdad, aunque en la distancia se perciba como tajante y clara, al acercarnos se distorsiona. Y cuando vamos desbrozando los hilos de esa madeja de confusión, dejamos de ver la verdad tan clara, tan nítida, tan transparente. Se vuelve opaca, y esa opacidad la cargamos de sentimientos. El hombre, sus instintos, sus ambigüedades, la dificultad para ser justos. Eso nos mostró la tragedia.
Las leyes existen porque son necesarias, por nuestra convivencia pacifica, pero cuando tenemos que decantarnos, nos sentimos identificados con los fracasos o debilidades de aquellos a quienes amamos, y nos inclinamos hacia su lado, acabamos siendo injustos, nos rompemos con ellos. Y su sufrimiento se hace nuestro.
Las leyes existen porque son necesarias, por nuestra convivencia pacifica, pero cuando tenemos que decantarnos, nos sentimos identificados con los fracasos o debilidades de aquellos a quienes amamos, y nos inclinamos hacia su lado, acabamos siendo injustos, nos rompemos con ellos. Y su sufrimiento se hace nuestro.