jueves, 10 de mayo de 2012

FRAGMENTO DE MI NOVELA “TIEMPO DE VERANO”


Imagen: Rafal Olbinski

Escribir me gusta. Me ha gustado siempre, sobre todo cuando estoy triste y el aire de los pulmones se me queda como estancado. De pequeña le decía a la abuela que tenía “agobiaciones”. Esa era la palabra que empleaba para dar a entender que no podía con mi alma, que me faltaba espacio, que las paredes se me venían encima. Ella me animaba a que escribiera todo lo que se me pasara por la cabeza.
-Escribe, Marta, escribe todo lo que se te ocurra, que ya verás que bien- me decía.
Mi madre, sin embargo, me aconsejaba que rezara.
-Reza -decía- Coge el rosario y reza un misterio, o dos, los que sean.
Pero a mí eso de rezar me daba miedo porque pensaba que se me aparecería el santo, el destinatario de mis rezos. Y me lo imaginaba con esa cara de cera pálida que tienen en las iglesias, y me ponía a oler a frío y a arrepentimiento. Prefería escribir. En el colegio les escribía cartas a las internas, y a los novios de las internas, y en casa le escribía cartas a mi madre. La verdad es que a mi madre las cartas de pésame le costaban un montón. A las internas se las cobraba, a mi madre, no porque me sabía mal. Además ella no lo hubiese entendido. Siempre estaba diciendo que las cosas se deben hacer por caridad y por el servicio a los demás. Pero yo no debía encontrarme entre esos “demás” porque no me daba paga, y por eso tenía que cobrar las cartas que escribía. Las más caras eran las de amor, pero las que más costaban eran las de pésame, aunque esas eran precisamente las que no cobraba, porque eran las que me pedía mi madre. Y es que a ella eso de acompañar a alguien en el sentimiento se le hacía muy cuesta arriba.
-A Marta las cartas de pésame sí se le dan bien, ves tú -decía.
De todas formas es verdad que los pésames siempre se me han dado bien. Enseguida me pongo en situación y pienso lo mal que se debe pasar cuando se muere alguien a quien quieres mucho, y quedarte sola y esas cosas. Cuesta tanto tener a alguien de tu parte, que no hay derecho a que cuando lo hayas conseguido se muera.
A la portera se le murió un primo y no se le ocurría qué decirle a su viuda. Mi madre tenía por costumbre hacer sus obras de caridad a través de los otros.
- No se preocupe, Amalia, que eso Marta lo hace la mar de bien.
- Ay, gracias, señora.
Mira que me reventaba. Me hubiese gustado decirle:
- Amalia, que aquí, la que escribe y con mucho sentimiento soy yo.
Pero no le dije nada, me senté con ella en la garita de la portería y le dije que me hablara del primo, que me contará cosas de su vida, cualquier cosa. Cuando le escribí la carta a la viuda ya estaba encariñadísima con él, y fue un pésame estupendo. Porque yo ante todo debo coger cariño al difunto, si no, no es lo mismo. El primo, por ejemplo, era pastor y aviaba cabras. Eso decía ella. Yo no tenía ni idea de lo que significaba eso de aviar cabras, y ella me lo fue contando. Parece ser que las aviaba mejor que nadie y que era lo que le gustaba hacer. Se pasaba el día en el campo, solo, pensando en sus cosas y viendo como se hacía de noche. Ella lloraba mientras me lo contaba y a mí me daba mucha pena. Me lo imaginaba con su garrote, rodeado de cabras, tan a gusto, el tío, y lo envidiaba. No porque yo me lo hubiese pasado de miedo con las cabras, que me parecía una perdida de tiempo enorme, si no porque él sí se lo pasaba bien y se murió. Esas cosas me saben fatal. La gente no suele estar a gusto con lo que hace ni con nada, y sin embargo no se mueren ni a tiros. Y los que sí lo están, van y se mueren. Es injustísimo.
Yo, es que a los que les gusta lo que hacen y siempre tienen cara de buen humor, les tomo mucho cariño, como al lechero que nos traía la leche en Elda. Le encantaba llegar con su cacharro lleno de leche y echarla en las tinajas que le sacaba la abuela. Eran unas tinajas enormes, de aluminio. Y mientras él echaba la leche, cantaba y todo, como si lo de llevar leche de aquí para allá fuera el no va más. Un día le vi los ojos tan brillante y la sonrisa tan enorme que le llamé guapo. No me pude contener, fue un impulso. Mi madre me dijo que eso a los hombres no se les debía decir nunca porque podían pensar otra cosa. Yo tenía entonces siete años, y pasé miles de noches dándole vueltas y más vueltas, en qué podría haber pensado el lechero cuando yo le llamé guapo.

2 comentarios:

Silvia dijo...

A esta presentación en cambio llego la primera. Me ha gustado. Como siempre es fácil leerte, fresco, chispeante...más besos. silvia

carmen dijo...

Hola Silvia
Qué ilusión volver a saber de ti.
No sabía cómo localizarte por eso no te avisé de la presentación. He abierto tu blog y me encanta. El 26 estaré en la feria del libro, caseta 69 de 12 a 2. Anda pásate y "cotorreamos" un ratito. Si no puedes, escríbeme y quedamos otro día.
Un beso muy gordo.
Carmen