Acabo de leer “Pabellón nº6” de Antón Chejov. Y a pesar de ser una incondicional
admiradora suya, no había leído ese relato hasta ahora.
Chejov es el maestro del cuento, del realismo, de la sugerencia.
En sus obras parece que no está pasando nada. Todo discurre sin grandes
sobresaltos, como en la vida de cada uno de nosotros. Y a pesar de haber
sucedido en otro tiempo, los sucesos, las conversaciones, las escenas, la
evolución de la historia, nos resultan familiares. De alguna forma comprendemos
lo que está sucediendo en esas minúsculas vidas, aparentemente sin importancia,
pero que esconden todas ellas grandes trascendencias y grandes dramas. Y lo más
importante es que al terminar nos quedamos con un regustillo amargo. ¿Qué ha
pasado realmente? ¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Intuyes que después de lo
narrado, nada volverá a ser igual para los personajes.
Cuenta ese pequeño momento en la vida de las personas en las que hay un
vuelco, un giro, un antes y un después. Sugiere con habilidad. No hay grandes
finales. La grandeza está en encontrar ese instante sin que casi se note.
Lo han imitado muchos autores norteamericanos,
los llamados minimalista.
Raymónd Carver. Ernest
Hemingway, Dorothy Parker, Flanery O´Connor, Richard Ford y tantos otros.
Un suceder de los hechos descritos con minuciosidad que esconden la
tensión, o mejor dicho, la gran explosión silenciosa.
Este relato que acabo de señalar, sin embargo, me ha parecido menos sugerente
que otros, mucho más traumático. Un médico débil, un loco lúcido, una amistad,
y tras ellos un decorado mediocre, oscuro. La medianía con esa atmosfera
agobiante y cerrada que la caracteriza, rodeando a los personajes.
Como todos sus relatos me ha enganchado desde el principio. Uno nunca
sabe por qué se extiende tanto en la descripción de algunos personajes. Pero sabe
que no debe perderse ni un dato, que antes o después lo comprenderá. Se habrá
extendido en favor de la atmosfera, o para subrayar al final, pero con Chejov
uno tiene la sensación de que nada es palabrería.
Yo resumiría este cuento con la frase: “No estamos tan lejos de la
locura. Todo lo que le ocurre a un ser humano es susceptible de ocurrirnos a nosotros, es
mejor no juzgar.
Chejov era médico y escritor. Decía que la medicina era su mujer legal
y la escritura su amante. Que cuando se aburría de una acudía a la otra. Todo
escritor sabe que esa es la relación con la literatura. El encuentro con algo
sorprendente, ilusionante y muy difícil de atrapar, algo que te deja exhausto y
feliz, pero de lo que no puede uno fiarse del todo. Algo tan excitante que te
obliga a descansar tu cabeza en “la legal” para no perder el sentido, para no depender solo de aquella, tan
caprichosa y voluble.
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