Es
impresionante el furor que causan las colas. La gente va paseando
tranquilamente, ve una cola, y se
arrebata, cambia su personalidad, se pone el último, grita a todo el que camina
alrededor “oiga, póngase a la cola”, aguanta minutos, incluso horas, sin
siquiera saber a dónde conduce.
En
una noche blanca de las que organizaba el ayuntamiento de Madrid, me llamó la
atención una inmensa cola que daba la vuelta al palacio de Linares. Conseguí
acercarme a un guarda de seguridad y le pregunté qué había dentro. “Nada,
señora, absolutamente nada. Esta cerrado y no se va a abrir”, me respondió tan
campante. Pero… ¿y esto?, insistí señalando la ordenada fila. “Dentro de un
momento se iluminará la fachada con colores intermitentes, pero, vamos, que se
podrá ver desde cualquier lugar. Incluso cuanto más lejos se pongan, mejor”, me
explicó el hombre que estaba tan alucinado como yo observando la paciencia,
respeto y rigurosidad con la que se enfilaban los viandantes.
Me
alejé cabizbaja. Será este el símbolo del siglo XXI; gente agolpada para
comprar libros, muñecas, vídeos, o ver espectáculos que ni saben qué son, ni
les importan un pito. Felices tan solo por formar parte de una larga cola sin
que nadie se les cuele.
3 comentarios:
has dado en el clavo. Así, sin más.
:-)
holo!
ya me he abierto otro blog. No pude aguantar el mono.
Si me pinchas el perfil lo verás (digo yo).
ángel
Me alegra un montón. No importa quién nos lea, ni siquiera que no tengamos tiempo para actualizarlo. Lo importante es que es nuestro y nadie puede evitarlo.
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