domingo, 4 de octubre de 2009

ADIÓS

dibujo: MARGARITA DIAZ LEAL
Para tí, MCarmen. Porque sé lo que sientes, porque sé de tu sonrisa triste, de tus ojos hinchados. Porque los hermanos nunca se debían morir. Para tí esta carta que de algún modo nos acercará, porque aunque veas que te quiero hacer reir, distraerte, sé lo que sientes. Por eso te envío la carta con la que despedí a mi hermano mayor; mi confidente, mi amigo. Insustituible.



ADIÓS A CARLOS



Hoy, 28 de marzo, primer día sin Carlos. Veo salir el sol rojo y sin brillo por detrás de los edificios, más allá del mar. Un sol todavía sin fuerzas, el que calienta, el que hace nacer la vida y sin embargo tan ajeno a ella, a la que cae, a la que se marchita, a la que ya no será.
Irá ascendiendo poco a poco mientras yo escribo, iluminará la mañana con su fuerza, llenara las playas de turistas, y volverá a ponerse esta tarde. Desaparecerá de nuevo tras las montañas; ajeno, repetitivo, imposible.
Hoy, Carlos, el sol ha salido sin ti, tan ajeno y redondo, tan caliente y orgulloso como si no hubiera pasado nada. Lo miro ascender con las manos en los bolsillos de mi bata, con las manos crispadas de impotencia. Lo veo crecer y crecer por encima del mar, de los edificios. Nada se mueve a mí alrededor. Escucho esa inmovilidad, ese silencio que se mete en mis oídos y me grita ¿Pero qué quieres saber? ¿Qué quieres que yo te diga? No sé que preguntarle, sólo se me ocurre mirar a ese nuevo día sin Carlos. Ese día triste que avanza sin sentido, doloroso y vacío.
Adiós, Carlos. Quizás ya no tengas que hacerte preguntas, quizás por fin descansaste de tanto no entender. Porque la vida era eso; los boleros que bailabas con Conchita el día de fin de año, el cuerpo de tu nieto descansando en tu regazo, la maquina calculadora inmensa que utilizábamos para quitarte gastos de la declaración de la renta, las comidas con tus hijos que te hacían tan feliz. Tus amigos de toda la vida, esos a los que no conseguiste dejar de querer. Porque eso era lo que más te costaba; dejar de querer.
El sol asciende deprisa, tú te has ido. Y mientras te veo marchar, recuerdo tu sillón de orejas, tus libros releídos y subrayados, tus pequeñas respuestas encontradas aquí o allá.
Recordaré tus noches viendo películas de John Ford, tu director preferido, al lado de Conchita. Siempre Conchita. “Nos han timado, Conchita”, “Aquí no hay aparcamiento, Conchita” “¿Dónde podemos ir a cenar, Conchita?” Y por último: “Me muero, Conchita.”
Descansa Carlos, porque tú también lograste ser un héroe de película de John Ford. Tú también, al igual que Gregory Peck en "Horizontes de Grandeza", subiste a un caballo salvaje para domarlo, y lo hiciste como él, por la noche, cuando nadie te veía, porque no era el aplauso de los demás lo que buscabas. Sólo saber si ibas a ser capaz de lograrlo.
Todas las noches ensayabas. Querías ser un hombre de verdad, los que te queríamos nos dimos cuenta. Te observábamos subir una y otra vez a ese caballo que daba coces, sin rendirte.
¿Y para qué todo? preguntabas. Sin darte cuenta de que era para eso, para domar al caballo de la vida, para conseguir ser cada día un poco más humano, más íntegro, más bueno. Tú sólo en la lucha, como ese héroe de “Horizontes de Grandeza”, tú héroe. El que llegaste a ser sin siquiera darte cuenta.
Descansa tranquilo, Carlos, porque al fin lo lograste.

(Murió el 27 de marzo 2003)

2 comentarios:

leo dijo...

Ay, Carmen, querida. No sé qué decir, me has dejado muda de emoción. Te mando un beso.

Lispector dijo...

Precioso, amiga. Ya nos encontraremos todos en algún lugar mejor cuando Dios lo decida. Un abrazo.