jueves, 4 de julio de 2013

ANTÓN CHEJOV


Acabo de leer “Pabellón nº6” de Antón Chejov. Y a pesar de ser una incondicional admiradora suya, no había leído ese relato hasta ahora.

Chejov es el maestro del cuento, del realismo, de la sugerencia.

En sus obras parece que no está pasando nada. Todo discurre sin grandes sobresaltos, como en la vida de cada uno de nosotros. Y a pesar de haber sucedido en otro tiempo, los sucesos, las conversaciones, las escenas, la evolución de la historia, nos resultan familiares. De alguna forma comprendemos lo que está sucediendo en esas minúsculas vidas, aparentemente sin importancia, pero que esconden todas ellas grandes trascendencias y grandes dramas. Y lo más importante es que al terminar nos quedamos con un regustillo amargo. ¿Qué ha pasado realmente? ¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Intuyes que después de lo narrado, nada volverá a ser igual para los personajes.

Cuenta ese pequeño momento en la vida de las personas en las que hay un vuelco, un giro, un antes y un después. Sugiere con habilidad. No hay grandes finales. La grandeza está en encontrar ese instante sin que casi se note.

 Lo han imitado muchos autores norteamericanos, los llamados minimalista.

Raymónd Carver. Ernest Hemingway, Dorothy Parker, Flanery O´Connor, Richard Ford y tantos otros.

Un suceder de los hechos descritos con minuciosidad que esconden la tensión, o mejor dicho, la gran explosión silenciosa.

Este relato que acabo de señalar, sin embargo, me ha parecido menos sugerente que otros, mucho más traumático. Un médico débil, un loco lúcido, una amistad, y tras ellos un decorado mediocre, oscuro. La medianía con esa atmosfera agobiante y cerrada que la caracteriza, rodeando a los personajes.

Como todos sus relatos me ha enganchado desde el principio. Uno nunca sabe por qué se extiende tanto en la descripción de algunos personajes. Pero sabe que no debe perderse ni un dato, que antes o después lo comprenderá. Se habrá extendido en favor de la atmosfera, o para subrayar al final, pero con Chejov uno tiene la sensación de que nada es palabrería.

Yo resumiría este cuento con la frase: “No estamos tan lejos de la locura. Todo lo que le ocurre a un ser humano es susceptible de ocurrirnos a nosotros, es mejor no juzgar.  

Chejov era médico y escritor. Decía que la medicina era su mujer legal y la escritura su amante. Que cuando se aburría de una acudía a la otra. Todo escritor sabe que esa es la relación con la literatura. El encuentro con algo sorprendente, ilusionante y muy difícil de atrapar, algo que te deja exhausto y feliz, pero de lo que no puede uno fiarse del todo. Algo tan excitante que te obliga a descansar tu cabeza en “la legal” para no perder el sentido,  para no depender solo de aquella, tan caprichosa y voluble.

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